Ya sé que usted no se encuentra entre quienes no han seguido las directrices fijadas para guardar la distancia social, ha respetado la cifra de allegados y familiares en las celebraciones navideñas, se ha lavado las manos de forma preventiva las veces que haya hecho falta y se ha colocado la mascarilla en la cafetería en todo momento. Estoy más que convencido de que ha seguido al pie de la letra la normativa establecida, no ha criticado a sus representantes políticos y, por tanto, tampoco ha reenviado los memes contra Pedro Sánchez, Salvador Illa o Fernando Simón. Además, no me cabe la menor duda de que ha denunciado las noticias falsas que ha visto en Facebook y ha evitado entrar en sempiternos debates de los grupos de WhatsApp de los que forma parte, como el de la familia, el club ciclista o de senderismo, la Ampa o el de los antiguos alumnos de la EGB.
Afán de polémica
Si usted es de la tribu de quienes no creen en las vacunas, no se la ponga cuando le toque si se va a enclaustrar en su casa y no va a interactuar con humanos en varios años. No estorbe con su afán de polémica de saber más que nadie. De poco le valen los argumentos que demuestran la eficacia frente a otras enfermedades a lo largo de la historia reciente. Espero que no le pase como a aquel chaval catalán que a comienzos de los 90 viajó a Costa de Marfil a visitar una comunidad salesiana en la ciudad de Korhogo. Presumía ante sus compañeros de no haberse puesto vacunas ni sometido a tratamiento alguno contra la malaria. Cuando cayó fulminado mientras jugaba un partido de fútbol dejó de estorbar, pero sus padres padecieron lo suyo hasta que su cuerpo fue repatriado.

ILUSTRACIÓN | Eva van Passel Gambín

Acaso usted es una de esas personas que se empeñan en buscarle siempre tres pies al gato, en contribuir a crear un clima tóxico en su lugar de trabajo, en su comunidad de vecinos o en su asociación de madres y de padres. No me equivoco mucho si es de la tropa que alza la voz en la terraza de un bar o en la cola del supermercado porque no le sirven con la rapidez que merece o le hacen esperar en la caja más de la cuenta. Quizá siente tan alta estima en todo aquello en lo que se ve envuelta que considera que el resto del universo, del mundo mundial, debe rendirle cuentas. Porque usted lo vale. Porque desde su más tierna infancia siempre ha conseguido salirse con la suya. Permítame, no obstante, que le diga sin rubor que se quede un paso atrás. No estorbe, por favor, y échese a un lado, que ya está bien de tanta tontería.
No empeorar las cosas
El escritor Antonio Muñoz Molina nos recordaba hace unas semanas que “de la despreocupación se puede pasar sin dificultad a la pesadumbre y al espanto: todo lo que antes no se quiso ver cobra una gravedad aterradora. Por fortuna, hay mucha gente que sin perder el tiempo en fantasías hace con prontitud y eficacia aquello que sabe: ejerce su oficio o su profesión y cumple su deber”. Es encomiable que, en acontecimientos como la pandemia o, días atrás, ante la catástrofe provocada por el temporal de nieve, muchas personas se han reencontrado con el sentido vocacional de su trabajo. Saben que hablo de sanitarios o de miembros de los cuerpos y fuerzas de seguridad y de las emergencias, entre otras. De ahí que, “a los que no hemos estado sujetos a esas responsabilidades nos correspondería al menos esforzarnos en no estorbar. Ya que podemos contribuir muy poco a mejorar las cosas, al menos habrá que procurar no empeorarlas”. Por todo ello, en la medida de nuestras posibilidades, cada uno de nosotros, cada una de nosotras, deberíamos no “enturbiar la atmósfera con exageraciones y mentiras; también confundir el pesimismo extremo o el catastrofismo con la lucidez”. Hablar menos en tercera persona y hacerlo, por tanto, más en primera, en presente, y abandonar el modo imperativo para expresar lo que otros deben hacer. Todos llevamos un entrenador dentro de uno mismo para alinear el mejor equipo en cualquier competición. Llegados a esta altura, con lo que hemos pasado y lo que se avecina, les requerimos que no estorben, por favor. Lo agradecerán quienes tenemos al lado. Y mejor aún, nos sentiremos pletóricos como protagonistas por haber contribuido a desliar la madeja de un escenario repleto de incertidumbres.