Hace unos días fui testigo de un hecho singular. En un acto de graduación de policías locales tuvo un especial protagonismo un joven músico cartagenero, Miguel Alcantud, que interpretó al arpa unas piezas musicales en distintos momentos del programa. Miguel es ciego. Al nacer tuvo unos problemas médicos que le causaron problemas de movilidad, tanto en sus manos como en sus pies. Se desplaza en sillas de ruedas. Es una persona dependiente y, de manera autodidacta, ha encontrado en la música una forma de expresión de su carácter para superar cualquier tipo de limitación. Sus interpretaciones conmueven.
Resulta que, al término de la ceremonia, Miguel quiso dirigirse a los nuevos agentes de la Policía Local. Y lo hizo tras la fotografía oficial con un agradecimiento y una petición. Esta última tenía que ver con la invitación a que, en su trabajo diario, estuvieran muy pendientes de las personas con discapacidad. Las gracias eran extensivas a todos los servidores públicos que cuidan, especialmente, a quienes tienen limitaciones físicas o mentales. No quería dejar pasar su gratitud anticipada a estos nuevos policías locales con el fin de que sean sensibles a quienes se enfrentan a diario a sus carencias.
Es tiempo de dar gracias a quienes luchan por la paz y la solidaridad, por su compromiso encarnado, porque son ejemplo y modelo para seguir, como así lo fue Jesús de Nazaret
Cuánto nos cuesta agradecer y qué poco reclamar o maldecir. Incluso en este tiempo que tenemos por delante, en el que a menudo reblandece la condición humana, resulta difícil escuchar palabras de reconocimiento a los otros, a los prójimos. De ahí que, frente a la sempiterna algarabía de luces y cenas, compras compulsivas y emociones desbocadas, sea el momento para expresar desde aquí una mirada correspondida, en estos días turbulentos, a muchas buenas gentes que pululan en mitad de nuestras vidas.
Ocuparse por la paz
Es tiempo de dar gracias a quienes luchan por la paz y la solidaridad, por su compromiso encarnado, porque son ejemplo y modelo para seguir, como así lo fue Jesús de Nazaret. La mirada de los niños y niñas gazatíes, ucranianas, africanas y de cualquier otra parte de la tierra es motivo suficiente para ocuparse por la paz.
Es momento de dar gracias a quienes se afanan procurando esperanza en esta vida, sobre todo a las personas que más sufren, las excluidas y afectadas por la pobreza, las personas inmigrantes no acogidas, las mujeres víctimas de actitudes machistas, las mayores que son apartadas y la infancia a la que no se le da futuro. Gracias por acompañarlas y darles esperanza.
Conmover los corazones
Es instante de dar gracias a quienes sonríen y contagian la risa, porque su alegría es el alimento que nos impulsa a las personas creyentes a transmitir el mensaje de Jesús nacido en Belén. Una sonrisa es capaz de conmover a los corazones más duros, más golpeados y rígidos. Ese cosquilleo merece de verdad la pena.
Es circunstancia dedar las gracias por las voces de quienes denuncian la injusticia y, a su vez, anuncian la utopía de otro universo, de que otro reino es posible, porque con su voz nos hacen sentir de manera consciente de que es posible construir otro mundo, alejado, eso sí, de la maldad, de la iniquidad.
Iluminar el mundo
Es un período para dar gracias por el planeta, por esta tierra que tenemos, por su belleza, por sus recursos que nos nutren. Gracias, porque siga siendo ese padre y madre que acogen a sus criaturas. Ese lugar, esa casa, que precisa de nuestro cuidado.
En definitiva, es comienzo sentido y grato para dar gracias por el amor de ese Jesús de Belén, que es la luz que vino a iluminar este mundo y nos colma de alegría y de buen humor. A creyentes y a quienes no lo son. A judíos y a gentiles. A cada quisque. Que aquí hay grandeza desbordada, de la que contagia a propios y a extraños. A personas nativas y a quienes llegan de otras tierras. Es tiempo de manos anudadas, de brazos extendidos y de corazones ardientes repletos de generosidad para repartir a raudales.
Tres curas acaban de escribir y publicar dos libros. De esos tres sacerdotes, dos están casados. Uno ha sido cura obrero, otro está empeñado en no dejar escapar la oportunidad de visibilizar su opción por los más pobres aquí en la Región de Murcia y con los refugiados en diversas partes del planeta. Y todos ellos decidieron en algún momento de su vida que su ministerio sacerdotal había que derramarlo en medio del mundo, alejado de oropeles y del boato, de un cometido que no fuera el de encarnarse en realidades que habitualmente parecen destinadas a otro tipo de personas. Una utopía compartida… en el tajo.
Amigos y compañeros
Hablar de Joaquín Sánchez Sánchez (Vilanova de Sau, Barcelona, 1962) y de Fernando Bermúdez López (Alguazas, Murcia, 1943) es hacerlo de dos amigos y compañeros en mil batallas por la solidaridad y el compromiso. Habitualmente aparecen en medios de comunicación, bien como destacados columnistas o como activistas frente a los desahucios, concentraciones en favor de las personas refugiadas, los derechos humanos y la cercanía a quienes son descartados del sistema. Joaquín Sánchez es la bondad personificada, portador de un corazón tan grande para amar que a veces le juega una mala pasada, capellán de prisiones y de centros de salud mental o de mayores. Fernando Bermúdez, con su barba cana, es la imagen de quien un día llegó a América Latina y se enamoró de su pobreza y rebeldía, de su pasión para vivir la fe de otra manera distinta a la que estaba acostumbrada en estas tierras. Y para dialogar entre las religiones desde una posición de igual a igual.
Diálogo epistolar
En La utopía compartida (Alianza Con-Vida 20, 2023) ambos entablan un diálogo epistolar repleto de reflexiones sobre todo aquello que les inspira en sus diferentes opciones de vida. Desde el sentido de la acción sociopolítica a la crisis de la ética, desde la conversión y el sentido de la propia vida a la corrupción y, paradójicamente, a los signos de esperanza o al Reino de Dios. Del diálogo interreligioso a preguntarse si las religiones sirven para algo. Por supuesto, sin dejar pasar la Iglesia que sueñan, los retos ante la vida y la declaración de principios de que el amor vence los discursos de odio.
Y para culminar este libro escrito a cuatro manos, un regalo tras este intercambio de cartas: su credo. Una confesión repleta del alimento de la fe y la esperanza de que este mundo tiene sentido, bajo el impulso de la utopía en la búsqueda de nuevos horizontes. Desde sentir a Dios como una fuerza espiritual, trascendente, en el corazón del Universo, infinitamente mayor que cualquiera de las religiones que lo hacen suyo. Una declaración de fe en Jesús de Nazaret, de su encarnación en los últimos y de su anuncio de la buena noticia y esperanza para las personas empobrecidas. Una proclama acerca del Reino de Dios en la historia presente que es capaz de convertir los corazones agrietados de los hombres y mujeres en semillas de liberación, en una Iglesia nueva soñada que ama a María que «sacó a los poderosos de sus tronos y puso en su lugar a los humildes».
Mantener la memoria
El tercero de los autores es Pedro Castaño Santa (Yecla, Murcia, 1940), cura obrero afincado desde los comienzos de su ministerio en Cartagena y del que hace unos meses dimos cuenta de La otra cara de la Catedral Antigua (2022), un retrato de lo vivido en la parroquia de Santa María la Antigua entre los años 1967 y 1976, en los que estuvo adscrita a la Diócesis de Cartagena. Su anterior trabajo, en el que en sus poco más de cien páginas, logra cumplir el principal objetivo que le llevó a remover recuerdos y a recopilar documentos y fotografías de esos años: mantener viva la memoria de lo que allí aconteció.
Pedro Castaño acaba de publicar En el tajo. Avatares de un cura en su trabajo (octubre 2023), prologado por el historiador y secretario comarcal de CC.OO. José Ibarra Bastida, en el que se narra todo su periplo vital como cura obrero desde sus tiempos de seminarista, atravesado por el impulso que estos testimonios de encarnación en el mundo del trabajo llevaron a cabo los curas obreros franceses. Una inspiración que le llegó de la mano de los grupos de Jesús Obrero, la experiencia de la Juventud Obrera Cristiana (JOC) y de la presencia de Guillermo Rovirosa, primer promotor de la HOAC, y del sacerdote Tomás Malagón, en el propio Seminario Mayor de Murcia.
Encarnación en el mundo obrero
A lo largo de sus páginas podemos conocer los diferentes lugares de trabajo que este yeclano conoció desde adolescente, en su pueblo, y ya de joven, en la vendimia francesa. Su verdadero bautismo como cura obrero, como él mismo reconoce, en Unión Explosivos Río Tinto, ya en Cartagena, en empresas auxiliares, en la Refinería de Escombreras, su posterior despido, el paso por la cola del paro hasta llegar a una empresa auxiliar de Bazán, para luego emplearse en otra de jardinería. Un periplo como estibador frustrado, pescador, reparador de barcos de recreo, librero en Espartaco durante unos meses y miembro de una cuadrilla de yesaires o yeseros en Zamora y Cocentaina (Alicante), así como en La Palma, hasta recalar en Correos, donde conoció diferentes destinos hasta su jubilación. Un recorrido vital en el que ha primado siempre su deseo de encarnación en el mundo obrero. Desde su condición sacerdotal, aunque en un momento de su vida decidiera unirse a Rosa, su mujer, con la que ha tenido dos hijos y nietos.
Dos libros que son unos nuevos hijos para estos jóvenes inquietos, ministros de la utopía, la dignidad y el compromiso. De la esperanza que no desfallece.
Nunca he sido un gran forofo de las banderas. Es verdad que en mi etapa escolar me gustaban esas hojas satinadas de los diccionarios en las que aparecían, por orden alfabético, las insignias de todos los países. Al menos de aquellas que venían del último siglo, junto a las que correspondían a naciones surgidas tras las dos guerras mundiales y los procesos descolonizadores de los años 60. Las había unas que eran fácilmente reconocibles (entre ellas, la francesa o la portuguesa y, por supuesto, la de los Estados Unidos de Norteamérica, que identificábamos por las películas del Oeste y las bélicas). También otras muy exóticas que pertenecían a las antiguas colonias de las grandes potencias, tras haber culminado sus respectivos caminos hacia la independencia. A quienes fuimos a la EGB (y no digamos, a nuestros predecesores) nos pasaba con las banderas como con los ríos o las capitales de provincia: que las memorizábamos con tal interés, como si nos fuera la vida en ello).
Bandera y 23-F
Solo una vez en la vida he colocado una bandera en el balcón de mi casa. Fue un día como el de hoy del año 1981. Y todo por el amago de golpe de Estado, el del 23-F, que estuvo a punto de cargarse la naciente democracia española en el tardofranquismo. Quienes vivieron esos días saben lo que había detrás de un hecho de esas características y cada uno y cada cual retiene en su cabeza los recuerdos de ese acontecimiento.
Quienes me conocen con más detalle saben de mi creencia en que las cosas nunca suceden por casualidad. De mi gusto por la anécdota y la fábula de las que podemos extraer de acontecimientos aparentemente anodinos y que, desdichas del destino, nos colocan a cada uno en el lugar de la historia que nos toca vivir.
Constitución y procés
No me negarán que no tiene su gracia que quien coordinó el operativo de la Policía Nacional y de la Guardia Civil que trató de evitar la celebración del referéndum de independencia de Cataluña de 2017, el coronel Diego Pérez de los Cobos, alumno de COU en el InstitutoJ. Martínez Ruiz ‘Azorín’, en Yecla, estuviese en la puerta del centro de bachillerato esa tarde del 23-F, ataviado con su camisa azul junto a un destacado falangista amigo suyo, hijo de otro médico como su padre, dirigente de Fuerza Nueva. Una escena que se nos quedó grabada a quienes acabábamos de hacer un examen de Griego y salíamos del instituto camino de nuestra casa, con las primeras noticias del asalto al Congreso de los Diputados. Tiempo después supimos de su trayectoria en la Guardia Civil, en la lucha antiterrorista, en su asesoramiento a ministros del Interior del PSOE y del PP y, sobre todo, de ser el principal garante de la Constitución en Cataluña en esos fatídicos tiempos del procés.
Pero estos recuerdos no acaban aquí. Algo menos de tres años antes, casi en la misma puerta del instituto, junto al bar Los Tambores, otro joven estudiante de bachillerato, hermano mayor de Diego, rompió en pedazos un ejemplar de la Constitución que había recibido en clase de manos de la profesora de Literatura, María Martínez del Portal, sobrina-nieta del escritor del Monóvar que da nombre al centro. No olvidemos que el gobierno de la UCD de entonces distribuyó miles de ejemplares de la Carta Magna por toda España en su campaña de difusión, incluyendo, creo recordar, su encarte en los periódicos. Un amigo que fue testigo del hecho me lo recordaba ayer como si hubiera sucedido hace pocos días.
Tolerancia y sentido del deber
Ese estudiante que protagonizó su rechazo a la incipiente Ley de Leyes cursó Derecho en la Universidad de Valencia y se especializó en Derecho del Trabajo en la Unión Europea. En el año 2005 fue el encargado de leer el discurso oficial del acto conmemorativo del Día de la Constitución en Yecla, cuyo ayuntamiento organiza este evento de manera ininterrumpida desde 1989. Un servidor se encargó de presentar al jurista Francisco Pérez de los Cobos, entonces catedrático de Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social de la Universidad Complutense de Madrid, y posteriormente, magistrado desde 2011 hasta 2017 y presidente del Tribunal Constitucional de España de 2013 a 2017.
