Diez lecciones del 23J

Diez lecciones del 23J

Una vez transcurridas poco más de setenta y dos horas desde que vivimos la noche electoral quizá sea un buen momento para hacer un repaso de algunas lecciones que podemos aprender del 23J. Bien es verdad que, a menudo, olvidamos muy pronto el argumento defendido un tiempo atrás para subirnos al carro de un nuevo análisis y lanzar así una opinión que siente cátedra. Somos fieles seguidores del sesgo de retrospectiva, que no es otro que el prejuicio definido como un sesgo cognitivo que sucede cuando, una vez que se sabe lo que ha ocurrido, se tiende a modificar el recuerdo de la opinión previa a que ocurrieran los hechos en favor del resultado final. En la pandemia tuvimos tiempo de ejercerlo, pero es que desde el mismo domingo por la noche la opinión publicada (que no la opinión pública) este fenómeno se ha repetido. Sirvan estas notas para un humilde análisis de lo ocurrido.

Lección 1: Hasta el rabo, todo es toro. 

La sabiduría del refranero español nos enseña que hasta el final de un hecho o acontecimiento no hay que confiarse, sino estar preparado para alguna sorpresa o imprevisto, como el torero que piensa que el astado ya ha recibido bastante castigo cuando la verdad es que puede revolverse inesperadamente y darle una cornada. Nunca hay que dar nada por hecho, nada por perdido, nada por ganado… Y, en nuestro caso, nunca hay que dar por derrotado a Pedro Sánchez, al sanchismo o como lo que quieran llamar. Eso lo sabe muy bien Mariano Rajoy, Pablo Casado, Albert Rivera, y, si me apuran, hasta Susana Díaz y Pablo Iglesias. El propio Feijóo le ha visto las orejas al lobo y ya se espera a la siguiente candidata.

Lección 2: Las encuestas son solo eso, encuestas. 

Y, sobre todo, nada neutrales, porque salvo raras excepciones siempre se nos ofrece una interpretación de sus resultados a partir de los datos recogidos en bruto (eso que se llama la cocina de la encuesta). Llevamos ya varias convocatorias electorales en la que nos saturan con informaciones sobre predicciones, tendencias, trackings, porcentajes, oleadas, etcétera, etcétera. ¿De qué han servido tantos y tantos gráficos sobre el reparto de escaños por bloques, partidos, coaliciones? Y, sobre todo, ¿qué interés había en dar por hecho que la victoria del PP y Vox era inevitable? ¿O que la experiencia del Gobierno de coalición había sido negativa por el apoyo de los separatistas catalanes y los filoetarras vascos? Este fenómeno demoscópico está ligado, inexorablemente, a la siguiente lección.

Lección 3: Los medios de comunicación no son neutrales.

Nunca lo han sido, desde que el mundo contemporáneo comenzó a contar la actividad comercial de las principales ciudades del capitalismo naciente a través de las hojas de avisos. Pero a veces se nos olvida y parece como si necesitásemos que alguien nos confirmase nuestras opiniones por encima de las propias intuiciones o criterios objetivos. Los grandes grupos de comunicación siempre toman partido en un escenario de confrontación política y lo hacen a través de sus programas informativos o de entretenimiento, da igual, y, desgraciadamente, por medio de sus profesionales que, salvo excepciones, son la voz de su amo. En esta campaña lo han hecho y tenemos en la mente casos muy sonados.

Lección 4: La agenda de lo que se habla no es la de los problemas cotidianos.

Unida a la anterior, podemos aprender que muchas veces hablamos sobre los temas que alguien nos marca y que, coincidirán conmigo, no tienen que ver con los graves problemas que afectan a la ciudadanía. Cogemos el “que te vote Txapote” y no debatimos sobre la precariedad, la vivienda, la falta de futuro, de las verdaderas dificultades de las familias, al menos los que se juegan en el presente y en el medio plazo. O en el ámbito de la izquierda, por ejemplo, nos enredamos en temáticas que afectan a la identidad sexual y absolutizamos las posiciones de una parte del feminismo y las convertimos en lugares excluyentes frente a otros debates en los que tendríamos que incidir en este conflicto cultural en el que nos encontramos.

Lección 5: Las ramas de la superioridad moral no deben ocultar el bosque.

O lo que debe llevarnos a ser más humildes en los análisis y en la defensa de nuestras convicciones. Si una parte de la clase obrera se siente identificada con las posiciones que defiende Vox, sin ir más lejos, como pasa con otras fuerzas de la ultraderecha europea o americana, debemos preguntarnos, cuando menos, a qué se debe este fenómeno. El conflicto cultural debe de estar en el centro de la acción política. De ahí que partidos, organizaciones sindicales y asociaciones de todo tipo que trabajan por el cambio social deben de cuidar todos aquellos aspectos que tienen que ver con la formación de la conciencia.

Lección 6: La pureza de principios puede esconder intereses personales.

Relacionada con alguna de las anteriores otra enseñanza que nos ofrece el 23J es que, a menudo, se utilizan argumentos sobre la pureza ideológica y de principios cuando, en realidad, entran en juego los factores personales que tienen que ver más con los egos, protagonismo, envidias y posiciones antagónicas que forman parte de la tradición de la izquierda. La incompatibilidad de las familias que vienen del socialismo o del comunismo, con las mezclas que en su interior han ido fraguándose a lo largo de los años, se han agudizado en estos tiempos líquidos de la inmediatez y de las redes sociales, que ofrecen una militancia que, en ocasiones, se mueve pisando poco la realidad de la calle y mucho la virtualidad de los me gusta, retuits y número de seguidores.

Lección 7: Las emociones dominan la acción política. 

La movilización en las semanas previas al 23J ha sido determinante para que la ciudadanía más concienciada acudiera a votar, por encima de todo. Una movilización a la que han contribuido los sindicatos, con su apelación a que el mundo del trabajo se jugaba mucho. Al lobo neoliberal se le han visto por fin las orejas y lo que podía traer aparejada la coalición PP-Vox una vez conocidas sus posiciones mantenidas hasta ahora sobre la reforma laboral, pensiones, salarios, sanidad o educación. Si en la campaña de las municipales y autonómicas del 28 de mayo triunfaron los argumentos viscerales contra el denominado sanchismo, con los pactos con Bildu y ERC, la tolerancia a la ocupación de viviendas y el apoyo de la inmigración irregular, ahora se le ha dado la vuelta a ese mantra frente al peligro de lo que se avecinaba.

Lección 8: Las campañas electorales, a veces sirven. 

Si los resultados de la campaña del 28M dieron al traste con buenos gobiernos municipales y autonómicos –con alcaldes y alcaldesas de lujo– porque el foco estuvo en otro sitio, la del 23J ha permitido enseñar que en dos semanas la tendencia de los votos puede cambiar el escenario. Al equipo de campaña de Feijóo, sin ir más lejos, aún deben de estar pitándole los oídos por no haber tenido resuelta la comunicación de crisis frente al caso del narco Marcial Dorado. O cómo afrontar la prepotencia de su candidato frente los periodistas que ejercen como tales (caso de Silvia Intxaurrondo, de TVE), o la animadversión frente a los medios públicos por la soberbia de no haber querido asistir al debate de RTVE y los ataques de miembros de su equipo de campaña a la radiotelevisión pública, como hizo González Pons. Esta presunta derecha moderada se mostró como realmente es. La campaña empezó de una manera y acabó de otra.

Lección 9: España tiene un problema territorial. 

Los pactos postelectorales vuelven a traer al escenario de la actualidad y la agenda política el conflicto entre territorios que, más temprano que tarde, habrá que afrontar. Eso sí, siempre que haya madurez y altura de miras de querer trabajar por el bien común (todas las partes) y no hacer batalla de la identidad nacional por encima de todo. Cataluña y Euskadi, especialmente, deben encontrar su acomodo en un Estado federal, por ejemplo, para el que se deben sentar bases comunes de compromiso solidario en el encaje de las identidades, los sentimientos y la equidad territorial y la solidaridad en el reparto de los recursos existentes. Paradójicamente, estas semanas de calor deberían enfriar un poco los ánimos para llegar al final del verano y comienzos del otoño con los primeros acuerdos. Las opciones no son sencillas y no descarten un verdadero bloqueo, porque el PSOE no puede pagar un precio alto. Hay que escuchar mucho lo que tiene que decir el PSC de Salvador Illa.

Y Lección 10: La política es demasiado importante para dejarla en manos de los políticos. 

Esto es, que lo que aquí se juega afecta a toda la ciudadanía. Por lo tanto, que, una vez metidos nuestros votos en las urnas, no podemos retirarnos para que se lo jueguen todo solo unas pocas personas o grupos interesados. Los partidos o coaliciones deben impulsar la participación de la militancia y del resto de la sociedad, porque los profesionales de la cosa pública no son los únicos que deben ejercer este papel. Como tampoco de los asesores de comunicación, esos supuestos expertos y politólogos que pecan, en buena parte de los casos, de una parcialidad palmaria. Es verdad que hemos delegado en los primeros para que actúen con responsabilidad, pero el futuro también depende de que no nos retiremos a los cuarteles de invierno. De todo se aprende.

