El año pasado acabó con El dolor de los demás, esa terrible historia de Miguel Ángel Hernández, con ese regreso al pasado que no cesa de volver y que fue capaz de conmover hasta la más recóndita de las entrañas ancladas en la infancia y la adolescencia. Caminos cruzados de experiencias y escenarios comunes en la huerta, la iglesia y los dramas cercanos dieron paso a una guía de lectura que ha sido lo más reconfortante en un año repleto de vivencias circulares. Delphine de Vigan, en Nada se opone a la noche, fue la encargada de clavar, quizá sin pretenderlo, la primera herida en un corazón cansado de soportar la oquedad resultante entre el deseo y la realidad, la expectativa y el presente. París, los años 60, la familia numerosa y la reconstrucción de una historia familiar que pretendía pasar desapercibida entre el nacimiento de los hijos, sus avances profesionales y el vendaval que atraviesa la vida de quienes tratan de construir sus edificios vitales sin socavar los cimientos de los ancestros.
Intercalé a comienzos de este tiempo que se nos va el drama de esa novelista francesa con la Salsa de Clara Obligado, escritora argentina que lleva entre nosotros desde mediados de los años 70, cuando tuvo que abandonar esa cárcel que Videla y sus conmilitones querían convertir el Cono Sur latinoamericano. En Salsa nos encontramos a una serie de mujeres y sus historias en torno a una sala de baile en el Madrid del siglo XXI. Porque no olvidemos que estos últimos doce meses han sido los de las calles feminizadas, cuales tablas en las que se representa, por fin, una obra ansiada, la de la vindicación de la identidad de género. La rebelde, la movilizadora de conciencias, que interpela a un pasado llamado al olvido. Como el que vivieron Las Sinsombrero, ese grupo de mujeres pensadoras y artistas de la Generación del 27, como María Teresa León o Luisa Carnés, relegadas a ocupar un espacio en el mundo cultural del patriarcado, que hasta incluso las llevó a quedar enclavadas como la Generación del 26.
Si faltaba algo para la sorpresa de las coincidencias aparecieron las referencias a Sergio del Molino, no el del éxito del ensayo La España vacía de 2016, sino al anterior de Lo que a nadie le importa y, sobre todo, al de La mirada de los peces, esa novela que las reseñas afirman que mira al pasado desde la lucidez resignada del presente, a la vez que interpela a todo un país y a toda una generación. Y vuelta a empezar con los territorios compartidos, más allá de los puramente generacionales, donde la muerte, la transición política, muchos personajes y las experiencias periodísticas se entrecruzan, aunque los resultados hayan sido distintos. Quizá porque en esto de la literatura haya sido más un discípulo de la procrastinación que del esfuerzo que Marta Sanz insistía en primavera al alumnado del taller de escritura de Lola López Mondéjar. Con una invitación certera al trabajo, trabajo y más trabajo, a ser inclemente con uno mismo y a valorar el esfuerzo frente a la levedad del lenguaje de muchos escritores y escritoras de fama. No olvidemos que hay una literatura de esparcimiento que desplaza la vinculada con el reto intelectual, con el esfuerzo, ese que subraya nuestros prejuicios y nos convierte en mejores (y a veces, en peores) personas.
Antes de la llegada al verano apareció J. D. Salinger, el de La gente joven y, sobre todo, el de El guardián entre el centeno, en una edición de Alianza que recuperé de mi biblioteca particular más de treinta años después de que llegara como regalo en la convalecencia tras una accidentada y etílica Nochevieja que nunca olvidaré. En esa novela de iniciación, de generación en generación desde 1951, tenemos a gente a punto de caer y de escapar. Personajes rebeldes frente a la autoridad. Una rebeldía que, con un estilo y lenguaje propios, Don Winslow retrata en sus personajes centrales de la trilogía de El poder del perro, El Cártel y La Frontera con las que afronté los largos días de playa. Memorables novelas de las que ya había quedado prendado con la primera y que me llevó, de manera inexorable, a las otras dos, publicadas en 2015 y, la última, este mismo año. No obstante, en La Frontera nos sentimos como pez en el agua identificando a ese presidente de Estados Unidos que no sabemos muy bien si es José Mota el que lo clava o, por el contrario, es Donald Trump el que imita al manchego de Montiel.
Feliz 2020, en el que podamos seguir leyéndonos y comprendiendo mejor la vida a través de la experiencia escrita de la literatura y el periodismo.
En la última parte del año, por si faltaba algo, llegaron Guy de Maupassant, con su Bola de sebo; J. M. Coetzee y sus Siete cuentos morales; William Shakespeare con su Otelo; Herman Melville con Billy Budd, marinero; la conmovedora Shelley Jackson de La lotería, el descubrimiento de Trifón Abad con su Silenter o las Cartas Agatha que Melville regala a Nathaniel Hawthorne, el escritor gótico de La letra escarlata. La norteamericana A. M. Homes en La hija de la amante me confirmó que todas las familias tienen una historia que se cuenta a sí misma: que pasa de hijos a nietos. La historia crece a lo largo de los años, muta; algunas partes se pulen, otras se eliminan y a menudo se discute sobre lo que ocurrió de verdad.
Y cuando languidecen estos días de diciembre, comprendo a Madame Bovary y todo lo que Gustave Flaubert quiso expresar en ese caudal narrativo mal acogido por sus lectores de mitad del XIX, ingratos, mal avenidos y excesivamente influidos por el espíritu burgués de donde nacía la historia.
Un año de verdadero lujo de vivencias en torno a la literatura, intercalado con las obras de compañeros de viaje, como Salva Solano Salmerón en su La tienda de figuras de porcelana, o Antonio Cano Gómez con su Marcha fúnebre de violín. Y un remate que les aconsejo: Dieciséis historias que vienen a cuento, editado por Contra Corriente de la mano de Lola López Mondéjar, que recoge otros tantos relatos compartidos en tardes de deseos y avances alrededor del arte de la expresión verbal. Un 2019 en el que nos dejó Andrea Camilleri y en el que tuve tiempo de leer Universidad para asesinos, la última aventura del comisario Jaritos de Petros Márkeris. Feliz 2020, en el que podamos seguir leyéndonos y comprendiendo mejor la vida a través de la experiencia escrita de la literatura y el periodismo.
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