Por qué no nos callamos

Por qué no nos callamos

Te propongo un ejercicio muy sencillo. Cuando estés en tu lugar de trabajo deja lo que estés haciendo. Aparta la mirada de la pantalla del ordenador, pon el móvil en silencio (el de verdad, no en vibración), cierra la puerta de tu despacho, aula o habitación en la que estés; aparca tu vehículo, descuelga el teléfono de la mesa… Detén la actividad e intenta que tus pensamientos no te distraigan. Si tienes que cerrar los ojos, hazlo. Respira profundamente y no te pelees con las imágenes que pasen a través de tu mente. Estás en tu minuto sabático. Es tuyo. De nadie más. Al cabo de un breve tiempo, vuelve poco a poco a la acción. Regresa a tus cometidos.

Como afirma Pablo D’Ors, meditar no es difícil, lo difícil es querer meditar. Haz puesto en práctica un primer intento. Si a lo largo de la jornada vuelves a repetir esa acción, la del minuto sabático, te aseguro que la sorpresa que te vas a llevar es mayúscula. Algo tan simple como no mirar de forma compulsiva el teléfono por si ha llegado un mensaje por Whatsapp que se nos puede escapar permite algo tan simple, y a la vez tan revolucionario, como ser conscientes de lo que tenemos alrededor.

Ahora, otro ejercicio que aconsejan psicólogos y entrenadores personales. Dedica un rato a apuntar las actividades que haces a lo largo de un día, en períodos de diez o quince minutos. Toma nota durante varias jornadas. Nueva sorpresa mayúscula. Si agrupamos el tiempo dedicado a cada actividad diariamente o a la semana comprobaremos que la percepción que tenemos sobre en qué empleamos nuestro tiempo no se corresponde con la realidad. Algo similar a lo que le ocurre a los alumnos de los cursos on line, que alucinan cuando la plataforma de tele formación les dice el tiempo real que han dedicado a desarrollar las actividades frente a lo que ellos creían.

Si además nos preguntamos por qué hacemos las cosas, pero con sinceridad de la buena, volvemos a caer en el desconcierto al hallar la respuesta: normalmente actuamos atendiendo a demandas externas, a lo que se supone que debemos hacer, a responder a lo que el/los otro/s espera/n. Por tanto, habitualmente no funcionamos desde nuestros deseos profundos y nuestros actos indican que no son el resultado de decisiones libres y meditadas.

Porque saber las razones que nos llevan a hacer lo que hacemos nos da más claridad a la hora de distinguir entre lo urgente y lo importante. Y entre lo importante se encuentran esos momentos de los que hablaba al principio: los de ganar espacios para la contemplación, que no son otra cosa que momentos nuestros, auténticos, en los que dejamos de lado los prejuicios que nos esclavizan. Entre estos, el de ser consciente del engaño en el que caemos al pensar que nos gustan los problemas porque nos dan la impresión de que gracias a ellos podremos ser. Sin embargo, descubriremos que el verdadero problema son nuestros falsos problemas. Respiraremos entonces de verdad, con la satisfacción de un deber cumplido: el de ser protagonistas de nuestra vida. O al menos ser alumnos aventajados en este camino que es para toda la existencia.

¡Hola mundo!

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De política no entiendo

De política no entiendo

Quien esto suscribe forma parte de ese 3,2 por ciento de ciudadanos de este país que asegura estar afiliado a alguno de los principales partidos políticos en activo, cuya actividad apenas forma parte de los aspectos esenciales de la vida de la gente. La familia, el trabajo, los amigos y el tiempo libre están por delante, con mucha diferencia, de los intereses por  la religión o la política, que ocupa el último lugar. El avance de enero del Barómetro publicado por el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) así lo contempla, colocando a la política en la cola, con el mismo porcentaje que las asociaciones, clubes y otras actividades asociativas.

No resulta, por tanto, extraño que después del paro, la corrupción y el fraude sea el principal problema que preocupa a los españoles, al que le siguen las personas que se dedican a la política y los partidos, casi al mismo nivel que los problemas de índole económica.

Para que estos resultados se vengan repitiendo periódicamente, algo de responsabilidad tendremos los que de una manera más o menos intensa nos dedicamos a esto de la cosa pública. Y de manera ascendente, quienes se ocupan de dirigir aparatos organizativos en los partidos y en las estructuras administrativas y de gestión de los diferentes niveles de gobierno.  Bien es verdad que las responsabilidades tienen diferentes grados, pero si como afiliados elegimos a personas que luego no están a la altura de las circunstancias, debemos de hacérnoslo mirar. Como también ser capaces de apostar por el cambio en los métodos, estructuras y procesos a la hora de la toma de decisiones.

A la hora de tratar de encontrar alguna explicación ya no sé si fue antes el huevo o la gallina. Si se trata de las personas o de las organizaciones. O si es una cosa y la otra. Y ambas relacionadas con el poder, como sinónimo de fuerza, capacidad, energía o dominio. Poder que afirmamos como capaz de cambiar la forma de ser y actuar de las personas, capaz también de desatar los instintos más primarios y de envolver los sentimientos más nobles en la justificación más rastrera para machacar al adversario y sus ideas.

La lucha por el poder, precisamente, está detrás de los males que acechan y contaminan a las principales fuerzas políticas. Aquellas que han corrompido las reglas del juego electoral con una financiación fraudulenta a costa de toda la colectividad. La del ‘finiquito en diferido’ en plena crisis que han pagado los más débiles. O una lucha de Caín y Abel, con celos y envidias adolescentes que pueden dar con el traste a las expectativas de canalizar la indignación. Un camino que no se puede construir machacando al otro, como se va a representar este fin de semana en una antigua plaza de toros madrileña. O la lucha por la dirección en el partido que milito, en la que una estrategia a corto plazo –la de la gobernabilidad- parece ser el absoluto frente a un debate sobre el presente y futuro de la socialdemocracia, el de las ideas, que queda arrinconado ante la dualidad del ‘estás conmigo o contra mí’.

Y lo más gracioso de todo, por llamarle algo, es que me resisto a creer a que la política no se pueda hacer y vivir de otra manera. A que en este tipo de política (porque la política es mucho más que los rifirrafes en los partidos) primen de verdad los valores, el trabajo por el bien común y por la defensa de los más débiles.

¡No es la economía, estúpidos!