Superioridad moral

Superioridad moral

ILUSTRACIÓN | NANA PEZ

Una de las pocas imágenes que pude ver en televisión el domingo por la noche fue la salida del equipo de campaña de Feijoo, ataviado de blanco ibicenco, al balcón de la sede Génova. Tras casi dieciséis horas de jornada como apoderado en dos colegios electorales, y tras conocer los resultados, las únicas ganas que me quedaban eran para contemplar los rostros de quienes se creían vencedores desde hace meses. Me costó contener la risa al intentar seguirle el ritmo a González Pons, un superviviente del prepotente y corrupto PP valenciano, el mismo que fue el encargado de crucificar a RTVE por una entrevista en la que los periodistas ejercieron de lo único que se les pide: ser periodistas. Lo sigo un poco más que a otros porque me une que somos compañeros de la generación del 64, como Javier del Pino, Jorge Drexler, Pepa Bueno, Sandra Bullock o, sin ir más lejos, alguien que quizá les suene, Javier Lorente, el artista y colaborador de este diario.

Caras de póquer

Pues bien, como les decía, en esa aparición estelar de los primeros componentes del aparato popular dominaba el blanco nuclear, salpicado con algún gris marengo, aunque la nota del verdadero color en el desfile la puso Isabel Díaz Ayuso (no es para menos). Iba acompañada del pequeño alcalde de Madrid, con ese rojo comunidad y una fingida sorpresa cuando la aclamaban como lo que, más temprano que tarde, parece llamada a ser: aspirante a presidenta del Gobierno. El candidato a ocupar la Moncloa, también de blanco, trataba de esbozar un discurso sentido. Pero la procesión iba por dentro. Las caras de póquer, eso era lo que yo buscaba. Las caras de póquer.

Tengo que reconocerles que no sé de dónde sacan esa fortaleza quienes se dedican a la política del primer nivel para aguantar lo que aguantan. Defender con empeño una cosa y la contraria. Afirmar una decisión y desdecirse con el mismo temple a las pocas horas No quisiera ser yo una tripa suya. No les digo un corazón, o una simple emoción suya, y poder luego llegar a casa. Soltarme la camisa o la cremallera del vestido. Quedarme en pelota picada, con la desnudez frente al espejo e irme a la cama sin más.

Escrutar perfiles

Sé de lo que les hablo. Al menos de un nivel que nunca he traspasado, pero que me cuesta mucho reconocer como esa dimensión de la gente normal, la que duda, la que sufre y padece, la que se alegra y ríe también, la que pisa el suelo y no tiene una corte de falsos aduladores que dios los mantenga bien lejos.

El tiempo en un colegio electoral pasa muy rápido si vienen votantes. Si no es así, hay oportunidades para escrutar los perfiles de quienes no tienen problema en escoger sus papeletas ante la mirada indiscreta del público objetivo. Entonces llegan las sorpresas o las conclusiones del tipo de que uno debe ser ya viejo a ojos vista de esas jóvenes generaciones que escogen candidaturas del pasado como si transgredieran lo políticamente correcto. O quizá sí es por eso. Porque es lo más transgresor, lo antisistema, ante los argumentos que imponen esos adultos que se preocupan por eso del cambio climático, se empeñaron en vacunarnos y tenernos retenidos en casa y nos miran raros.

Complicarse la vida

Les confieso que esta ojeada trato de no dirigirla desde esa pretendida superioridad moral que algunos esgrimen para todo lo que les molesta. A la izquierda se le acusa de ejercerla cuando habla de la cultura, los derechos humanos, la solidaridad, la justicia o la ecología, mirando por encima del hombro. Estoy seguro de que algunos de ustedes quizá también lo hayan pensado al leer en algún momento estas columnas que, a lo largo de los años, han pretendido ser un mero reflejo de lo que acontece al cabo de la calle. Desde un lado, claro que sí, pero sin impartir doctrina. Si han pensado lanzar la acusación de ejercer esa superioridad moral a quien suscribe no se corten, háganlo. Les prometo que me lo haré ver. Sinceramente.

No les arriendo las ganancias, sin embargo, si persisten en el empeño de querer tropezar una y mil veces con los hábitos de complicarse la vida. De pretender dirigir la mirada y el esfuerzo en algo que es imposible de solucionar. Que el otro tenga que darse cuenta del error, porque siempre será a costa de creerse investido de un poder y de una razón que, a fin de cuentas, solo trae desolación y tristeza. Disfrutemos de estos días de asueto, con calor o, cosa rara, sin él, y recarguemos pilas para lo que está por llegar. Que siempre, lo queramos o no, será mejor y novedoso frente a lo que hayamos vivido.            

Caras de póquer

Caras de póquer

ILUSTRACIÓN | NANA PEZ

Declaración de principios: la derecha va ganando la batalla cultural. Esto es: el relato, el discurso, el elefante en la habitación. Derogar el sanchismo, que te vote Txapote, el caradura del Falcon, los que sacan de la cárcel a violadores, los antiespañoles, los que no quieren a cazadores y taurinos, los okupas, los que indultan, quienes abren las fronteras a los indeseables… ¿Alguien da más? Esto un día y otro, y otro, y otro. Un bombardeo contínuo vivido desde hace meses en la mayoría de los informativos, las redes sociales, memes, canales de WhatsApp, programas de entretenimiento, humoristas gráficos, tertulias…

Menudos cansinos, erre que erre. Discursos simples que lanzan un gancho de derecha directamente al hígado, sin pasar por la razón. Las vísceras han pasado a ser el centro de la discusión, del entendimiento, porque del debate, nada de nada. De la razón mejor tampoco hablamos, ¡uf!, qué molesta es, si hay que calentarse la cabeza. Me vale más la propaganda, que a esa no hay que aplicarle un filtro que valga. ¿Qué me mienten? Pues me da igual. Si yo soy el primero que practico las artimañas cuando me tapo los ojos para no reconocer la realidad o niego la mayor cuando me la ponen delante.

Derecho divino

Pues sí. De todo esto va lo del domingo. Lo de las elecciones que parecen ganadas de antemano por una persona que practica el cinismo, amparado por la polarización y el enfrentamiento. Que se cree lo de la democracia a medias, cuando le interesa, y siempre y cuando la sacrosanta derecha se alce con la victoria porque ésta siempre se ha creído que el poder, el gobierno y todo lo demás lo tiene reservado por derecho divino. Cuando los pierde por la soberbia y la corrupción asegura que se los han arrebatado de manera ilegítima, o cuando es incapaz de tejer lazos para alcanzar acuerdos acusa al contrario de vender sus principios. Claro, los suyos, porque las convicciones no tienen precio y, sobre todo, coste, ¿verdad? Puede defender una cosa y la contraria, sin despeinarse. Puede subir a un barco de un narcotraficante y negarlo. Mentir y, a la vez, acusar al oponente de falsear la realidad.

Lo del próximo domingo va, sobre todo, de no caer en el fatalismo y en la melancolía. De no resignarse ante lo que, aparentemente, está perdido de antemano. No, no, mis queridos amiguitos y amiguitas. Que no nos engañen. Que, como bien saben los taurinos, y quienes fuimos educados con refranes, “hasta el rabo, todo es toro”. El propio Instituto Cervantes nos recuerda que nada debe considerarse rematado hasta que no llegue su final. Por eso, no hay que confiarse sino estar preparado para alguna sorpresa o imprevisto, como el torero que piensa que el astado ya ha recibido bastante castigo cuando la verdad es que puede revolverse inesperadamente y darle una cornada. ¿Se imaginan la cara de póquer que se le quedaría a más de uno y a más una si no se cumplen sus expectativas? Pues yo sí. ¿Y sus lloros y lamentos? Que si debería de gobernar la lista más votada, que si no sería legítimo un nuevo gobierno del felón y la vicepresidenta. Que si patatín, que si patatán. 

Bombardeo de encuestas

Si en otras campañas las propuestas de medidas de gobierno eran las que parecían movilizar al personal, ahora son el bombardeo de las encuestas las que marcan el ritmo. Que si hoy he bajado tres diputados mientras que el contrario ha subido dos. Que si la derecha está a equis puntos de alcanzar la mayoría, que si gana, que si pierde… El objetivo no es otro que desmovilizar al personal, que cansar al respetable… mientras que por la puerta de atrás rascar voto tras voto. La estrategia es ruin, porque discute la esencia de la legitimidad democrática. Para ponerla en cuestión no hay límites. Si hay que sembrar la duda del voto por correo, pues se siembra. Si hay que inyectar la dosis de recuerdo del terrorismo etarra derrotado, pues se inyecta. Las víctimas y la dignidad son lo de menos. Cuando la derecha se pone, se pone a conciencia. No hay excusa que valga.

