Contra la indiferencia ante las muertes en el trabajo

Contra la indiferencia ante las muertes en el trabajo

ILUSTRACIÓN | NANA PEZ

Algo falla en nuestra sociedad cuando somos capaces de conmovernos por la muerte de nuestro perro o nuestro gato, o hasta incluso dedicar un día de luto oficial en un municipio por el asesinato de un can, pero apenas nos afectan los fallecimientos en el lugar de trabajo o camino al curro. Válgame el Señor que sé lo que se siente ante la muerte de un animal querido, pero también conozco en primera persona el dolor y la tragedia que acarrean un accidente laboral. Cuando menos, la quiebra de un proyecto de vida, amén de un camino repleto de obstáculos burocráticos, entre Inspección de Trabajo, mutuas, Seguridad Social y juzgados.

Frías estadísticas

La plataforma Iglesia por el Trabajo Decente ha puesto el dedo en la llaga al presentar los datos que apuntan a que en el año 2022 se produjeron en España 1.196.425 accidentes laborales, 631.724 causaron baja, y de ellas, 4.714 fueron consideradas graves y 826 mortales. Estos datos sólo reflejan una parte de la siniestralidad laboral en nuestro país, pues lo que aquí no se recoge es lo que sucede a quienes se encuentran en la economía sumergida, ni de quienes trabajan sin contrato o se les paga en negro, ni a quienes no se les ha diagnosticado una enfermedad laboral porque no se especifica su origen, o sus patologías no son reconocidas como tales o los profesionales desconocen los procedimientos para calificarla como laboral. De ahí que se pueda afirmar que esta situación es más grave que lo que nos dicen las estadísticas, y más aún si extendemos nuestra mirada al mundo donde se calcula que en el año 2020 murieron 2,7 millones de personas por accidente o enfermedades laborales.

Al ser el trabajo una “actividad humana”, toda idea del trabajo debe implicar una concepción propia del ser humano.

Es un drama difícil de comprender que en el pasado año 2022 se hayan ocasionado en nuestra Región de Murcia 43.182 accidentes laborales, de los cuales 21.132 han causado baja, y, de ellos, 51 han sido accidentes mortales, 20 más que el año anterior, el 2021, en el que fueron 31 personas las fallecidas por accidente laboral. Medio centenar de personas, medio centenar de familias, medio centenar de vidas rotas, a las que hay que sumar todo el entorno de relaciones humanas afectadas.

Preocupación política

A estas alturas, parece una verdad de Perogrullo afirmar que el trabajo es para la vida y este sistema, con su lógica economicista, separa el trabajo de la persona, la despoja de su esencia y capacidad creadora y de su propio ser. Este amado sistema construye precariedad, inseguridad y somete al trabajador y a la trabajadora a largas jornadas laborales, a altos ritmos de producción y le priva del merecido descanso. Las secuelas no son solo personales y familiares, sino también sociales pues inciden en la convivencia y en las relaciones, convirtiéndose así en un problema político que requiere una respuesta también política. Pero, lamentablemente, ni en la campaña electoral que se nos avecina, ni en la que vendrá a final de año, aparecerá la siniestralidad laboral entre las preocupaciones de nuestros responsables políticos.

Al ser el trabajo una “actividad humana”, toda idea del trabajo debe implicar una concepción propia del ser humano. Por lo tanto, además de garantizar su seguridad y salud, a los trabajadores y trabajadoras no se les debe despersonalizar de su componente humano y espiritual -ni en lo personal, ni en lo familiar, ni en lo social- cuando ejercen su trabajo. Buscar la rentabilidad económica como el valor supremo y objetivo fundamental es un gran error y, visto desde un sentido trascendente, un pecado.  De ahí que, una sociedad que no defienda que la persona y su dignidad es lo primero, es una sociedad deshumanizada que ya ha quedado empobrecida, aunque aumente su riqueza material.

Valor del trabajo

Y como nos ha recordado la Pastoral del Trabajo, debemos repensar en profundidad el verdadero sentido y valor del trabajo: el trabajo con amor. Urge tomar conciencia clara de esto porque, si no lo hacemos, esta sociedad tan materialista y cada vez más rápida, puede reducir a la persona a ser un mero instrumento de producción y consumo atrapado en una cultura de satisfacción y goce inmediato.

No dejemos de lado el hecho de que el síntoma más trágico de la precariedad y la falta de respeto a la salud de las personas trabajadoras es que sigamos sufriendo en nuestro país más de dos muertes diarias por accidente laboral. Cuando lleguemos a conmovernos (y movilizarnos) por un accidente laboral como por un caso de violencia machista habremos despertado de un letargo invernal que se prolonga en el tiempo.


El próximo viernes 28 de abril es el Día Mundial de la Seguridad y la Salud en el Trabajo 2023, una conmemoración que cumple su vigésimo aniversario desde que fue instituido por la Organización Internacional del Trabajo (OIT).
Qué pereza

Qué pereza

ILUSTRACIÓN |NANA PEZ

Vaya por delante el reconocimiento de la distancia generacional que ya me separa de adolescentes y jóvenes. Que cuando escuchaba a mis hijos la expresión que encabeza estas letras como respuesta a alguno de los interrogatorios a los que tratamos de someterlos había algo en mi interior que se estremecía. Sí, con mala conciencia, porque debía despertarles algo que agudizaba más esa brecha generacional que siempre existe entre padres y prole. Cuando ya estoy a punto de alcanzar la tercera temporada de Merlí, la serie creada por Héctor Lozano y dirigida por Eduardo Cortés, entiendo mejor de dónde procede esa expresión que, en boca de esos chicos y chicas, reproduce un hastío hacia lo peripatético del mundo adulto. Lo más gracioso del asunto es que he llegado hasta esta serie un poco tarde y, manda huevos, por invitación del pequeño de mis vástagos, “porque creo que os va a gustar”, nos dijo hace unas semanas.

Y vaya que nos está gustando, sobre todo porque no tuve la suerte en mi Bachillerato de contar con una profesora que nos hiciera amar la filosofía para entender los grandes problemas existenciales que, como futuros boomers, nos armara nuestra estructura mental o, cuando menos, simplemente vital. Pero sin melancolía alguna, y con permiso o sin él, me apropio de ese grito de flojera que nos lanzan a los mayores esas jóvenes promesas que vienen pisando fuerte.

Victimismo fraudulento

Qué pereza, es verdad, resulta escuchar cada día a quienes niegan lo evidente de las consecuencias del cambio climático. Que ya no podemos esperar más. Que no hay tiempo para seguir demorando un alto en el camino de la destrucción de nuestros recursos naturales. Que Doñaña se seca, como el Mar Menor se muere, son la evidencia palpable de la esquilmación de nuestro territorio. Que los procesos son prácticamente irreversibles. Que la sequía ha llegado para quedarse. Que no valen ya los discursos del Agua para todos, entendidos como la expresión más palpable de un nacionalismo hídrico que ha servido en algunos territorios para pescar votos, aderezados con arengas de un victimismo fraudulento y cobarde en el que aún se amparan ciertas voces para esconder el fracaso de su gestión. O, lo que es más grave, con la defensa de los intereses de la agroindustria depredadora o el urbanismo y el turismo salvajes.

El ser humano tropieza dos y mil veces con la misma piedra de la ignorancia, sobre todo en sociedades como la murciana, cuando ya no hay manera de justificar lo injustificable

Qué pereza da, es verdad, encontrarse con el discurso de quien fuera durante casi veinte años un todopoderoso presidente regional al argumentar -por cierto, y para rizar el rizo de lo absurdo, a través de quien era su valedor mediático y asesor de prensa que ha estado a punto de sufrir una hernia por el tremendo esfuerzo de ejercer el periodismo independiente y crítico del que hace gala a la vez- que todo era pensando en el bien común. Vamos, ¿de verdad siguen pensando que nos chupamos el dedo?  Un poco de pudor, por favor. Pero si el argumento de que el agua de los ríos se pierde en el mar no va a ninguna parte, por muy poderosa imagen que se trate de llevar al imaginario de la gente. No es de recibo, sinceramente, que queden impunes quienes han defendido (y más grave aún, lo siguen haciendo) mensajes como esos.