¡No es la economía, estúpidos!

Anoten un nombre: Enrique Lluch Frechina. También un concepto que a lo mejor les suena: el Bien Común. Combínelos y encontrarán una visión de la economía que huye del economicismo, un punto de partida en el que la economía no preside todas las dimensiones de la vida. Al menos de una economía de guerra que obliga a comportamientos egoístas y por tanto corruptos, no éticos, mediante la que se minusvalora la cooperación. Esa que ofrece un sistema económico en el que se identifica tener más con estar mejor, que genera una insatisfacción continuada, con el que se excluye a quienes son menos productivos, provoca desigualdades difíciles de revertir y que convierte a la economía en una nueva religión.

Imagen tomada de https://www.emaze.com

Ese economicismo que ha puesto a la economía por encima de todo, ¿puede considerarse humanista porque haya generado riqueza para una parte de la población mundial? Enrique Lluch y otros economistas críticos responden que puede orientarse hacia otra dirección, porque no se trata del dilema para elegir entre libertad o intervención como se contesta desde el campo del liberalismo dominante. La libertad no se negocia, pero no me negarán que en nuestras manos está poder potenciar de manera colectiva unos u otros comportamientos.

En este momento entra en juego el concepto del bien común frente al del bien total. Éste, a priori, parece el lógico, porque es el que se nos ha vendido siempre: tener más entre todos. En lugar de esto aparece la propuesta de buscar el bien común: que todos tengan al menos lo suficiente para vivir. Cambiamos el enfoque en el que creemos que una sociedad está mejor no si se tiene más entre todos, sino que no haya nadie que no tenga. Pasamos de la economía de guerra a la de la cooperación, porque ésta produce sobreabundancia y porque la ayuda mutua potencia las personas y tiene un mejor resultado económico.

Aunque parezca un planteamiento utópico tenemos innumerables ejemplos en la vida diaria para desmontar las críticas. Cuando quedamos a comer con amigos y cada uno aporta algo siempre sobra, ¿verdad? Pues algo parecido sucede con esta visión. Se trata de pasar de la economía egoísta, basada en la desconfianza en el otro ya que solo doy si me dan y en la misma medida que he recibido, a una economía altruista, en la que doy sin esperar, una dinámica que genera una respuesta positiva en la mayoría de la personas.

Llegados a este punto a lo mejor entendemos que la economía no es lo más importante, sin negar que casi todas las cuestiones cotidianas tienen un componente económico. Por ello una gestión económica adecuada debe estar al servicio de los objetivos de la institución que se trate, ya sea la familia, el sector público, la función social de las empresas… En definitiva, estos cambios de los que hablamos en los objetivos y en las prioridades pueden llevarnos hacia una economía más humana, en la que nadie quede fuera, priorice a los últimos, busque la colaboración, metiendo la dinámica altruista y de la gratuidad en la economía y que, por tanto, sitúe a ésta al servicio de la sociedad.

Si todo se mezcla con un cambio de mentalidad y de las estructuras que tenemos, lo que ahora ocurre a pequeña escala podrá ser la opción mayoritaria, elevando –como dice Lluch- lo excepcional y lo valiente a la categoría de lo habitual y lo fácil. Pasar a ser minorías con vocación de mayoría.

Muerte a la prensa

Muerte a la prensa

Cuando cierra un periódico muere un fragmento de nuestra vida. Aquel que está ligado al olor de sus páginas y a la tinta que mancha nuestros dedos. A esos acontecimientos conocidos a través de sus redactores, de sus fotógrafos, de quien lo ha impreso, de quien lo ha llevado a un quiosco y de quien nos lo ha vendido. La muerte de un periódico es un primer paso para la muerte del periodismo. Del más clásico y del nuevo. Del que creaba la burguesía naciente para oponerse a los defensores del Antiguo Régimen al de los promotores de la prensa obrera que agitaba las conciencias en las fábricas, en las calles y en las barricadas. El que mezclaba el olor a rapé de los salones de la época con el sudor del miedo en las imprentas clandestinas. Cuando una rotativa se detiene la libertad de expresión es vencida por el poder.

En Alicante acaba de desaparecer, después de más de medio siglo, la edición del periódico La Verdad. El primero que entró a mi casa. En el primero que escribí con tan solo once años. En el primero en el que trabajé profesionalmente como becario de verano y después como periodista, auxiliar de redacción, mientras terminaba en Madrid los estudios en Ciencias de la Información. El periódico en el que puse pasión, desvelos, romanticismo y empuje juvenil para contar lo que pasaba a nuestro alrededor. Con la mirada inquieta con la que todo el que ejerce el periodismo no debe nunca abandonar. El diario en el que conocí a buenos periodistas, que eran buenas personas, como señalaba el maestro Ryszard Kapuscinski.

Paradojas del destino, los ejemplares de la edición alicantina no acudieron puntuales a su cita a los quioscos el mismo día que se celebraba la festividad del patrón de los periodistas, san Francisco de Sales. Qué triste destino el de quienes en estos momentos aún se dejaban la piel para hacer periodismo de provincias. Periodismo cercano, al cabo de la calle, pegado a la realidad, luchando contra los elementos. Como cientos de profesionales lo siguen intentado cada día, en cada parte del mundo, pese a las adversidades. Aquellas que aplican las propias empresas para los que trabajan, o las que marcan los poderes económicos, financieros, empresariales, políticos… Adversidades de quien trata de imponer la agenda informativa a golpe de amenazas, veladas o no tanto, o de lo políticamente correcto.

No eludamos responsabilidades y olvidemos la cuota de responsabilidad que nos toca como nuevos consumidores de cultura. El pensamiento de Zygmunt Bauman lo resume muy bien, porque somos hijos e hijas de la “modernidad líquida”, que no es otra sino aquella que define un modelo social, el del fin de la era del compromiso mutuo, donde el espacio público retrocede y se impone un individualismo que lleva a “la corrosión y la lenta desintegración del concepto de ciudadanía”. Los periódicos son productos de una modernidad que ha dado paso a una nueva época, la de la inmediatez de lo audiovisual, de las redes y de la cultura de lo efímero. Por eso, cuando muere un periódico, muere una parte de nuestro ser. El reto está en encontrar y descubrir lo que debe renacer de esas cenizas para esas generaciones de reemplazo que precisan de un nuevo periodismo.

