He aceptado la invitación y en las últimas semanas he consentido sumarme a iniciar un camino de la anatema al diálogo, de la maldición y de la enemistad a la hermandad, a la sororidad, ese término tan bello que apela a la relación de solidaridad entre las mujeres, especialmente en la lucha por su empoderamiento. Pasar de la incomunicación al encuentro, de considerarla como religión proscrita a religión reconocida, del desprecio al respeto, de las descalificaciones infundadas a los debates argumentados, de los estereotipos y prejuicios a la crítica serena. Es la calzada que se abre para conocer mejor el islam, esa religión que profesan más de 1.500 millones de personas en el mundo y que se caracteriza por cinco grandes pilares: la profesión de fe, la oración, la limosna, el ayuno y la peregrinación.

Crecí entre los ecos del Guerrero del Antifaz y del Capitán Trueno, en los que resonaba una idea por encima de todas: que la Mahometania era un reino indefinido, de fronteras desconocidas, pero poblado por infieles, en su mayoría sanguinarios, a los que había que combatir porque repudiaban todo aquello que se aproximara a un concepto de honor impropio de quienes tuvieran una tez morena y cubrieran su cabeza con telas. Bien es verdad que el primero de los héroes, Adolfo de Moncada, había sido creado en 1944 por Manuel Gago, y entre sus características destacaba su total rechazo a todo lo que sonara a la presencia musulmana en España, puesto que la acción estaba ambientada en los últimos años de la Reconquista, a finales del siglo XV. El Capitán Trueno, por el contrario, era un caballero español de la Edad Media, con historias situadas a mitad del siglo XII, en torno a la Tercera Cruzada. Este fue, en realidad, mi héroe, como también para Asfalto, aquel grupo rockero de los 70 que ha llegado hasta hoy, el de mi primer concierto junto a Triana en la vieja plaza de toros de La Condomina allá por 1980.

Juanjo Tamayo y Pilar Garrido, durante la presentación de «Hermano islam», el pasado 24 de enero en el Hemiciclo de Letras de la Universidad de Murcia.

No hablo de conversión, no. Solo de apertura a conocer y a salir de una ignorancia enciclopédica. Culpa tienen de que inicie ese recorrido iniciático el teólogo Juan José Tamayo y la profesora de Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad de Murcia, Pilar Garrido. El primero por haber escrito varios interesantes libros sobre el tema, entre ellos, el más reciente, Hermano islam (Ediciones Trotta, 2019), donde reúne una serie de análisis y reflexiones que despiertan una búsqueda para aproximarse a ese conjunto de creencias y cosmovisiones que hasta entonces habían pasado desapercibidas. La segunda, al compartir hace escasas fechas la presentación de esa obra en el Hemiciclo de la Facultad de Letras del Campus de la Merced murciano, universidad en la que investiga, entre otros temas, sobre filosofía islámica, pensamiento andalusí o poesía árabe actual.

Desde una nueva aproximación al islam, su historia, su presencia en España y sus credos, así como al profeta Mahoma, Tamayo articula una original propuesta de una teología islamo-cristiana de la liberación en clave feminista. Casi nada, teniendo en cuenta los momentos que corren en nuestras sociedades miedosas, líquidas y en busca de falsas verdades que permitan hacer frente a los desafíos a los que nos enfrentamos para tratar de explicar el presente.

Un error es identificar al islam con el fundamentalismo, cuando descubrimos que ninguna de las religiones en su origen fueron fundamentalistas

Porque no me negarán que caemos fácilmente en identificar islam con islamismo, y no es lo mismo. Hacerlo es muy fácil en España, donde aún hoy mucha gente confunde el cristianismo con el nacionalcatolicismo debido a las experiencias recientes de cómo un Estado autoritario fue capaz de inocular la creencia de que solo había una verdad, una religión y una visión del mundo. Confieso que en ocasiones me cuesta aceptar que haya individuos que decimos profesar la misma fe, y mientras unos apostamos por combatir las desigualdades, luchar contra las injusticias y trabajar por el bien común (desde una actitud permanentemente abierta al cambio personal) hay otros que sustentan sus posiciones políticas y personales en el odio al diferente, en la defensa de los poderosos y en impedir las transformaciones sociales y culturales.  El islamismo, por tanto, es otra cosa. Es la aplicación de los principios de la religión a la esfera pública, a la política, al derecho, a las constituciones, a las leyes.

Otro de los errores es la identificación del islam con el fundamentalismo, cuando descubrimos que ninguna de las religiones en su origen fueron fundamentalistas. Lo que pasa es que algunos sectores han sufrido una deriva hacia este fenómeno y se le ha equiparado, casi en exclusiva, al islam. El propio diccionario de la RAE lo vincula en su primera acepción, cuando gracias a Tamayo conocemos que, en realidad, el fundamentalismo fue una corriente surgida en el protestantismo norteamericano de principios del siglo XX. De ahí que la responsabilidad en demonizar a 1.500 millones de seguidores de Alá esté muy compartida. Como el desliz en identificar islam con yihadismo, porque no se trata de una ‘guerra santa’ ya que, realidad, yihad es la lucha de la persona creyente contra el propio ego, contra todo aquello que aleja del seguimiento de Dios y la búsqueda del camino del seguimiento verdadero, tanto desde el punto de vista personal como social. O confundir islam con terrorismo. Errores, todos ellos, que han calado entre la ciudadanía. Salir de ellos, como casi todo en la vida, depende solo de nosotros. ¿Se apuntan?


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