Podríamos aprender mucho más de nuestro pasado y del espíritu constitucional para serenar el tiempo presente
La vida es capaz de presentarnos acontecimientos como los descritos y poder recordarlos en la distancia como el mejor ejemplo de que las personas tenemos muchos rostros, gozamos de la capacidad de cambiar y de poder lograr el entendimiento entre diferentes. Siempre, eso sí, desde el mayor respeto ante las posiciones que defendemos en determinados momentos de nuestra historia personal y política. Ahí radica la democracia, la tolerancia y el sentido del deber. Y quizá, por qué no, podríamos aprender mucho más de nuestro pasado y del espíritu constitucional para serenar el tiempo presente. Con la pasión que no ha sido obstáculo para que hoy, todos juntos, todas juntas, podamos compartir el deseo de seguir viviendo en paz, en justicia y en libertad.
En el instante en el que una joven universitaria me llamó de usted al finalizar una clase descubrí que había empezado a ser mayor. Fue un zasca en toda la boca frente a la creencia de que todo el mundo es bueno y que somos todos lo mismo. Cuando se recurre al pronombre en cuestión es que la persona que tienes delante te merece respeto o está poseída de una cierta autoridad. O que la coronilla ya es patente. Se había acabado el tiempo de percibirme uno más en los ambientes de la calle. Hubo un tiempo, una vez, en que siempre fui el más joven en los lugares donde deambulé.
Desde niño recorrí los espacios de los adultos. Y me sentía cómodo. Creo que les sorprendía que un pipiolo hablase como ellos y coincidiera en sus gustos, lecturas, preocupaciones y demás. Hasta que años después descubrí que, en realidad, no había tenido infancia. Al menos de una manera consciente. Adoraba a los mayores en busca de una identidad que no era capaz de configurar.
Nuevo escenario
Al cabo de los años he descubierto que en el camino hacia la vejez se transita por un territorio repleto de circunstancias salvables y que merecen toda nuestra atención. Asimismo, constato que hay un nuevo escenario en el que no me siento cómodo. No es otro que aquel en el que se alcanza la edad en la que ya todo parece entrar en la recta final para que quien se sitúa en ella. Esto es, que quienes vienen por detrás empiezan a desbrozar su camino apartando todo lo que presenta por delante. Es una mezcla de la práctica del adanismo por jóvenes generaciones que carecen de memoria con el ejercicio, por el contrario, de una tácita descalificación hacia quienes nos han precedido.
Para quienes despliegan el apartheid por razones temporales el catálogo de personas prescindibles es amplio.
Bien es verdad que en este itinerario aparecen aquellos que sufren el síndrome de Peter Pan, ya que son incapaces de asumir las obligaciones propias de la edad adulta. Pero no se trata de eso. Es más. Se ríen de quienes les han precedido en los escenarios en los que ahora son protagonistas. Bien sean en el mundo de la política, la empresa, la enseñanza o de cualquier otro ámbito de la sociedad civil. Además de la sorna, la ironía o la simple descalificación, ejercen la segregación de los espacios en los que se toman decisiones de cualquier signo.
Aprender de otros
Para quienes despliegan ese apartheid por razones temporales el catálogo de personas prescindibles es amplio. Mujeres y hombres de la actividad política presentados como carcamales, actrices y actores que no encuentran papeles que representar, maestros y maestras relegadas a los peores horarios, empleados y empleadas públicas que se llevan tras su jubilación todo su bagaje y conocimientos sin haber tenido la oportunidad de desarrollar un relevo generacional en condiciones. Qué decir de aquellos artesanos que ven desaparecer sus habilidades y recursos por no encontrar quién siga sus pasos o aquellas profesionales que pasan de un día a otro a la monotonía de una vida carente de sentido.
Cuánto nos queda por aprender de esas culturas tradicionales en las que la edad es un valor añadido para el presente y el futuro de nuevas generaciones. No hay que irse a un poblado africano para comprobar que la persona anciana merece toda la consideración. En la cultura gitana, sin ir más lejos, es fácilmente comprobable esto que les hablo. Abuelas que, como gallinas cluecas, son capaces de garantizar el día a día de hijos y nietos llenando la olla de forma misteriosa, o patriarcas que son atendidos hasta el final de sus días por toda la prole, sin que les falte el cariño y la preocupación.
Final del camino
Entre un extremo y otro hay un lugar en el que cuidar el tránsito de una etapa de construcción de la persona adulta hacia otra en la que la madurez y la experiencia se convierten en valores añadidos. El final del camino, por suerte o por desgracia, nunca se sabe cuándo va a llegar. De ahí que sea imprescindible el respeto al presente. De quien lleva poco tiempo y de quienes nos han precedido.
Con lo de las ofertas del ‘Black Friday’me pasa como con la lotería de Navidad: que una vez decides que te sales del juego, ya no tienes problema alguno para que te afecte el ruido continuo de las propuestas de compras de todo tipo que te llegan por múltiples canales. De poco sirven los intentos de que caigas en aprovechar, siempre supuestamente, alguna ocasión de ser el objeto de gangas. No hay mala conciencia si has dejado pasar esa oportunidad que parecía reservada exclusivamente para ti. Que paren el mundo, que yo me bajo. Porque hallas la manera de entender que la sinrazón es la guía de los comportamientos de quienes te rodean.
Ideas erróneas
Cuando, además, descubres que el Viernes Negro es el día siguiente al de Acción de Gracias, y que todo viene del otro lado del Atlántico, el cabreo pasa a ser mayúsculo. Entonces te das cuenta de que su único interés es el de tratar de convertirte en una marioneta. Es más, aciertas en revelar que quienes manejan los hilos no son otros sino los que embotan tu conciencia de ideas erróneas sobre lo que verdaderamente tienes necesidad. Vamos, que te convierten en una persona sin control y solo dejada de la mano de sus impulsos más primarios. Eso sí, para engrosar la cuenta de resultados de empresas dispuestas a cubrir sus necesidades pecuniarias. Aquí ya no vale inteligencia humana alguna. En el juego aparecen otras inteligencias, especialmente la artificial, siempre y cuando el mercado sea el auténtico protagonista.
Juicio fácil
Darte cuenta de que estás en manos del calendario que otros programan es una experiencia que, en ocasiones, puede llevarnos a caer en la indiferencia. En especial, cuando sientes que las riendas de tu vida las llevan personas o elementos ajenos a tu voluntad. Sucede algo parecido cuando nos dejamos contaminar por el mal ambiente o la toxicidad del momento social o político que atravesamos. O cuando se pierde la perspectiva para la escucha, la comprensión y poder ofrecer una respuesta que no sea la descalificación, el juicio fácil o la simple reacción a la defensiva.
Despertar al mundo de la consciencia, del presente sin más, de la realidad repleta de pluralidad sin caer en el prejuicio, en lo previsible o en el discurso simplista de lo blanco o lo negro, es el gran reto que está ahí afuera.
Nuevo escenario
Al sacudir el polvo que contamina la realidad es cuando el panorama sombrío deja de serlo para entrar en una nueva dimensión. Las peleas, los gritos, los desacuerdos, los conflictos o los enfrentamientos apenas te pasan factura. Porque son meras ramas que impiden ver el bosque de las emociones, esas que son capaces de movilizarnos hasta extremos insospechados. La irascibilidad da pie a un territorio en el que te permites sentir como pasan a tu lado las tensiones, los aprietos o los trances que hasta entonces poblaban toda la existencia.
La capacidad de encontrar un nuevo escenario en el que desenvolverse es más sencillo de lo que parece. En ello debemos poner el empeño si queremos dar el paso para no tropezar cien y mil veces en la misma piedra. Y mira que los humanos parecemos estar hechos de una manera defectuosa, ya que caemos y recaemos en los mismos errores, incluso en diferentes etapas de la vida. La meta está en desbrozar todos aquellos obstáculos que surgen y desaparecen como si fueran las pruebas a superar de cualquier videojuego que se precie.
Deseo de cambio
No hace falta aplicar defensas, eliminar enemigos o buscar alianzas contra natura, porque la calzada quedará expedita simplemente con la aplicación voluntariosa de desear el cambio. Es más fácil de lo que creemos. Simplemente hay que emplearse en ello y no decaer si aparece alguna dificultad. El resultado merece la pena.
En plena vorágine a causa de la polarización política, las preocupaciones por el encendido de luces navideñas, los sobresaltos por la subida de los precios y los bombardeos de los ‘single days’, ‘Black Friday’ y demás zarandajas consumistas, se asoma la cotidianidad. Esa que lleva consigo los pequeños acontecimientos de la vida que conforman el verdadero relato de la actualidad de la gente común. Esa que no termina de completar el cambio de temporada en los armarios y lleva un lío de ropa de mil demonios. La que empieza a preguntarse dónde cenará en Navidad. La que ansía en que finalicen las obras en su ciudad o la que se sorprende del porqué de esa proliferación de tiendas de productos y accesorios para uñas, bien sean de gel, acrílico, polygel, de esmaltado permanente o decoraciones. Un sinvivir, ya lo ven.
Irse del mundo
La muerte se cruza en esa ruta de la normalidad y, en algunos casos, en silencio y sin llamar la atención. Como la que he vivido este pasado fin de semana con la marcha de la hermana Catalina Mediola, ‘Cati’, una religiosa de la orden Concepcionista Franciscana de la comunidad del convento de Santo Antonio, en Murcia. Una marcha que ha sido la confirmación de que nos vamos de este mundo, en buena parte de las ocasiones, como hemos transitado por él. En su caso, calladamente, de manera imperceptible, rodeada de las personas con las que ha compartido cercanía en su opción de vida y con tiempo suficiente para la despedida de familiares y amigas. Una muestra de que el paso a otra dimensión se puede recorrer desde la contemplación amorosa a su nuevo estado.
Sencillez y humildad
Cuando la velaba en el silencio de la capilla monacal, repasaba aquellos valores que habían sido su sello a lo largo de más ocho décadas de vida. Cualidades necesarias que cobraban especial sentido en estos días donde el ruido, el odio, los insultos y las descalificaciones sin más se han convertido en moneda común. Tanto es así que estamos contagiados de una irascibilidad imperdonable frente a la búsqueda del bien común.
En el inventario rememorado ante las imágenes de Clara de Asís y Antonio de Padua destacaba la humildad, ese conocimiento de las propias limitaciones y debilidades y obrar de acuerdo a aquel. Por supuesto, ser una persona agradecida. También la sencillez para actuar sin pretensión, dobles intenciones ni vanidad, sino de modo sincero, espontáneo o natural. O el cuidado de cada detalle, emocionar con pequeños gestos, pensar con qué sorprender a cada persona, dedicar un poquito de su tiempo.
Don de la escucha
Que Cati fuese una artista de lo minucioso dan fe las innumerables piezas de frivolité o de encaje de bolillos que elaboró a lo largo de su vida. Pendiente de cada pormenor humano de quien se cruzase en su vida, ha sido el más vivo ejemplo de que no podemos pasar por la existencia de las personas sin conmovernos ante sus historias, ante sus ilusiones y desvelos. Incluso para intentar una última puntada a la ropa de quienes han sido sus cuidadoras en los últimos días. Un botón a punto de desprenderse o una costura suelta eran motivo suficiente para una invitación a bordarlos.
Las religiosas contemplativas tienen ese don especial para no dejar escapar ese pespunte, ese dobladillo, ese hilvanado. Es el don de la escucha, de captar lo que se esconde detrás de unos ojos, de una mirada, de un gesto. Seducidas por la gracia de quien nos quiere por encima de todo, la vida contemplativa está repleta de una actividad que trasciende los muros de un monasterio. Poseen la fuerza incontenible que les permite la capacidad de alcanzar la esencia del corazón de quienes deambulamos en el proceloso mar de la vida ordinaria. Una fortaleza que llega de quien nos trasciende y que se hace vida en la oración, verdadero alimento que no sufre de altas y bajas de precios, que no es pasto de especuladores ni de índices bursátiles. Cati, como el resto de sus hermanas, nunca da puntada sin hilo.
De izquierda a derecha, Concha, Cati y Maribel, junto a otra hermana de la orden concepcionista franciscana, en el Obrador Convento San Antonio (calle Zarandona, 4, en pleno centro de Murcia), donde se venden los productos artesanos elaborados por esta comunidad religiosa.
Cati es una de las tres últimas religiosas de la orden Concepcionista Franciscana que mantvieron abierta la comunidad del Monasterio de La Encarnación en Yecla (Murcia). Junto a sus hermanas Concha y Maribel se trasladó hace unos años al Convento de San Antonio, en Algezares (Murcia), donde falleció el pasado viernes 10 de noviembre. Desde niño he estado siempre muy ligado a esta comunidad contemplativa. En su convento de Yecla participé en sus encuentros de oración, además de meditación zen. Fui testigo de su cercanía a la gente, desde la clausura, y su iglesia está ligada a celebraciones familiares y parroquiales. El ejemplo de vida y de ejntrega generosa a la contemplación siempore están presente en mi vida y en la de mi familia.
No sé si fue premeditada, pero en las imágenes de la entrega del ‘Informe sobre abusos sexuales en el ámbito de la Iglesia católica y el papel de los poderes públicos’ por parte del Defensor del Pueblo, Ángel Gabilondo, a la presidenta de las Cortes Generales, Francina Armengol, me llamó la atención un detalle: la cruz que colgaba del cuello de la tercera autoridad del Estado. No creo que la elección fuese por casualidad. Desconozco la intención, pero, como católico, sí me siento interpelado por el hecho de que haya sido una institución como la del Defensor del Pueblo la que haya tenido que abordar en profundidad, y por vez primera, un asunto tan grave que afecta a la esencia de una institución como la que representa la Iglesia española, de la que formo parte, como humilde miembro del Pueblo de Dios.
Silencio y vergüenza
El silencio de quienes pudieron hacer más para evitar la pederastia, la soledad y el dolor de las víctimas, la reacción de la Iglesia, la necesaria compensación económica a las víctimas para la reparación del delito y las dificultades en la aportación de los datos por parte de las diócesis y los institutos de vida consagrada, son las cinco claves del Informe del Defensor del Pueblo. Frente a esta última, Ángel Gabilondo valoró durante la presentación del documento la investigación que desde el año 2018 viene haciendo el diario El País. Una respuesta que la Iglesia, desde el papado hasta el último rincón de la última diócesis o congregación religiosa, debería de haber dado desde el minuto uno.