Pero como el ser humano tropieza dos y mil veces con la misma piedra de la ignorancia, en sociedades como la murciana cuando ya no hay manera de justificar lo injustificable, pues se saca el tema del agua, y otra vez está el lío montado. Como no nos quieren, pues a repartir pitos y pelotas, fotografiarnos en las procesiones y buscar enemigos fuera. Porque de eso se trata, de que vuelva a triunfar la ignorancia, que para eso vivimos en la mejor tierra del mundo.         

Proyectos de saldo

Qué pereza da toparse con las palabras vacías de quienes aseguran promesas de mundos idílicos en nuestras ciudades y pueblos, de aquellos que venden proyectos a precios de saldo, de anuncios y más anuncios de estrategias, planes, marcas y habilidades en tiempo electoral. Menuda pereza da contemplar a quienes deambulan con principios que acaban en el momento de justificar lo injustificable. O el hastío que produce reconocer el fracaso ante una cultura dominante que cala hasta lo más profundo del ser humano.

Pero eso sí, señoras y señores, la verdadera pereza es la que sentirán en algún momento quienes hoy se sonríen cuando llegue el día -que llegará- en el que nos cansemos del desafecto y de la dejadez por las cosas que se deben hacer. Será el momento en el que cogeremos las riendas frente a esa falta de voluntad y esfuerzo. Sin cejar en el empeño. Vamos, que ya llega ese tiempo. A por ellos.

Segundas oportunidades

Segundas oportunidades

ILUSTRACIÓN | NANA PEZ

No había llegado al cuarto de siglo de vida cuando me tocó experimentar un acontecimiento crucial que supuso un antes y un después en mi timeline, esto es, en la línea de tiempo de joven saliente de una adolescencia adulta. Una doble fractura de tibia y peroné en plena celebración etílica de Nochevieja quebró los planes previstos desde hacía varios años. Ni seguir viviendo en Madrid, ni graduarme con mis compañeros de curso, ni continuar con un noviazgo que había comenzado a los 16. La dura convalecencia tocada en suerte dio paso a un inesperado escenario múltiple que se presentó como el espectáculo de esos circos de tres pistas que proliferaban hace años por nuestras ciudades y pueblos. Y como ocurría en ese guión circense, la continuidad de las acrobacias difícilmente podía hilvanarse.

Por si fuera poco, seis años después volvió a desencadenarse una tormenta vital, un giro de guión para inocular una dosis de recuerdo, una porción en los quiebros que la existencia es capaz de embutir en la tripa capital de una biografía. Esta vez fueron suficientes los golpes en forma de muerte de dos seres queridos para vapulear esa incipiente seguridad con la que parecía reconstruirse el edificio de la vida. Jopé. Ni a mi peor enemigo soy capaz de desearle que atraviese el desierto de unas experiencias como aquellas. Me las reservo por su carácter personal e intransferible, ya que el dolor es el mejor analgésico para entender la realidad y el presente. Sí, sí, aunque a veces creamos que anestesiar las vivencias más duras pueda ser la solución para seguir adelante. A menuda distancia quedan esas ideas a la hora de construir la estructura de una personalidad propia.

Aprendizaje de errores

Es verdad que a lo largo de una vida vuelven a aparecer acontecimientos significativos que marcan ese antes de y después de, pero apenas queda duda de esas segundas oportunidades que se nos presentan de frente en esos momentos. Son las pequeñas resurrecciones de cada día, esos reencuentros que desbrozan las capas en las que nos envolvemos en la búsqueda de una protección salvífica. Son las encrucijadas de rutas que seguimos muchas veces sin ton ni son, sin una brújula que guíe esas aventuras capitales que nos permiten sentirnos vivos. Es el aprendizaje de los errores propios. Es la voluntad de cambio, el inconformismo con lo preestablecido. Es la acción frente a la parálisis, el mirar hacia delante contra esa maldita fatalidad en la que caemos cuando el miedo nos atenaza y nos impide salir de ese pozo ciego al que llegamos sin apenas darnos cuenta.

Las segundas oportunidades son ese momento en el que despierta la pasión reprimida tras las falsas creencias de lo correcto, de lo preestablecido, de lo destinado a cumplirse por los siglos de los siglos

Son esos instantes en los que, desde la bruma, aparece una mano que envuelve el desánimo. Cuando menos se le espera hay una persona, un pequeño grupo, una lectura sugerente, una historia nacida del frío, una fotografía, una sonrisa, una visita inesperada, una llamada imprevista, un encuentro de sopetón, un poema arrugado, una mirada cargada de ternura, un deseo sin filtrar… que es capaz de desencadenar un gran remolino de incontrolables emociones. Es el momento en el que despierta la pasión reprimida tras las falsas creencias de lo correcto, de lo preestablecido, de lo destinado a cumplirse por los siglos de los siglos. Es el brazo de alguien sin nombre y apellidos, ese anónimo ser viajero que acompaña una travesía repleta de sobresaltos y sentido a la vez.

Encuentro personal

Junto a nuestro particular desconocido también se muestran rostros de seres a quienes, en el fondo, profesamos un sincero agradecimiento. No es para menos. Su mera presencia, cuando ya no la esperábamos, es el acicate para salir de nuestra enredada existencia en la que pervivimos en un infinito giro que rodea el maldito mundo de las ideas. Son los instrumentos que la vida, en su sentido más trascendente, ha interpuesto en el camino para darnos de bruces con esas segundas oportunidades. Es la resurrección, el encuentro personal, con uno mismo y con quienes nos rodean, traspasando las temidas, pero a la vez, frágiles fronteras. Son los confines que se interponen en el avance hasta ese destino final que es la muerte, el tránsito a esa desconocida dimensión a la que nos cuesta poner rostro y, por supuesto, nombre.

Llegados a este punto, como sabia persona lectora que es, habrá dispuesto su ánimo a que esas segundas oportunidades poco tienen que ver con las ñoñas referencias a las crisis de parejas o al escaparate que presenta la psicología positiva sin más. Qué va. Son los dilemas que valen tanto para quien se ha valido del engaño y la corrupción moral y política para sustentar su verdad, como a quienes se resisten a una ingrata presencia mortal en el día a día, a la indolencia ante al sufrimiento humano y la desidia frente al mal. La utopía es siempre posible… y palpable.      

Pasión y muerte están aquí

Pasión y muerte están aquí

ILUSTRACIÓN | NANA PEZ

No hace falta sacar los santos, vírgenes y cristos a las calles para revivir los acontecimientos que rodearon la delación, el secuestro, la detención, la tortura, las acusaciones falsas, el engaño, la traición de sus amigos y la desolación en cruz de aquel galileo, desnudo, ultrajado y reducido a un despojo. Esas experiencias las tenemos cada día muy presentes en cualquier parte del planeta. Corderos llevados al matadero por su compromiso político o sindical, pero silenciados en la noria de las vanidades informativas. Traicionados, raptados y sometidos a toda clase de vejaciones. Da igual el credo que profesen, la nacionalidad que aparezca en sus pasaportes o el color de su piel, porque de lo que se trata es de aniquilar la dignidad y el respeto por el ser humano, al precio que sea.

Fariseos y saduceos de antaño

Podemos narrar la emoción por un manto bordado, una imagen inanimada, los sones de una saeta o el ritmo de una marcha procesional. Nos permitimos atiborrar de flores o velas un trono, cargar un paso como si nos fuera la vida en ello y acompañar a militares en tono marcial como si escoltasen a un malhechor cuando en realidad ese personaje es reo de muerte camino del patíbulo por atreverse a transgredir el poder religioso, político y económico de la época. Sus protagonistas de antaño son los mismos fariseos y saduceos, sepulcros blanqueados o invasores de Palestina que hoy pretenden edulcorar sus vidas e historias con una presunta muestra de golpes de pecho sin entonar el mea culpa.  