Lo que no vale, son los lamentos. Los quejíos de lo que puede venir acompañado con las papeletas que pretenden negar la realidad de los últimos años. De los avances sociales, laborales y derechos. De haber afrontado una pandemia desde una posición y no otra. De combatir la inflación con unas medidas que han pretendido paliar las consecuencias entre las personas más vulnerables. De mejorar los salarios, especialmente el mínimo para sobrevivir, o actualizar las pensiones de acuerdo a la subida del IPC. Quienes viven de una pensión o apoyan a los suyos gracias a ellas lo saben. Se trata de esto. No de las tripas. No se pierdan las caras de póquer de quienes se sienten ganadores. Voten y animen a los suyos. Aunque solo sea por el gusto de verlas el domingo por la noche.         

¿Qué hay de nuevo, viejo?

¿Qué hay de nuevo, viejo?

ILUSTRACIÓN | NANA PEZ

Quizá sea porque en unos días cumplo años y llego al final de una década. O porque me veo sentado en el sofá mientras pasa la vida. Quién sabe porque en el gimnasio me consuele ver a una octogenaria estirando en la barra. O tal vez porque ya en mi trabajo no sea el más joven y buena parte de las conversaciones tengan que ver con el período que resta de vida laboral. Acaso porque en la lista de Lo que no te puedes perder de Spotify no conozca a la mitad de las artistas o nunca me hayan atraído los videojuegos y me quedase en las máquinas de bolas. O la suma de todos estos elementos. El caso es que el tiempo cobra un nuevo sentido en la medida en que trato de vivir el presente sin permanecer anclado en el pasado ni estar en alerta ante el futuro.

Probablemente esa perspectiva explique de alguna manera el hecho de que tras las próximas elecciones podamos volver al pasado, sin pena ni gloria, y sin más razón aparente que la visceralidad de algo tan líquido o evanescente como un concepto asociado a un apellido. En realidad, no sé si puede servir de algo trazar una línea temporal entre la oscuridad y la luz para entender qué ha podido pasar entre un instante y otro. De lo que apenas cabe duda es que el género humano tropieza mil y una veces en la misma piedra, canto, china o guijarro. Y aquí paz y después gloria. No se trataría de un regreso sin más a una época remota sino a unas fórmulas de abordar la economía y los desafíos medioambientales ya conocidas. Aquellas que tienen que ver con dirigir el foco hacia el sálvese quien pueda. Y ya lo saben, en ese camino hay muchos que se quedan en los márgenes mientras que otros tratan de sobrevivir pagando un alto precio.

Repetir lo aprendido

Cuando nos empeñamos en mirar hacia atrás tenemos la oportunidad de hallar explicación a hechos que, hasta ahora, se habían sumado a la maleta que arrastramos sin apenas enterarnos. Aparece la tentación de repetir lo aprendido porque esa falsa seguridad nos permite creer que estamos en el camino correcto. No obstante, al final volvemos a caer en aquellos errores que, de manera cíclica, nos han impedido avanzar con un paso firme. Giramos sobre el mismo eje en el que se han sustentado, hasta entonces, nuestras convicciones. Y ello sin percibir que estamos otra vez en el mismo punto de partida. Nos conformamos en el autoengaño de haber caído en la cuenta de lo que hasta entonces no tenía razón de ser. Maldito error.

Creemos que son cosas de la edad, pero no es así. Lo fácil es achacar al valor del tiempo las razones de una parálisis en el campo de las convicciones, de los proyectos, de las utopías. Descalificamos a quien no coincide con esta visión del momento presente, del mundo, de sus conflictos y de todo lo que no sea conocido y encorsetado en lo aparentemente idóneo. El resto parece cosas de ilusos, con acusaciones hacia estos jóvenes del tipo de que no saben lo que vale un peine o de que lo han tenido todo muy fácil. Pero, sinceramente, si eso es así, ¿no habrá una gran parte de responsabilidad de todo ello que recaiga en quienes se atreven a lanzar imputaciones a diestro y siniestro?

Mantener el statu quo

No nos engañemos, ni queramos atribuir a cuestiones del calendario las diferencias vitales existentes entre quienes viven a gusto frente al riesgo de cambiar aquello que mantiene el statu quo de este mundo que parece ir al desastre. Hay jóvenes viejunos que parece que nacieron ya cansados, mientras que hay personas mayores que mantienen la frescura del primer día. De estas es el presente y el futuro. De los que no se resignan a enrocarse en lo conocido, en la falsa seguridad que ofrecen las posiciones autárquicas, temerosas de las nuevas identidades, de culturas diferentes, de las nuevas maneras de vivir con lo puesto, de la austeridad, de las nuevas formas familiares y, sobre todo, de quienes se deciden a ser pastores con olor a oveja. En definitiva, de poder responder a la pregunta que titula esta columna con aquello de que lo nuevo, viejo, está por llegar. Casi nada… y casi todo.

El valor de la palabra

El valor de la palabra

ILUSTRACIÓN | EVA VAN PASSEL GAMBÍN

Desconozco el hecho de si la próxima presidenta de Extremadura habrá podido dormir bien en la última semana. Los problemas de sueño son uno de los males que nos acechan en estos tiempos convulsos. El cuerpo es sabio y no entiende de atenuantes que valgan. Podemos estimularlo con productos que alguna vez funcionaron o tratar de sedarlo con relajantes varios, pero a las emociones no hay quien las detenga, ni en el mejor control dispuesto por la Benemérita. No hay quien les dé el alto sin que nuestro organismo sufra algún desajuste.

De ahí que María Guardiola, que así se llama la política extremeña, no sé si habrá podido conciliar el sueño después del espectáculo que ofreció tras jurar y perjurar que no dejaría entrar en su gobierno a quienes niegan la violencia de género o deshumanizan a los inmigrantes. Argumentos que repitió desde ese instante, y días más tarde, en su periplo por programas de televisión y entrevistas en radio y periódicos. Sólo ella sabe lo que habrá tenido que vivir hasta llegar al momento de la firma del acuerdo con los hasta entonces malos malísimos de Vox y afirmar que su palabra no es tan importante como el futuro de los extremeños. Madre mía. Por nadie pase.

Falsas seguridades

No entiendo qué demonios recorre el interior de determinadas personas que son capaces de afirmar con rotundidad una cosa y, unas horas después, defender lo contrario. Además, impertérritas, con la misma falsa seguridad para aseverar un argumento y su opuesto. ¿Tienen estómago para soportar los mensajes que sus tripas les deben estar enviando a su cerebro en esos momentos? No lo sé, la verdad. Solo me cabe considerar que, o se han sometido a una gastrectomía en toda regla o, cuando menos, a una cirugía bariátrica que en vez de reducir el buche para perder peso sirva para aminorar la vergüenza torera de un sonrojo en toda regla.

Los boomers fuimos educados en el valor de la palabra dada. Muchos recordamos a nuestros padres cuando afirmaban que un apretón de manos, un acuerdo verbal o una mirada directa a los ojos iba a misa y sellaba un pacto o un contrato. Esto es, que esas expresiones tenían igual o más fuerza que una firma en un papel. Es verdad que se le añadía, en ocasiones, una expresión sexista de que eso lo hacían los hombres que se vestían por los pies, pero siempre en el sentido del honor y la dignidad de que los que nos digan que van a cumplir sobre un determinado asunto, lo cumplan. Eso es la palabra dada… salvo causas de fuerza mayor, porque si estas se dieran siempre tratarían de solucionarlo o de hacerlo, cuando las circunstancias se lo permitiesen.

La política parece haberse convertido en una actividad donde está todo permitido. Donde no entran en juego los pareceres de otros ámbitos a la hora de establecer proposiciones

Ejemplo de lo que hablo, con la agravante de la firma incluida, lo vivimos hace dos años en la Región de Murcia cuando quienes suscribieron con su rúbrica una moción de censura -que se iba a protagonizar en el parlamento regional- se retractaron a las pocas horas. Bueno, algunas de ellas, ni a las pocas horas. Y aquí paz, y después gloria.

La política parece haberse convertido en una actividad donde está todo permitido. Donde no entran en juego los pareceres de otros ámbitos a la hora de establecer proposiciones. Se le atribuye al profesor Enrique Tierno Galván, histórico dirigente del Partido Socialista Popular (luego integrado en el PSOE), la frase de que las promesas electorales se hacen para no ser cumplidas. En realidad, lo que el entonces alcalde de Madrid le dijo a su vicealcalde Alonso Puerta (y así lo atestiguó éste) es lo siguiente: “Mire usted, Alonso, se dice que las promesas electorales se hacen para no ser cumplidas, pero yo le digo a usted que las que nosotros hicimos las cumpliremos”.

Sentir vergüenza

Por tanto, ya está bien de acogerse a una supuesta bula a la que parecen acudir personajes de esa calaña. No, no nos vale que traten de desprestigiar la política como el terreno en el que todo se permite, en el que se puede decir una cosa y la contraria sin consecuencia alguna. ¿Qué mensajes están transmitiendo con ello al resto de la sociedad? ¿Y a sus hijos? ¿O a los hijos de sus hijos?