Gravedad máxima
No oculto el sentimiento de vergüenza, como creyente de a pie, al pertenecer a una institución que durante mucho tiempo ha guardado silencio, cuando no, cómplice, por sus cautelas o por querer minimizar unos hechos que son motivo y causa de escándalo. Y, además, no comprendo las reacciones de algunos de nuestros obispos, sacerdotes y otras personas consagradas -además de seglares de la Iglesia- al cuestionar las cifras de posibles víctimas en nuestro país, extrapoladas de los datos que ofrece el informe. El problema no está en si son o no 440.000 las personas abusadas. El asunto ya es de una gravedad máxima con que solo una de ellas haya sufrido abuso sexual por parte de quien tenía encomendada su labor de formarla y/o acompañarla en la fe.
Me cuesta pensar que sea el temor a hacer frente a indemnizaciones millonarias el principal motivo de las reacciones a la defensiva por parte de nuestros obispos. Los superiores de las órdenes religiosas han ofrecido una respuesta más adecuada a la gravedad de este problema. Desde la petición de perdón y la disposición a colaborar con el Defensor del Pueblo y el resto de instituciones.
Valentía y determinación
Mirar para otro lado, trasladar a otro destino a la persona agresora, minimizar el asunto o extender y generalizar los abusos a otros ámbitos de la sociedad (como el familiar, educativo o deportivo) han sido prácticas comunes por parte de muchas diócesis e institutos religiosos. No solo en España, sino en una larga lista de países, con ejemplos y consecuencias muy notorias como las ocurridas en Estados Unidos o Irlanda. A esos comportamientos se suman otros, como tratar de victimizar a las propias víctimas o no atenderlas como se merecen, o esconder la cabeza como los avestruces, sintiéndose incluso mártires de una supuesta cruzada frente al ateísmo o el anticlericalismo. Y todo por no abordar con valentía y determinación un asunto tan grave como el de la pederastia, en el que te juegas la credibilidad como institución educadora de las conciencias y valores para toda una vida. Lo sé de primera mano porque en mi vida profesional me ha tocado gestionar comunicativamente más de un caso de pederastia y abusos protagonizados por sacerdotes o religiosos.
Respuestas ambiguas
El propio Benedicto XVI ya identificó hace casi tres lustros, en su Carta pastoral a los católicos de Irlanda (como recordaba el periodista José Martínez de Velasco en su prólogo al libro de Juan Ignacio Cortés, Lobos con piel de pastor), varios factores como causa del escándalo: procedimientos inadecuados para determinar la idoneidad de los candidatos al sacerdocio y la vida religiosa; insuficiente formación humana, intelectual y espiritual en los seminarios y noviciados; tendencia a favorecer al clero y otras figuras de autoridad, así como una preocupación desmesurada por el buen nombre de la Iglesia. En estos tiempos de sinodalidad no caben respuestas ambiguas, ni miradas esquivas, ni callejones sin salida. De frente y sin titubeos.
Uno de los días más tristes de mi padre que recuerdo se remonta a mediados de los años 70, antes de la muerte del Caudillo y después del atentado al almirante Carrero Blanco. Trabajaba en un taller mecánico de Crevillente, en la provincia de Alicante, y fue el día en el que su jefe le entregó la carta de despido. Su delito: promover las elecciones sindicales. Era una osadía. Ya tenía experiencia de esa circunstancia tiempo atrás en Ibi, cuando acudía a las reuniones del sindicato vertical, a las que en ocasiones yo le acompañaba, en un oscuro edificio del centro de esa ciudad juguetera. Su abatimiento, sin embargo, no tenía que ver con el despido en sí, sino por el hecho de quien lo arrojaba a la calle era su jefe, quien había sido militante de la Acción Católica. Como él lo era en ese momento. No podía entenderlo. De otro empresario podía esperar una reacción así. De aquel, no.
Testigos incómodos
Esta evocación que se esconde entre las historias infantiles volvió a ver la luz la semana pasada al conocer la noticia de la marcha de Rosa Roda de Onda Cero, de su despido, tras más de tres décadas de trabajo en la antigua red de emisoras de la Cadena Rato. Nos conocimos desde aquel momento en el que se puso delante de un micrófono para contar la actualidad de la Región de Murcia. Luego creó su blog personal y se prodigó en la red social Twitter, ahora ‘X’. Qué paradojas. Desde hace veinte años siempre ha tenido a un señor o a una señora X a su espalda, velando por los intereses de algún poder político o económico, que se ha sentido incómodo por el trabajo informativo (y opinativo, por qué no) que ha desarrollado sin descanso.
Esa espada de Damocles que siempre ha pendido sobre ella es la misma que, en ocasiones, lo ha hecho con otros testigos de la actualidad de esta Comunidad que son incómodos al poder. Y todo por cometer el delito de ejercer una función social encomendada a la prensa, la radio, la televisión o en internet, esto es, a cualquier medio de comunicación. Un empeño que no es otro que el control del propio poder en nombre de la sociedad a la que sirve. Si la gravedad es contar lo que pasa, preguntar, indagar, poner luz a esas sombras entre las que se mueven quienes manejan los hilos de los entresijos de la política, las finanzas o la economía regional, es que algo no funciona en nuestro sistema democrático.
Tristeza profunda
Y aquel recuerdo infantil viene a cuento porque entre quienes han intentado cercenar la libertad de expresión se encuentran personas que un día soñaron, o dijeron, que querían ser periodistas. Algunas aún presumen de ello. Cuando en realidad se tratan de meras mercenarias del poder de turno, estén en nómina directamente o a través de terceros. Porque se han alegrado, cuando no inspirado o impulsado, de este despido. Lo intentaron otras veces y, bien porque en la empresa no encontraron eco o por el apoyo sindical, no lo consiguieron. De ahí viene esa profunda tristeza que me produce tratar de aceptar este despido, como el cese en otro momento de algún responsable de Informativos o la invitación a buscar nuevos caminos profesionales que han sufrido algunos periodistas murcianos.
Ingenuidad
No somos ingenuos al creer que los medios de comunicación los gestionan empresas que no miran las cuentas de resultados. Pero la prensa libre e independiente no nació para someterse al beneficio puro y duro. Lo hizo para ejercer de contrapeso. Si todo vale, los medios acabarán sucumbiendo a una mera función propagandista. En la mano de sus profesionales, de todos ellos, de la información y de la gestión empresarial, dependerá buena parte de que sigan siendo esa molesta mosca que sobrevuela los rincones en los que se esconde la basura. Quienes los leemos, los vemos y escuchamos, también tenemos una voz que alzar. Por eso, Rosa, hoy sentimos tu marcha, pero no tu ausencia. Porque los malos no siempre ganan. Y estoy seguro de que en ese camino andan muchos y buenos profesionales como tú. Que no se achantan, aunque les vaya la vida en ello.
Tengo que confesarles mi temor a la hora de escribir esta columna. Mira que llevo dándole vueltas al tema desde hace tiempo. He buscado voces más autorizadas que la de este humilde columnista de provincias para contrastar argumentos porque me veo en la obligación moral, si me permiten, de aportar una mirada ante el debate que sobrevuela la actualidad política en los últimos meses.
Cuando alguno de ustedes me ha preguntado qué opino sobre la amnistía, el referéndum y la investidura para un nuevo gobierno de coalición, dejo de mirarlos a los ojos, carraspeo y salgo por peteneras. Algunas de las respuestas que se me ocurren, y según en qué contexto, son las de “uf, es un tema complejo; estoy seguro de que detrás de todas esas declaraciones de independentistas y políticos de distinto signo hay mucho teatro; espero que los socialistas del PSC pongan cordura en el asunto; hay que darle una salida al problema territorial” o “confío en que Pedro Sánchez tenga un as en la manga y vuelva a sorprendernos”.
Problema de España
Menos mal que cuando la oscuridad se cierne sobre cualquier debate siempre hay un jesuita que aporta algo de luz. En este caso, José Ignacio González Faus, quien hace poco más de un mes reflexionaba sobre la amnistía y el futuro de Cataluña (y de España) en Religión digital, una publicación de referencia que dirige un compañero de estudios de Periodismo y Sociología que tuve en el Madrid de los años 80. Del jesuita me quedo con su afirmación de que el problema actual de España no son las plurinacionalidades (como dice Íñigo Urkullu, que ahí se queda corto). El problema de España son hoy las pluriindividualidades: cada cual considera que él es la verdad y el bien absolutos y que quienes no piensan y sienten como él, son simplemente malvados (fascistas, terroristas, separatistas… y todos esos adjetivos que oímos en el Congreso).
Hay que tender puentes para hacer gobernable el antagonismo. Puntos de encuentro entre fuerzas contrarias que, por el hecho de coincidir, no dejan de ser opuestas. Mentalidad flexible. Imaginación.
A pesar de lo distinto que parecemos ser los españoles, vivamos donde vivamos, hay un rasgo común que nos une y nos iguala a todos: la intolerancia. Ante las diferencias no buscamos respeto, acercamiento y diálogo. Todo lo contrario. Intensificamos los desacuerdos porque así parece que nos sentimos vivos. Así nos va, mientras que también somos astutamente incoherentes, porque en muchas ocasiones decimos en público unas cosas y en la trastienda las contrarias. Contemplamos, asimismo, un rasgo muy humano y que analizamos poco: nuestra forma de querer. En el caso de Cataluña, González Faus constata que muchos independentistas no aman a su tierra y sus gentes, sino que se aman a sí mismos en Cataluña, por eso quieren la independencia ya ahora y como sea. No les vale el ejemplo de Gran Bretaña y su Brexit o que la mitad de la población no la quiera. Porque siempre exigimos a los demás la ética en los comportamientos, pero ¡ay de los nuestros!
Convergencia paralela
Carlos García de Andoín, amigo y compañero de mil batallas políticas y eclesiales, acertaba al señalar hace unos días en Roma, en una conferencia pronunciada en la Universidad La Sapienza, el concepto de la difícil ‘convergencia paralela’ entre Pedro Sánchez y Carles Puigdemont. Una expresión que pronunció Aldo Moro en 1959 en el congreso de la Democracia Cristiana que se celebraba en Florencia, en su intento de mover un poco a su partido hacia la izquierda. Sorprendió a todos porque lo de las líneas paralelas que convergen no lo habían oído nunca. Este político católico, asesinado por las Brigadas Rojas, trataba de proponer una política de aproximación a los socialistas, un acercamiento entre dos antagonistas aparentemente irreconciliables. Es decir, tender puentes para hacer gobernable el antagonismo. Puntos de encuentro entre fuerzas contrarias que, por el hecho de coincidir, no dejan de ser opuestas. Mentalidad flexible. Imaginación. Propósito de evitar el drama o el callejón sin salida, como Enric Juliana lo contaba hace unos años.
Me da la impresión de que esta es la figura geométrica que en las últimas semanas están intentado componer el Gobierno de España y las fuerzas independentistas. Es la que sobrevuela en la negociación.
Soberanismo catalán
No olvidemos que todo esto viene de lejos. Bien es verdad que la llave de la negociación es el soberanismo catalán, con la amnistía de los encausados del procés y la autodeterminación de Cataluña. Pero no se puede ocultar que el proceso soberanista arrancó con un pacto de gobernabilidad entre CiU y ERC, la aprobación de una Ley de Consultas, las elecciones de 2015 en la que ganaron esos partidos, pero sin mayoría, el referéndum del 1 de octubre de 2017 y la posterior Declaración Unilateral de Independencia. A cada iniciativa se respondió desde el Estado con un recurso inmediato al Tribunal Constitucional hasta la aplicación del artículo 155 de la Constitución. Anteriormente se había vivido la crisis del Estatut, a partir de 2004, con un tránsito de las bases de CiU (y cuadros del PSC) del autonomismo al soberanismo, el derecho de decisión y las grandes movilizaciones frente a las políticas de austeridad. Hay que recordar que la autonomía que aplicó de forma más drástica los recortes fue la catalana.
Volviendo al momento presente, creo que es de justicia reconocer que en los dos últimos años se ha desinflado el proceso soberanista. Tienen la culpa el indulto y la excarcelación de sus principales líderes, con la reforma del Código Penal de los delitos de sedición y malversación, junto a la normalización del diálogo institucional entre los gobiernos de España y Cataluña. ¿Cómo se explicaría el liderazgo electoral del PSC-PSOE sino como un reflejo del cansancio de la sociedad catalana con una política inútil?
La oportunidad de un pacto
Llegados a este punto, siguiendo con las tesis de García de Andoín que comparto, y a estas alturas de la película política, el pacto de investidura sigue presentándose como una oportunidad. Por una parte, porque permite pasar página a la judicialización que ahora impide franquear a un nuevo escenario: la reconducción política. Una judicialización que, todo hay que decirlo, fue necesaria para detener el procés frente a la alternativa de la violencia. Por otra, para que Junts aterrice en la acción política ante la que necesita una pista: la amnistía, lograda, no concedida. Como signos positivos tendríamos la renuncia a aprobar una ley de amnistía antes de la investidura, el aplazamiento del tema del referéndum a una mesa de diálogo y la pregunta de la consulta a las bases de Junts sobre si deben bloquear la investidura, lo que legitimaría su apoyo o no.