Mientras hay quienes se pelean por un puesto en la comitiva de la procesión o en la fila de estantes, esos mismos son capaces de mirar hacia otro lado ante las muertes de miles de personas que cruzan cualquiera de los estrechos y fronteras en busca de un futuro mejor. Aquellos que alimentan los fondos de los mares de la sinrazón. De las gentes que huyen de guerras, de hambrunas o sufren persecución política. ¡Ay de aquellos que se muestran orgullosos de lucir túnicas, escapularios y capuchas mientras rechazan que en su barrio ubiquen un centro de rehabilitación de personas toxicómanas! Esa mirada ante el nazareno no parece que sea la de quien lucha cada día una batalla contra la desigualdad y el mal fario asociado a la pobreza. De quien se deja la piel por llevar comida y un futuro a casa, amén de una salida digna de la precariedad y la exclusión. Esas víctimas que no cuentan para otra cosa que no sea la suma de números sin rostro y completar la sucesión de frías estadísticas de crecimiento económico sin alma que valga.

¡Ay de aquellos sumos sacerdotes de una nueva religión laica en la que todo vale, especialmente las posiciones autoritarias y populistas!

¡Y ay de vosotros que sois capaces de acompañar un trono en el que se muestra la imagen doliente de un venerado hombre al que trataron de arrebatarle su dignidad, cuando en la vida cotidiana practicáis la corrupción en todas sus formas! Ejercen la podredumbre moral quienes arrebatan al débil lo que pueden, los que defraudan a manos llenas y se jactan de ello, los que no son capaces de mantener su palabra frente a las tentaciones del poder o de servirse de una posición de privilegio para actuar con total impunidad. Son los sumos sacerdotes de una nueva religión laica en la que todo vale, especialmente las posiciones autoritarias y populistas que sitúan la mirada por encima de los hombros del resto de los mortales. Y lo hacen porque parecen haber sido educados para ello. Es la descomposición extrema de los que, amparados en una supuesta altura moral, tratan de dar lecciones a propios y extraños.  

Mujeres valientes

Y en esta exaltación de cruces y estandartes por las calles dónde quedan, además, aquellas mujeres que no faltaron en su momento a estar en primera línea junto al derrotado, al vencido, al machacado en cruz. Las que no tuvieron miedo, ni se escondieron. Las que no renegaron de aquel que era feliz cuando le acompañaban en su camino. Esas mujeres a las que, tanto entonces como dos mil años después, el patriarcado clerical sigue colocando en segundo plano de la escena de una Iglesia que tiene miedo de quedarse sola en medio del mundo. Temor a la pérdida de un protagonismo mesiánico que no esconde otra cosa que la inmadurez personal de quienes defienden a ultranza las posiciones de privilegio alcanzadas a lo largo de los siglos. Pasión y muerte están aquí, junto a nosotros. Solo tenemos que contemplarlas. Sin sucedáneos. Al cabo de la calle.

Vidas adolescentes

Vidas adolescentes
ILUSTRACIÓN | Eva van Passel Gambín

El mundo adulto está sobrevalorado. Es una meta a alcanzar que aparece ya en las etapas iniciales de la vida, aquellas que arrancan desde el instante en el que nuestros progenitores se empeñan en presentarla como una cima a conquistar a costa de lo que sea. Un trayecto que deja a su paso tal reguero de frustraciones y sinsabores que uno llega a preguntarse si merece la pena pagar ese precio. Especialmente en lo tiene que ver con ese mapa tan complejo como es el de la denostada adolescencia, un mundo que hemos atravesado como hemos podido. En buena parte de los casos, cuando nos tocaba. Pero no nos engañemos, conocemos a quienes ni siquiera han salido de ese estado en el momento que ahora se encaminan a la senectud.   

Piezas de un rompecabezas

Este período del crecimiento que nuestros divulgadores científicos de cabecera sitúan entre los 10 y 19 años es el tiempo del odio a todo lo que se mueve, sobre todo si tiene que ver con el escenario de los mayores, sean los padres y madres, profesores, hermanos mayores -y, por supuesto, menores- o que juegue a cualquiera de los prototipos de la autoridad. Es el odio que siente Trini/Tritona, la protagonista de La novias (InLimbo Ediciones, 2022) una gran novela coral de Cristina Morano (Madrid, 1967) situada en mitad del género social y el distópico en la que esta adolescente no llega a entender el mundo del instituto (de sus profes agotados) y de su casa que le esperar (con sus Jefes explotados).

La historia de sus personajes es la de la carrera emprendida en la búsqueda del reconocimiento, mientras resulta muy complejo encajar las piezas de un rompecabezas en el que se convierten las historias de estos niños y niñas. Unos pequeños seres que son los nuestros, carne de cañón de las apuestas con las que se enriquecen esos adultos farsantes e hipócritas que se llenan la boca (y, por supuesto, los bolsillos) de promesas de un mundo mejor. Un camino lleno de obstáculos que intenta vencerse con innumerables retos. La trama conjuga a la perfección el horror y la belleza, con evocaciones repletas de poesía, el mundo de los retos virales y las apuestas de todo tipo. Una gran novela en la que se mezcla la realidad y la ficción con un sinfín de guiños a personajes cercanos y a líderes sociales.

Maniqueísmo simplista

Al hablar de la adolescencia se corre el riesgo de caer en un maniqueísmo simplista. O descalificarla sin más, porque se es incapaz de entender todo lo que bulle en el interno de quienes la viven, o idealizarla, aunque sea desde el desconocimiento atroz que esconde la incompetencia de ponerse en el lugar del otro. Sirva como contrapunto la iniciativa que un grupo de escolares de un colegio de Pamplona ha llevado a cabo estas semanas, con la elaboración de un código ético para personas que están en política. Pero no se han limitado a ese grupo ante el que resulta fácil lanzar críticas y descalificaciones. También lo han hecho para quienes quieran ejercer ciudadanía. Esto es, para el común de los mortales. Para usted, querido y querida lectora. Lo presentaron a comienzos de este mes en el Congreso de los Diputados y lo han firmado hasta la fecha seis de los siete candidatos a la alcaldía de la capital navarra.

Son cinco compromisos que, para los primeros, pasan por decir siempre la verdad, no prometer lo que no pueda cumplir y por combatir la polarización creciente en nuestra sociedad. El tercero es el de intentar buscar puntos de encuentro y consenso con otros partidos políticos, mientras que los restantes pasan por la renuncia a la corrupción en todas sus formas, así como al insulto, la descalificación y el ataque personal hacia el otro. Ni más ni menos. Menuda responsabilidad que habría que exigirle a quienes asuman cualquier puesto político en nuestras instituciones. La misma que tendríamos que adoptar quienes queramos practicar ciudadanía: ejercer mi derecho al voto con la seriedad que merece, el compromiso a informarme con más rigor y pluralidad, y la renuncia a la crítica destructiva hacia políticos e instituciones hacia cualquier forma de violencia como modo de protesta y a la corrupción en todas sus formas.

Logros elevados

La riqueza de esta iniciativa, como las vidas golpeadas de los personajes de la novela de Cristina Morano, es que ambas realidades tienen que ver con un momento vital en el que las expectativas están a flor de piel y los golpes no han permitido malear una estructura de la personalidad que aspira a los logros más elevados. Es el momento de los ideales, de las metas a alcanzar, de las cimas a coronar, de la vida por vivir pese a las adversidades y al empeño de joderlas de quienes solo saben aprovechar las oportunidades para edulcorar de manera artificial su maldita vida.


