CORODIARIO DE UNA CRISIS (Día 1) | Domingo 15 marzo 2020 | Inicio este diario en esta primera jornada del #YoMeQuedoEnMiCasa. Solo he salido muy temprano un rato a pasear a Bruno, un sobrino muy especial, una aleación de braco y bóxer, noble como solo los perros saben. La pista del Valle más cercana a casa estaba vacía. Nada de bicicletas y senderistas. Parece que hemos hecho caso a las órdenes, aunque conforme avanzaba la mañana supe por Twitter que se había poblado de domingueros. Compré El País y, tras leer a su directora Soledad Gallego-Díaz, reafirmé ese pacto de fidelidad suscrito a sus páginas desde comienzos de los 80 (aunque ha habido etapas y etapas), cuando en Yecla llegaba la edición con un día de retraso. También leí la prensa regional, la del esfuerzo para estar cada día en la calle y en la red.

Dos ideas

De la comparecencia de Pedro Sánchez del sábado por la noche me quedé con dos ideas: lo importante que es mantener la distancia social, sobre todo con quienes son ruines ante las crisis, y que su sobriedad y afectación estaban más que justificadas. Los reproches, los cotilleos y demás zarandajas quedan para quienes se alimentan del ruido y las tragedias.

La distancia social es una de las medidas más efectivas para evitar la transmisión del virus Covid-19. La Sociedad Española de Medicina de Urgencias y Emergencias (Semed) nos lo recuerda: permanecer en casa, seguir las recomendaciones del personal sanitario, mantener una distancia prudencial entre las personas, cambiar la manera de saludar, evitar dar la mano, así como besos y abrazos. A estas alturas aún hay que recordar lo de lavarse las manos con frecuencia, cubrirse la nariz y la boca al toser y estornudar con el brazo flexionado, usar pañuelos desechables, evitar aglomeraciones de personas, no salir de fiesta, proteger a las personas mayores y enfermos crónicos… Cosas simples pero que cumplirlas nos cuestan un montón.

Corodiario distancia social

Quien esté libre de pecado…

Por eso maldigo a quienes tratan de aprovecharse de las circunstancias, estén a la diestra o a la siniestra. Esos que se consideran libre de pecado y tiran la primera piedra. Los que son más chulos que un ocho y creen que esto no va con ellos. Los que saben más de virología que los expertos, de gestión de pandemias que los técnicos de emergencias, de comunicación de crisis que los que tienen que tomar decisiones ante los imprevistos. Es la distancia social que no conservamos ni aunque nos la claven a sangre y fuego en la piel. Nadie está libre de saber guardarla. Reclamamos las soluciones siempre a otros, sobre todo si son políticos, y les exigimos que estén a la altura de las circunstancias. Es lo que tiene haber crecido en un estado de bienestar en el que todos somos sujetos de derechos, pero, ay, de obligaciones, que no me hablen.

De ahí que en esta primera jornada me quedo con la tranquilidad de que mi suegra ya cuenta con el calendario de las retransmisiones de la misa por televisión, que mi madre tiene la casa limpia y, pese a estar a cien kilómetros de distancia, su red social está garantizada en el pueblo. Ya sé el turno de días que tengo que acudir al trabajo, pero pienso en las personas vulnerables, aquellas que como Antonio o Manuela no tienen un techo seguro sobre su cabeza ni sobre las de su gente.  Lo de la distancia social con ellas es otro cantar.