Hay otros elementos en juego, entre ellos, las dificultades a la hora de explorar un acuerdo sobre la amnistía, como su constitucionalidad (no está expresamente prohibida); la inestabilidad del futuro Gobierno; la competición entre Junts y ERC; la opinión pública española dividida por la mitad o la renuncia a la unilateralidad por parte del soberanismo catalán, al menos de facto. Entre las razones a favor estarían el riesgo de la repetición electoral con un previsible gobierno PP-VOX, la necesidad de pasar página y de construir un acuerdo de convivencia frente al vacío que dejó el recorte al Estatut por parte del Tribunal Constitucional, sin olvidar que la antigua CiU necesita un espacio para reconstruir un partido en condiciones sin Puigdemont en Bélgica.
Continuar preguntando
En mitad de este camino el referéndum de autodeterminación quedaría descartado. Tanto el PSC como el PSOE lo han rechazado de forma categórica. Confronta a la sociedad catalana, presupone la soberanía, aunque gane el no, requiere una democracia más deliberativa que ayude a construir la sociedad y, por supuesto, no cabe la reversibilidad. Eso sí, no olvidemos que se puede plantear una consulta de un nuevo acuerdo. ¿Por qué cerrarse a abrir otras opciones? Un acuerdo necesario, que requiere un diálogo no solo entre España y Cataluña, sino entre los propios catalanes, porque esa sociedad también es plural. El problema sería entonces preguntarse si la Constitución (o sus interpretaciones) permiten ir más allá de aquel Estatut cercenado, que está en el origen del paso del autonomismo al derecho a decidir.
Pero no adelantemos acontecimientos, porque el debate está abierto. Queridos y queridas lectoras, sigan, sigan preguntando y preguntándose. Y no se queden con los mensajes simplistas. Vayan al fondo del asunto.
Contemplar las imágenes de la destrucción de barrios enteros. Escuchar el llanto de unas madres ante el cadáver de sus hijos. Conocer el testimonio de quien lo ha perdido todo o se encuentra aislado en mitad de la nada. Desconocer el lugar donde puede encontrarse un ser querido. ¿Quién no puede conmoverse ante cualquiera de estas realidades? ¿Cómo es posible que haya personas que muestren una frialdad de tal nivel que les permita mirar para otro lado, justificar lo injustificable o tomar partido por el poderoso?
El desequilibrio que existe en el conflicto palestino-israelí es tan grande que resulta muy complicado no exigir una paz justa, un acuerdo que parece inalcanzable, un respeto mínimo por la vida y un grito desgarrador para que callen las armas. Que el terrorismo y la guerra no conducen a solución alguna deberíamos de saberlo ya. La dolorosa experiencia en el escenario de Oriente Medio, como en otros muchos lugares a lo largo y ancho del planeta, no puede conducirnos a una fatal complicidad con lo inevitable. Hay que tomar partido hasta mancharse las manos con el débil, de uno y otro bando, porque aquí las víctimas no entienden de credos, nacionalidades o razas.
La geopolítica juega con los intereses de aquellos que sustentan su poder sometiendo a otros. Ya sean pueblos o naciones que exigen su lugar en un mundo complejo e interrelacionado. Donde todo no es blanco o negro, sino que existe una infinidad de tonos grises para los que hay que estar preparados y dispuestos a asumir las consecuencias. En todos los territorios se encuentran escenarios para ajustar cuentas. Aquí, como en cualquier otro ámbito de la vida, no podemos caer en el maniqueísmo simplista de buenos y malos. Se trata de encontrar espacios en el que quepamos todos. Igual que en Europa no podemos cerrarle las puertas al hambre y a la miseria, en lugares como Palestina e Israel tampoco cabe aniquilar al contrario para edificar sobre muerte y destrucción.
Tragedias humanas
Solo una ciudadanía consciente, dispuesta a conmoverse ante cualquier tragedia humana y que a la vez clame y exija en el nivel en el que le toque, será capaz de llegar a la profundidad del corazón de quien tiene en sus manos la posibilidad de resolver un drama como este. Los creyentes lo hacemos desde una actitud de ayuno y oración, junto a otra gente de buena voluntad, a la vez que trabajamos por la paz y la justicia. No podemos mirar hacia otro lado, ni permanecer al margen de un desastre como este y otros que acontecen más allá de nuestras fronteras.
«Nada de cuanto es humano me es ajeno». Este proverbio latino resuena con fuerza ante los acontecimientos que vivimos desde hace poco más de una semana. Un capítulo más de un genocidio contra un pueblo de manos de otro que ya sufrió algo similar en sus carnes y con especial crudeza en la primera mitad del siglo pasado. Pueblos que intercambian papeles de agresor y agredido, eso sí, en desigual combate, donde ambos parecen haber perdido la esperanza a una solución justa. De poco han parecido servir los acuerdos de paz suscritos en algún momento de la historia reciente. Mientras tanto, los movimientos estratégicos de última hora para sembrar división han desencadenado una espiral de difícil salida.
Signos de paz
Anhelamos una fina lluvia de signos de paz para sembrar toda esa tierra castigada por el odio, por el ojo por ojo, diente por diente. Qué paradoja que donde surgieron las tres grandes religiones monoteístas sean, desde antaño, lugares de confrontación, disputa, muerte y destrucción. Trabajar por la paz supone una apuesta que va más allá del momento presente. Implica dejarse la piel en la cotidianidad. Desde la serenidad y la contemplación de que otra vida es posible. Con los pies en la tierra.
Entre el nuevo y grave episodio del conflicto palestino-israelí y la imagen de la España se rompe protagonizada por esos grandes personajes de la unidad y la concordia, como son Abascal, Ayuso y Feijoo, me permito introducir un espacio de sosiego para reflexionar sobre de lo que apenas se habla en lo que nos va la vida: el cuidado. En concreto, sobre El principio ético del cuidado (La Tapia, 2023), un libro que vio la luz a comienzos de este año de la mano de dos editores del extrarradio geográfico y del pensamiento académico crítico, Juan Escámez Sánchez y Ramón Gil Martínez. Un texto que nace afectado de lleno por la experiencia de la pandemia en nuestras vidas y el conflicto entre Rusia y Ucrania. Desde la constatación de la vulnerabilidad del ser humano, que traspasa aquella convicción de que todo estaba bajo control.
Vulnerabilidad
A este contexto que ha dado tantos frutos bibliográficos se le pueden sumar una infinidad de situaciones vitales que salpican la realidad de lo cotidiano o de lo que, aparentemente, pueda resultar más distante. Hablamos de los dramas humanitarios en cualquier parte del planeta, las migraciones, los desastres naturales y aquellos provocados directamente por la intervención del hombre. Nuestra civilización tiene mucho de gigante con pies de barro. Es precisamente esa vulnerabilidad la que nos ha llevado con más intensidad a la afirmación de que necesitamos cuidados y a preguntarnos si sabemos los que nos pasa, si estamos preparados para ellos, qué podemos hacer y, sobre todo, a quiénes afecta la realidad del cuidado.
Universalización del cuidado
A lo largo de los nueve capítulos que componen esta monografía tenemos elementos más que suficientes para entrar en el juego de la reflexión, el análisis científico y el rigor intelectual y a la vez poner los pies en el suelo para salir al encuentro, con el resto de los mortales, en las periferias de nuestros mundos. Desde los fundamentos de la ética del cuidado a los sujetos de la misma, para acabar con la relación con la Inteligencia Artificial, el sistema educativo y la universalización del cuidado en la familia humana.
Un apartado, sin embargo, que, a mi juicio, es uno de los meollos de este trabajo, es el que tiene que ver con el cuidado de uno mismo. Porque a estas alturas de la película, además de definir al ser humano como vulnerable, esto es, reconocerlo como ser relacional, interdependiente e inacabado, podemos afirmar que quien no sabe cuidar su cuerpo, su mente y su corazón no podrá acoger con verdadera entrega ni responder adecuadamente a la demanda de cuidados de las otras personas.
Huir de la autosuficiencia
La semana pasada, al hilo de la última columna sobre lo irascible que estamos, un amigo de hace años y colega en estas mismas páginas me decía que todo eso de lo que hablaba se curaba con la edad. Seguro que tiene razón, pero intuyo que, además, necesitamos ponernos frente al espejo de nuestra realidad para una sincera búsqueda del sentido y de la relevancia del cuidado de uno mismo. Pesquisas, como reconocen los autores, en las que debemos alejarnos de posiciones narcisistas sobre el propio yo, que generalmente conducen a no conocerse a sí mismo, sino a identificarse con imágenes proyectadas, en cierto sentido falsas y alienantes. También habrá que huir del paradigma falaz de la autosuficiencia producto de la fantasía del subjetivismo y del individualismo. ¿No les suena esto ante tanto ego suelto en nuestros ambientes o en las realidades de la política y el trabajo profesional?
El cultivo del pensamiento crítico, el cuidado del propio cuerpo y mente, el fomento de la autoestima, la fuerza de la voluntad y el cultivo de la inteligencia emocional son los ingredientes esenciales para un camino que nos lleva de la prosocialidad (nuestra preocupación por el otro) a la fraternidad universal. Es el vínculo que articula a todos sin distinciones y, porque une, mueve a corregir las desigualdades y a ejercer la libertad con más responsabilidad. Fratelli Tutti, la encíclica del papa Francisco sobre la fraternidad y la amistad social, centra su mirada, precisamente, en dos actitudes vitales: el cuidado y el encuentro, que deben impregnar todas las respuestas a los procesos de reconstrucción y recuperación que necesitamos. Y ello, tanto en el plano personal como en el comunitario.
Apuesta por la cordura
La defensa del principio del cuidado no entra en contradicción con el principio de la justicia. Ésta propugna el trato igual a todas las personas, mientras que el que sostienen los autores, el primero, propugna lo contrario: el trato desigual a todas ellas. Se basa en la dependencia y la vulnerabilidad del ser humano frente a la autonomía promulgada por el de justicia. Pero no se contraponen. Sobre todo, si, como Adela Cortina, apostamos por la cordura en estos tiempos, virtud humana por excelencia en la que confluyen la prudencia, la justicia y la kardía, la virtud del corazón lúcido. Casi nada. De ahí que formar en la compasión, en la capacidad de ser con otros y de comprometerse con ellos es, a su juicio, la clave irrenunciable de la formación humanista que debe ofrecerse en el siglo XXI. Sumérjanse en este libro y seguro que encuentran motivos para la esperanza y el comienzo de un camino para contemplar su realidad de otra manera. Y si no es suficiente, busquen los diez problemas que Jorge Bergoglio considera que hay que acometer para un futuro con esperanza, con el que los autores cierran su trabajo. Casi nada.
Por gentileza de los autores, el libro está disponible para ser leído y/o descargado desde aquí.
Percibo en los últimos tiempos un constante empeoramiento en cómo nos relacionamos los humanos. Tenemos la piel muy fina en el trato, de tal manera que saltamos a la primera de cambio
Quien tiene o ha tenido un perro sabe que, por muy dócil y obediente que sea, hay otros canes que les provocan un enfurecimiento tal que son difícilmente controlables. No se conoce muy bien la razón de por qué se alteran de tal manera que pierden el sentido cuando se cruzan por la calle o se advierten desde un balcón, una puerta de garaje o en un encuentro fortuito en el pipicán. Despiertan su lado más fiero y no consiguen calmarse hasta que ya están a una prudencial distancia… aunque siempre ojo (y olfato) avizor.
Algo similar ocurre con las personas, pero de una forma más habitual que los singulares casos de los cánidos. Percibo en los últimos tiempos un constante empeoramiento en cómo nos relacionamos los humanos. Tenemos la piel muy fina en el trato, de tal manera que saltamos a la primera de cambio, nos erizamos y sacamos la parte más salvaje del género humano. Imagino que se han fijado ustedes en que nos hablamos con un volumen de voz muy alto, estallamos ante cualquier comportamiento de alguien que no se ajusta a lo que esperamos de ella. La tolerancia la dejamos a un lado y nos colocamos en posición de combate como si nos fuera la vida en ello.
Afrenta y duelo
Que alguien se nos cuele en la fila del autobús o del Mercadona lo consideramos como una afrenta merecedora de un duelo a pistola en toda regla. Si delante de nuestro coche llevamos otro vehículo que va un poco más lento de lo que consideramos correcto, su conductor merece un correctivo que empieza con el insulto y acabaría en el paredón. Si se nos cruza una bici o un patinete, aunque vayan por su carril correspondiente, les soltamos un estufido. No soportamos que la persona que atiende al público en cualquier oficina lleve un ritmo más pausado que el que para nosotros tendría que ser el ideal. Nos saltamos el semáforo cuando acaba de ponerse en rojo, y lo que es más grave, lo justificamos a nuestros acompañantes.
A lo sumo, somos capaces de reconocer que la polarización y el enfrentamiento son la tónica dominante
Molestan los gritos de los niños que están en la mesa de al lado en el restaurante. Nos irrita sobremanera que la camarera no nos limpie la mesa al instante en el bar o que el repartidor de Amazon llegue media hora más tarde de la prevista. Ni qué decir que la conexión de internet vaya lenta, que no nos respondan al instante un mensaje de WhatsApp o que la foto o el vídeo de marras no se abra a la orden de ya. Maldecimos al entrenador de nuestro hijo porque no lo saca de titular en el primer equipo y nos ponemos de los nervios si nuestra pareja nos coloca frente a nuestras contradicciones o incumplimientos de promesas. Y suma y sigue, despropósito tras despropósito.
No seamos ingenuos
Vivimos un tiempo en el que, a lo sumo, somos capaces de reconocer que la polarización y el enfrentamiento son la tónica dominante. Eso sí, la culpa siempre la tienen otros, especialmente los políticos, que son los causantes de todos los males del mundo mundial que nos aquejan. Bien es verdad que sus comportamientos, en numerosas ocasiones, dejan bastante que desear. La reciente investidura fallida ha sido una muestra. Miedo me da la que se avecina, aunque el clima político arrastra un deterioro desde hace demasiado tiempo. Ya sabemos que cuando la derecha no gobierna se cae el mundo encima. Y que gobierno Frankenstein es todo aquel en el que no esté alguno de los partidos salva patrias.