Galería de imágenes

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Artículo publicado en La Opinión de Murcia (28/01/2017)


«Tarde soleada en el campo de fútbol «La Alameda», en la que el Club Deportivo Dolores ha vencido al Thader de Rojales…».
Con estas palabras iniciaba alguna de las muchas crónicas que publicaba cada quince días en el diario La Verdad de Alicante. Los domingos por la tarde me dirigía con una libreta y un bolígrafo al campo de fútbol de Dolores, saludaba al presidente del club en la puerta (que recuerdo que era un cartero del pueblo), que me dejaba entrar, y el árbitro, en su caseta, me facilitaba las alineaciones de los equipos. Al término del partido volvía a los vestuarios para contrastar con el juez de la contienda los minutos en los que se habían producido las incidencias del juego y los futbolistas implicados. Con mi libreta llena de anotaciones volvía a casa, cogía la Olivetti familiar, y escribía la crónica del partido. Una vez acabada metía el folio en un sobre, escribía la dirección (La Verdad, calle Navas, 40, Alicante) y me dirigía a la oficina de Correos para introducir el sobre en el buzón. Regresaba a casa y esperaba hasta el miércoles, día en el que el diario publicaba las crónicas de los equipos que estaban en Regional Preferente y en Tercera División. No olvidemos que el lunes sólo se publicaba la Hoja del Lunes, y la edición del martes estaba reservada para las crónicas de los partidos de Primera y Segunda División. Y así cada domingo. Tenía 11 años.

Desde que guardo recuerdos de la infancia en casa siempre había algún periódico o revista. Triunfo, Cuadernos para el Diálogo, Sábado Gráfico y, por supuesto, Noticias Obreras, se mezclaban con La Verdad de Alicante. Este era el diario que entraba hasta el año 1977, porque viví primero en Ibi (1964-1972) y luego en Dolores (1972-1977), antes de que mis padres regresaran a Yecla, su pueblo natal. Y fue precisamente en Dolores, en plena comarca de la Vega Baja alicantina, donde a mi padre le propusieron ser el corresponsal de La Verdad. El problema que tenía es que él no sabía escribir a máquina y yo era el encargado de trasladar a un folio sus artículos escritos a mano antes de enviarlos por correo (o por teléfono) a la redacción. Mi padre firmaba sus crónicas como NAVARRO y un servidor, las mías de fútbol, como «NAVARRO, jr», porque a mi progenitor no le gustaba el deporte rey.

Rememoro estos comienzos en el mundo del periodismo tras la desaparición, esta semana, y tras casi 54 años en los quioscos, de la edición alicantina del diario La Verdad. Un periódico ligado a mi vida y a la de miles de personas que lo han seguido, se han anunciado en él, han trabajado en sus redacciones y se han visto reflejados en los acontecimientos más diversos.

Si tenemos en cuenta esa relación desde la infancia con sus páginas, no resultaba nada extraño que, una vez que realizaba los estudios de Periodismo en la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid, me dirigiera en primavera del año 1986 -acompañado por mi padre- a pedir prácticas de verano al estar en tercer curso. Gracias a Chimo García Cruz, que en esos momentos se había trasladado desde la redacción de Murcia a Alicante, y al que conocía por haber publicado unas colaboraciones en la revista Lean que él dirigió en una breve etapa en la que dejó La Verdad, fui contratado como becario para los meses de julio y agosto. Entonces los diarios reconocían el trabajo de sus redactores, incluso de aquellos que jugábamos a ser plumillas mientras los verdaderos periodistas disfrutaban de sus vacaciones. La Verdad pagaba 20.000 pesetas mensuales a los becarios, que era un dineral, además de las dietas y kilometraje si tenías que desplazarte fuera de la ciudad para cubrir alguna noticia o reportaje. Hoy, desgraciadamente, ningún medio de comunicación contempla esas condiciones para sus becarios.

Mi primer artículo publicado en el verano de 1986. Entrevista a los componentes de "El último de la fila".

Mi primer artículo publicado en el verano de 1986. Entrevista a los componentes de «El último de la fila».

Mi entrada al periódico no pudo ser más sorprendente. Tenía que empezar el 1 de julio, y el viernes 27 de junio me dirigí a la redacción de la calle Navas, próxima a la Comisaría de Policía donde mi padre pasó una noche en julio de 1975 tras las detenciones que se produjeron durante una Asamblea de la HOAC que se celebraba en el Colegio de los Jesuitas. Me presenté al delegado del periódico, Manolo Mira Candel, en el entresuelo donde estaba la redacción, y cuando estábamos comentando los pormenores de mi incorporación, subió un comercial de la planta baja y dijo que habían llegado dos jóvenes diciendo que eran de un grupo que se llamaba «El último de la fila» que actuaba esa noche en Campello y que si les podíamos hacer una entrevista. Manolo, sin dudarlo, me preguntó si quería estrenarme con ellos. No lo dudé y  bajé a la sala de visitas que había a la entrada del periódico. Allí estaban Manolo García y Quimi Portet, quienes tras presentarnos me preguntaron si yo era el crítico musical del periódico. Les respondí que no, que era un becario que acababa de llegar, y que era mi primer trabajo como periodista. «De puta madre tío», dijo Manolo García, «eso es lo que nos gusta, la gente que está empezando, como nosotros». Y a partir de ese momento estuvimos charlando sobre sus comienzos y sus proyectos. Subí a la redacción, me sentaron ante un ordenador de pantalla gigante y de color verde, y escribí mi primera noticia de esta nueva etapa que comenzaba a vivir.  Se publicó al día siguiente, el sábado 28 de junio de 1986, como puede comprobar el lector.

Ahí comenzó una apasionante experiencia como aprendiz de periodista a lo largo de los meses de julio y agosto. Dedicado en cuerpo y alma al suplemento de verano «Costa Blanca», realicé decenas de reportajes y entrevistas a lo largo de toda la provincia de Alicante, especialmente en la zona de costa desde los Arenales del Sol, El Altet, Santa Pola, Guardamar y Torrevieja. Recuerdo especialmente la vuelta de Isabel Pantoja a los escenarios tras su breve retirada por la muerte de Paquirri, así como entrevistas a Alberto Cortez, Raphael, La Trinca, los inicios de los Loco Mía… y numerosos personajes menos conocidos pero que nos permitían hacer unas páginas refrescantes tras las alocadas noches de fiestas, conciertos y demás saraos. Tampoco faltaron los artículos más serios, como una entrevista al historiador Manuel Tuñón de Lara o al que era entonces gobernador civil de Alicante, implicado en el polémico caso de la concesión de administraciones de Lotería a personas vinculadas al PSOE de la época.