Sinceramente, estoy seguro de que usted, como un servidor, si protagonizase situaciones como las que conocemos a diario, con promesas incumplidas, acuerdos no respetados, reiteradas mentiras y afirmaciones grandilocuentes que se desvanecen con los hechos de quienes las pronuncian, su reacción sería la de meterse en casa y no salir. La vergüenza que nos produciría incumplir la palabra dada sería la respuesta normal. Porque la mínima ética nos llevaría a reconocer que la mentira no tiene que ver con nosotros. Pues ahora, póngase a recordar aquellos casos y personas que conoce en los que no se produce esto y piense en sus estómagos.


La ilustración de Eva van Passel Gambín está basada en el juicio de Osiris. En la mitología egipcia, el alma de los difuntos pasa por un juicio antes de entrar al paraíso: su corazón, que representa sus buenas acciones, será pesado contra la pluma de la verdad, que representa los malos actos de la persona. Si la pluma pesa más que el corazón, implica que el difunto realizó más acciones inmorales que morales. Si, por el contrario, el corazón pesa más, para los egipcios esa persona fue buena en vida. Al parecer, para los egipcios las “malas hazañas” son cosas como mentir, la hipocresía o la incoherencia, más que ser “malo” en el sentido de hacer daño. El dios Anubis es el que tiene la cabeza de chacal, y Tot, el dios de la sabiduría (entre otras), el de la cabeza de ave.
Deshumaniza, que algo queda

Deshumaniza, que algo queda

ILUSTRACIÓN | NANA PEZ

Cuando Vox habla de los menas como un grupo de menores extranjeros a eliminar de nuestras ciudades y pueblos yo veo a Said, que llegó a Murcia en busca de un futuro y ahora es el responsable de una vivienda de acogida de Cáritas. Said recibe y acompaña a nuevos chavales que estudian y tratan de encontrar un empleo para enviar dinero a casa, a Marruecos, Argelia o Senegal. Veo a un ser humano que podría ser mi hijo y que, por el mero hecho de serlo, tiene dignidad y derechos, por lo menos a la vida, a una vivienda, a la educación y a un trabajo digno.

Despojar de humanidad

Cuando alguien de Vox se refiere a estos menores extranjeros no acompañados de una forma tan impersonal pretende despojarles de esa humanidad que toda persona posee de manera intrínseca. Cuando alguien alcanza un acuerdo político con Vox se embadurna de las mismas convicciones y odios que derrama este partido por doquier en sus discursos y proclamas. Por cierto, un partido que nace del seno de este que ahora lo necesita para recuperar alcaldías y gobiernos regionales.

Donde hay un ecologista Vox ve un ecolojeta. Donde hay una feminista, sea mujer u hombre, da igual, Vox ve una feminazi. Donde hay una ministra de Igualdad Vox solo ve una mujer objeto y sumisa al padre de sus hijos. Donde hay un criterio científico sobre la crisis climática, el uso de vacunas o la desigualdad social, Vox solo ve una nueva religión apoyada en la Agenda 2030.

En la columna de aciertos de quienes lanzan y difunden sus mensajes se encuentra el descontento que provoca la sinrazón de este sistema económico y social.

Eliminar al diferente, a quien se sale de lo que para Vox es la verdad y la naturaleza según sus designios, es el destino universal de quienes se sienten dueños de la razón y lo correcto. Quien le ríe las gracias, lo justifica o se apoya en sus políticas para alcanzar el poder al precio que sea es, cuando menos, cómplice de sus postulados. Todos sobramos. Todos vivimos en el engaño. No profesamos su religión, sus creencias, sus principios. Esto es fascismo. Sí, es fascismo, con todas las letras. Y quien descansa en Vox apuntala una manera de ver el mundo que excluye a quien no comulga con sus axiomas.

Robar la dignidad

En la columna de aciertos de quienes lanzan y difunden sus mensajes se encuentra el descontento que provoca la sinrazón de este sistema económico y social. Un enfado generalizado que dirige sus dardos hacia dianas que no cuestionan el sistema como tal. Es más, lo centran en el diferente: el extranjero, el rarito, los colectivos vulnerables, en la intelectualidad que genera rechazo o en quienes profesan una religión que no sea la mayoritaria (eso sí, siempre y cuando la mayoritaria no cuestione las injusticias). Para eso tienen a muchos predicadores en la COPE, telepredicadores y tertulianos por doquier. Y si les falta algún enemigo al que robarle la dignidad humana siempre les quedará Pedro Sánchez, como antes trataron de linchar a Zapatero o a Rubalcaba, incluso al propio Felipe González. De lo que se trata es de deshumanizar al rival, convertirlo en un muñeco de feria al que se le pueden lanzar todo tipo de bolas, y no de trapo, precisamente.

Invisibilizar al diferente

Ese proceso mediante el cual una persona o un grupo de personas pierde o es despojado de sus características humanas no solo está en manos de entidades como Vox. Quienes les jalean con mayor o menor intensidad las encontramos en muchas organizaciones empresariales, entre clérigos, corporaciones de derecho público y miembros de la judicatura, el Ejército o de las fuerzas y cuerpos de seguridad. Cuando estamos tomando un aperitivo en una terraza o paseamos por la calle y se cruza alguna persona reclamando unas monedas y no somos capaces de mirarle a los ojos estamos invisibilizándola. La convertimos, casi sin saberlo, en bultos que deambulan por la vida con la dignidad por los suelos. Las personas empobrecidas siempre han molestado un montón. Enturbian las conversaciones, nos recuerdan que el supuesto éxito en la vida es discrecional, pero es el triunfo para clasificar al personal entre quienes lo han logrado y los que no se lo merecen. Viva la aporofobia.

Desde el mismo instante en el que descalificamos a la persona diferente, a quien no concuerda con nuestros cánones de pensamiento, religión, visión del mundo o no sigue los colores de nuestro equipo de fútbol, estamos despojándole de las únicas vestimentas que no ha necesitado comprar en este mercado limitado en el que hemos convertido a nuestro mundo. Luchar contra la deshumanización o, mejor dicho, trabajar por la humanización, se convierte en una tarea a conquistar.

Perseguir los sueños

Perseguir los sueños

ILUSTRACIÓN | NANA PEZ

Creo que, hasta que me quede un atisbo de vida consciente, seré un culo de mal asiento. Permítanme esa expresión. Ya saben que aquí en el sur podemos mentar a los muertos de alguien y ese alguien interprete que es una expresión cariñosa, válgame el Señor, porque la intención de quien la formula es la de querer nuestro bien. Seguro que lo entienden. O cuando nos espetan esas expresiones que, para uno del norte, son insultos difícilmente soportables, mientras que los aborígenes interpretamos la ironía que destilan.

Pues bueno, volviendo al principio, insisto en que hasta que tenga entendimiento ejerceré una opción de compra de rebeldía y de insatisfacción ante lo que me rodea. Y aunque hablo en primera persona, estoy seguro de que usted se ha podido encontrar en esta misma disyuntiva, la vive en el momento presente o conoce bien a alguien que sea practicante de esta religión que tiene que ver con el inconformismo. Cuando menos, con esa sensación que aparece en el momento en el que menos se le espera para entablar un diálogo no verbal en el que se habla de todo, menos de seguir haciendo siempre lo mismo. De trabajar siempre en la misma actividad, repetir mecánicamente los mismos comportamientos o pedir el mismo postre en el restaurante.

Aciertos y errores

Recuerdo aquellos compañeros de instituto que presumían de una radicalidad extrema en sus posiciones políticas o de costumbres frente a quienes en esos momentos no cuadrábamos en sus esquemas mentales. En política nos acusaban de ser revisionistas o socialdemócratas (ríase usted de quien le increpe de ello hoy en día) y en costumbres y prácticas de ser beatos o meapilas. Lo que viene a ser un gazmoño o santurrón, como prefieran. Casi nada. Y todo porque no respondíamos a los cánones del momento. Resulta, sin embargo, que, tras el paso de los años, aquellos han acabado siendo como sus padres, más tradicionales que comer en casa de los suegros el domingo, celebrar los cumpleaños en el burger o defender a tu equipo de fútbol como si te fuera la vida en ello.

Con la perspectiva que ofrecen los años vividos, con los aciertos y errores, las equivocaciones y meteduras de pata, las expectativas no cumplidas o los proyectos inconclusos, podemos concluir en que mantener encendida la llama de la insatisfacción nos ha permitido, cuando menos, sentirnos vivos. No hablo de simple complacencia, ingrávida, porque eso es otra cosa. Hablo de experimentar que los sueños siempre están ahí. De rebeldía, de lucha, de estar despierto ante lo que toca vivir. De no caer en esa apatía que tanto abunda entre la gente y que, eso sí, malamente se combate a base de intentar saciar esa falta de ánimo con un menú de adicciones que abarca el consumo desmedido de bienes, hábitos, comportamientos y sustancias de todo tipo. Ahí sí que les doy la razón a quienes acusan de ser culicos de mal asiento al respetable que no se conforma con lo establecido.   