Pero no seamos ingenuos. No nos engañemos. De lo que estamos hablando es de que aquí cada quien y cada cual tiene su parte de responsabilidad. No escabullamos el bulto. La irascibilidad no entiende de fronteras ni de personajes, ideologías o colores. La cólera es patrimonio común de quien no es capaz de respirar con serenidad, de evaluar consecuencias, de serenar el ánimo y de ejercitar la santa paciencia. De cultivar más el silencio en esta tierra seca en la que hemos convertido nuestras monótonas vidas.
Dueño de los silencios
La máxima aristotélica de que cada uno es dueño de su silencio y esclavo de sus palabras debería de ser la principal norma de comportamiento en estos estridentes tiempos. Seguro que nos ayudaría a templar el ambiente si ponemos en práctica contar hasta diez, o hasta cien, quién sabe, antes de escupir una respuesta o una simple reacción ante algo que nos altere. Al menos nuestros hijos o nietos tendrán un referente distinto al que ven a diario en las actitudes de sus mayores. No olvidemos tampoco la desconexión digital y de que el mundo no se hizo en un día. Demos tiempo al tiempo y practiquemos.
Hace casi dos semanas denuncié a través de redes sociales el estado en el que se encuentra un carril bici que atravieso a diario. Más que una vía para ciclistas y conductores de patinetes parece la senda de una jungla en mitad del asfalto. Lleva meses sin que algún servicio municipal de vía pública o mantenimiento de jardines de Murcia vele porque esté despejado para el tránsito de velocípedos.
En la denuncia puse de manifiesto que este aviso lo había tramitado ante los correspondientes canales de comunicación ciudadana (teléfono 010, aplicación TuMurcia y la propia Oficina de la Bicicleta). La única respuesta que obtuve vino de una atenta y preocupada empleada pública del Ayuntamiento: me confesó que el problema era que no había contrato de mantenimiento en vigor para la limpieza de los carriles bici. La patata caliente se la pasan de un departamento a otro cuando llegan las quejas de quienes usamos la bici como medio de transporte para desplazarnos por la ciudad. De Parques y Jardines pasa a Vía Pública y viceversa… y vuelta a empezar. Aquí paz y después gloria.
Anuncios y promesas
Imagínense lo que se me pasa a menudo por la cabeza cuando veo lasruedas de prensa en las quenuestros representantes municipales anuncian a bombo y platillo las actividades de la Semana de la Movilidad, como la que hemos vivido recientemente. O cuando se les llena la boca de anuncios, más anuncios, promesas y más promesas, con aquello de hacer una ciudad más sostenible, habitable y cien mil zarandajas más. Pero eso sí, ninguno de ellos acude a trabajar en bici, ni se mueve con frecuencia en transporte público por la ciudad. No caeré en la crítica demagógica de que presuman acerca de su preocupación por el medio ambiente y el cambio climático, con aquello de que el coche oficial que usan es híbrido, y con ello ya asumen su cuota de reducción de la huella de carbono. Pero no crean que no me quedo con las ganas de echarles en cara de que así nos va.
Saquen sus bicis a la calle. Vayan en ellas al trabajo, a la escuela, a la universidad. Háganse visibles en nuestros caminos y carreteras. Les aseguro que saborearán la vida de otra manera
Qué decir de quienes se han opuesto a las obras de movilidad en Murcia o en otras ciudades de la Región y de provincias cercanas. Es lo de siempre. Que si se eliminan plazas de aparcamiento, que si se peatonalizan calles, que si cierran ‘su’ barrio, que si los comercios van a la ruina. Mentiruscas atás con piedras, que diría José Mota. Cuando conoces lo que ha pasado en otros lugares como Pontevedra o Bilbao, donde ahora son los comerciantes del centro de la ciudad los que reclaman más calles peatonales, te das cuenta de que la ignorancia es muy temeraria, además de sectaria e interesada. Si además le sumas que los intereses electorales de algunos tienen la mirada muy corta, ya tenemos el cóctel perfecto.
Contramanifestaciones
Es verdad que algo se habrá hecho mal en todo este batiburrillo de las obras en el centro, con las manifestaciones y contramanifestaciones que han puesto el grito en el cielo para llegar a situaciones como las vividas meses atrás. Que quizá haya faltado pedagogía para explicar lo que se iba a hacer. Que no se emplease el tiempo necesario para buscar alianzas con determinados colectivos afectados. Todo lo que quieran. Pero los hechos demuestran que no cierran tiendas por la peatonalización o la reducción del paso de vehículos privados de calles y plazas. Que movilizaciones de este tipo no las hubo nunca cuando se promovieron grandes centros comerciales en el extrarradio. Y que en ningún sitio está escrito que somos mejores padres o madres si dejamos en coche a nuestros niños y niñas en la puerta misma del cole. Por cierto, hay progenitores que parece que se quedarían tranquilos si los metieran ellos mismos al aula y les apartasen las sillas. Menuda sobreprotección. Son carne de inmadurez cuando podrían ganar autonomía si llegasen solos al cole en bici o a través de rutas escolares seguras y saludables.
Vuelvo al principio. Saquen sus bicis a la calle. Vayan en ellas al trabajo, a la escuela, a la universidad. Háganse visibles en nuestros caminos y carreteras. Respeten las señales, porque conducen un vehículo. Les aseguro que saborearán la vida de otra manera. Sin tanta prisa y estrés. Disfrutando de lo que les ofrece la ciudad. Reclamen que los carriles estén limpios, despejados y no invadidos por otros vehículos (y si lo están, sean pacientes si se trata de furgonetas de reparto, que ya se desgastan bastante también estos trabajadores). Con las bicis en su vida, su cuerpo y su mente se lo agradecerán. De verdad, se lo dicen un ciclista urbano y la ciclista que ilustra esta página.
Llámenme blando, flojeras o cobarde. Lo que quieran. A estas alturas de la película ya apenas me afecta. Nunca he llevado bien la mentira, la hipocresía, las medias verdades o las promesas que se lanzan a sabiendas de que no se cumplirán. Incluso cuando un servidor, oh pecador, ha caído en ellas. He sido testigo privilegiado de muchas de esas actitudes y comportamientos en diferentes etapas en las que estuve embarcado en la política institucional. Como también de lo contrario, ¿eh? De la generosidad, la bondad y el trabajo por el bien común. Pero ese lado oscuro en la gestión de los asuntos públicos me genera tal desasosiego que, a veces, las ramas del polarizado debate político nos impiden ver el bosque de las decisiones que afectan a la vida de la gente.
Individualismo indiferente
No resulta difícil aceptar que décadas de políticas neoliberales han socavado los fundamentos de la democracia y provocado una grave crisis política. La política se ha sometido a la lógica inmisericorde de la rentabilidad económica, reduciendo su función a la adaptación de las personas y la sociedad a las exigencias de la rentabilidad. Por otra parte, se ha fomentado un individualismo indiferente que ha conducido a muchas personas a buscar solo lo que consideran sus intereses y conveniencias. Esto es grave, puesto que se olvida la responsabilidad que tenemos hacia los demás y hacia el mundo que habitamos. Aunque suene muy fuerte, ambas dimensiones son destructivas para la vida social y para el valor humano de la política. Si trasladamos esto de lo que les hablo a algunas de las reivindicaciones que escuchamos estos días para la investidura del presidente del Gobierno de España… la suerte no está echada.
La explicación de que se hayan extendido los movimientos políticos de extrema derecha, tanto en nuestro país como en el resto de Europa y del mundo, tiene que ver con el crecimiento de la desafección hacia la vida política. Una inquina que, precisamente, viene generada por los efectos nocivos de las desigualdades sociales que han generado las políticas neoliberales y las dificultades de las instituciones políticas para afrontarlas. No olvidemos, sobre todo, sus consecuencias en las personas y familias vulnerables, empobrecidas y excluidas. De ahí que no sorprenda, por ejemplo, el importante apoyo que Vox ha cosechado en muchos de nuestros barrios olvidados.
Precisamos recuperar la política, tanto en el plano de las instituciones políticas como en el de la vida política del conjunto de la sociedad
De lo que se trata, en realidad, es de una forma de neoliberalismo autoritario que enmascara con su demagogia la pretensión de someter la vida de las personas y de la sociedad a la rentabilidad económica, con un desprecio absoluto del bien común. Y aquí los discursos se superponen entre determinadas fuerzas políticas y poderes empresariales, culturales y mediáticos. Es una realidad muy peligrosa para la convivencia social y, particularmente, para la vida de las personas y familias empobrecidas, porque desvía la atención de los problemas sociales que necesitamos afrontar.
Recuperar la política
Llegados a este punto me sumo a defender una política para la fraternidad, la de “la mejor política puesta al servicio del verdadero bien común”, tal y como la señala el papa Francisco. Porque no me negarán ustedes que precisamos recuperar la política, tanto en el plano de las instituciones políticas como en el de la vida política del conjunto de la sociedad. Una verdadera reconquista que pasa por colocar en primer lugar las necesidades y derechos de las personas y familias empobrecidas, esencia del bien común. Es el único camino para que las personas sean siempre lo primero, para el reconocimiento efectivo de la dignidad de cada persona. En la Región de Murcia, basta con ponerles rostro a las familias que se han visto privadas de las becas-comedor o las que padecen los problemas del transporte escolar o que sus hijos e hijas den clase en barracones.
Ausencia de diálogo
En la vida política, como en cualquier otro ámbito de la existencia, debe darse un diálogo auténtico y eficaz orientado a sanar las raíces profundas y no la apariencia de los males de nuestro mundo. Cuánto se echa en falta ese diálogo en todos los debates que tenemos sobre la mesa. Desde nuestros colectivos, pueblos y ciudades, y no digamos en la política nacional e internacional.
Se trata de asumir la responsabilidad que todas las personas tenemos en la vida social y política, colaborando a caminar hacia la justicia y la fraternidad. Un compromiso que tiene que llevarnos a romper la dinámica de la creación de enemigos y de la permanente confrontación que descalifica a los demás. Y, por supuesto, al empeño en construir un diálogo desde la diversidad para avanzar en amistad social. Esa es la vida política en la que creo, la que recupera su sentido humano y humanizador. Aquí ya no hay cobardía que valga. Es tiempo de valientes.
Ilustración | NANA PEZ
Este artículo está inspirado en la Resolución «Una política para la fraternidad», aprobada en la XIV Asamblea Geneal de la HOAC, celebrada del 12 al 15 de agosto de 2023
Un beso no consentido no es un pico. Un país o una isla en llamas son algo más que un incendio forestal accidental. Un cierre de fronteras a las personas empobrecidas es racismo puro y duro. Y si el retorno a la maldita normalidad viene acompañado de un terremoto que golpea con mayor dureza a quienes ya lo tienen difícil para sobrevivir a diario, ¿qué me dicen? ¿Es buen momento para aterrizar en la cruda realidad del presente?
Pues eso es lo que viene de atrás en este verano que toca a su fin. No nos hemos privado de nada tras la vuelta a las urnas de finales de julio. Menos mal que no caímos en la apatía ni en la pose melancólica tras la cacareada anticipación de una victoria de las derechas, sean en la versión patria o en la periférica. Todas ellas se estrellaron contra el presente de una sociedad que no es uniforme –líbreme Dios – ni analfabeta –menos mal – sino que resuelve con mucha cordura –claro está- cuando se le reta a dar un paso adelante.
Visión global
La crisis climática, el feminismo y la migración conforman esa tríada de elementos a tener en cuenta a la hora de jugarnos el presente y el futuro de estas nuestras generaciones. Negar cualquiera de ellos es caer en la cuenta de que vivimos fuera de la realidad. De que miramos hacia otra parte sin complejos, mientras nos arriesgamos a un futuro sin soporte de mantenimiento. De ahí que la agenda haya estado salpicada de noticias en ese triple frente abierto a lo largo y ancho mundo que nos circunda. Sin descartar que las prioridades ya no se circunscriben a uno u otro país, sino que las circunstancias alcanzan una dimensión global que nos empequeñecen como seres finitos.
Los ecos de la victoria de la Selección Femenina de Fútbol aún parecen resonar enmudecidos en la lontananza de lo visto y leído desde aquella fatídica noche de los exabruptos de un machirulo que nos avergonzó a todos, especialmente a quienes nos gusta ese deporte. Ya sabemos que los líos venían de antes, con plante incluido, y que solo saltó la chispa de un fuego que estaba contenido en esta como en otras parcelas de la vida. El interfecto finalmente ha arrojado la toalla y ha dimitido con la boca pequeña, aquella que no supo cerrar en su momento. Sus gestos ya han pasado a formar parte de un imaginario que va a tener más consecuencias que las puramente circunscritas al mundo del balompié y a esos hechos que van a acompañar a las campeonas del Mundial de Australia y Nueva Zelanda.
Incendios y cierre
Y qué decir de los incendios de Grecia (con el añadido de las lluvias), Hawái y Tenerife, como los de Canadá o California, que siempre están ahí. O los golpes de calor que castigan a quienes se ganan la vida en el exterior y la continua retahíla de noticias sobre récords en altas temperaturas (desde que hay registros, nos especifican) de estos meses de julio, agosto y septiembre. Casi nada. Pero claro, de cambio climático, mejor no hablar. Ni de reducir nuestros niveles de consumo (siempre asociado al mantra del maldito crecimiento), ni de la huella de carbono, ni de las energías limpias o sucias. Consumid, consumid, que el mundo se acaba es el nuevo grito de guerra.
Qué decir de la pérfida Albión, esa prepotente del Brexit, que ha dado lecciones al resto de Europa y del mundo con el cierre de fronteras y el envío a cárceles flotantes de quienes osan cruzar el Canal de la Mancha y buscarse la vida en la isla. Ni qué decir de quienes se atrevan llegar a sus aeropuertos sin permiso previo de trabajo. El Mediterráneo y otros mares del resto del mundo guardan en sus fondos las almas de millares de personas en busca de un futuro. Otras recalan en cárceles-campamentos como refugiadas o se estampan ante muros físicos o mentales de indiferencia de una parte del planeta que les dirige un mensaje para que se queden en su tierra.