ILUSTRACIÓN | Eva van passel Gambín
Tiempos preelectorales

Tiempos preelectorales

En el carrusel de las expectativas, los deseos no cumplidos, los gestos aparentemente altruistas y las miradas furtivas se entremezclan, estos días, toda una troupe de bienintencionados seres que aspiran a ser elegidos de entre la masa para convertirse en representantes de no se sabe muy bien qué. Apuestan por subirse al escenario para convertirse en pléyade que se conforma en ser reconocida por la calle, en una pantalla o en el timeline que arranca estas semanas y que culminará dentro de cuatro años. Se lo han jugado todo, incluso lo que no poseen. Esto es, la simple dignidad de la derrota tras derrota en sus carnes.

Imaginen la escena, cual apóstoles en la comida de traición previa a la detención y posterior condena del Crucificado. El ¿acaso soy yo, señor? de la felonía se extrapola estos días al ¿estaré yo, señor (o señora) en las listas?  Con lo que yo valgo, con lo que yo me he jugado, con lo que podría dar al partido, a la candidatura, a vuecencia… Esto se merece algo más que unas buenas palabras, que unas palmaditas en la espalda y un hasta luego, Lucas y otra vez será. Que no, que no. Que no es por ser más que nadie, que es por prestar un servicio, una entrega desinteresada, una generosidad sin límites, un altruismo insaciable… En definitiva, que aquí estoy yo porque lo valgo, y cómo es posible que hasta ahora nadie se haya dado cuenta, que no haya sido escogido por ese dedo salvífico ante la mediocridad existente.

Tiempo de incertidumbre

Este es un período de incertidumbre, de dudas, de anhelos, de ansiedades y desvelos. Es un tiempo de ensoñaciones, de proyectos, de cuentos de la lechera. Son instantes de gloria para quienes tienen la sartén por el mango a la hora de escoger a quienes completarán candidaturas, bajo un halo de santidad que ni el más beatífico de los mortales es capaz de alcanzar. Es tiempo de fugas y entregas, de infidelidades, de amores interesados, de compra de voluntades, de exacerbar, de irritar, de causar enfados y enojos por doquier. Porque muchas son las llamadas… y pocas las que traen buenas noticias.

Arden teléfonos, tiemblan los grupos de WhatsApp, abundan los cafés, comidas, cenas y demás contubernios a la espera del anuncio soñado. Proliferan los cotilleos, los dimes y diretes, los debates, polémicas y controversias. Que si yo me lo merezco más, que si con lo que yo me he sacrificado, que si con lo que yo he traicionado por la causa, con los desvelos que he tenido por el partido… y así me lo pagan. Se trata de pensamientos que anteceden a las decisiones salomónicas de los prohombres, y que preparan la mente y el cuerpo para encajar lo inevitable… si llega. Porque ya volverán las oscuras golondrinas de unos nuevos comicios a sus urnas posar, y llegarán entonces nuevos instantes de vacilación y perplejidad.

Era de las traiciones

Es la estación de los amores interesados, de la cooptación de voluntades, de la apropiación de ideas y proyectos, de opiniones inusitadas, de esas que nunca se han utilizado para algo más que presumir de ellas. Es la era de las traiciones, de las puñaladas por la espalda, del si te he visto no me acuerdo, de cuándo he prometido yo algo, venga ya. Del reproche y la venganza, que se sirve incluso en plato frío y sin fecha de caducidad. Incluso es tiempo frugal de los impactos frontales, porque mirar a los ojos para comunicar decisiones no es costumbre a la hora de poner en práctica la asertividad.

Aún restan momentos de tempestad antes de que llegue la calma. La agitación es palpable. Las arritmias, amenazantes. El estómago se revuelve como un torbellino y las jaquecas anidan una tras otra a la espera de la solución final. Todo llega. Se lo dice uno que las vivió en otras épocas. Tan lejanas que ni se añoran, ni se desean para nadie. Ahí quedó todo. Tropezar cien veces en la misma piedra es un privilegio que los humanos nos permitimos con todas sus consecuencias. ¡Oh, tiempos preelectorales! P’a habernos matao.


ILUSTRACIÓN | Nana Pez

Vida de maleta

Vida de maleta

Mientras las ruedas traquetean por el desgaste de tantas estaciones y terminales, contemplo extremidades inferiores de todo tipo y condición dirigirse a quién sabe qué lugar, andén, terminal, pasarela o ascensor, camino de término de aventuras o simplemente escenarios de la cotidianidad. Aprovecho la capacidad de imaginar las historias que encierran esos cuerpos vivientes en su recorrido por asfalto, pistas, losas, encerados, moquetas y tarimas. Cada uno de ellos arrastra anhelos, sueños y deseos pocas veces cumplidos, lo que no les impide ir de aquí para allá, una y otra vez, como un carrusel que gira y gira mientras observa a su paso el mismo lugar de partida como de llegada.

A veces tengo la sensación de que la vida es una sucesión de salidas de casa sin sentido, cada mañana, para llegar a quién sabe dónde a hacer quién sabe qué. Un día y otro. Y vuelta a empezar. Como autómatas, guiados por un plan de viaje preconcebido que, en realidad, apenas posee detalles o matices. Un trazado salpicado de pulsiones que nos dictan órdenes para el giro, la parada, el arranque, el acelero y la pausa. Impulsos que, en definitiva, carecen de un procedimiento sin más razón que el mero ritmo de arrebatos que justifican sentirnos vivos. Qué triste, ¿verdad? De ahí que la sensación sea la de llegar a ninguna parte.

Final del camino

Es la inercia cansina de repetir, una y otra vez, esos comportamientos que no conducen a lugar alguno. Es la retahíla de titulares que se han oído una y otra vez, en épocas distintas, sin aportar novedades. Crisis o avances, desastres o logros, estadísticas o generalidades, tragedias o premios, qué más da. Los protagonistas regresan de mundos que parecían inalcanzables y, sin embargo, cuando ponen los pies sobre la tierra son incapaces de conquistar aquellas geografías sonoras que tanto se anhelan. Es el final de un camino iniciado desde el momento en el que la sorpresa ha dejado paso a lo académicamente aceptado. El instante en el que la ingenuidad ha sido sepultada por normas, ritos, cánones, pautas y reglas. El tránsito de la niñez a la edad adulta. El momento castrante de la inocencia a la engañosa madurez.

Un día descubres que esa realidad no elegida te sacude en la cara como si una puerta hubiera aparecido de la nada en tu camino,

En ese fardo se guardan aquellos recuerdos de lo que un día fueron experiencias felices de un tiempo vivido en plenitud. No importaba entonces que algunas incluso fueran el resultado de una imaginación desbordante. Ni que otras ni siquiera hubieran acontecido. Bastaba con el hecho de constatar que aquellas formaban parte de la biografía de una infancia a punto de romperse. De la pequeñez vibrante ante lo desconocido. De la sorpresa continua al sentirse querido y acompañado, sin juicios, chantajes o exigencias. Simplemente custodiado en ese tiempo vital de pasos adelante, de sorpresas continuas, de asombros de inocencia, de cálida candidez, de búsqueda incansable para lograr ese lugar en el mundo del que no puedas marcharte.

Un día, de manera inopinada, descubres que esa realidad no elegida te sacude en la cara como si una puerta hubiera aparecido de la nada en tu camino, en mitad de un pasillo o al girar una esquina. Sin avisar. Sin adivinar apenas que era una posibilidad plausible, lo real se convierte en aquello que finamente va a marcar tu existencia. Ahí ya no queda apenas espacio para la duda, ni para un atisbo de voluntad. El golpe es tan fuerte que llega a tambalear los exiguos cimientos que hasta entonces sustentaban la vida.

Trayecto a ninguna parte

La edad adulta es como ese equipaje arracimado que inunda espacios sin sentido alguno. Desprovisto de finalidades, una y otra vez se guardan esos objetos que jamás encuentran acomodo en lo que resta por venir. Es la constatación palpable de que es necesario despojarse de tantos paquetes superfluos que acumulamos a lo largo del tiempo. Es la prueba de que es el trayecto a un lugar en ninguna parte, el empeño en llevar la contraria de próceres e insignes adultos frente a quienes tratan de sobrevivir.