Invitación a la rebeldía

Por eso estoy dispuesto a invitarles a subir a una tarima y reclamar conmigo que nunca es tarde para perseguir los sueños. Todos los sueños. Desde aquellos que parecen grandilocuentes de otro mundo posible a los más locales que tienen que ver con el día a día. Desde viajar a lugares inhóspitos con la mirada abierta de quien no se cree salvador de nada a tratar de decir tonterías para provocar unas risas entre nuestros vecinos o compañeras de trabajo. A no conformarse con la idea de haber llegado al lugar que el destino nos tenía reservado, bien sea en las relaciones personales, a ese supuesto empleo que teníamos escrito en la frente desde niños o en esa vida monótona que general malestar. Y, sobre todo, les convoco a no hacerlo solos, porque para quienes tengan miedo a subirse a la escalera siempre hay alguien junto a ella que está dispuesto a mantenerla en equilibrio. Venga, anímense. No tengan miedo.         

Problemas de comunicación

Problemas de comunicación

ILUSTRACIÓN | NANA PEZ

Que, si no se cumplen las expectativas electorales, la razón está clara: todo se debe a problemas de comunicación. Que una pareja llega a la ruptura, pues ya se sabe qué tiene la culpa: los problemas de comunicación. Que en una organización afloran las tensiones entre la dirección y las personas subordinadas, entre la dirección misma o las propias subordinadas entre ellas, todo se debe a lo mismo: a los consabidos problemas de… comunicación. Faltaría más. Este argumento repetido como un mantra lo he oído en infinidad de ocasiones, convocatoria tras convocatoria, ruptura de noviazgos o matrimonios y crisis organizacionales en empresas, asociaciones o entidades de diverso signo.

Maldita tesis

Recurrir a esta explicación es una de las fórmulas más utilizadas cuando no se quiere analizar en serio las causas que provocan las derrotas en unos comicios, la separación entre quienes comparten durante un tiempo una relación afectiva o las desavenencias en una organización cualquiera. Maldita tesis a la que se abonan supuestos expertos en comunicación política, terapeutas de andar por casa o consultores, coach o entrenadores de lo ajeno. Esos gurús del análisis consiguen hilvanar al principio una serie de ideas que embaucan a las personas afectadas por los resultados de esas expectativas no cumplidas, de las quiebras relacionales en el mundo de los afectos o como miembros de la institución dañada. Las primeras veces parece que dan en el clavo a la hora de explicar las causas de que se trate. Pero cuando se repiten una y otra vez demuestran la pobreza del argumentario esgrimido. Ya les vale.

La excusa de presuntos problemas de comunicación que expliquen unos resultados electorales u otros esconde, a menudo, la falta de verdaderos liderazgos personales y programáticos

Las razones que explican este tipo de comportamientos vienen avaladas por una realidad que no se puede eludir. De una parte, por el bombardeo de mensajes que llegan desde todos los frentes. De otra, por los innumerables artilugios que nos hemos dotado para impedir una economía de la atención que facilite la absorción de hechos, noticias, conceptos, ideas y acontecimientos para su análisis sosegado y que permita colocar cada cosa en su sitio. La razón ha sido vencida, en buena medida, por la pasión, los mensajes simplistas, la fuerza de las emociones (especialmente aquellas que emergen desde las tripas) y los prejuicios convertidos en máximas que no escondan un escenario tal y como queremos verlo. Y entenderlo. El que nos anestesie y genere el mínimo conflicto posible.

Vayamos, sin embargo, a esas parcelas de lo concreto. La excusa de esos presuntos problemas de comunicación que expliquen unos resultados electorales u otros esconde, a menudo, la falta de verdaderos liderazgos personales y programáticos. Por encima de los análisis simplistas cargados de una supuesta superioridad moral que no se corresponden con los verdaderos problemas del común de los mortales quedan, sin embargo, la ausencia de análisis y la corrección de comportamientos que se repiten sin solución de continuidad. En el fondo, lo que se quiere eludir es un enfrentamiento directo con las carencias personales y partidarias que anidan entre quienes concurren a esos procesos. Lo cómodo es hacer siempre lo mismo, mantener los espacios de confort, frente a los desafíos que generan incertidumbre. Las personas valientes escasean en este ámbito de la política. Predominan, desgraciadamente, las cobardes, las hipócritas. Las que buscan acomodo.

Mantener la distancia

Es el mismo destino de quienes no se la juegan en sus relaciones personales. De las que prefieren mantenerse en la monotonía frente a trabajarse en la intimidad del silencio, de la escucha y de la mirada desde una cierta distancia que incomoda. Esgrimir las razones de esos problemas de comunicación en las relaciones interpersonales solo tendría razón de ser cuando alguna de las partes no quiera asumir las riendas de su vida. Al final, sin embargo, de lo que se trataría es de eludir o no los compromisos adquiridos, la palabra dada, el empeño conjunto en ampliar la mirada y la responsabilidad en un camino iniciado juntos.

Y qué decir a la hora de abordar lo que surge en el seno de las organizaciones. Más que de comunicación estaríamos hablando de abordar la asunción de tareas y cometidos para garantizar el bien común. Se trata de compartir objetivos, interiorizarlos y poner el empeño en el logro de medidas y actuaciones que lleven al puerto que se ha fijado la entidad en cuestión. Ahí entran de lleno los factores personales de cada quien y de cada cual, sin dejar a nadie al margen, y aunando voluntades para alcanzar el logro desde las expectativas puestas sobre la mesa. De unos intereses que no son excluyentes, sino que permiten adecuarse a los fines compartidos.

Por tanto, en todos esos supuestos, la comunicación vendrá como un elemento que se suma a los que ya surgen a cada instante. Es un factor que adiciona al resto de los que entran en el juego, ya sea electoral, afectivo o, simplemente, organizacional. Sin ir más lejos.     

Cuidado con el cuidado

Cuidado con el cuidado

ILUSTRACIÓN | NANA PEZ

Al igual que hace unos años la solidaridad lo inundaba todo ahora hablamos del cuidado como esa palabra mágica que todo lo envuelve. Un concepto que va más allá de las modas y que nuestro sistema es capaz de confundir y devaluar, como eso de la economía circular que escuchamos a menudo, una noción que pretende edulcorar a un sistema económico depredador y destructivo de personas, pueblos y ecosistemas de diverso signo.

Suena ya casi pedante afirmar que uno de los grandes efectos que nos mostró la pandemia fue la fragilidad, la vulnerabilidad del ser humano. Sobre todo, de aquellas personas que se vieron más involucradas en la dimensión de la salud y en lo que la rodeaba: las de los ámbitos sanitarios, educativos y de la acción social. De ahí que hablar de cuidado entre muchas de esas personas cansadas es hacerlo sobre su extenuación laboral ante las cuales no hay respuesta de cuidado sino solo unas palabras convertidas en una moda pasajera.

Cansadas del golpecito en la espalda

Esas gentes, como otras de los sectores esenciales, están hartas del cuidado del que les hablan, porque sienten que están en permanente estado de descuido. Están cansadas del golpecito en la espalda o del recuerdo del aplauso y el Resistiré, mientras que no ven mejoradas sus condiciones laborales. O qué decir tiene, si no se garantiza la sanidad pública y universal para todas las personas. Pero de verdad.

El cuidado se presenta, como reconoce el profesor de Ética, Luis Aranguren, como un Pepito Grillo en la base de un estado de bienestar que se niega a ser desmantelado, y se aleja de un voluntarismo emotivista que se mueve con aquello del “no te preocupes, que todo va salir bien”, como estamos acostumbrados a escuchar en películas y series. Hablar del cuidado lo tenemos que hacer, sin embargo, en medio del contexto de una humanidad en crisis, herida, en el que se han sobrepasado los límites del crecimiento. Cuanto antes nos demos cuenta de ello antes podremos hacerle frente. Por mucho que pretendamos mirar hacia otro lado. Nuestro bienestar se sustenta en haber esquilmado al planeta de sus recursos naturales.

Cuidar o perecer

La alternativa, por tanto, es un cuidado que surge como paradigma gobernado por la razón cordial y que siente, abierta al largo plazo y asentada en la interdependencia y la ecodependencia, como asegura Aranguren, que son unas claves antropológicas y espirituales. “O cuidamos o perecemos como especie humana”, afirma Leonardo Boff. Un cuidado que es una protesta contra toda forma de dominio, control o abuso entre personas o de las personas y la naturaleza. Y promotor de una cultura donde el respeto, el reconocimiento y la confianza se ejercen con esmero.

Qué decir también de poner el cuidado en el centro de las organizaciones, incluidas las religiosas. Un cuidado que abre grietas en unas estructuras cada vez más oxidadas. No tenemos que irnos muy lejos. Desde el lugar más cercano, nuestras familias, a las instituciones educativas, políticas o económicas en las que la persona no suele ocupar el centro de las preocupaciones. Organizaciones que deben de estar atravesadas por la participación (donde se detecta lo común y aleja a los controladores), la colaboración (con un propósito compartido de modo horizontal y circular) y el dinamismo (con apertura a la evolución en el que la persona esté por encima de resultados).

En el centro del debate

En este descubrimiento de diferentes dimensiones del cuidado, tal y como expresa el profesor Aranguren, hay un aspecto que llama poderosamente la atención. No es otro que el de que, probablemente, se llega al cuidado desde la experiencia del descuido con uno mismo (de eso hablaremos en otro momento), con los demás y con el planeta. De ahí que cuidado y justicia se entremezclen en una dimensión de la ética que no es contradictoria, sino que persiguen un objetivo que no es otro que el de la humanización de nuestro mundo.