Compañeros de La Verdad que hacíamos las páginas del suplemento veraniego "Costa Blanca": Ginés Llorca, Antonio Cutillas, Victoria Bueno, Manzanera y Nuño el Barón.

Compañeros de La Verdad que hacíamos las páginas del suplemento veraniego «Costa Blanca»: Ginés Llorca, Antonio Cutillas, Victoria Bueno, Manzanera y Nuño el Barón.

Viví uno de los veranos más intensos que recuerdo, junto a otros compañeros que aparecen en esta fotografía de Gloria Alcolea como Ginés Llorca, Nuño el Barón, Victoria Bueno, El lorquino Pepe Marín, Antonio Cutillas y el joven dibujante Manzanera… Unos empezábamos en este mundo del periodismo, otros nos los encontramos en él como los fotógrafos Ángel García y Ambrosio Ruiz, Ángel Bartolomé, Ramón Gómez Carrión, Tirso Marín… e innumerables colaboradores. Regresé en octubre a Madrid, y unos meses después recibí una llamada de Manolo Mira con una propuesta increíble: si quería aceptar un contrato de un año en la redacción de Elche para sustituir a Manuel Buitrago, que se iba a la mili. No lo dudé. Me incorporé en mayo de 1987 a la redacción de La Verdad en Elche, donde estuve hasta octubre de 1989, fecha en la que me marché a la redacción central de Murcia, hasta el año 1992. Esa es otra historia que ya contaré, pero de los años en Elche en el periódico sigo conservando la amistad de grandes compañeros y periodistas, como José María Pallarés, Gaspar Maciá, Arturo Andreu, Paco Uclés – que ya nos dejó-, Juan Carlos Romero Romerito, Antonio Zardoya, Domingo Lopéz, Mari Ángeles Rodríguez Cuchillo, Carmen Flores, Crescencio Bernabéu, Jaume Gómez, Antonio Molina…

Comparto esta Galería de imágenes en la que aparecen publicados algunos de los reportajes que hice ese verano del 86 y fotografías de mi álbum personal en el que aparecen personajes y momentos de esos dos meses de trabajo en los comienzos de mi actividad periodística. La pasión de mía padre por la prensa le llevó a conservar todas las páginas que publiqué ese verano y que conservo como un pequeño tesoro.

Público personal

Público personal

En episodios como los vividos en los últimos días a consecuencia de las complicadas condiciones atmosféricas ha vuelto a destacar el papel que juega el personal empleado público para que nuestra actividad funcione con normalidad. Hablamos de quienes están incluidos en la vasta categoría del funcionariado al servicio del bien común, a los que hemos visto en plena faena y en las condiciones más adversas: guardias civiles, policías locales, bomberos, empleados de los servicios de mantenimiento de las carreteras y las vías públicas, sanitarios? Personas que hacen de su actividad laboral la expresión más palpable de trabajar porque la cosa funcione.

Hablamos de unos tipos y de unas tipas que están ahí, desde los primeros instantes que llegamos a este mundo. ¿Quién ha palpado nuestro cuerpo por primera vez tras enganchar nuestra cabezota y hacernos llorar para nuestro bien? Pues una comadrona o un comadrón que, fíjate tú, resulta que son empleados públicos. Como quienes permiten que el hospital funcione, que haya sábanas en una cama, que siguen nuestra evolución, curen nuestras dolencias, nos faciliten los desplazamientos, nos atiendan durante el período escolar y funcionen los diferentes servicios públicos asociados a nuestra actividad cotidiana.

Empleados de lo público de todo tipo y condición que, en su inmensa mayoría, se comprometen con su labor, apuestan por lo de todos y quieren ser felices en su trabajo. Como todo hijo de vecino. Personas que cada día lo quieren hacer mejor. Docentes que se emplean por formar a nuestros hijos e hijas (lo sé por experiencia, porque soy hijo de maestra entregada toda la vida a la causa de la educación), sanitarios, administrativos, operarios en mil tareas, licenciados y graduados en innumerables especialidades. Embarcados en diferentes administraciones, desde la más cercana, la local, hasta pasar por la autonómica y la del Estado, en nómina de entidades públicas y empresariales? Gente que en muchísimos casos ha tenido que preparar unas oposiciones, que superar unos complicados procesos selectivos -mejorables, por supuesto- pero a la que nadie le ha regalado nada.

También los hay con morro, no lo niego, porque quien más o quien menos conoce algún espécimen de esta calaña que considera que puede hacer de su capa un sayo con la filosofía de que «como es de todos, no es de nadie». Pero son los menos, se lo aseguro.

Aunque si hablamos de hocicos, hay una estirpe especialmente singular: la de quienes atacan lo público poniendo el punto de mira en el eslabón de su personal y descalificando a las administraciones. Pero eso sí, intentando vivir de ellas cuando tienen oportunidad. Qué curioso resulta escuchar a estos defensores del liberalismo más extremo y cuando se les brinda la ocasión de gestionar desde la política institucional se benefician de lo público para auxiliar a sus empresas de procedencia para las que trabajan o a las que van a recalar. Por no hablar de quienes viven en una esquizofrenia permanente al ser empleados públicos, cobrar de lo público y ocupar temporalmente cargos públicos? pero no tienen en lo público su punto de mira, sino que se afanan para esos detractores que no se sonrojan al poner el cazo y la mano al buscar la salvación ante sus fracasos empresariales. Lo paradójico del asunto es que, al final, también lo público está para ellos. Ahí estamos.

Un Papa migrante

Un Papa migrante

Francisco lo ha vuelto a bordar. Mientras Trump se prepara para entrar como un elefante en la cacharrería de la Casa Blanca y Europa camina hacia el Brexit y el éxito de los populismos, el papa que vino del sur pone su atención en los más vulnerables entre los vulnerables: los menores migrantes y refugiados. Esos que conmueven y sacuden nuestras conciencias burguesas adormecidas por el consumo cuando los vemos yacentes en una playa o en el interior de una ambulancia salpicados de sangre, polvo y desolación. Y lo ha hecho lanzando un mensaje subversivo que desestabiliza las caducas estructuras políticas, económicas y eclesiales, con la mirada puesta en la parte más débil del eslabón de esta cadena humana tan frágil: los menores y los ancianos, sujetos activos de la cultura del descarte.