Menudo retorno. ¿No les suena que estos escenarios ya los conocíamos antes de habernos ido de vacaciones? Pues eso. Que seguimos a lo nuestro.
El arzobispo de Zaragoza y presidente de la Comisión Episcopal para los Laicos, Familia y Vida, Carlos Escribano Subías (Carballo, A Coruña, 15 de agosto de 1964), participó el pasado 12 de agosto en la jornada inaugural de la XIV Asamblea General de la HOAC.
En este diálogo con Noticias Obreras muestra su interés en las conclusiones del encuentro con el fin de conocer hacia dónde va a caminar este movimiento apostólico en la evangelización del mundo obrero en los próximos años. Invita a ser creativos en el desarrollo de la misión y apuesta por tender puentes y romper muros dentro y fuera de la propia Iglesia. Asimismo, destaca que el pontificado de Francisco ha supuesto un momento especial para afrontar el presente y el futuro de los grandes retos de la humanidad, especialmente en el acompañamiento que las personas creyentes podemos desplegar en nuestra acción evangelizadora.
XIV Asamblea General
¿Qué supone para la vida de la Iglesia la celebración de un acontecimiento como esta Asamblea General?
A partir de la experiencia que voy teniendo en mi tarea de acompañamiento al laicado en España, para los movimientos y asociaciones, las asambleas son un momento fundamental, de mucha inspiración y de acción del Espíritu Santo. Para la HOAC, después de estos últimos años en los que no se ha podido celebrar por el cambio en la periodicidad y la pandemia, su Asamblea General está siendo indudablemente una gracia. La gente tenía ganas de encontrarse y es verdad que los proyectos también se van agotando, por lo que era el momento en el que realizar un trabajo previo, que se ha hecho con gran intensidad, para llegar aquí y ver por dónde hay que continuar los próximos años. Por tanto, es un momento de gracia para el movimiento, para el mundo obrero y para la Iglesia en España, porque, al final, la encomienda que tiene la HOAC es abrir caminos para la evangelización del mundo del trabajo y eso es una necesidad que cada vez es más acuciante. Es una realidad donde nos cuesta mucho movernos, por lo que hay una esperanza y unas expectativas en conocer las conclusiones del encuentro, por dónde se quiere caminar y por dónde sopla el Espíritu.
¿Qué le sugiere el lema de esta Asamblea General de Tendiendo puentes, derribando muros, en un momento como el actual donde se vive la fragmentación o la polarización a muchos niveles? ¿Cree que es una invitación a adoptar otro tipo de actitudes?
Es verdad que sugiere eso, porque en una sociedad fragmentada es muy importante aquel que intenta ser factor de comunión, a la hora de buscar esos espacios y crearlos. Yo considero que es una de las grandes tareas de cualquier realidad eclesial. La Iglesia debe distinguirse por tener la capacidad de generar comunión. Por otro lado, también puede tener otra lectura, que es la de buscar espacios, a lo que nos insiste tantas veces Francisco en la Evangelii gaudium, ya que nosotros hacemos una pastoral para los presentes, pero también para los alejados, para los ausentes. Es muy difícil llegar a ellos si realmente no tienen puentes más allá del aspecto de la expresión de la comunión. Es la expresión de una Iglesia en salida.
En una sociedad fragmentada la Iglesia debe distinguirse por tener la capacidad de generar comunión
Hay que tener en cuenta, sin embargo, que a veces no puede salir, a veces hay que organizarse de una manera adecuada, buscando una pastoral diferenciada, con elementos necesarios que realmente nos pueden ayudar a acertar a la hora de buscar esos caminos y esos puentes. También es necesario derribar los muros del prejuicio, porque hay mucha gente que entiende que la Iglesia en este momento ya no puede aportar nada. Que es una reliquia del pasado. Que la trascendencia ya no tiene excesivo sentido. Cuando tú intentas hacer una propuesta, te encuentras con una pared. Con lo cual, también a nosotros esto nos exige una cierta habilidad a la hora de ver cómo podemos abrir ventanas o puertas para poder traspasar los prejuicios que existen. Y a la inversa, porque en ocasiones nosotros podemos estar en nuestro palacio de cristal y tenemos que derribar esos muros para tener un diálogo sincero y abierto, y escuchar de corazón cuáles son las necesidades.
Carlos Escribano (i) y Pedro J. Navarro, durante la entrevista. FOTO | Yeli
¿Qué oportunidades le ve a la HOAC en el momento en el que estamos?
Pues esperemos que esta Asamblea General sirva para renovar el cómo afrontar lo que la HOAC tiene entre manos, que no es otra cosa que la evangelización del mundo obrero, que es evangelizar este mundo secularizado. Y ver, por tanto, qué pasos se pueden dar para no caer en la tentación de que la estructura condicione una cierta frescura en esas respuestas, frente a los argumentos de que siempre se ha hecho así. Se trata de no tener miedo a renunciar al corsé en beneficio de una necesidad que tiene la Iglesia y que ha puesto en las manos de la HOAC. Y tratar de responder, asimismo, a la iniciación de nuevos militantes, en la que se deberán tener en cuenta aspectos que tienen que ver con los procesos de formación, con herramientas y estilos adaptados a estos tiempos.
Papa Francisco y pontificado
Pero, en estos tiempos, y para esto, en la Iglesia tenemos a un gran maestro como Francisco, ¿no le parece?
Por supuesto. Creo que Francisco, desde el principio, ha sido muy intuitivo. Toda la herencia ha marcado su pontificado desde el principio con la Gaudete et exsultate, una exhortación programática que, conforme la vamos desarrollando, nos damos cuenta de la riqueza y de la potencia que tiene. Porque está todo incoado y desarrolla lo que es su programa, con una capacidad de síntesis. Es un documento inicial, que hay cosas que no terminan de entenderse, pero que luego va desarrollando con aspectos como el del acompañamiento. Ha sido capaz de recuperar una figura que estaba un tanto denostada pero que, en un contexto cultural como el actual, sin acompañamiento es imposible. Y luego está el hecho de que te genere una crisis pastoral, porque tú propones la realidad del acompañamiento y solo la encuentras en los movimientos y las asociaciones, porque lo tienen metido en su ADN, ya que es su modo de trabajar. Muchas veces, las iglesias diocesanas o parroquiales no estamos preparados para hacer un acompañamiento como se requeriría.
El pontificado de Francisco va a marcar un período importante de la vida de la Iglesia
¿Cuál es el legado que va a quedar del pontificado de Francisco? ¿Hacia dónde va a caminar la Iglesia?
El pontificado de Francisco va a marcar un período importante de la vida de la Iglesia y las improntas se tienen que asentar y, a veces, cuesta que lo hagan. Yo creo que ha dado un giro importante al timón y con una intención, además, que lo hace desde la vocación de la continuidad. Él no intenta la ruptura sino desde una adaptación a un contexto cultural que requiere un modo nuevo de situarse. Y lo hace al venir de América, porque la Iglesia latinoamericana está en otra tesitura, menos secularizada que la europea, y ha ido aprendiendo de nuestras propias carencias. Eso Francisco lo tiene muy interiorizado y por eso hace propuestas que se anticipan a elementos que son fundamentales. Yo creo que muchas de las propuestas que ha hecho no tienen retorno. El Espíritu dirá, el Espíritu juzgará, yo creo que esa es la clave, y será el que convalide todas las apuestas que el Papa ha hecho. Y su concreción, cosa que no es sencilla, porque supone una verdadera conversión pastoral.
¿Ha habido tanta oposición en la Iglesia como en algunos momentos ha parecido?
Hombre, habrá habido oposición, pero como también la hubo con Juan Pablo II o con Benedicto XVI. No todas las propuestas encajan de igual modo. Es evidente que ha habido cuestiones que han suscitado opiniones contrarias. Pero también es verdad que antes había opiniones particulares que se quedaban en un entorno muy reducido y ahora, con las redes, cualquiera opina, y su eco crece de manera exponencial. Pero yo también entiendo que muchas de las propuestas de Francisco se están asumiendo y la mayoría de los planes pastorales reflejan la experiencia del aterrizaje del Sínodo, la implantación de la Evangelii gaudium, la potenciación de Laudato si’, y yo creo que eso está en el entorno de todos.
Presencia de la Acción Católica
¿Cómo se hace frente a los recelos que existen frente a modelos como el de la Acción Católica, que en algunos momentos se plantea como algo del pasado, de otros tiempos?
Eso es cierto, pero es que las vicisitudes por las que ha pasado la Acción Católica a veces le crean una cierta fama. Las nuevas generaciones no han crecido al albor de la Acción Católica, con lo cual a veces hay un desconocimiento. A veces, los movimientos se asocian a personas concretas, que han podido acertar más o menos en las propuestas que han hecho. Es verdad que yo creo que hay que ser un tanto pragmático, ¿no? Tú debes tener claro cuáles son los objetivos que pretendes alcanzar y, al final, independientemente de las siglas, ver quién te proporciona un proceso para ello. Hay veces que si tú haces ese discernimiento te das cuenta de que hay elementos que forman parte de los movimientos de Acción Católica que pueden abrir un horizonte muy grande también en la vida de las parroquias. Y se trataría de ver cómo podemos integrar una cosa que es básica, como los equipos de fe y vida en una vida parroquial. Pues es como una Acción Católica, aunque no le llames como tal, y lo que buscas y lo que pretendes es eso. Uno debe tener claro hacia dónde quiere ir, quién ofrece los medios para conseguirlo, darte cuenta de que la Iglesia tiene una riqueza y que los propios movimientos van evolucionando y buscando caminos nuevos y se convierte en un servicio para la evangelización. Es verdad que eso cuesta proponerlo, que en ocasiones los prejuicios impiden aceptar. También es verdad que hay un relumbrón en nuevos movimientos y nuevas asociaciones que a veces, aparentemente, tienen más adeptos, porque proponen nuevas formas de evangelizar.
Las nuevas generaciones no han crecido al albor de la Acción Católica, con lo cual a veces hay un desconocimiento
Pero yo creo que el bagaje que nosotros tenemos en la Acción Católica es muy rico. Yo lo digo también por experiencia pastoral, tanto en Logroño como en Zaragoza. Cuando me planteo cómo consigo que haya equipos de fe y vida, cómo consigo la vocación bautismal como un camino de vida plena, cómo incorporo el acompañamiento de modo ordinario a la gente que vive en las parroquias… Esa es la Acción Católica, aunque le puedes llamar movimiento parroquial o como quieras, sí, pero en el fondo es ese trasfondo: son los laicos a los que tú acompañas para que sean apostólicos y sean evangelizadores con espíritu.
¿En qué lugar queda la implicación en un sector o en un ambiente determinado, como hacen los movimientos especializados de la Acción Católica?
Sí, eso está claro, pero incluso en eso puede haber un aterrizaje en el tejido diocesano. Es decir, hay mucho que aprender de la propuesta de la Acción Católica, y eso también debe interpelarla a ella misma y a sus movimientos, en su apertura, en el sentido de recorrer nuevos caminos y a lo mejor no tenemos claro cuáles son, con una vocación de servicio. O sea, cómo puedo poner todo lo que tengo, que es muy rico, en lo que es la aproximación al mundo obrero, más allá de lo que puede ser un elemento que me constriña, porque a veces las estructuras nos pesan mucho. Y la tradición, en el mal sentido, también nos puede pesar demasiado.
Entonces ese tender puentes y romper muros también tiene que darse entre nosotros…
Yo creo que muchas veces es más fácil tener ese posicionamiento de apertura si los dos somos capaces de coincidir en una urgencia en la evangelización. Está claro que hay que evangelizar al mundo obrero y la metodología de la HOAC puede ser interesante. También que la autoevalúe la propia HOAC. En la asamblea de hace ocho años la opción que se hizo fue por el mundo obrero empobrecido, un elemento muy importante al que salir al paso y en el que se proponía también una reconversión de la propia vida personal, siguiendo a Francisco: conversión personal para la conversión pastoral. Pero también es verdad que, a lo mejor, reduce mucho el espacio, porque el mundo del trabajo es muy amplio, ya que, por ejemplo, está en los autónomos, en la gente de los hospitales, quienes están en los andamios… Por ahí debe de ir la reflexión con una gran creatividad como tiene la HOAC y con la seriedad y el rigor con los que lleva a cabo sus procesos.
¿Y cree que entre sus hermanos del episcopado existe esta misma visión?
Yo creo que todos tenemos urgencia en la evangelización y luego cada uno intenta buscar caminos que realmente sean un estímulo. A veces ese trabajo lo tenemos que hacer las comisiones, no en el sentido de facilitar esas fórmulas mágicas, no es la expresión, pero sí los elementos concretos que a veces ayudan a que se puedan establecer caminos. A veces nos cuesta entablar ese diálogo y masticar un poco el elemento antes de ofrecerlo, y eso tendría que ser también un trabajo que se pudiera hacer desde la Comisión en comunión con la Acción Católica.
Carlos Escribano (i) y Pedro J. Navarro. FOTO | Yeli
Futuro de la Iglesia: jóvenes y laicado
Además de esa necesidad en tender puentes dentro de la misma Iglesia, ¿hay preocupación en la renovación de la Iglesia? ¿Qué lugar ocupan los jóvenes?