El concepto del cuidado (o el más amplio, de los cuidados), por tanto, está ya ocupando el centro de los debates sobre el presente y el futuro de la humanidad. Permanecer atentos a que el sistema no lo engulla y lo mercantilice, como lo hizo con la solidaridad, es uno de los grandes retos que tenemos por delante. El cuidado transforma, moviliza. Es disruptivo con el orden vigente. Bienvenido sea.


Una visión más amplia de esta dimensión del cuidado la podemos encontrar en el Tema del Mes de junio 2023 de la revista www.noticiasobreras.es, escrita por Luis Aranguren Gonzalo sobre «El cuidado que transforma y compromete»

Aprender de la ira

Aprender de la ira

ILUSTRACIÓN | NANA PEZ

Mentiría si les dijera que no me afectó la pasada campaña electoral. Por bronca y por no aterrizar en los verdaderos asuntos que afectan a las ciudades y regiones. Ni qué decir los resultados en determinados municipios y comunidades autónomas. Ya les confesé hace un par de semanas que me sentía extraño en medio de este espectáculo político en el que vivimos desde hace unos meses. Que no somos tontos, oiga. Por diversas razones que no vienen al caso intuía que este ciclo iba a pasar factura a la gestión de ayuntamientos y gobiernos autonómicos por los que siento una especial sintonía. Pero eso sí, de las noches electorales ya descubrí hace tiempo (como de cualquier dimensión de la vida) que las enseñanzas que debemos aprender tienen que ver con lo que uno ha hecho. Y que hay que hacerlo con la valentía necesaria para reconocer cuanto antes dónde están los errores con el fin de tratar de enmendarlos. De ello de nada sirve esconder la cabeza o esparcir responsabilidades a diestra (las habituales) y siniestra (las menos).  

Respuesta primaria

De las muchas lecciones que podemos aprender de las circunstancias adversas hay una que me cuesta especialmente gestionar. Es la que tiene que ver con esa sensación interna de molestia, enojo, irritabilidad, fastidio o indignación a causa de la sensación que provoca una situación de desprecio u ofensa. También de injusticia o contrariedad ante una expectativa no cumplida. Hablo de la rabia como emoción que emana de una forma visible de nuestro ser, como expresión de que algo no estamos gestionando de manera adecuada. Es ese mecanismo de respuesta primaria que poseemos los seres humanos como reacción al desprecio individual o colectivo ante un hecho que, aparentemente, no tiene por qué llevar aparejada una réplica que resulte satisfactoria.

No me negarán el hecho de que cuando experimentamos esa emoción nos encontramos a pie de pista, en primera línea de una carrera a punto de comenzar. El punto de mira lo tenemos activado hacia una meta con el fin de restablecer un territorio que consideramos perdido de antemano gracias a la fuerza y a una resistencia envidiable.

Cauces desbordados

En ese camino de restitución de lo extraviado o lo dejado escapar se configuran una serie de respuestas a esa emoción frente a las que podemos situarnos de desigual forma: no expresarla nunca, hacerlo habitualmente o ejercer un control sobre ella. En este último caso, decidir si se muestra o no. De esa tríada de reacciones, la primera es, a mi juicio, la peor. Es la que vivimos a diario cuando nos reprimimos de tal manera que nuestro cuerpo nos pasa factura cual acreedor cansado del engaño de la persona mal pagadora.

Hay que saber pisar el freno y el embrague, cambiar de marcha y mantener el pie en el acelerador para presionarlo cuando el momento lo permita se convierte en la mejor práctica de supervivencia en los recorridos vitales.

La energía que se moviliza no encuentra vía alguna de canalización. Es lo que sucede con esas ramblas invadidas por la construcción en nuestras ciudades que, cuando llegan unas simples lluvias, no hay conductor atrevido que las cruce. Pues aquí nos enfrentamos a esos desbordamientos de cauces sentimentales que arrasan con todo lo que se les pone por delante. Esa supresión nos permite, de manera aparente, llevar una vida considerada como normal, pero las consecuencias están ahí y las conocemos bien.

Equilibrio necesario

Bien es verdad que expresar de manera habitual la ira, por el contrario, resulta más que saludable para el organismo, pero, a nivel social, las repercusiones son negativas en las relaciones de la persona. El equilibrio es necesario porque una expresión desmedida de esa rabia puede conducirnos a la toxicidad y a derramar, por tanto, toda esa bilis generada en el ámbito de los intercambios sociales, y por ende, humanos. De ahí que el control de esta emoción aporta la madurez y las vitaminas necesarias para gestionar el alimento que nuestro cuerpo precisa para afrontar cualquier circunstancia que se nos presente. La vida no es una línea continua, por mucho que nos empeñemos, sino que en el trayecto aparecen continuos cambios de rasante, intersecciones, líneas continuas y pasos de cebra. Saber pisar el freno y el embrague, cambiar de marcha y mantener el pie en el acelerador para presionarlo cuando el momento lo permita se convierte en la mejor práctica de supervivencia en los recorridos vitales.

La noche que besé a Gala

La noche que besé a Gala

Fue un miércoles y el escenario no podía ser otro mejor que la Puerta del Sol madrileña. Frente al edificio que ahora ocupa la futura candidata de la derecha española se ubicaba un escenario de la Plataforma Cívica por la Salida de la España de la OTAN. Desde los balcones del hotel París, en la parte oriental de la plaza, podía verse a los dirigentes de la Coordinadora Estatal de Organizaciones Pacifistas (CEOP). Ambas entidades fueron las que aglutinaron los deseos de paz y distensión que anidaba en los miles de personas que esa anoche acudimos a celebrar el triunfo del no a permanecer en la Alianza Atlántica. Mientras conocíamos los resultados bebíamos sin control aquellas botellas de champaña barato que descorchábamos sin adivinar lo que nos venía encima. O más bien sin querer llegar a creer lo que intuíamos. 

Esa mañana yo había votado en un colegio público del barrio de Usera. La conversación de dos mujeres mayores que iban delante de mí ya aventuraba lo que iba a ocurrir. Citaban las palabras de la entonces líder de las tardes de la radio española, Encarna Sánchez, quien cuestionaba a los supuestos españoles que no quieren la protección militar de los Estados Unidos y sin embargo estaban encantados con las hamburguesas y las coca colas. Ay, Dios mío, que el mensaje ha calado, pensaba yo antes de depositar la papeleta. Entre las homilías de Directamente Encarna y la entrevista de esa semana a Felipe González en la que se preguntaba quién iba a gestionar una posible victoria del no para abandonar la OTAN, las cartas estaban sobre la mesa.

Por cierto, en esa campaña la derecha de entonces, como la de ahora, demostró su falta de sentido de Estado y de convicciones pidiendo la abstención en el referéndum. Es que ni el Manuel Fraga de entonces, ni los José María Aznar, Mariano Rajoy o Pablo Casado que sucedieron al exministro franquista -y no digamos el Núñez Feijoo de ahora- han sido capaces de tener una mirada de altura ya sea frente al fin del terrorismo etarra, la crisis de 2008, el debate territorial del independentismo o la pandemia. En la Alianza Popular de entonces, como en el actual PP, siempre ha primado el más puro interés electoralista y destructivo del adversario político, cuyo origen está en la creencia de que el poder y el gobierno siempre están reservados por derecho divino para la derecha. En ese contexto, la derecha española no era consecuente con sus postulados, y todo con tal de hacer daño a Felipe González y al PSOE de la época. 

Imagen tomada de la web de ABC.

Pero volvamos a esa noche del 12 de marzo de 1986. Quienes habíamos formado parte del movimiento anti-OTAN no queríamos escuchar los resultados del voto por comunidades autónomas, a excepción de los de Canarias, el País Vasco, Cataluña y Navarra. En ellas ganaba el no, y la euforia iba acompañada de la apertura de más botellas de champaña barato. Mientras tanto, en las restantes, los resultados se decantaban por el voto afirmativo promovido por el Ejecutivo socialista con aquellas tres consideraciones para seguir en la Alianza: la no incorporación a la estructura militar integrada; la prohibición de instalar, almacenar o introducir armas nucleares, y la reducción progresiva de la presencia militar de los Estados Unidos en España. Casi nada. Éramos muy jóvenes e ingenuos. Como ahora. Recuerdo que me dirigí a una de las cabinas telefónicas de la plaza y llamé a casa, a Yecla. Había ganado el no por un escaso margen de votos. Nueva botella y nuevos brindis.  

Y en esas que un grupo de fotógrafos y de cámaras de televisión se arremolinan en torno a un grupo de personas que mantenían la sonrisa pese a la desolación que se avecinaba. Entre aquellos rostros iluminados por los flases y los focos estaba Antonio Gala. Era el portavoz de la Plataforma Cívica. Y allí que me dirigí desinhibido por el nivel etílico causado por aquella bebida espumosa que hasta entonces solo probaba en la Nochevieja. 