Todo es mucho más sencillo, pero llegar a descubrirlo implica que hay que deshacerse primero de lo planeado. Resulta imprescindible deshacer ese nudo que ha llegado a convertirse en la imagen de un patíbulo emocional que no deja lugar para la apertura a lo inexplorado. En ese instante, ese bulto pasa entonces a convertirse de maleta a maletín, a bolsa, a simple envoltorio que apenas cubre la desnudez de la inocencia. El embalaje se esfuma al quedar despojado de todo lo superfluo para mostrar con nitidez quiénes somos.


ILUSTRACIÓN | Nana Pez

Confesiones de un machista

Confesiones de un machista

Su seguro servidor cumple en unos meses los 59, nací lejos de aquí, trato de dejar esto un poco mejor de cómo lo encontré… pero lo confieso: soy machista. No leninista, como bromeábamos hace unos años, pero sí hijo de la cultura y tradición heredadas tras muchos siglos de empeño en los que el varón, como uno de la especie que les habla, campa a sus anchas por el vasto mundo. Y eso que vine a dar en una familia que sorprendía por los pasos que llevaba por delante, donde el patriarca no era el único que traía el sustento a casa y las tareas compartidas sorprendían a propios y a extraños.

El colegio se encargó de dejar claro las actividades que eran para unos y para otras. Si había alguna duda, en las misas, el predicador de guardia también contribuía a despejarlas. Pero fíjate tú que pronto aparecieron algunos curas a lo largo del tiempo que sorprendían con un relato que no tenía mucho que ver con el oficial. Tal y como lo presentaban, el galileo parecía romper moldes a la hora de relacionarse con las mujeres, pero eso era muy diferente a las imágenes ñoñas de las advocaciones marianas, las procesiones y cómo se organizaba la vida en los templos.

Destino superior

A las amigas del instituto no las dejaban volver a casa tan tarde a como a nosotros, pero eso nos llegaba a parecer normal. Bien es verdad que si lo analizábamos fríamente no entendíamos que la hora o la oscuridad fuesen factores para que no ocurriera lo que tuviera que ocurrir. Esos atropellados besos, las primeras caricias o los torpes intentos para consumar el sexo eran fuente de tensión y conflicto, especialmente, para ellas. Nosotros ya andábamos ocupados en ese convencimiento grabado a fuego de que nuestro destino era superior, había que dar la talla y con cuantas más chicas, pues más éxito alcanzábamos.

En la universidad me tocó vivir un episodio singular. Un viejo profesor de literatura hispanoamericana se permitió descalificar a aquellas feministas que trataban de obligar al hombre a pasar por dónde ellas querían, llegó a decir. En la clase se hizo un gran silencio y ninguna de las compañeras se atrevió a decir algo. Ingenuo de mí, levanté la mano y le dije que no me parecía justo que descalificara a quienes habían sido pioneras en avances sociales en la historia reciente. Mi queja se quedó ahí y no fui capaz entonces de comprender el porqué de ese mutismo por parte de mis compañeras, que ya entonces eran mayoría en el aula. No me consideraba un héroe. Es más, me veía en ocasiones asintiendo el discurso dominante sobre las diferencias de hombres y mujeres, sus papeles e identidades. Pero quizá aprendí una de las primeras lecciones sobre esta asignatura del machismo: que se empieza a aprobar cuando las mujeres alzan la voz y dicen aquello de “aquí estoy yo, porque he venido”. Y la materia se supera con nota cuando nosotros, los machitos, nos sumamos al encuentro.

Maldita la hora

Qué decir cuando ya, avanzados los años, caí en todo aquello que en la teoría parecía tener aprobado. Que las tareas de casa o el cuidado de los hijos no se asumen de una manera equitativa. Que no parece estar en el ADN porque siempre hay fines supremos que justifican todo lo contrario. Y mira que me duele reconocerlo. Primero, en mí. Luego, en los otros. Aunque, a decir verdad, siempre es más fácil quedarse en la superficie del asunto y esconder la cabeza como un avestruz. En el trabajo, en el ocio, en el compromiso social y político… todo parece estar por delante de los asuntos cotidianos del hogar, porque siempre lo doméstico parece estar resuelto y, lamentablemente, destinado a otras.   

Maldita la hora en que uno cae en lo que más abomina. Al menos, en las teóricas convicciones de las que uno presume en algún momento de la vida. Humildad, queridos niños, humildad. Os digo y, por tanto, me digo a mí mismo sin descanso, que el camino que nos queda por recorrer hay que empezarlo ya mismo. Sin perder tiempo. Sin necesidad de que nos lo recuerde nadie. Es de suyo. Como también salir a la calle junto a vosotras, en un día como el de hoy, para reivindicar lo que es de justicia: dignidad económica, legal y social para llegar a ser simplemente personas.

Propósito de enmienda

La escritora de origen marroquí Najat El Hatchmi nos lo ha recordado hace unos días, “porque a las puertas del 8-M cabe recordar que ser mujer no es ni un sentimiento ni una identidad (…) y en casi todo el mundo lo que sigue dominando es precisamente esa red de normas también conocida como patriarcado. También aquí, por supuesto, donde la esclavitud se oculta detrás de felices términos como temporeras, trabajadoras sexuales o gestación subrogada”.

Hago propósito de enmienda y cumpliré la penitencia que me toca: sentirme vulnerable y débil, porque tropiezo cien mil veces con la piedra de creer que en algún momento de la vida estoy por encima de vosotras. Soy varón, y mientras no lo reconozca, lo combata y lo remedie, machista. En ello estoy.    


ILUSTRACIÓN | Nana Pez

Catedral para la memoria democrática

Catedral para la memoria democrática

Nada más ser nombrado vicepresidente del Gobierno de Franco, en junio de 1973, Luis Carrero Blanco encargó un informe relativo a las deterioradas relaciones entre la Iglesia postconciliar y el Estado nacional-católico. En ese trabajo realizado por los servicios de información, entre ellos, la temida Brigada Político-Social, destaca un curioso dato: mientras que el 11 por ciento del clero secular español es desafecto al régimen franquista, en el caso de la Diócesis de Cartagena, de los 387 sacerdotes seculares, los desafectos eran 89 (un 23 por ciento, casi uno de cada cuatro). Sólo las diócesis del País Vasco y de Navarra tenían porcentajes superiores de desafección política.

Primeros recuerdos

A ese año se remonta mi primer recuerdo de Cartagena. Hay olores que se agarran a tus fosas nasales de tal forma que, hasta pasado un tiempo, siguen trasladándote al lugar en el que se inhalaron, por mucha distancia que haya. Se convierten en la evocación de una experiencia que tarda muchos años en diluirse. Era la primera que viajé a la ciudad y en mi memoria quedó grabado un lúgubre piso de la barriada de la Puerta de la Villa, al que se accedía por unas empinadas escaleras. En él vivía mi amiga Conchi junto a sus padres, Carmen Álvarez y Santiago Pintado, y el resto de sus hermanos: Juanito, Santi y Luci. Todos compartían vida con un sacerdote yeclano, a la sazón párroco de la Catedral Antigua.

Santa María la Vieja atesoró a finales de los 60 muchas historias de vida repletas de deseos de cambio

Sí, sí… entre las ruinas de la que es, sin duda, una de las primeras sedes episcopales de la península ibérica, se alzaba una parroquia llamada de Santa María la Antigua. En ese momento yo apenas tenía nueve años. Aunque traspasé sus derruidos muros y conocí los locales anexos a la pequeña capilla que aún permanecía en pie, no podía ser capaz de adivinar la vida que se atesoraba en ese recinto desde mediados de los años sesenta. Una savia que fue pasión pura para muchas personas, jóvenes y mayores, atraídas por los deseos de cambio social, político y religioso, en el contexto del denominado tardofranquismo de una ciudad militarizada, no solo marcada por la presencia del Ejército sino por una serie de empresas estratégicas en las que una convulsa clase obrera trataba de abrirse paso en sus reivindicaciones.