En esta ocasión ha sido con motivo de la celebración de la jornada mundial del emigrante y del refugiado, en la que recuerda que “la emigración no es un fenómeno limitado a algunas zonas del planeta, sino que afecta a todos los continentes y está adquiriendo cada vez más la dimensión de una dramática cuestión mundial”. Además, pone el acento en que “son principalmente los niños quienes más sufren las graves consecuencias de la emigración, casi siempre causada por la violencia, la miseria y las condiciones ambientales, factores a los que hay que añadir la globalización en sus aspectos negativos. La carrera desenfrenada hacia un enriquecimiento rápido y fácil lleva consigo también el aumento de plagas monstruosas como el tráfico de niños, la explotación y el abuso de menores y, en general, la privación de los derechos propios de la niñez sancionados por la Convención Internacional sobre los Derechos de la Infancia”.

El liderazgo de Francisco es innegable. Un liderazgo que parte de la espiritualidad ignaciana en la que se ha forjado, “en todo amar y servir”, y que le ha permitido hacerse un hueco en la apretada agenda mediática de los últimos años. Un liderazgo que brota de manera natural en sus gestos, su pasos, sus mensajes a través de los lenguajes verbal y no verbal y, en especial, a la hora de despertarnos del sueño dogmático en el que a menudo caemos. Una somnolencia no restringida a los ámbitos religiosos o confesionales, sino en cualquiera de aquellos en los que se dirimen las grandes cuestiones políticas o culturales del planeta.

Mientras Europa miraba hacia otro lado, inició su pontificado en Lampedusa, esa isla que es testigo de un Mediterráneo convertido en un gran cementerio de la iniquidad humana. Marcó sus prioridades, seguro que fruto de un discernimiento con la invitación a que nuestras decisiones más importantes deben llevarnos a una vida plena. Una vida que es negada a diario en las innumerables realidades de muerte que salpican a las personas que tienen que abandonar sus hogares, su tierra, sus países… por intereses egoístas. Una muerte que amenaza con especial virulencia a los más vulnerables, los menores migrantes y refugiados. Por ello, esa mirada tierna e inocente de Francisco, pícara en ocasiones, es una invitación a no permanecer en silencio, a oler a oveja y a salir a la calle. Es la mirada del papa de la alegría del evangelio y del amor, de la ecología y el de la luz.

Jugarse la vida

Jugarse la vida

Entrevista publicada el 7 de enero de 1992.

Entrevista publicada el 7 de enero de 1992.

Cuando tienes que abandonar a tu familia, a tu mujer y a tus hijas, a tus amigos, a la gente a la que quieres, con la que estás comprometido, tu trabajo… algo muy grave está ocurriendo. En esos momentos no se adoptan decisiones a la ligera, por capricho personal o por querer ir de víctima por la vida. Se trata de tomar en serio unas amenazas de muerte. Esta experiencia la viven a diario miles de personas a lo largo y ancho del planeta. Hace veinticinco años la vivió Alfonso Alcaraz Belchí.

Quizá muchos no lo recuerden, pero este periódico desveló en enero de 1991 el conocido como ‘caso de las sentencias bondadosas’. El periodista Chema Gil dio a conocer las investigaciones que realizaba el entonces fiscal antidroga Manuel López Bernal acerca de unas sentencias consideradas blandas o bondadosas dictadas a importantes narcotraficantes por parte de la Sala Segunda de la Audiencia Provincial de Murcia, sin celebrar la vista oral. En este asunto se vieron implicados tres jueces, un ex fiscal y un abogado, contra los que se interpuso una querella en cuya acción popular se encontraban diversos colectivos antidroga y de seguimiento y acompañamiento a menores y jóvenes.

Alfonso Alcaraz Belchí fue uno de los firmantes de esa querella, como presidente de la Coordinadora de Barrios de Murcia. Miembro de la Comunidad Cristiana de Base del polígono de La Paz, estaba comprometido desde hacía años en el trabajo de los movimientos sindicales y sociales con las personas más excluidas: trabajadores precarios, niños y familias, jóvenes toxicómanos… Y todo ello desde sus convicciones religiosas como creyente en Jesús de Nazaret. Respaldar una iniciativa de esas características, en la que se ponía en tela de juicio una acción judicial que beneficiaba a traficantes de droga frente al drama que vivían a diario las personas toxicómanas y sus familias, le trajo graves consecuencias.

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Campaña de apoyo a Alfonso Alcaraz por las comunidades de base y otros colectivos.

Las continuas amenazas de muerte no le amedrantaron hasta que las ampliaron a sus hijas. Fue entonces cuando tomó la decisión personal de abandonar Murcia. Lo hizo en octubre de aquel año 1991. Primero él solo. Más tarde, junto a toda su familia. Nada sucede por casualidad, y el destino ha querido que justo hoy hace veinticinco años traer al recuerdo la entrevista que le hice a Alfonso en el periódico en el que entonces trabajaba. Seguía oculto por precaución. Con serenidad y humildad, pero con la fortaleza de quien se siente firme en sus convicciones, declaraba que no quería desafiar a nadie, pero que no iban a poder con él. Que pasaría a un segundo plano, que se comprometería en otros ambientes, pero que tenía claro que la opción por los pobres tenía consecuencias. Pero que no iba a poner la vida de sus hijas en peligro.

Recuerdo que su testimonio me conmovió. Su entereza. Su valentía. Como la de muchas otras personas que he conocido a lo largo de la vida. Personas que se juegan a diario su vida personal, familiar, profesional. Que no pasan por el mundo sin intentar cambiarlo. Supe que Alfonso Alcaraz y su familia se fueron a vivir a Águilas. Pero en estos años no volví a saber nada de él. Hasta hace unos días. Alfonso murió hace poco más de un mes. Su gente de la Hermandad del Rocío de Águilas, del Carnaval, de la Coordinadora de Barrios, de las comunidades cristianas de base, de los colectivos de madres y padres contra la droga… ha derramado lágrimas de alegría y agradecimiento por una vida plena y encarnada. Yo también.

Información recogida por El Periódico de Cataluña (13/07/1991) sobre el caso de las sentencias bondadosas.