Hay un problema en la renovación de la Iglesia porque es muy difícil la evangelización de los jóvenes sin contar con los propios jóvenes. Yo creo que esa es la gran clave, ¿no? Y es por donde hay que intentar acompañarlos para que descubran que tienen que ser auténticos evangelizadores. Hay muchos elementos que lo dificultan, pese a que también es verdad que hay jóvenes que son muy entusiastas. Ellos viven la experiencia de la fe desde cómo viven la experiencia del mundo. Para ellos el tema del sentimiento es un elemento que realmente les puede servir de entrada de vía de diálogo, y así poder entablar un primer encuentro. Pero luego hay que dar pasos más serios, porque si no, al final, el edificio no sostiene. Y yo creo que eso es un reto y aprendizaje también para la Iglesia. Ahora ha mutado lo que es la realidad de nuestros jóvenes, como toda la sociedad, y creo que ese tipo de retos nos tienen que apasionar, nos tienen que preocupar, pero, a la vez, nos tienen que ocupar e intentar dar respuesta, buscando alianzas con ellos. Los jóvenes son listos. Los jóvenes entienden perfectamente a lo que son llamados y muchos de ellos tienen un deseo real de evangelizar. Son minoría, pero es verdad que también pueden ser enormemente activos y ellos hablan el lenguaje que hablan los otros jóvenes, por lo menos los que están en su entorno. Hay que introducir en ellos una experiencia de misión, de misión real. Nosotros estamos con ese reto también en Zaragoza. Fuimos un grupo amplio a Lisboa, pero claro, la gracia es ahora cuando, a la vuelta, esa siembra fructifique, teniendo claro el proceso y que tienen que ser ellos los que evangelicen en el contexto en el que estamos viviendo. Y sin olvidar el rostro de las nuevas iglesias.
¿A qué se refiere con ese rostro de nuevas iglesias?
Ahora que estoy haciendo la visita pastoral en Zaragoza, y entiendo que a mis hermanos les pasará en sus diócesis, compruebo que hay una nueva Iglesia en Zaragoza que tiene rostro latino o rostro africano. Y no es que sea gente que viene a buscar una asistencia, no. Ya llevan años en España y compruebas que, en esas parroquias, los que están de catequistas, los que animan los cantos, los que llevan la liturgia… son latinos o africanos, especialmente en barrios populares donde han ido a vivir ellos. Hay parroquias donde el español es minoritario, que es la gente más mayor de la comunidad de siempre. Pero quien sostiene el día a día de la comunidad ya es la nueva Iglesia de Zaragoza. Y eso te hace situarte de un modo nuevo, porque sus jóvenes tienen el mismo problema que los nuestros, quizá con una mayor precariedad, con una situación más compleja. Yo creo que todo eso son un cúmulo de retos impresionantes que nos deben ayudar a la hora de analizar también las prioridades y ver cómo se abordan.
Hay un problema en la renovación de la Iglesia porque es muy difícil la evangelización de los jóvenes sin contar con ellos
En el momento que vive la sociedad española tan polarizada y de tanto enfrentamiento, ¿qué podemos aportar los laicos?
Yo creo que mucho. Es verdad que hoy, cuando tú te adentras para entablar un diálogo con la clase política o con la realidad social, te encuentras la ausencia de la síntesis de la fe con la vida. Es verdad que los movimientos a veces la dan, pero otras no. Una síntesis que también deberían dar las parroquias. La fe debe iluminar no solo la vida ordinaria, ya que en esa síntesis personal debía incorporarse también el conocimiento profesional. Porque eso te permite realmente entablar un diálogo con el contexto cultural y social en el que estás viviendo. En generaciones anteriores era una cosa como más establecida, tal y como recuerdo a mis padres o a sus amigos. Tenían una formación religiosa muy potente, con lo cual realizaban una síntesis que les servía para la vida construida socialmente. Cuando prestaban un servicio público lo hacían desde la perspectiva cristiana, a lo mejor sin definirla, pero sí la practicaban. Ahora, por el contrario, cuando buscas forjar equipos cuesta mucho encontrar a la gente que tenga hecha esa síntesis, no a gente con voluntad o ilusión, con lo cual a veces tienes que hacer un recorrido más largo. Porque si no encalla. No basta solo la buena intención que es necesaria, sino que deben tener claro hacia dónde hay que caminar y cómo hay que caminar, cómo hacerles propuestas. Una insistencia que hago muchas veces cuando me encuentro a personas con vocación política para la cosa pública es decirles que se empapen de la Doctrina Social de la Iglesia y hagan una síntesis personal. Hoy es verdad que no hay muchos católicos que por opción entren en política, pero los hay. Y sí, hay gente que ha entrado en política por su fe. Yo los conozco en todo el espectro. Gente que por fe está metida en política. Y habitualmente son excelentes políticos, discretos, con vocación de servicio.
Es el debate de la presencia creyente en la vida pública.
Por supuesto. Es un trabajo que debemos hacer como Iglesia. La presencia en la vida pública tiene que ser el de la presencia en el mundo del trabajo, el de la denuncia de situaciones de injusticia, pero también el diálogo con quienes ocupan puestos de responsabilidad en las instituciones. Hay momentos en los que estoy cansado, en los que la cruz pesa mucho, pero en general soy una persona que veo oportunidades, y creo que en este terreno las tenemos. Siempre he trabajado con el laicado, con jóvenes, durante siete años con la Acción Católica y ahora desde la Comisión Episcopal para los Laicos, Familia y Vida, y creo que entendéis mucho mejor lo que se propone que nosotros, que somos más de sota, caballo y rey. Vivimos un tiempo en el que hay que aprovechar cualquier oportunidad que se presenta para trabajar juntos, y aunque a veces me han acusado de practicar la pastoral del limón, la de exprimir a los laicos, tengo claro que los grandes logros pastorales no los he podido alcanzar nunca sin vosotros, con experiencia de encuentro y de creatividad. Hay tantas oportunidades, que no debemos dejarlas escapar. •
Una vez transcurridas poco más de setenta y dos horas desde que vivimos la noche electoral quizá sea un buen momento para hacer un repaso de algunas lecciones que podemos aprender del 23J. Bien es verdad que, a menudo, olvidamos muy pronto el argumento defendido un tiempo atrás para subirnos al carro de un nuevo análisis y lanzar así una opinión que siente cátedra. Somos fieles seguidores del sesgo de retrospectiva, que no es otro que el prejuicio definido como un sesgo cognitivo que sucede cuando, una vez que se sabe lo que ha ocurrido, se tiende a modificar el recuerdo de la opinión previa a que ocurrieran los hechos en favor del resultado final. En la pandemia tuvimos tiempo de ejercerlo, pero es que desde el mismo domingo por la noche la opinión publicada (que no la opinión pública) este fenómeno se ha repetido. Sirvan estas notas para un humilde análisis de lo ocurrido.
Lección 1: Hasta el rabo, todo es toro.
La sabiduría del refranero español nos enseña que hasta el final de un hecho o acontecimiento no hay que confiarse, sino estar preparado para alguna sorpresa o imprevisto, como el torero que piensa que el astado ya ha recibido bastante castigo cuando la verdad es que puede revolverse inesperadamente y darle una cornada. Nunca hay que dar nada por hecho, nada por perdido, nada por ganado… Y, en nuestro caso, nunca hay que dar por derrotado a Pedro Sánchez, al sanchismo o como lo que quieran llamar. Eso lo sabe muy bien Mariano Rajoy, Pablo Casado, Albert Rivera, y, si me apuran, hasta Susana Díaz y Pablo Iglesias. El propio Feijóole ha visto las orejas al lobo y ya se espera a la siguiente candidata.
Lección 2: Las encuestas son solo eso, encuestas.
Y, sobre todo, nada neutrales, porque salvo raras excepciones siempre se nos ofrece una interpretación de sus resultados a partir de los datos recogidos en bruto (eso que se llama la cocina de la encuesta). Llevamos ya varias convocatorias electorales en la que nos saturan con informaciones sobre predicciones, tendencias, trackings, porcentajes, oleadas, etcétera, etcétera. ¿De qué han servido tantos y tantos gráficos sobre el reparto de escaños por bloques, partidos, coaliciones? Y, sobre todo, ¿qué interés había en dar por hecho que la victoria del PP y Vox era inevitable? ¿O que la experiencia del Gobierno de coalición había sido negativa por el apoyo de los separatistas catalanes y los filoetarras vascos? Este fenómeno demoscópico está ligado, inexorablemente, a la siguiente lección.
Lección 3: Los medios de comunicación no son neutrales.
Nunca lo han sido, desde que el mundo contemporáneo comenzó a contar la actividad comercial de las principales ciudades del capitalismo naciente a través de las hojas de avisos. Pero a veces se nos olvida y parece como si necesitásemos que alguien nos confirmase nuestras opiniones por encima de las propias intuiciones o criterios objetivos. Los grandes grupos de comunicación siempre toman partido en un escenario de confrontación política y lo hacen a través de sus programas informativos o de entretenimiento, da igual, y, desgraciadamente, por medio de sus profesionales que, salvo excepciones, son la voz de su amo. En esta campaña lo han hecho y tenemos en la mente casos muy sonados.
Lección 4: La agenda de lo que se habla no es la de los problemas cotidianos.
Unida a la anterior, podemos aprender que muchas veces hablamos sobre los temas que alguien nos marca y que, coincidirán conmigo, no tienen que ver con los graves problemas que afectan a la ciudadanía. Cogemos el “que te vote Txapote” y no debatimos sobre la precariedad, la vivienda, la falta de futuro, de las verdaderas dificultades de las familias, al menos los que se juegan en el presente y en el medio plazo. O en el ámbito de la izquierda, por ejemplo, nos enredamos en temáticas que afectan a la identidad sexual y absolutizamos las posiciones de una parte del feminismo y las convertimos en lugares excluyentes frente a otros debates en los que tendríamos que incidir en este conflicto cultural en el que nos encontramos.
Lección 5: Las ramas de la superioridad moral no deben ocultar el bosque.
O lo que debe llevarnos a ser más humildes en los análisis y en la defensa de nuestras convicciones. Si una parte de la clase obrera se siente identificada con las posiciones que defiende Vox, sin ir más lejos, como pasa con otras fuerzas de la ultraderecha europea o americana, debemos preguntarnos, cuando menos, a qué se debe este fenómeno. El conflicto cultural debe de estar en el centro de la acción política. De ahí que partidos, organizaciones sindicales y asociaciones de todo tipo que trabajan por el cambio social deben de cuidar todos aquellos aspectos que tienen que ver con la formación de la conciencia.
Lección 6: La pureza de principios puede esconder intereses personales.
Relacionada con alguna de las anteriores otra enseñanza que nos ofrece el 23J es que, a menudo, se utilizan argumentos sobre la pureza ideológica y de principios cuando, en realidad, entran en juego los factores personales que tienen que ver más con los egos, protagonismo, envidias y posiciones antagónicas que forman parte de la tradición de la izquierda. La incompatibilidad de las familias que vienen del socialismo o del comunismo, con las mezclas que en su interior han ido fraguándose a lo largo de los años, se han agudizado en estos tiempos líquidos de la inmediatez y de las redes sociales, que ofrecen una militancia que, en ocasiones, se mueve pisando poco la realidad de la calle y mucho la virtualidad de los me gusta, retuits y número de seguidores.
Lección 7: Las emociones dominan la acción política.
La movilización en las semanas previas al 23J ha sido determinante para que la ciudadanía más concienciada acudiera a votar, por encima de todo. Una movilización a la que han contribuido los sindicatos, con su apelación a que el mundo del trabajo se jugaba mucho. Al lobo neoliberal se le han visto por fin las orejas y lo que podía traer aparejada la coalición PP-Vox una vez conocidas sus posiciones mantenidas hasta ahora sobre la reforma laboral, pensiones, salarios, sanidad o educación. Si en la campaña de las municipales y autonómicas del 28 de mayo triunfaron los argumentos viscerales contra el denominado sanchismo, con los pactos con Bildu y ERC, la tolerancia a la ocupación de viviendas y el apoyo de la inmigración irregular, ahora se le ha dado la vuelta a ese mantra frente al peligro de lo que se avecinaba.
Lección 8: Las campañas electorales, a veces sirven.
Si los resultados de la campaña del 28M dieron al traste con buenos gobiernos municipales y autonómicos –con alcaldes y alcaldesas de lujo– porque el foco estuvo en otro sitio, la del 23J ha permitido enseñar que en dos semanas la tendencia de los votos puede cambiar el escenario. Al equipo de campaña de Feijóo, sin ir más lejos, aún deben de estar pitándole los oídos por no haber tenido resuelta la comunicación de crisis frente al caso del narco Marcial Dorado. O cómo afrontar la prepotencia de su candidato frente los periodistas que ejercen como tales (caso de Silvia Intxaurrondo, de TVE), o la animadversión frente a los medios públicos por la soberbia de no haber querido asistir al debate de RTVE y los ataques de miembros de su equipo de campaña a la radiotelevisión pública, como hizo González Pons. Esta presunta derecha moderada se mostró como realmente es. La campaña empezó de una manera y acabó de otra.
Lección 9: España tiene un problema territorial.
Los pactos postelectorales vuelven a traer al escenario de la actualidad y la agenda política el conflicto entre territorios que, más temprano que tarde, habrá que afrontar. Eso sí, siempre que haya madurez y altura de miras de querer trabajar por el bien común (todas las partes) y no hacer batalla de la identidad nacional por encima de todo. Cataluña y Euskadi, especialmente, deben encontrar su acomodo en un Estado federal, por ejemplo, para el que se deben sentar bases comunes de compromiso solidario en el encaje de las identidades, los sentimientos y la equidad territorial y la solidaridad en el reparto de los recursos existentes. Paradójicamente, estas semanas de calor deberían enfriar un poco los ánimos para llegar al final del verano y comienzos del otoño con los primeros acuerdos. Las opciones no son sencillas y no descarten un verdadero bloqueo, porque el PSOE no puede pagar un precio alto. Hay que escuchar mucho lo que tiene que decir el PSC de Salvador Illa.
Y Lección 10: La política es demasiado importante para dejarla en manos de los políticos.