Renovación conciliar

Esas historias de vida son las que tratado de recoger ese cura yeclano Pedro Castaño Santa en La otra cara de la Catedral Antigua (2022), que retrata todo lo vivido en la Parroquia de Santa María la Antigua entre los años 1967 y 1976 en los que estuvo adscrita a la Diócesis de Cartagena y donde, en sus poco más de cien páginas logra cumplir el principal objetivo que le ha llevado a remover recuerdos y a recopilar documentos y fotografías de esos años: mantener viva la memoria de lo que allí aconteció. Y lo hace de una manera ordenada que arranca con su ubicación en la ciudad y los primeros pasos de las misas que allí se celebraban desde los años cuarenta en la única capilla que se salvó de los bombardeos del ejército sublevado, sí, de los ataques de las fuerzas de la mal llamada Cruzada contra el comunismo y el ateísmo.    

A la izquierda, un momento de la presentación del libro en el Casino de Cartagena. En la imagen de la derecha, Pedro Castaño, en el centro, junto a quienes participaron en la presentación del libro, el pasado 23 de febrero, en el Edificio Moneo, en Murcia.

No resulta extraño, pues, que entre esas ruinas creciera una experiencia litúrgica de la mano de la renovación conciliar del Vaticano II, así como una pastoral encarnada en la realidad del mundo obrero de entonces. Desde los más jóvenes de la JOC, a los más veteranos de la HOAC y lugar de encuentro de los curas obreros de la comarca, junto a muchos otros que bien podrían formar parte de aquel numeroso grupo del clero secular desafecto al Régimen.

Lugar de la memoria

Santa María la Antigua fue sede de reuniones clandestinas donde se organizaban huelgas, almacén de distribución de la editorial ZYX (una de las pocas que combatía la ignorancia y la indiferencia del franquismo a través de la cultura popular), lugar que acogería la Educación de Adultos y el colectivo Carmen Conde, centro de formación y de ocio para jóvenes, comedor comunitario, guardería laboral, hasta sala de conciertos, sede de la Cofradía del Cristo de Socorro, punto de encuentro de las Comunidades de Base y Casa de Acogida. Cada una de esas realidades está atravesada por hombres y mujeres embarcados en deseos de cambio. Muchos quedan en mis recuerdos personales, como Pepe Ros o Juan Andreu. La mayoría de esa gente estaba contagiada por una fe que los llevaba a no tener miedo a manifestarla. También había personas que, desde su agnosticismo o ateísmo militantes, eran capaces de estrechar lazos por un bien superior que no era otro que combatir la injusticia.    

El historiador Antonio Martínez Ovejero, que fue aprendiz en la Bazán, dirigente de la JOC, militante de la USO y destacado político socialista en los primeros años de la democracia, tiene muy claro que la Catedral Antigua reúne todos los requisitos para ser designada como Lugar de la Memoria Democrática de Cartagena. Tras recorrer el libro de Pedro Castaño no quedan duda y estoy seguro que quienes vivieron esos años podrán dar fe de ello. De ahí que no resulte extraño suscribir la afirmación de Milan Kundera, acerca de que la lucha contra el poder es la lucha de la memoria contra el olvido. Una memoria que ayudaría a entender, entre otros, los momentos presentes de la política, la Iglesia y el sindicalismo.


ILUSTRACIÓN: NANA PEZ

Dios es ateo

Dios es ateo

No le hizo falta exhibir la navaja. Fue suficiente con la amenaza y el amago de esgrimirla desde el interior de su raída chupa. El joven yonqui era incapaz de mirar directamente a los ojos. Su voz cascada, su tono exasperado y su mano izquierda interponiéndose entre su maltrecho cuerpo y la puerta de la cabina telefónica fueron suficientes. Tranqui, colega, le espeté, que te doy lo que tenga. Y lo que tenía era un arrugado billete de 5.000 pesetas con el que pensaba pasar la semana. Han transcurrido cuatro décadas, pero tengo viva esas imágenes como si hubieran acaecido hace unas horas. Acababa de hablar con mis padres para darles cuenta de las novedades de los últimos días. Experimenté la vulnerabilidad, la impotencia y el desasosiego frente a quien que es capaz de lo que sea para meterse un chute. No merecía la pena hacerse el valiente. Eran las ocho de la tarde y había una vida por delante.

Lazos de hermandad

La escena tuvo lugar en una calle lateral de la entonces Parroquia (desde 2007, Centro Pastoral) de San Carlos Borromeo, en Entrevías, en el extrarradio del barrio de Vallecas. Una iglesia en la que celebraba Enrique de Castro (Madrid 1943-2023), y a la que acudíamos una variopinta grey convocada por la prueba de una fe que es capaz de mover montañas, corazones y deseos escondidos. Eran los años en los que el caballo campaba a sus anchas por los distritos más pobres de la capital. Barrios obreros, repletos de conciencia, castigados por el jaco, y hermanados por el paro, la precariedad y la pobreza. Allí, ente aquellas paredes, en un templo humilde, en sus locales, bajo la advocación de un santo que, paradojas del destino, era el patrón de los trabajadores de la bolsa y de la banca, se fraguaba un testimonio encarnado de los que marcan una vida.

Esos salones parroquiales estaban pariendo redes de solidaridad, de denuncia, de lazos de hermandad, como los de las Madres contra la Droga, los Traperos de Emaús, la Coordinadora de Barrios y, un poco después, los movimientos de Papeles para Todos y para Todas. Vivir cualquier eucaristía en sus bancos provocaba un escalofrío que recorría los cuerpos mortales como expresión palpable de un misterio de fe y trascendencia que era imposible aprisionar entre aquellos muros. Eso ocurría en un lugar llamado Entrevías… y entonces, sin metro.

Ternura derramada

Muy cerca de allí, camino del Pozo del Tío Raimundo, en una casita baja con patio, Enrique de Castro abría sus puertas a chavales de la calle, a aquellos que Carlos Saura retrató en Deprisa, deprisa (1981). A jóvenes parejas que habían huido de sus casas en busca de un hogar en medio de la nada. Allí siempre había una mesa dispuesta para celebrar la vida en torno a un plato de comida. La ternura se derramaba en aquellas estancias, en mitad de historias de dolor. Eran tiempos para saborear que la miseria y el desarraigo son capaces de vapulear los proyectos y las tentaciones de quedarse al margen de la vida de los otros. De quienes no cuentan.

San Carlos Borromeo, con Pepe Díaz y Javier Baeza, compañeros de Enrique, era un santuario, un lugar de peregrinación y acogida, un lugar de encuentro en el que sentir a un Dios cercano, a un Dios que lucha en la calle, a un Dios de rostro curtido, al que se aprecia que forma parte de tu gente. Que no es distante ni está secuestrado por quienes se creen poseedores de una verdad absoluta, arrebatada a las personas sencillas, a las humildes, a las sin nadie.   

Luz en su mirada

Años después volví a encontrarme con Enrique de Castro en las batallas protagonizadas por la Coordinadora de Barrios a lo largo y ancho de toda España. Estuvo varias veces aquí, en Murcia. A mediados de los 90 se le notaba cansado, agotado, pero nunca vencido. No había desaparecido esa luz de su mirada. Una mirada que se apagó la semana pasada pero que ha estado repleta de fortaleza y compromiso. Primero, como cura obrero, apoyando el sindicalismo que renació en las sacristías. Después, como acompañante de toxicómanos, de sus madres, y de personas migrantes. Defendió, sin avasallar, su opción por los últimos y, como suele ser habitual, se granjeó la incomprensión de parte de la jerarquía de su iglesia, esa misma que fue cómplice de la ejecución del obrero de Nazaret hace dos milenios.