Información recogida por El Periódico de Cataluña (13/07/1991) sobre el caso de las sentencias bondadosas.

Dolor patrio

Dolor patrio

El desasosiego que viví la tarde del 18 de octubre de 1986 es el mismo que he experimentado más de treinta años después con la lectura de una de las mejores novelas que recuerdo. En Patria, de Fernando Aramburu (San Sebastián, 1959), se mezclan el dolor con la sinrazón, la soledad con la terrible vivencia de la muerte y las consecuencias del fundamentalismo que es capaz de quebrar los valores de la amistad, del sentimiento identitario y de los vínculos profundos del cariño y de los lazos de sangre. (más…)

Maldita Navidad

Maldita Navidad

Mira que cada año me propongo lo mismo. Juro y perjuro que no volveré caer en los errores habituales. Pero nada, que no hay manera. Es lo que tiene eso de ser humano. Tropezar en la misma piedra, una y otra vez. De nada sirve que la humanidad lleve siglos intentado corregir sus desaguisados, porque al final todo vuelve a su estado natural.

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BD en cailloux réalisée par des migrants à Calais

De poco vale que cada equis tiempo surja alguna teoría política o filosófica nueva o de que aparezcan soñadores con ideas aparentemente peregrinas. Tampoco que las epidemias limpien de despojos los rincones del planeta. No digamos las guerras o conflictos desde que Caín se deshiciera de su hermano por un quítame allá esas pajas. Precedente de otros que siguieron su estela por una novia, un río, una ciudad, un imperio, unos barriles de petróleo, un congreso o una ideología salvadora.

Consuela hacerse a la idea de que al menos hay un momento a lo largo del año en el que pulula la mala conciencia. Por fumar, por pagar el gimnasio y no aparecer salvo error u omisión, por agotar el crédito de la tarjeta, por suscribirse a ese canal de series que hay que ver porque hay que ver, por no visitar al que siempre decimos que «un día tenemos que quedar» o por acabar esa asignatura pendiente que cada uno y cada una sabe que existe desde que tiene uso de razón.

De nada sirve contentarse con aquello de que el ser humano tropieza cien veces con el mismo pedrusco, porque mira que somos continicos en toparnos una y otra vez con la realidad. Es lo que tiene que cada año se celebre, por estas fechas, la Navidad. Un tiempo en el que para muchos se alteran los biorritmos con sólo volver a imaginar las citas familiares, esos encuentros que parecen destinados a desbordar las emociones contenidas el resto del año porque tocan, porque son así y así nos lo han contado de generación en generación. Y si te toca la cuñada al lado, pues nada, se siente, no haberte metido en esta familia?

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BD en cailloux réalisée par des migrants à Calais

Siempre nos queda mirar de frente y abordar con serenidad las horas que se avecinan. Respirar hondo y coger las riendas del presente. El más cercano. Decir que no, cuando verdaderamente queremos decir que no. Acudir a la cena o comida familiar cuando de verdad queremos ir a la cena o comida familiar. Buscar un regalo porque con sinceridad queremos expresar con él un gesto de cercanía, de atención y de recuerdo más allá del impacto y la mirada de sorpresa. Visitar a quienes de verdad nos importan, nos preocupan o intuimos que se sienten solos. No porque haya que hacerlo, sino porque nos incumben profundamente.

Llegados a este punto todo cobra sentido. Dejados de lado los convencionalismos se respira y se duerme mejor. Los excesos ya no tienen que pagarse, puesto que forman parte de la vida. Como cualquiera de las emociones o la risa, el llanto, el silencio o el tumulto de las compras. Las chispeantes luces o el ansia por aparcar en el centro ya forman parte de algo mucho más sencillo. Que cada año se repite una liturgia. Pero en esta ocasión ya es distinta. Porque tú, porque yo? hemos descubierto que lo esencial es invisible a los ojos. Que el reencuentro comienza con el encuentro con uno mismo. Ahí está nuestro poder. En la fragilidad y en la debilidad de quien nace esta noche.

Carta de un ciclista

Carta de un ciclista

Estimado señor alcalde de Murcia, José Ballesta.
Aunque mis compañeros y compañeras de Murcia en Bici y de la Masa Crítica van a entregar hoy en el Registro del Ayuntamiento numerosas cartas dirigidas a usted para que en 2017 nuestra ciudad sea mejor para ir en bici, me permito aprovechar este pequeño balcón público para compartir unas reflexiones acerca del uso de la bicicleta en el entorno urbano. Muchas asociamos este medio de transporte a nuestros primeros recuerdos de la infancia. Esas caídas que nos asustaban en los momentos en que mantener el equilibrio se convertía en un reto que parecía inalcanzable. Los brazos de nuestro padre y sus palabras de ánimo aportaban una inyección de confianza ante los primeros desplazamientos sobre dos ruedas. Las sensaciones no tenían nada que ver con la experimentada en los triciclos, ni con esas pequeñas ruedas que, a modo de muletas, se adosaban al eje trasero para percatarnos de una primera transición hacia la aventura.

f8967750-92d8-4f08-b6d6-540e45339c51Las sensaciones de ir en bici, como el dolor ante una muerte, son personales e intransferibles. Se gozan o no. Las comencé a sentir cuando iba con mis amigos de la EGB a coger regalicia en las tardes de primavera, entre azarbes y caminos de la huerta de la Vega Baja. Continuaron en mis años de instituto manteniendo el equilibrio cargado con la guitarra al ir a clases de música. En el Madrid universitario de los 80, sorteando peatones en los atascos y siendo respetado por taxistas y conductores de autobús. Porque como ocurre en la vida, cuando te dejas ver en la calzada, afirmándote como un vehículo más, te ganas el respeto de los otros. De ahí que no entienda que haya ciclistas que circulen por las aceras. No por el temor a las multas que impone su consistorio, sino por el convencimiento de que no somos peatones.

