Cuenta el ensayista indio Pankaj Mishra que el mundo contemporáneo empezó a asumir su forma definitiva en el transcurso de dos días de mayo de 1905, en las angostas aguas del estrecho de Tsushima. Allí, una pequeña flota japonesa que guiaba el almirante Togo Heihachiro eliminó la mayor parte de la Armada rusa. La batalla que se libraba, en realidad, era decidir quién se hacía con el control de Corea y Manchuria. Nunca desde la Edad Media un país no europeo había derrotado a una potencia europea en una guerra importante y esa noticia marcó un antes y un después entre Oriente y Occidente. La noticia se propagó como la pólvora por todo el mundo y fue el detonante de que esos países calificados como enfermos, como China, Japón, la India, Turquía, Irán…empezaran a ocupar un nuevo lugar en el tablero del planeta.
Misterio sin explicar
Así se relata detalladamente en De las ruinas de los imperios (2012, Galaxia Gutenberg), un texto imprescindible para entender por qué nuestra visión etnocéntrica nos impide comprender qué es lo que pasa en la política internacional y en la forma de afrontar muchos problemas por parte de unos pueblos y otros. Con el sugerente subtítulo de La rebelión contra Occidente y la metamorfosis de Asia, el lector se aproxima a la evolución de esas sociedades en estos más de cien años con esa batalla actual, a veces no tan encubierta, de las grandes potencias china y estadounidense, máxime en vísperas de unas elecciones a la Casa Blanca que abren un nuevo período de incertidumbre.
Es la misma incredulidad que nos envuelve a la hora de explicar la(s) causa(s) que explica(n) la exitosa contención de la pandemia en Asia. Es lo que trata de reflexionar el filósofo de origen surcoreano y profesor de la Universidad de las Artes de Berlín, Byung-Chul Han, cuando habla de un “factor X”, expresión utilizada por el premio Nobel de Medicina japonés Shinyua Yamanaka. Ese factor es el que explicaría, en gran parte, por qué las cifras de contagios actuales en países asiáticos son tan bajas, como en China, Japón, Corea del Sur, Taiwán, Singapur o Hong Kong. Y no nos valdría la explicación simplista de que estamos ante unas sociedades autoritarias, que podría valer en el caso de la primera, pero no en las dos que le siguen porque son democracias consolidadas.
Acciones conjuntas
Estaríamos hablando del mindo o el “nivel de las personas”, esgrimido por el ministro japonés de Economía Taro Aso, al evocar una visión de superioridad nacionalista por parte de los nipones. Pero también se puede traducir como “nivel cultural”, como nos recuerda Byung-Chul Han, lo que nos llevaría a señalar la importancia del civismo, de la acción conjunta en una crisis pandémica. Un nivel para tratar de entender por qué el virus se ceba en el Occidente liberal, ese que apela a la libertad individual por encima de todo y se enfrenta a quien me impone llevar mascarillas, cerrar los bares a una hora determinada o no dejarme ir a casa cuando me venga en gana. Si las personas acatásemos voluntariamente las reglas higiénicas no harían falta controles ni medidas forzosas. De ahí la paradoja de la pandemia, que consiste en que uno acaba teniendo más libertad si se impone voluntariamente restricciones a sí mismo.
El victimismo es una salida para esconder el fracaso de la gestión de la crisis
El civismo tiene que ver también con la confianza y el ejercicio del liderazgo. Y aquí, en nuestro país, esos factores distan mucho que desear. Somos capaces antes de primar intereses espurios, ilegítimos, de combate contra el otro, que mirar el bien común. De ahí que el mantra que oímos en los últimos días de que hay diecisiete formas de combatir la pandemia en España, en alusión a las medidas que cada comunidad autónoma adopta en su territorio ante la supuesta falta de liderazgo del Gobierno central, resulta cuando menos paradójico si viene de dirigentes regionales que hasta hace escasas fechas reclamaban para sí la gestión de la crisis. Ahora, cuando los contagios se multiplican y existe el riesgo del colapso del sistema sanitario, buscan de nuevo un enemigo exterior para tratar de salir del paso, con la consiguiente dosis de victimismo.
Lecciones de Oriente
Por tanto, no estaría de más que en Occidente hablásemos de aplicar un “factor X” que la medicina no puede explicar y que dificulta la propagación del virus, como nos enseñan las sociedades asiáticas y otras, como Nueva Zelanda. No es más -como se nos recuerda- que el civismo, la acción conjunta y la responsabilidad con el prójimo. Políticas que han conducido al desastre, como las llevadas a cabo por Trump en Norteamérica, solo se explican por el puro egoísmo y el afán de poder, al socavar el civismo y dividir a su pueblo. Aprendices de esos modos y maneras también los tenemos aquí, con medidas que hacen totalmente imposible sentirse parte de un nosotros. Las lecciones que Oriente nos puede aportar entran en la esfera de la conciencia personal y van a la raíz de nuestro modo de ver el mundo. Es un tratamiento cultural contra el virus del egoísmo.
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