Ya hemos consumido tres semanas de este raro septiembre que no termina de cuajar y tenemos a casi todo el mundo colocado en su sitio. Los niños, en sus clases. Los maestros y maestras, aún con incertidumbre, en sus aulas o frente a las pantallas con las que terminaron el curso. A los padres y a las madres haciendo malabares con los horarios de trabajo y de cuidados, y rogando a san Fernando Simón que no haya un nuevo confinamiento o que no les llame un rastreador con malas noticias. Hasta Isabel Díaz Ayuso está ya a punto desinfectando la Puerta del Sol y colocando geles hidroalcohólicos en cada esquina para recibir el lunes con todos los honores a Pedro Sánchez. Hasta nuestros banqueros tratan de recolocarse tras la nueva fusión (más bien abducción) de CaixaBank y Bankia.  

En medio de esta vorágine vuelven a relucir las diferencias que podemos observar en cualquiera de los escenarios afectados por la pandemia. De cómo el virus se ceba en función de la desigualdad que existe entre unos colegios y otros, entre unos barrios y otros, entre unas ciudades y otras, entre unos territorios y otros, entre unos países y continentes y otros. La realidad no puede quedar oculta por las ramas que tengamos delante, ya que en esos escenarios somos capaces de contemplar los contrastes que existen según de quién estemos hablando, de cómo se sitúen en la escala social y, sobre todo, de qué valores dominen en sociedad y apliquen, por tanto, en sus comportamientos.

Una mirada a los valores

Precisamente, acaba de ver la luz una síntesis del trabajo académico y vital sobre la educación en valores que ha desarrollado durante más de treinta años el catedrático de Filosofía y doctor en Ciencias de la Educación, Ramón Gil Martínez, con su libro Transitar por sendas de valores (La Tapia, 2020). Una obra que, como muchas otras que son el resultado de la clausura en los meses más duros de la primavera pandémica, va a permitirnos hacer un balance de nuestras vidas salpicadas hasta entonces de una falta de atención. Hablamos de un acercamiento, de una mirada, a unos valores mínimos a los que el autor ha prestado especial atención a lo largo de los procesos de enseñanza-aprendizaje en los que ha participado y que, a su juicio, no deben faltar en una ética cívica de mínimos a la altura de nuestro tiempo.

Se trata de los valores éticos de la dignidad de la persona, de la justicia, de la libertad, de la igualdad, de la solidaridad, de la tolerancia o respeto activo, de la participación, de la paz y de la responsabilidad.  Valores que están en la base de los derechos humanos. No resulta extraño, por tanto, hablar de la igualdad en derechos de mujeres y varones frente a la cultura del patriarcado; de la solidaridad económica con los pobres, excluidos y migrantes frente a la cultura tribal, hoy imperante, de la solidaridad sólo con los “nuestros”; del cuidado de la casa común, de la Tierra, frente al prestigio del aumento del Producto Interior Bruto, mantra que justifica todo expolio de los recursos naturales; la defensa del bien común, de los bienes de la tierra que  pertenecen a todos los que la habitan, frente a las ideologías individualistas, nacionalistas y populistas de “mi país, lo primero”. Y, por supuesto, de la educación para la gratitud, la creatividad y la alegría.

Itinerario vital

Una obra como esta, fruto de una vida dedicada a la reflexión y a la práctica cotidiana de un compromiso personal en el mundo que le/nos ha tocado vivir, invita a que quien lo lea pueda “seguir construyendo su itinerario vital, único e irrepetible, el de su propia autorrealización, desde el principio pedagógico que siempre ha orientado mi acción, educar-educándome, o educar-educándose. Propuestas y consideraciones educativas sustentadas en una ética de la compasión y del cuidado (compasión que exige justicia), que implica activar la responsabilidad solidaria para con los otros (en especial con los otros necesitados), con la naturaleza y con las generaciones futuras”. Como señala el autor, y suscribo, “se trata de hacer viva y real una ética cívica de mínimos que comprenda los valores básicos que toda persona debe tener ya que, de lo contrario, manifiesta un déficit de humanidad, y que en toda sociedad tienen que estar presentes, porque su ausencia impide el respeto a la dignidad humana y vulnera el ejercicio de los derechos humanos.


Aquí puedes acceder al libro: Transitar por sendas de valores