Parte de sus vivencias las dejó por escrito en ¿Hay que colgarlos? (Popular, 1985), y en aquel otro que encabeza estas letras, Dios es ateo (Popular, 1997), un título que es un aparente oxímoron pero que reflejaba sus convicciones y vivencias más profundas. Allí afirmaba, entre otras cosas, que «para el rico siempre será peligroso que el pobre encuentre su fe porque entiende ésta como una amenaza contra sus seguridades y poderes adquiridos, por lo que ha decidido comprarla y devolverla como una moneda adulterada que sirve a sus propios intereses. Ya no será fe sino creencia, cuyo objeto es un Dios garante del orden establecido impuesto por los poderosos, de la sumisión, la obediencia y la moral clasista. Un dios que garantizará los pactos de religión con el poder de los Estados, las inquisiciones medievales y las de ahora, que impondrá dogmas oscurantistas, al igual que las sectas, sólo accesibles a teólogos y eclesiásticos, pero no al pueblo…». Hasta pronto, Enrique.

Noticia de La Opinión del mes de junio de 1998, recogida por la Coordinadora de Barrios de Alcantarilla.
Memoria de la melancolía

Memoria de la melancolía

Un bello (y a la vez, duro) libro que recoge toda una vida sustentada en grandes ideales

“Si quieres vivir libremente, nos ha dicho José Bergamín, procura vivir encadenado. Y encadenada vivo a los recuerdos abusando de la paciencia de los que me escuchan”. Así refiere María Teresa León (Logroño, 1903 – Madrid, 1988) las páginas conclusivas de su Memoria de la melancolía (Roma, 1970), uno de los textos más bellos que han caído en mis manos en los últimos tiempos. El conmovedor testimonio de quien tuvo la dicha de vivir el tiempo de cambio y utopías de nuestra dolorosa España de los años 30, y la tragedia, a la vez, por pagar un alto precio en el exilio argelino, francés, argentino o romano junto a Rafael Alberti. Rica y privilegiada memoria de quien ha sido testigo de un siglo y de innumerables compañeros de viaje, como Picasso, Unamuno, Neruda, Machado, Rosa Chacel, Louis Aragon, Rubén Darío, Bertolt Brecht, Frida Kahlo, Camus, Paul Éluard

Heridas que paralizan

Vivir encadenado a los recuerdos nos trae a veces complicaciones arracimadas de sueños, golpes, vivencias y heridas que paralizan y frenan impulsos vitales que precisan unas gotas de aire para alimentar la esperanza. Evocar todo aquello que hemos sido desde niños, invocar a nuestros ancestros y tratar de hallar esas resonancias que aparecen cuando menos se les espera se convierte en un sanador juego para descubrir, sinceramente, quiénes somos y en qué nos hemos convertido.

De ahí que homenajear a una de las Sinsombrero es la mejor ocasión para el reencuentro con las páginas de este diario en el que, a lo largo de casi veinticinco años, siempre he intentado estar al cabo de la calle. Con mayor o menor lucidez, según el momento vital, con ausencias y lapsos incluidos. Dios nos libre de quienes se creen poseedores de una clarividencia lineal a lo largo de su existir.

María Teresa León fue una de aquellas mujeres de la Generación del 27 que apenas estudiamos en ese BUP de Vicente Aleixandre, Cernuda y, a lo sumo, Alberti. Eclipsadas por el peso cultural repleto de expresiones políticas y culturales que hoy podríamos calificar de patriarcales, ya no sirven excusas para colocar en primera línea a aquellas destacadas figuras de la pintura, la escultura, la literatura, la escena, la universidad y la investigación en sus diferentes manifestaciones.

Páginas que trascienden

Las páginas de Memoria de la melancolía trascienden la mera biografía de quien ha vivido en primera persona un compromiso político en una turbulenta etapa de la España que pudo haber sido algo más que una unidad de destino en lo universal en la que quedó. Testigo de los cambios que se vivían en un mundo marcado por los totalitarismos, algunos sustentados en una ideología por la que dejó sus orígenes burgueses por la opción que le iba a complicar su vida, no se resignó a mirar de lado ante lo que se avecinaba.

En otro momento escribí que la melancolía es un estado de ánimo que nos une a través de fronteras físicas y temporales y es difícil encontrar un periodo histórico o una cultura sin rastro de sentimientos melancólicos. Ahora lo hacemos sobre todos esos sentimientos que suscitan a la autora el exilio, el desarraigo. La evocación por otro tiempo pasado, uno que pudo haber sido y no fue.

No consigo ser capaz de sentir lo que puede pasar por el corazón de una persona exiliada, de una refugiada. El exilio es atroz

Hablar de la obra de María Teresa León es hacerlo de la novela, el teatro, el cuento, la poesía, el ensayo y el guion para cine. Ella educó, cantó y animó en la Guerra, y fue parte de empresas teatrales y de colectivos culturales. Activa protagonista en la supervisión del traslado de las obras del Prado, de Toledo, de El Escorial, hablaba por la radio y era traductora. Como ella recuerda, «siempre haciendo algo”. Y se pregunta: “¿Por qué estaremos siempre haciendo algo las mujeres? En las manos no se nos ven los años sino los trabajos…».

No consigo ser capaz de sentir lo que puede pasar por el corazón de una persona exiliada, de una refugiada. El exilio es atroz. El desarraigo, una maldición ante el que cabe poco más que dirigir una mirada de ternura. Cuando veo esas imágenes en blanco y negro de quienes tuvieron que abandonar su país para morir en otra tierra no puedo por menos que dejar escapar unas lágrimas de dolor. Tanta esperanza e ilusiones frustradas en el paso de los Pirineos o en los barcos que cruzaban el Atlántico camino de México o la Argentina, o se quedaban a pocas millas en destino a Orán. Como hoy lo hacen en Siria, en la República Democrática del Congo o Sudán, entre otros países. Son más de 25 millones las personas refugiadas bajo el mandato de ACNUR a consecuencia de conflictos y persecuciones.    

Pobre España

María Teresa se permite pedir perdón por “la reiteración de las palabras tristes” al hablar de la guerra. “No he evitado cuando lo creí necesario llamar pobre a mi España ni desgraciado a mi pueblo, ni desamparados a los que padecieron persecución, ni desesperados a los que sufrieron tantas enfermedades de abandono”, afirma. Desesperada a finales de los años 60 porque “sé que ya en el mundo apenas se nos oye” reafirma, sin embargo, que “siempre habrá quedado el eco, pues el único camino que hemos hecho los desterrados de España es el de la resignación. Pero feliz el pueblo que puede recuperarse tantas veces para sobrevivir. Es el orgullo del desdichado. (…) Tal vez yo no debería haber escrito este libro, pero escribir es mi enfermedad incurable”. Como la nuestra.


Nana Pez ilustrará esta nueva etapa de Al Cabo de la Calle. Es una artista plástica multidisciplinar, pedagoga social y psicopedagoga.

Soy sanchista, mire usted

Soy sanchista, mire usted

Al final lo habéis logrado, malditos bastardos. Soy Sanchista, mire usted. El caso es que no lo voté cuando tuve oportunidad en las primarias y me incliné por Patxi. Papá, eres un perdedor, me espetó uno de mis hijos cuando aquella noche le confesé que a quien había apoyado yo quedó tercero de tres. Seré un perdedor, pero soy tu padre, le contesté. Volví a experimentar un nuevo quebranto como cuando saboreé el amargo sabor de la derrota en aquel referéndum de la OTAN en el 86. Derrotas y capitulaciones padecidas en este mundo de la política de los sinsabores, las expectativas no cumplidas, los egos y liderazgos mal entendidos o las consecuencias de tomar partido por algo frente a esas mayorías que buscan acomodo en la falsa seguridad de una libertad mal entendida, que es todo menos liberal y liberadora.