No quiero reprocharle, señor alcalde, si hace o no lo suficiente por fomentar el uso de la bici en nuestro municipio. Usted sabrá. Lo que sí le pido es que no juegue con el anuncio y la foto con el tema de la bici. Si hay algo que detesto es la hipocresía, la de quien presume de algo que no lleva a sus prácticas cotidianas. No lo digo solo por usted, sino que aquí caben muchos más. No en vano, de toda su corporación solo hay una persona que usa regularmente la bici en sus desplazamientos, la suya propia o la del servicio público de alquiler. Y qué decir de su antecesor. Permitió que los nuevos desarrollos urbanísticos no contasen con carril-bici. Los hizo después, ejemplo de la voluntad que existe a la hora de apostar o no por la bici. Eso sí, las vías ciclistas no se hicieron compartiendo espacio con los coches sino con los viandantes. Y qué decir de las rotondas y los cruces peligrosos donde cada día nos jugamos la vida.

En fin, señor alcalde. Que con la movilidad no se juega. Pero tengo claro que solo conseguiremos interiorizar el uso de la bicicleta cuando los ciudadanos nos lancemos a la calle. Cuando nos dejemos ver como algo natural. Cuando nuestros críos se desplacen a los colegios e institutos sin necesidad de que los papás y las mamás tengan que llevarlos en coche casi hasta dentro del aula. Eso no es responsabilidad suya, sino nuestra. De todos. Y en este empeño juega el protagonismo ciudadano, el que tiene que coger el manillar, dejarse ver en mitad de las calzadas y respetar las normas de tráfico. Sin complejos.
Atentamente, un ciclista urbano.

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Otras entradas sobre el uso de la bici:

Oda a la bici (I)
Oda a la bici (y II)

Pisa el Informe

Pisa el Informe

Seguro que ustedes tienen alguna amiga o conocido que a punto de cumplir los 50 está cursando la ESO. Que dedica parte de su tiempo libre a repasar aquellas matemáticas que superó con apuros en el instituto, a sumergirse en la historia o a pelearse con la gramática y la lingüística que, maldita sea la hora, ha cambiado las denominaciones de los complementos y las normas esenciales que ya nos costó aprender en su momento. Todo ello para que los hijos y las hijas puedan seguir con relativa normalidad el ritmo académica en las aulas saturadas y con un profesorado que sobrevive como puede frente a la desmotivación, a las exigencias de los padres y a que sus gobernantes lo criminalice como empleado público sujeto a recortes.

Imagen tomada en www.fapacordoba.org

Imagen tomada en www.fapacordoba.org

Y después de intentar salvar los muebles de las ideas preconcebidas sobre la paternidad y maternidad ante los hijos, la escuela y resto de tribus familiares, ¡zas en toda la boca!: llega el Informe PISA y nos estampa la realidad acerca de la evaluación de educación más conocida del mundo. Uno ya no sabe si caer en la melancolía o directamente en la depresión, porque los datos son desalentadores. Especialmente si los observamos por comunidades autónomas, nivel educativo de los padres, el gasto público por alumno, la comprensión lectora o la competencia en ciencia. En el caso de nuestra Región de Murcia, pues apaga y vámonos, por mucho que nuestros responsables educativos traten de ofrecer un forzado optimismo que se desmorona en seguida como las tierras de los Baños de Mula.

Aunque la primera tentación es siempre la de eludir cualquier tipo de responsabilidad -empezando por la de los progenitores- bien es verdad que en materia educativa son diversos los factores que intervienen. Los recursos económicos son uno de ellos, porque no es lo mismo mantener escuelas rurales y una ratio alumno-profesor razonable que suprimir aulas o saturarlas de alumnos, pero no los definitivos. La implicación de las familias y la formación del profesorado son también factores determinantes. Si regiones como Castilla y León los han tenido en cuenta, pues no es de extrañar que sea la primera comunidad en la clasificación nacional de las pruebas PISA.

La ecuación para el éxito parece clara: madres y padres concienciados (y seguro que no obsesionados), exigencia con el profesorado (la formación como factor esencial), paz social (la comunidad educativa trabaja en una misma dirección), ratios bajas en zonas rurales (los recortes se han aplicado a otras cosas) y medidas innovadoras frente a los problemas detectados (la innovación es indispensable en las administraciones públicas). Y todo ello bañado por un alto sentido de la ética, del compromiso y de la solidaridad sostenida en el tiempo.

Por tanto, son muchos los elementos para jugar con ellos a la hora de afrontar los retos educativos. Porque una sociedad culta es más libre. Menos tentada a cultivar la ley del mínimo esfuerzo ni a valorar el enriquecimiento fácil, la política del trapicheo, del amiguismo y de la corrupción consentida. Al final, de lo que estamos hablando, es de un cambio cultural que hay que cultivar desde abajo, desde el principio, desde lo cotidiano… hasta llegar a comprender que esta empresa es tarea de todos. No solo de aquellos entendidos a quienes otorgamos un supuesto plus de autoridad moral. ¿Vamos a estudiar?

Transparenta que algo queda

Transparenta que algo queda

El rector José Orihuela se quejaba amargamente en público hace unos días por los titulares dedicados por la prensa escrita a un estudio de inserción laboral de los egresados de la Universidad de Murcia en las promociones 2011/12 y 2012/13, que presentó en la Convalecencia. Justificaba su lamento porque la institución había sido transparente al ofrecer los resultados de manera global por facultades y su reflejo en los medios no era el deseado, ya que recogían datos cuantitativos sin una interpretación, a su juicio, correcta. Cargaba de razón sus argumentos porque hasta ahora no se había hecho de esa manera tan transparente. De sus palabras podía desprenderse el mensaje de que ‘para este viaje no hacían falta esas alforjas’.

Quejas similares hemos escuchado a nuestros gobernantes cuando se han puesto en marcha los portales de la transparencia y ante la opinión pública se han destacado como datos relevantes los sueldos de los alcaldes y alcaldesas, concejales, diputadas, consejeros o ministras. Un hecho que les ha valido a algunos para justificar su apuesta por la transparencia, sin percatarse (porque no creen de verdad en ella) que la claridad y dar cuenta de la gestión es mucho más las cifras de unas tablas Excel o un documento PDF. Esa misma desazón, no exenta de una clara intencionalidad, es la que he oído a dirigentes de partidos políticos a la hora de no querer hacer públicos determinados datos que ofrecían los procesos de primarias porque, a su juicio, dar cuenta de ellos dejaría desnuda a la organización frente a sus competidores. Y claro, antes me callo que ser sincero.