Esto es, que lo que aquí se juega afecta a toda la ciudadanía. Por lo tanto, que, una vez metidos nuestros votos en las urnas, no podemos retirarnos para que se lo jueguen todo solo unas pocas personas o grupos interesados. Los partidos o coaliciones deben impulsar la participación de la militancia y del resto de la sociedad, porque los profesionales de la cosa pública no son los únicos que deben ejercer este papel. Como tampoco de los asesores de comunicación, esos supuestos expertos y politólogos que pecan, en buena parte de los casos, de una parcialidad palmaria. Es verdad que hemos delegado en los primeros para que actúen con responsabilidad, pero el futuro también depende de que no nos retiremos a los cuarteles de invierno. De todo se aprende.
Una de las pocas imágenes que pude ver en televisión el domingo por la noche fue la salida del equipo de campaña de Feijoo, ataviado de blanco ibicenco, al balcón de la sede Génova. Tras casi dieciséis horas de jornada como apoderado en dos colegios electorales, y tras conocer los resultados, las únicas ganas que me quedaban eran para contemplar los rostros de quienes se creían vencedores desde hace meses. Me costó contener la risa al intentar seguirle el ritmo a González Pons, un superviviente del prepotente y corrupto PP valenciano, el mismo que fue el encargado de crucificar a RTVE por una entrevista en la que los periodistas ejercieron de lo único que se les pide: ser periodistas. Lo sigo un poco más que a otros porque me une que somos compañeros de la generación del 64, como Javier del Pino, Jorge Drexler, Pepa Bueno, Sandra Bullock o, sin ir más lejos, alguien que quizá les suene, Javier Lorente, el artista y colaborador de este diario.
Caras de póquer
Pues bien, como les decía, en esa aparición estelar de los primeros componentes del aparato popular dominaba el blanco nuclear, salpicado con algún gris marengo, aunque la nota del verdadero color en el desfile la puso Isabel Díaz Ayuso (no es para menos). Iba acompañada del pequeño alcalde de Madrid, con ese rojo comunidad y una fingida sorpresa cuando la aclamaban como lo que, más temprano que tarde, parece llamada a ser: aspirante a presidenta del Gobierno. El candidato a ocupar la Moncloa, también de blanco, trataba de esbozar un discurso sentido. Pero la procesión iba por dentro. Las caras de póquer, eso era lo que yo buscaba. Las caras de póquer.
Tengo que reconocerles que no sé de dónde sacan esa fortaleza quienes se dedican a la política del primer nivel para aguantar lo que aguantan. Defender con empeño una cosa y la contraria. Afirmar una decisión y desdecirse con el mismo temple a las pocas horas No quisiera ser yo una tripa suya. No les digo un corazón, o una simple emoción suya, y poder luego llegar a casa. Soltarme la camisa o la cremallera del vestido. Quedarme en pelota picada, con la desnudez frente al espejo e irme a la cama sin más.
Escrutar perfiles
Sé de lo que les hablo. Al menos de un nivel que nunca he traspasado, pero que me cuesta mucho reconocer como esa dimensión de la gente normal, la que duda, la que sufre y padece, la que se alegra y ríe también, la que pisa el suelo y no tiene una corte de falsos aduladores que dios los mantenga bien lejos.
El tiempo en un colegio electoral pasa muy rápido si vienen votantes. Si no es así, hay oportunidades para escrutar los perfiles de quienes no tienen problema en escoger sus papeletas ante la mirada indiscreta del público objetivo. Entonces llegan las sorpresas o las conclusiones del tipo de que uno debe ser ya viejo a ojos vista de esas jóvenes generaciones que escogen candidaturas del pasado como si transgredieran lo políticamente correcto. O quizá sí es por eso. Porque es lo más transgresor, lo antisistema, ante los argumentos que imponen esos adultos que se preocupan por eso del cambio climático, se empeñaron en vacunarnos y tenernos retenidos en casa y nos miran raros.
Complicarse la vida
Les confieso que esta ojeada trato de no dirigirla desde esa pretendida superioridad moral que algunos esgrimen para todo lo que les molesta. A la izquierda se le acusa de ejercerla cuando habla de la cultura, los derechos humanos, la solidaridad, la justicia o la ecología, mirando por encima del hombro. Estoy seguro de que algunos de ustedes quizá también lo hayan pensado al leer en algún momento estas columnas que, a lo largo de los años, han pretendido ser un mero reflejo de lo que acontece al cabo de la calle. Desde un lado, claro que sí, pero sin impartir doctrina. Si han pensado lanzar la acusación de ejercer esa superioridad moral a quien suscribe no se corten, háganlo. Les prometo que me lo haré ver. Sinceramente.
No les arriendo las ganancias, sin embargo, si persisten en el empeño de querer tropezar una y mil veces con los hábitos de complicarse la vida. De pretender dirigir la mirada y el esfuerzo en algo que es imposible de solucionar. Que el otro tenga que darse cuenta del error, porque siempre será a costa de creerse investido de un poder y de una razón que, a fin de cuentas, solo trae desolación y tristeza. Disfrutemos de estos días de asueto, con calor o, cosa rara, sin él, y recarguemos pilas para lo que está por llegar. Que siempre, lo queramos o no, será mejor y novedoso frente a lo que hayamos vivido.
Declaración de principios: la derecha va ganando la batalla cultural. Esto es: el relato, el discurso, el elefante en la habitación. Derogar el sanchismo, que te vote Txapote, el caradura del Falcon, los que sacan de la cárcel a violadores, los antiespañoles, los que no quieren a cazadores y taurinos, los okupas, los que indultan, quienes abren las fronteras a los indeseables… ¿Alguien da más? Esto un día y otro, y otro, y otro. Un bombardeo contínuo vivido desde hace meses en la mayoría de los informativos, las redes sociales, memes, canales de WhatsApp, programas de entretenimiento, humoristas gráficos, tertulias…
Menudos cansinos, erre que erre. Discursos simples que lanzan un gancho de derecha directamente al hígado, sin pasar por la razón. Las vísceras han pasado a ser el centro de la discusión, del entendimiento, porque del debate, nada de nada. De la razón mejor tampoco hablamos, ¡uf!, qué molesta es, si hay que calentarse la cabeza. Me vale más la propaganda, que a esa no hay que aplicarle un filtro que valga. ¿Qué me mienten? Pues me da igual. Si yo soy el primero que practico las artimañas cuando me tapo los ojos para no reconocer la realidad o niego la mayor cuando me la ponen delante.
Derecho divino
Pues sí. De todo esto va lo del domingo. Lo de las elecciones que parecen ganadas de antemano por una persona que practica el cinismo, amparado por la polarización y el enfrentamiento. Que se cree lo de la democracia a medias, cuando le interesa, y siempre y cuando la sacrosanta derecha se alce con la victoria porque ésta siempre se ha creído que el poder, el gobierno y todo lo demás lo tiene reservado por derecho divino. Cuando los pierde por la soberbia y la corrupción asegura que se los han arrebatado de manera ilegítima, o cuando es incapaz de tejer lazos para alcanzar acuerdos acusa al contrario de vender sus principios. Claro, los suyos, porque las convicciones no tienen precio y, sobre todo, coste, ¿verdad? Puede defender una cosa y la contraria, sin despeinarse. Puede subir a un barco de un narcotraficante y negarlo. Mentir y, a la vez, acusar al oponente de falsear la realidad.
Lo del próximo domingo va, sobre todo, de no caer en el fatalismo y en la melancolía. De no resignarse ante lo que, aparentemente, está perdido de antemano. No, no, mis queridos amiguitos y amiguitas. Que no nos engañen. Que, como bien saben los taurinos, y quienes fuimos educados con refranes, “hasta el rabo, todo es toro”. El propio Instituto Cervantes nos recuerda que nada debe considerarse rematado hasta que no llegue su final. Por eso, no hay que confiarse sino estar preparado para alguna sorpresa o imprevisto, como el torero que piensa que el astado ya ha recibido bastante castigo cuando la verdad es que puede revolverse inesperadamente y darle una cornada. ¿Se imaginan la cara de póquer que se le quedaría a más de uno y a más una si no se cumplen sus expectativas? Pues yo sí. ¿Y sus lloros y lamentos? Que si debería de gobernar la lista más votada, que si no sería legítimo un nuevo gobierno del felón y la vicepresidenta. Que si patatín, que si patatán.
Bombardeo de encuestas
Si en otras campañas las propuestas de medidas de gobierno eran las que parecían movilizar al personal, ahora son el bombardeo de las encuestas las que marcan el ritmo. Que si hoy he bajado tres diputados mientras que el contrario ha subido dos. Que si la derecha está a equis puntos de alcanzar la mayoría, que si gana, que si pierde… El objetivo no es otro que desmovilizar al personal, que cansar al respetable… mientras que por la puerta de atrás rascar voto tras voto. La estrategia es ruin, porque discute la esencia de la legitimidad democrática. Para ponerla en cuestión no hay límites. Si hay que sembrar la duda del voto por correo, pues se siembra. Si hay que inyectar la dosis de recuerdo del terrorismo etarra derrotado, pues se inyecta. Las víctimas y la dignidad son lo de menos. Cuando la derecha se pone, se pone a conciencia. No hay excusa que valga.
Lo que no vale, son los lamentos. Los quejíos de lo que puede venir acompañado con las papeletas que pretenden negar la realidad de los últimos años. De los avances sociales, laborales y derechos. De haber afrontado una pandemia desde una posición y no otra. De combatir la inflación con unas medidas que han pretendido paliar las consecuencias entre las personas más vulnerables. De mejorar los salarios, especialmente el mínimo para sobrevivir, o actualizar las pensiones de acuerdo a la subida del IPC. Quienes viven de una pensión o apoyan a los suyos gracias a ellas lo saben. Se trata de esto. No de las tripas. No se pierdan las caras de póquer de quienes se sienten ganadores. Voten y animen a los suyos. Aunque solo sea por el gusto de verlas el domingo por la noche.
Quizá sea porque en unos días cumplo años y llego al final de una década. O porque me veo sentado en el sofá mientras pasa la vida. Quién sabe porque en el gimnasio me consuele ver a una octogenaria estirando en la barra. O tal vez porque ya en mi trabajo no sea el más joven y buena parte de las conversaciones tengan que ver con el período que resta de vida laboral. Acaso porque en la lista de Lo que no te puedes perder de Spotify no conozca a la mitad de las artistas o nunca me hayan atraído los videojuegos y me quedase en las máquinas de bolas. O la suma de todos estos elementos. El caso es que el tiempo cobra un nuevo sentido en la medida en que trato de vivir el presente sin permanecer anclado en el pasado ni estar en alerta ante el futuro.
Probablemente esa perspectiva explique de alguna manera el hecho de que tras las próximas elecciones podamos volver al pasado, sin pena ni gloria, y sin más razón aparente que la visceralidad de algo tan líquido o evanescente como un concepto asociado a un apellido. En realidad, no sé si puede servir de algo trazar una línea temporal entre la oscuridad y la luz para entender qué ha podido pasar entre un instante y otro. De lo que apenas cabe duda es que el género humano tropieza mil y una veces en la misma piedra, canto, china o guijarro. Y aquí paz y después gloria. No se trataría de un regreso sin más a una época remota sino a unas fórmulas de abordar la economía y los desafíos medioambientales ya conocidas. Aquellas que tienen que ver con dirigir el foco hacia el sálvese quien pueda. Y ya lo saben, en ese camino hay muchos que se quedan en los márgenes mientras que otros tratan de sobrevivir pagando un alto precio.
Repetir lo aprendido
Cuando nos empeñamos en mirar hacia atrás tenemos la oportunidad de hallar explicación a hechos que, hasta ahora, se habían sumado a la maleta que arrastramos sin apenas enterarnos. Aparece la tentación de repetir lo aprendido porque esa falsa seguridad nos permite creer que estamos en el camino correcto. No obstante, al final volvemos a caer en aquellos errores que, de manera cíclica, nos han impedido avanzar con un paso firme. Giramos sobre el mismo eje en el que se han sustentado, hasta entonces, nuestras convicciones. Y ello sin percibir que estamos otra vez en el mismo punto de partida. Nos conformamos en el autoengaño de haber caído en la cuenta de lo que hasta entonces no tenía razón de ser. Maldito error.
Creemos que son cosas de la edad, pero no es así. Lo fácil es achacar al valor del tiempo las razones de una parálisis en el campo de las convicciones, de los proyectos, de las utopías. Descalificamos a quien no coincide con esta visión del momento presente, del mundo, de sus conflictos y de todo lo que no sea conocido y encorsetado en lo aparentemente idóneo. El resto parece cosas de ilusos, con acusaciones hacia estos jóvenes del tipo de que no saben lo que vale un peine o de que lo han tenido todo muy fácil. Pero, sinceramente, si eso es así, ¿no habrá una gran parte de responsabilidad de todo ello que recaiga en quienes se atreven a lanzar imputaciones a diestro y siniestro?
Mantener el statu quo
No nos engañemos, ni queramos atribuir a cuestiones del calendario las diferencias vitales existentes entre quienes viven a gusto frente al riesgo de cambiar aquello que mantiene el statu quo de este mundo que parece ir al desastre. Hay jóvenes viejunos que parece que nacieron ya cansados, mientras que hay personas mayores que mantienen la frescura del primer día. De estas es el presente y el futuro. De los que no se resignan a enrocarse en lo conocido, en la falsa seguridad que ofrecen las posiciones autárquicas, temerosas de las nuevas identidades, de culturas diferentes, de las nuevas maneras de vivir con lo puesto, de la austeridad, de las nuevas formas familiares y, sobre todo, de quienes se deciden a ser pastores con olor a oveja. En definitiva, de poder responder a la pregunta que titula esta columna con aquello de que lo nuevo, viejo, está por llegar. Casi nada… y casi todo.
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