Su resiliencia, ese carácter que parece mostrar que no le afecta nada y esa manera de crecerse ante las adversidades, ese temple… al final han conseguido que me haga sanchista. Sí, sí, amigos y amigas, no sientan que les he defraudado. A estas alturas de la vida ya no estamos para cogérnosla con papel de fumar. Basta ya de lo políticamente correcto. Es tiempo de arremangarse y gritar a los cuatro vientos que ya no valen las medias tintas. Que el periodismo siempre ha sido así, por mucho que idealicemos a sus asalariados, sus periódicos, radios o televisiones. Que lo de la libertad de expresión es una milonga, como ya nos decía en la Facultad hace cuarenta años el catedrático de Derecho de la Información Enrique Gómez Reino y Carnota, cuando nos invitaba a sindicarnos para poder ejercer nuestro poder frente a las empresas que nos iban a contratar.

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Pedro Sánchez y María Jesús Montero, durante el último Comité Federal | Foto: PSOE

¡Viva el vino!

A los medios de comunicación Pedro Sánchez nunca les cayó bien. Ni a los de la derecha (por supuesto, ni cuando está dormido), ni a los que leemos, escuchamos o vemos quienes estamos encorsetados en la centroizquierda. Ni cuando parecía un chico de la camada de Pepe Blanco y compañía que nunca había roto un plato ni, por supuesto, cuando le plantó cara a la máxima autoridad frente al Comité Federal que buscaba una abstención para que fuera investido presidente Mariano Rajoy al grito de ¡viva el vino! No daban un duro por él y mira tú que fue capaz de conquistar el corazón de la militancia socialista para mostrar que no hay aparato que valga cuando hay un relato que merece la pena. Años atrás sucedió algo parecido con Josep Borrell frente a Joaquín Almunia, pero en esa ocasión los poderes fácticos sí pudieron contra el actual jefe de la diplomacia europea. Es que es la economía (el poder, en realidad), amigos.

Camino del sorpasso

Esos mismos medios que nunca han apostado por Pedro son los que ayudaron a ganar visibilidad al primer Podemos, al que mimaron y promocionaron con ánimo de que pudiera dar el sorpasso al PSOE. Con unos mimos con tanta mala leche como los que prodigaron en su momento a nuestro Julio Anguita. En ambos casos estuvieron a punto, salvando las distancias, de dinamitar al PSOE, que ese, en realidad, ha sido siempre el principal objetivo de los poderes terrenales. Saben que, dañando al partido de Pablo Iglesias, el centenario, será mucho más fácil permitir que gobierne esa derecha que siente que el poder, la Justicia, la calle, la sociedad, la familia, el municipio y el sindicato son suyos por la Gracia de Dios. Sin descubrir que Dios no es un gracioso que consienta tanta tontería y maldad. Podemos lo ha sufrido en sus carnes, especialmente en las últimas semanas cuando se han hecho públicos los audios del excomisario Villarejo. Pero no sé de qué tenemos que extrañarnos. Esto ha pasado en la historia reciente de nuestra democracia y el fin no es otro que mantenerse en el poder sea al precio que sea.

Moción de censura

Confieso que, pese a no ser santo de mi devoción (en la intimidad, eso sí) aunque milite en su mismo club, empecé a ser seducido por sus encantos políticos con la moción de censura. Es verdad que el PP se había ganado a pulso su descrédito con la corrupción, la gestión de los recortes sociales y el híper nacionalismo español frente a la indómita Cataluña, pero no me negarán que no fue una gran jugada. Y esas primeras medidas en el Gobierno y esas elecciones en las que se retrataron todos, como nuestro amigo Albert Rivera (¿alguien se acuerda de él?), el Pablo Iglesias de entonces, la repetición electoral y la capacidad de adaptación a las circunstancias para poder formar un Gobierno progresista de coalición, el primero de la etapa democrática.

Pandemia y guerra

Y zas, con él llegó la pandemia. Ni más ni menos. Se gobernó mirando a los sectores más débiles de la sociedad. Y eso no lo pueden tolerar los poderes de este mundo. Ni lo van a reconocer jamás. Y joder, hemos tirado hacia delante. Con el acierto del trabajo conjunto de mucha gente, la que está metida en la política del día a día, que ha sido capaz de ir dando pasos legislativos en muchas materias, y de la propia sociedad en su conjunto. Aunque le haya calado el mensaje de que la culpa de todos los males la tiene Pedro Sánchez. De los ERTE, la reforma laboral, las medidas para los autónomos, las sucesivas subidas del salario mínimo, la política de becas, la estabilización del personal empleado público, el resto de las medidas sociales, por no hablar de la apuesta por la recuperación europea con los fondos next Generation … mejor lo dejamos de lado, ¿verdad? Y si éramos pocos llegó la guerra de Ucrania y, casi a la par, una nueva crisis del capitalismo con la inflación galopante. Las respuestas a nivel europeo con el tope del precio del gas han caído del cielo gracias a la derecha, ¿no es cierto? O los anunciados impuestos a la banca y a las energéticas… Y qué me dicen de colocar en la agenda la crisis ecológica, mientras apagamos los incendios (por cierto, con una UME cuya creación criticó la derecha) y controlamos el precio de la luz y los combustibles.

La derecha se siente ungida por un bien superior que le lleva a defender hasta el extremo que el poder es suyo, que los gobiernos son suyos

A estas alturas a lo mejor han dejado de leer este artículo porque piensan que he llegado al punto de ser abducido por el sanchismo, esa medicina que es la causa de todos los males que aquejan este mundo. Como la que José Luis Rodríguez Zapatero esparció en su momento, cuando le tocó hacer frente a una crisis en toda regla y que trató de cargar a sus espaldas con la responsabilidad que, siento decirlo, sólo sabe hacer la izquierda. Sea tibia o tenue…o socialdemócrata, para más señas. La derecha, sin ir más lejos, siempre busca culpables en los otros. Raramente reconoce sus errores. Se siente ungida por un bien superior que le lleva a defender hasta el extremo que el poder es suyo, que los gobiernos son suyos… y, cuando lo pierden o no alcanzan los segundos, siempre es porque hay alguien que se los ha arrebatado de manera ilegítima, se llame 11-M, los nacionalistas, los comunistas o ETA. Válgame el Señor. Si hasta ha integrado a quienes tuvo enfrente en los procesos internos del partido.

Imagen tomada de http://letraslibres.com/politica/anatomia-del-sanchismo/

La culpa es de…

Y, para terminar. Si la fobia contra Pedro Sánchez en el escenario nacional me ha llevado a caer en sus garras qué puedo contarles de la culpa que en esa caída le toca a esta Región de Murcia. A ese gran amor que le profesa la derecha, la ultraderecha y buena parte de la llamada sociedad civil, la de cualquier hijo de vecino que recibe la dosis diaria de mensajes contra todo lo que huele a aquél. Que, si sube el gasoil, la culpa es de Pedro Sánchez. Que, si el Mar Menor se muere, la culpa es de Pedro Sánchez. Que, si el soterramiento de las vías del tren se ha conseguido en Murcia, la culpa es de Pedro Sánchez (¡uy, no, el retraso del AVE!). Que, si hay un Gobierno regional repleto de tránsfugas con personas que no mantuvieron su palabra y su firma, la culpa es de Pedro Sánchez. Que, si la atención primaria está como está, la culpa es de Pedro Sánchez. Que, si el presidente engaña a sus compañeras de partido, la culpa es de Pedro Sánchez. Que, si la agricultura intensiva es pan para hoy y hambre para mañana, la culpa es de Pedro Sánchez. Que, si hay agua del Trasvase o que no, la culpa es de Pedro Sánchez. Que, si nuestros jóvenes no ven futuro en Murcia, la culpa es de Pedro Sánchez…

Llegados a este punto, seguro que entenderán ahora que sea sanchista hasta más no poder. Si es que me lo han puesto muy fácil. Sean valientes, ande, anímense, rompan con las reglas y confiésenlo ustedes también. Que hay sitio.


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