Don Antonio, don Antonio, suba el ánimo que estamos muy orgullosos de usted, le espeté al insigne intelectual comprometido con el pacifismo. Creo, sinceramente, que no salió de su asombro cuando le estampé un par de besos en sus mejillas en señal de reconocimiento y cariño. Unos besos que siempre he mantenido vivos en el recuerdo de una noche en la que nos dimos de bruces con la realidad. Como a la que en más ocasiones nos hemos enfrentado en esta larga noche neoliberal que atravesamos. Don Antonio, descanse en paz. 

Las peores heridas

Las peores heridas

Imagen de Leopictures en Pixabay

Durante mucho tiempo creí acerca de la existencia de personas, contextos, situaciones o elementos externos al ser humano como los causantes de casi todo lo que nos sucede. Si naces en el seno de una familia determinada, sus ancestros -que son los tuyos- arrastran tras de sí una serie de vivencias que llevan de manera inexorable aparejada una manera de hacer y sentir de la que apenas te puedes escapar. La creencia en que esas personas o esos contextos son determinantes a la hora de explicar tus comportamientos te facilitan esa sensación de impunidad a la hora de pensar de por qué uno hace las cosas como las hace. Esto es, de una manera inconsciente. Y ese atolondramiento te relaja, te permite respirar sin agobios y comportarte de una manera en la que, engañosamente, te sientes libre.

Hilo fino al victimismo

No me negarán que esto no les suena. De aquí al victimismo hay un hilo muy fino, y es el que a los idiotas les facilita el terreno para comportarse en la vida como si nada les fuera exigible. Es decir, el hecho de carecer del menor sentido de la responsabilidad de lo que pasa a su alrededor tratan de paliarlo buscando siempre la excusa de que no son responsables de nada. Tenga ese cometido que ver con el medio ambiente, la política, la economía o los comportamientos cotidianos. Nos referimos al trecho que apenas alcanzan en cualquier comportamiento y es el que para otras personas marca la frontera del compromiso y la mala conciencia o el sentido extremo de la autoría del aspecto que sea.

Conozco a muchas personas a las que les cuesta sobremanera abandonar ese espacio de dolor. Si uno no es capaz de reconocer esa parte de la realidad difícilmente pondrá los medios para sanar esas heridas.

Ese último lugar es en el que existe un verdadero peligro de caer una y otra vez. Es el espacio en el que tropezamos una y mil veces quienes fuimos educados en la búsqueda de una identidad ocultada por las circunstancias. Es el terreno habitado entre una y otra posición en la vida. No es un término medio, desgraciadamente, porque si así lo fuera creceríamos en su cauce sin sentido de culpa. Todo lo contrario. Es un maldito extremo en el que todo lo hacemos nuestro. Es la periferia en la que siempre estamos en alerta, en la que no nos permitimos el más mínimo error. Es el flanco débil sobre el que recaen todas las expectativas del mundo mundial. Las reales y las que convertimos en un escenario de confusión que nos lleva, de manera indisoluble, a sentirnos fuera de la realidad.

15 Peores heridas
Ilustración | EVA VAN PASSEL GAMBÍN
Camino a la autoagresión

Conozco a muchas personas a las que les cuesta sobremanera abandonar ese espacio de dolor. En primer lugar, porque no son conscientes de hallarse en un oscuro rincón que solo conduce a la autoagresión. Si uno no es capaz de reconocer esa parte de la realidad difícilmente pondrá los medios para sanar esas heridas. De ahí que sea complicada combatir la infección de esas magulladuras, porque es entrar de lleno en unas grietas de las que no somos conscientes. Cuesta mucho identificarse, por otra parte, como el principal arquero de esas flechas que tenemos repartidas por el cuerpo, por esas saetas lanzadas sin destino fijo, de manera aparente, pero que más pronto que tarde asoman clavadas en la piel y que explican el dolor sentido.

Hay una cuestión clave en este tipo de heridas. Es que no somos conscientes de ellas. Bueno, en realidad, sus efectos los padecemos de mil y una maneras: ansiedades, depresiones, apatías, insomnios, angustias, adicciones de diverso signo, estreñimientos varios, malestar general, dolor de cabeza… A veces tenemos suerte, o no se sabe bien qué astros o entes se conjuran, y aparece en mitad de la vida, como un regalo, esa persona que es capaz de conectar desde el primer instante con tu psique y te ayuda a romper ese maldito juego autodestructivo. Si no es así, no hay antidepresivo, laxante o analgésico que valgan si antes no se descubren las claves que explican esas agresiones que nos causamos desde no se sabe cuándo… aunque revelemos el porqué. En otras ocasiones, por el contrario, el destino parece habernos jugado una mala pasada y nos mantiene en ese estadio de sufrimiento que no lleva a parte alguna.

Derecho a la felicidad

Pero llegado el instante de la consciencia, que no es otro que el del conocimiento de la propia existencia, las riendas de la vida ya no pueden estar en manos de nadie más que de la propia persona. Por salud, por derecho a la felicidad, por la fuerza que el ser humano posee frente al propio ser que quiere llevarle al fracaso. No, queridas heridas, háganse a un lado porque ha llegado el tiempo de la sanación.        

No somos tontos

No somos tontos

ILUSTRACIÓN | NANA PEZ

Me siento raro. El momento presente es otro después de casi quince años de haber formado parte de los dispositivos comunes en las campañas electorales. Eran semanas vividas con intensidad e incertidumbre, de escrutar las encuestas y las tendencias de voto, de revisar los lemas, eslóganes, cuñas de radio y spot de televisión, analizar tendencias en redes sociales, la respuesta en mítines o mercados y programar agendas del día a día de candidatos y encuentros sectoriales. La tensión que nace del conflicto en la confección de listas, la planificación de estrategias y el diseño de acciones comunicativas que traen, al fin y a la postre, unos resultados u otros, ha dado paso a sentirme un espectador más del teatro partidista en el que se desarrolla esta parte de la política.

Visión amplia

Al estar ubicado en otro espacio y en otra parte, la de la ciudadanía, el lugar del común de las personas, la visión se amplía hasta el punto de comprobar que la realidad ofrece otra mirada distinta a la de quienes se hayan embarcados en esa operación –muchas veces enloquecida- de caza y captura para arañar votos y quitárselos al rival. Es la mirada del público que cada día trata de entender lo que está pasando, que trabaja y descansa, ríe y llora, disfruta y sufre una y mil veces. Porque de eso se trata, de construir una existencia repleta de matices, de ilusiones y esperanzas, de hacer frente a las adversidades que se presentan de muy diversas formas. De ejercer un derecho a elegir a quienes nos representan en municipios y comunidades autónomas, instituciones creadas para el bien común. Y reclamar que se nos tome en serio.

Hay personas que se creen muy listas. En realidad, son pillas, ya que parten de la base de que la ciudadanía es tonta. Que juegan con la ingenuidad o la bondad innata del ser humano para tratar de alcanzar objetivos innobles. El engaño, la mentira, la falsedad, la trampa o las artimañas no entran en este juego. Porque sí, nos jugamos mucho en cualquier proceso electoral. Máxime en el que tenemos a la vuelta de la esquina, que afecta a los gobiernos de trece de las diecisiete comunidades autónomas y a más de ocho mil ayuntamientos repartidos por toda la geografía nacional. Nos referimos a la política institucional más cercana a la gente, la que decide políticas con las que las familias puedan disfrutar de un nivel de vida digno y servicios públicos de calidad. Que permita luchar contra la desigualdad y el empobrecimiento desde la centralidad del trabajo decente, así como conseguir una educación y una formación pública de calidad.

Lugares habitables

Hablamos de contar con las aportaciones en todos los ámbitos de desarrollo (investigación tecnología, educación, sanidad…) para crear una sociedad más ética y comprometida, al igual que hacer posibles políticas que reviertan la situación de la España vaciada y desarrollar las medidas legislativas aprobadas que faciliten los derechos y la inclusión social de las personas y colectivos más vulnerables. Como hacer de nuestras ciudades y pueblos lugares habitables para las personas, cuidando el medio ambiente y la casa común.

Y para todo ello contamos con muchas pequeñas personas que, con pequeñas decisiones, con pequeños gestos de gratuidad y entrega al servicio público, hacen cosas muy grandes. Son esas concejalas, esos concejales, diputados y parlamentarias que se toman en serio su trabajo, por el bien común, frente a quienes solo lo hacen por intereses ocultos de minorías privilegiadas que buscan el beneficio propio. Y no solo ellas, porque en este empeño debemos estar todos y todas, allí donde vivamos. Con el fondo de nuestros barrios, pueblos y ciudades.

Promesas vacías

Por eso comprenderán que, cuando hay quienes quieren convertir la política en un espectáculo con la descalificación, el insulto y la crispación, les lancemos una serie de preguntas: ¿No tenéis nada mejor que hacer? ¿Es que vuestro mejor proyecto solo pasa por culpar a los otros de lo que hacen? ¿Es que no os dais cuenta de que las ocurrencias de última hora o las promesas vacías de contenido son la muestra de la poca seriedad que le dais a la política? En definitiva, ¿es que os habéis creído que somos tontos? Pues no. Pasen de largo.