No resulta, por tanto, una sorpresa comprobar que la transparencia acaba convertida en un nuevo elemento vacío de contenido si no se cree profundamente en todo lo que implica abrir las ventanas y los cajones de las Administraciones públicas, de las instituciones y de las organizaciones de cualquier tipo. Y ello, con el fin de que entre el aire fresco de la realidad, de la verdad y del compromiso con la ciudadanía. Pese a que muchos aún creen que el secreto y la información garantizan el poder, no se dan cuenta de que la verdadera fuerza de la legitimación en cualquier estamento, y por ende, en cualquier orden de la vida, reside en la colaboración y en el compartir. Que la fortaleza de los principios es una realidad cuando se ejerce de una manera abierta, colaborativa y sincera. Lo demás es seguir amparados en el miedo, en el falso sentido de la responsabilidad y en la voluntad de querer continuar perpetuando los privilegios y las distinciones de clase.

Estos tiempos de cambio nos deparan continuas sorpresas. Generan incertidumbre en la medida en que no estamos acostumbrados a poner sobre la mesa todas las cartas, ya que seguimos guardando un as en la manga con la triste confianza en que así no quedaremos desestabilizados. Las organizaciones valientes, las Administraciones inteligentes, los Gobiernos abiertos y las instituciones desafiantes que apuestan por el cambio son aquellas que interiorizan la transparencia como el eje que vertebra sus actuaciones. El resto es hipocresía y tratar de cubrir el expediente ante una sociedad cada vez más alejada de lo oficial, de lo institucional, de lo público.

La transparencia es, por tanto, la mejor vacuna contra la corrupción, contra lo podrido, contra la complicidad con el poder, bien sea el más cercano, el cotidiano, o el que se ejerce desde los despachos de la economía financiera y la alta política.

Sueño cumplido

Sueño cumplido

Ha querido el destino que el regreso a las páginas del diario La Opinión coincida con los 30 años de vida de uno de los sueños de Javier Azagra, ese obispo pastor que ya olía a oveja antes de que Francisco invitase al resto de la grey a pisar calle, desahucio, desalojo, oficina de desempleo, centro de internamiento o frontera protegida con serpentinas. Un sueño que arrancó del grito desesperado de un grupo de locos y locas conmovidas por la presencia de menores en las calles, colgados a sus madres en la mendicidad como último paso para salir adelante. Un drama salpicado con los desalojos en la Plaza de la Paja de la capital y de los niños del pegamento, esos que hoy han vuelto a las ciudades de nuestro país, y los mismos children`s glue que tenemos en los suburbios de las urbes en cualquier arrabal del planeta.

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El obispo Azagra, junto al entonces alcalde de Murcia, José Méndez, en la inauguración del CAYAM el 10 de diciembre de 1989.

La Murcia de mediados de los 80 del pasado siglo no podía ocultar a aquellos a quienes se invisibilizaba a diario (hoy tampoco) y surgió un proyecto de intervención social, primero en las casas baratas de Torre Romo gracias a la generosidad de la Escuela Equipo, y tres años después, en diciembre de 1989, en lo que supuso el Centro de Acogida y Atención al Menor (CAYAM) “Virgen de la Fuensanta”, hoy concebido como Centro de Acogida y Acompañamiento Integral. En su inauguración, Azagra expresaba el deseo que ese sueño pudiera cumplirse, y así sucedió, con el impulso inicial de Pepe Saorín, cura obrero ciezano, de unas Hijas de la Caridad que siempre han estado ahí, y de mucha gente que ha acompañado la vida y la suerte de familias gitanas en sus comienzos, pero que fue ofreciendo otros rostros, los de la pobreza y de la exclusión social que no hace distingos. Y todo ello bajo el manto de Cáritas diocesana, la institución encargada de la acción caritativa (de caritas, amor) y social (de lucha por la justicia) de la Iglesia católica, que en esos años dirigía el maestro Pedro Pérez Abadía.

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Noticia que firmé en La Verdad sobre la puesta en marcha de las instalaciones del CAYAM, en El Palmar.

Han sido decenas las personas que han dado lo mejor de sí mismas, unidas por un fin común: acompañar a quienes tienen dignidad desde que nacen hasta que nos abandonan. Hablamos de maestros de escuelas infantiles, de doctoras y de otro personal sanitario que han puesto sus conocimientos al servicio de la salud física y mental de los más débiles. Hombres y, sobre todo, mujeres sencillas de parroquias, que cada día acudían a hacer de comer o a mantener las instalaciones, pasando por innumerables profesionales del mundo de la empresa, de la universidad, de la acción social… De cualquier ámbito, con pequeños gestos cotidianos que han contribuido a que el centro fuera estas tres décadas un referente en la acogida y el acompañamiento a los últimos entre los últimos.

Un referente en algunos momentos incómodo para las instituciones públicas en el rechazo a ordenanzas contra la mendicidad y en la reclamación del derecho a la vivienda, e incluso en el seno de la propia Iglesia diocesana. Una incomodidad siempre resuelta, eso sí, por la voluntad compartida de que lo que se trata es de no perder de vista el rostro de quienes son los elegidos, los preferidos. Todo lo demás es insignificante. Máxime cuando el CAYAM sigue teniendo sentido ante la pobreza y exclusión intergeneracional que pervive hoy, y frente a la que no podemos permanecer ajenos. Con nuevos proyectos, con iniciativas ajustadas a este tiempo y con la mirada y voluntad puestas en no caer nunca en la desesperanza y en cuestionar su rentabilidad. Un sueño, en definitiva, que pervive. Porque como afirmaba el propio Pepe Saorín, “si sólo un niño sale adelante en su vida, si el proyecto vale para una sola persona, habrá merecido la pena”.

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En noviembre 1989, días antes de la inauguración del centro. De izda. a dcha., junto a Isa, Gelen, Jose López y Josefo.

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Junto a Gelen, Jose López y Josefo, durante la conmemoración del 30 aniversario del CAYAM.

Carta a los candidatos

Carta a los candidatos

El Grupo Federal de Cristianos Socialistas, del que formo parte junto a otros muchos militantes y simpatizantes del PSOE distribuidos en red en prácticamente todas las federaciones y comunidades autónomas, hemos reclamado en una CARTA A LOS CANDIDATOS  a la Secretaría General –Pedro Sánchez, Eduardo Madina y José Antonio Pérez Tapias– la necesaria recuperación de la credibilidad ante la ciudadanía, “una cuestión de crédito moral” porque “en ocasiones hemos actuado contra nuestro principios”. (más…)