Cualquier persona que acuda a solicitar algún servicio de la Administración pública, sea del Estado o de su comunidad autónoma o ayuntamiento, comprobará que el tiempo no pasa en balde. Que un hombre o una mujer, de una edad que ya cada vez más difícil de definir como mediana, tratará de atender su demanda o bien ellas la reclamarán a unos compañeros o compañeras que rozan su misma edad. Y en todos los casos sobrepasará los 52 años, porque esta es la edad media de quienes trabajamos en las administraciones públicas. La política de recortes en los servicios públicos de la última década ha conseguido aportar una madurez a esta nuestra Administración que ríete tú de los centros de día o de los de la tercera edad. Una política que siempre han defendido quienes han querido desprestigiar lo público, porque en lo privado se aprieta siempre mejor a la parte débil de la cadena.
Hace unos días asistí a una reunión en Madrid en un encuentro del ámbito de los recursos humanos en las administraciones y constaté, en primer lugar, lo que les estoy comentando: que si sumásemos los años de quienes nos sentábamos en torno a la mesa, la cifra resultante podía ser escandalosa. Bien es verdad que se atesoraba experiencia suficiente como para poder elaborar un diagnóstico lo bastante jugoso como para abordar uno de los graves problemas que tenemos por delante: definir qué papel deben jugar los servicios públicos, los de todos, y su gestión, ante los retos del presente y del futuro a medio plazo. Como los de garantizar esos recursos ante la emergencia climática, la distribución de bienes, la lucha contra la desigualdad. En especial en todo aquello que tiene que ver con el factor del trabajo humano, con las personas que, por diversas razones, escogimos en un momento dado de la vida dedicar nuestras capacidades, nuestras competencias profesionales, al servicio de otros, al servicio de la ciudadanía.
Las jubilaciones arrastrarán tras de sí toda la experiencia y el conocimiento acumulados al paso de los años
Del factor del capital ya se encargan otros de ajustar cuentas para descalificar el empleo público, la atención a la dependencia, la prestación de los servicios sanitarios, el anatema educativo con el veto parental o con otros muchos vetos mentales y curriculares que tratan, a fin de cuentas, de minar el sentido de lo público, de lo que es de todos y de todas.
La media de edad del personal empleado en las administraciones públicas es de 52 años, diez más que en el sector privado. Por lo que casi la mitad de las funcionarias y de los funcionarios nos jubilaremos en poco más de una década. Una marcha que arrastrará tras de sí toda la experiencia y el conocimiento acumulados. Lamentablemente se perderán las buenas prácticas y aquellas actividades y procedimientos que se han ido mejorando al paso de los años. Este es uno de esos desafíos a los que habrá que hacer frente sin remedio, por encima de falsos debates que no llevan a ningún sitio, y con valentía. Porque los tiempos que corren son los de los algoritmos que manejan los hilos, la inteligencia artificial y las nuevas tecnologías, que parecen superadas en cada temporada. Pero detrás de todo ello, no lo olvidemos, están personas que programan, que diseñan, que analizan, que crean, que desarrollan fórmulas para facilitar el presente y pensar en el futuro. Y en esas claves es desde donde habrá que estar plenamente atentos para no dejar escapar las oportunidades que se ofrecen.
Lo fácil, en cualquier aspecto de la vida, es esconder la cabeza como los avestruces o mirar hacia otro lado, guarecerse como se pueda de la tormenta y esperar a que escampe. Pese a que puede resultar tentadora la adopción de ese tipo de actitudes, lo que no es de recibo es que mientras millones de personas tratan de sobrevivir a diario, construir sueños y garantizar una vida en unas condiciones dignas a quienes viven con ellos, hay una parte del mundo que quiere desentenderse de todo lo que tenga que ver con arrimar el hombro para seguir avanzando.
De ahí que resulte una espinosa tarea tomar la decisión de poner a gente a pensar y a experimentar con lo que les estoy hablando. No hay tiempo para grandes disquisiciones, sino que hay que arremangarse con valentía y desafiar las resistencias y los frenos que aparecerán, sin duda, en el camino. Los servicios públicos son fundamentales para garantizar que la vida social sea una realidad, y esos servicios los mantienen cada día personas como usted o como yo que también tienen mucho que contar. Y, sobre todo, seguir haciéndolo en el futuro. Nos va parte de la vida en ello.
ILUSTRACIÓN | Eva van Passel Gambín
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