Silencio de un reloj de arena

Silencio de un reloj de arena

ILUSTRACIÓN | NANA PEZ

Acaban de regalarme un reloj de arena. Sí, amiguitos y amiguitas, un reloj de arena es ese instrumento mecánico que sirve para medir un determinado período de tiempo. Tiene dos receptáculos de vidrio conectados entre sí permitiendo el flujo de arena desde el situado en la parte superior al de la inferior. A quienes no lo hayan visto en vivo y en directo les remito a esos dibujitos que aparecen girando sobre sí mismos cuando en ocasiones cambiamos de pantalla en un ordenador personal o intentamos arrancar una aplicación. Los hay de diferentes tamaños y, por tanto, de cantidad de arena que pasa de un lugar a otro, lo que permite delimitar claramente el principio y el final del periodo de tiempo en el que se requiere concentración.

Paso del tiempo

Desconozco la intencionalidad profunda que anidaba en quien me ofreció el obsequio, porque el tiempo de duración del que desde hace unos días está sobre mi mesa de trabajo es de quince minutos. Ni más… ni menos. Un espacio suficiente para que la vista se me nuble si quiero seguir el ritmo con el que esos granos de arena se derraman desde el cubículo de arriba al de abajo. La donante me ha confesado que era una invitación a ser consciente de la realidad, a reconocer el paso del tiempo y a valorar el silencio. Sí, como suena. La paz, el sosiego o la tranquilidad, esos instrumentos imperceptibles y tan repletos de valor. Esos lujosos instantes que a menudo anhelamos pero que, en buena parte de las ocasiones, eludimos porque nos ponen en un brete. Menudo despropósito.

Guardar silencio en estos tiempos convulsos y de polarización no es un hábito que goce de gran predicamento

No es más verdad que esa sentencia atribuida a Aristóteles de que uno es dueño de sus silencios y esclavo de sus palabras, en cuanto que nos sitúa en una posición de control de situaciones y, sobre todo, de las emociones que se disparan en multitud de momentos. Porque en innumerables circunstancias tendríamos que habernos mordido la lengua antes que destapar nuestras cartas. Pero guardar silencio, máxime en estos momentos de convulsiones políticas y sociales, no es un hábito que goce de gran predicamento. Todo lo contrario. Cuanto más ocurrente sea una respuesta ante una situación de enfrentamiento o debate quien ejerce ese papel dominante parece ganar más terreno. Lamentablemente es así, pero el precio que a menudo hay que pagar es muy alto.

Menudo dilema

Una amiga me confesaba hace unos días que en el silencio de una capilla que permanece abierta día y noche había encontrado un poco de sosiego ante lo que bullía en su interior. Toda su vida ha girado en estar ahí, siempre dispuesta para resolver los problemas de los demás, fueran sus hermanos, sus padres, sus hijos o el resto del mundo mundial. ¿Y a mí cuándo me toca?, se interrogaba. ¿Por qué no ha encontrado antes un lugar para mirarse a sí misma y disponer de la posibilidad, incluso, de equivocarse en su camino? Menudo dilema, con el agravante de que había sido educada en la creencia de que si se preocupaba de ella misma era una egoísta y contravenía los designios de no se sabe bien qué ser superior que nos juzgaba por ello. Esas disyuntivas morales, en las que la culpa aparecía cuando menos la esperaban, le había acompañado toda su vida.

Hombres grises

Esa niña había querido ser un día un hombre cuando su padre la había interrogado sobre su futuro. Un varón para no tener que hacerse cargo de sus hermanos pequeños y compartir habitación sin tener que avergonzarse por ello. Y además, en ese tercer grado al que la sometió su progenitor manifestó su deseo de poder convertirse en vagabundo con el fin de saborear lo que supone no depender de nadie ni de las circunstancias que la atenazaban a diario. Estoy seguro de que, sin saberlo de antemano, querría haber sido Momo, la protagonista de la novela de Michael Ende, que solo con escuchar conseguía que todos se sintieran mejor. Tampoco se dejaría engañar por la promesa de los hombres grises de que ahorrar tiempo es lo mejor que se puede hacer, lo que provocaba que, poco a poco, nadie tuviese tiempo ni para jugar con los niños.    

No me extraña que el silencio se haya convertido en el período más nutritivo de su existencia. De la suya y de la nuestra. Un territorio en el que reencontrarse con esas voces apagadas durante tantas estaciones atravesadas por relojes de arena.

A imagen y semejanza

A imagen y semejanza

ILUSTRACIÓN | NANA PEZ

Han pasado ya más de tres décadas desde que en nuestra boda escuchásemos uno de los bellos poemas de Khalil Gibran recogidos en El Profeta (1923). Eran tiempos de unión entre el amor espiritual de raíz cristiana con el misticismo sufí o el judaísmo, y sentíamos una plena identificación con esa manera de entender el camino que la vida nos tenía preparado. En este caso, Del matrimonio, ofrecía una mirada que encajaba con el incipiente proyecto vital: “Amaos uno a otro, más no hagáis del amor una prisión” o esas estrofas finales que invitaban a permanecer unidos, “mas no demasiado juntos:/ porque los pilares sostienen el templo, pero están separados. / Y ni el roble ni el ciprés crecen el uno a la sombra del otro”.

Tus hijos no son tus hijos

Unos años después volvimos a este poeta libanés, cristiano maronita, con otro de los poemas dialogados por ese profeta que unos años antes de su muerte abandona el pueblo que lo ha acogido y sus moradores le piden que reflexione sobre diversos temas. Todos ellos, sumados en conjunto, componen ese texto que merece la pena volver a leer. De los hijos ha sido el poema que, casi sin pretenderlo de manera consciente, ha guiado la educación de nuestra descendencia. Comienza con esa potente afirmación de que “Vuestros hijos no son vuestros hijos. / Son los hijos y las hijas del anhelo de la Vida, / ansiosa por perpetuarse”. Y desde el principio, por mucho que te empeñes, es así. En mi caso, tras sentirme golpeado doblemente por la muerte en un corto espacio de tiempo.

Estoy seguro de que cada padre, cada madre, en la soledad del silencio interior, es capaz de reconocer que, aunque estén a nuestro lado, no nos pertenecen. Ni cuando proyectamos en ellos, en ellas, todo aquello que un día quisimos ser y no fuimos capaces de afrontar de cara, con valentía. Cuando nos damos cuenta de que las intenciones -mejor dicho, las expectativas- eran erróneas, porque estaban sustentadas en un deseo inalcanzable. Khalil Gibran nos dice que “podéis darles vuestro amor; no vuestros pensamientos:/ porque ellos tienen sus propios pensamientos. / Podéis albergar sus cuerpos; no sus almas:/ porque sus almas habitan en la casa del futuro, / cerrada para vosotros, cerrada incluso para vuestros sueños.” / Faltaría más. Por mucho que ese chantaje emocional que hemos sufrido la generación del baby boom y siguientes nos salga por los poros y, acaso de manera automática e inconsciente, hayamos incurrido en prolongar el maldito hábito que pretende controlar la existencia de nuestra prole.

Plantar cara

La vida no retrocede ni se detiene en el ayer. Cuánto tiempo y vida ganaríamos si llegásemos a comprender que esto es así. No estaríamos paralizados con la mirada atrás, a la espera de que suceda algo que ya está aquí. Porque resulta muy común eludir nuestras propias responsabilidades a causa del miedo y la culpa, esas dos amigas y aliadas que forman un tándem para hacernos la existencia más difícil todavía. El primero es capaz de sojuzgar la voluntad del más pintado. El miedo paraliza, provoca el caos existencial, somete y avasalla ante cualquier atisbo de libertad, de autonomía. Y lo hace frente al que ostenta el poder en cualquier faceta de la vida. De ahí que plantar cara a quien nos provoca temor -que muchas veces somos nosotros mismos- sea el primer paso para la libertad.    

La segunda, la culpa, es la hija perfecta del chantaje emocional. Es aquella dimensión que provoca ansiedad, angustia y un malestar que se derrama por el cuerpo, la mente y el propio hábitat. En ocasiones, nuestros progenitores -seguro que muchas veces de manera inconsciente- nos la han inoculado. Somos herederos de esa manera de actuar y, en determinados momentos, caemos en la trampa de intentar perpetuarla. No olvidemos que es un síntoma de la pandemia de mediocridad e infantilismo que pulula por el mundo. Muchos son quienes pretenden contagiar de miedo y culpa las relaciones humanas. Con esa pareja de hábitos se sienten poderosos y se permiten juzgar la conducta del respetable, mientras que eluden la mirada de su yo más profundo.

Flechas vivientes

De ahí la exhortación a ser “el arco desde el que vuestros hijos son disparados como flechas vivientes hacia lo lejos”. Así concluye Khalil Gibran esas reflexiones sobre la estirpe: “Dejad que vuestra tensión en manos del arquero se moldee alegremente. / Porque así como Él ama la flecha que vuela, / así ama también el arco que se tensa”. El reto está en querer mantener vivo el arco sin esperar nada a cambio.