Jun 20, 2012 | Articulos
Las universidades públicas de la Región de Murcia están viviendo estos días unas movilizaciones estudiantiles, del profesorado y del personal de Administración y Servicios en contra de los duros recortes que están adoptándose. La principal razón es el incumplimiento en la financiación pública por parte del Gobierno regional, que adeuda a la Universidad de Murcia y a la Universidad Politécnica de Cartagena ingentes cantidades económicas desde hace más de dos años. Los problemas de liquidez de las cuentas regionales está provocando que los últimos presupuestos universitarios se hayan visto recortados en partidas muy significativas, amén de que la deuda y los retrasos en los pagos esté provocando graves dificultades para el funcionamiento ordinario de estas instituciones. Pero hay que sumar la aplicación del denominado Real Decreto Ley 14/2012, de 20 de abril, de medidas urgentes de racionalización del gasto público en el ámbito educativo obra del ministro José Ignacio Wert, una de las grandes ‘perlas ministeriales’ del Gobierno de Mariano Rajoy. (más…)
Jun 15, 2012 | Articulos
Esta semana ha debido de ser muy dura para los compañeros y compañeras de LaVerdad TV, la televisión del Grupo Vocento en Murcia. Más de una decena de trabajadores han visto cómo han sido rescindidos sus contratos. En otros medios de comunicación regionales la situación es también muy dura, como los de la SER, con un Expediente de Regulación de Empleo (ERE) a la vista. Con la bajada de los ingresos publicitarios y, sobre todo, por la política comercial y laboral de sus respectivas cabeceras empresariales, ha habido despidos y modificaciones de las condiciones de trabajo. Una situación que viene de lejos y ante la que las empresas se han servido de la desestructuración del sector y la desmovilización de sus trabajadores para llevar adelante sus planes. (más…)
Feb 24, 2012 | Articulos
Durante cierto tiempo se ha ensalzado la juventud y las jóvenes promesas en la política, la economía, la empresa… como los mejores baluartes para afrontar el presente y el futuro. La madurez, la ancianidad, la sabiduría acumulada… han sido vistas, por el contrario, como signo de otra época. Sin embargo, después de leer la entrevista a dos voces publicada por el Magazine de La Vanguardia el domingo pasado, con un diálogo entre los ensayistas franceses Edgar Morin y Stéphane Hessel, creo que merece la pena replantear la tesis de que la eterna juventud es la que manda romana en estos tiempos. (más…)
Feb 22, 2012 | Articulos
Un 23-F de hace dicesiéis años nacía en Murcia mi hijo mayor, Pedro. Fue una tarde-noche de viernes y estaba programada la cesárea para el sábado por la mañana, porque venía de nalgas. No obstante dijo que él quería venir al mundo rompiendo aguas, como casi todo hijo de vecino que se precie. No lo pudo evitar. Y a mí me pilló en una óptica en pleno centro de la capital. Padres primerizos… nervios asegurados. José María Aznar ganaría unos días después sus primeras elecciones a Felipe González… y nosotros seguíamos en el hospital. Los efectos de la cesárea nos obligaron a permanecer 12 días en una habitación del centro sanitario, que compartimos con otras parturientas y sus familias. (más…)
Nov 8, 2011 | Articulos
ntes de sumergirme en la prensa del día, porque las tertulias radiofónicas de incomunicación las dejo aparte, me gustaría compartir mi visión sobre el debate que protagonizaron anoche los dos candidatos a la Presidencia del Gobierno de España, Mariano Rajoy y Alfredo Pérez Rubalcaba. El primer hecho destacable es que mis dos hijos, de 15 y 12 años, no se retiraron a sus habitaciones cuando acabaron los capítulos respectivos de Los Simpson y de American Dad, sino que se quedaron conmigo a seguir la primera parte de la emisión. Y además con criterios propios y comentando cada una de las intervenciones de los candidatos. (más…)
Mar 29, 2002 | Al cabo de la calle, Articulos
Quizá usted, amigo lector, se halle entre los miles de españoles que pueden disfrutar de estos días como buen consumidor de vacaciones. Puede también que goce de un empleo más o menos estable, que su perspectiva de futuro no sea muy oscura y… que también tenga sus malos ratos, dándose cuenta que todo no va tan bien como podría parecer. Al menos para dos terceras partes del mundo, esos parias de la tierra que se ven sacudidos a diario por terremotos, hambrunas, guerras, desertización galopante, contaminación acuciante, falta de agua de la de verdad, no la de las regiones que ansían trasvases sin tener muy claro el por qué y el para quién, o en beneficio de quién.
En la última reunión de mi comunidad de vecinos tuvimos muchas dificultades en sustituir al presidente y al tesorero de la escalera. Aunque seguíamos un relevo ascendente y descendente, por plantas se entiende, y con periodicidad anual, la oposición de a quienes les correspondía por turno este gran honor de servicio a los demás suscitó un encendido debate. Resulta que a nadie le hace gracia asumir esta responsabilidad porque todos estamos muy ocupados en infinidad de asuntos. Desde cómo ganar las habichuelas a diario, a la educación de los hijos, las compras, la atención a la casa de campo o de la playa el fin de semana, etc., etc.
Este problema no se reduce sólo a las juntas de vecinos sino que podemos encontrarlo en cualquier otro ámbito asociativo. Desde las asociaciones de padres y madres de alumnos, consejos escolares, las asociaciones de vecinos, culturales o de consumidores. También en los sindicatos o los partidos políticos, al margen de los que están empleados en ellos o en la dirección como ‘liberados’. Incluso en cofradías, clubes deportivos, grupos parroquiales, movimientos de distinto tipo de apostolado o en las organizaciones no gubernamentales. En las empresas nadie quiere presentarse a las elecciones sindicales, por distintas razones, a no ser el profesional de turno. Corren malos tiempos para el compromiso, aunque sea el mínimo, limitado a tres reuniones al año. Hay una desmotivación tal que aquellos ingenuos que deciden asumir un cargo de éstos, vamos, sin ánimo de lucro, lo tienen muy difícil para dejarlo, porque no hay nadie que les sustituya.
En esto del compromiso no sólo hay que mirar el mundo de lo colectivo, esto es, el de las asociaciones de distinto signo. En la propia vida encontramos esas dificultades para asumir algún tipo de responsabilidad en lo que hacemos, decimos, vivimos o pensamos. Desde cómo conducimos y las opciones que tomamos con nuestro medio ambiente, a los ámbitos más privados, como los de con quién decidimos unir nuestras vidas, las decisiones que adoptamos a la hora de tener hijos, las actitudes que tenemos con nosotros mismos y con los que nos tomamos el desayuno. Son obligaciones, empeños o vínculos que arrancan desde nuestra simple condición de seres humanos, hombres o mujeres, vecinos, padres o madres, hijos o hijas, marido o mujer… Personas, en definitiva, que no vivimos solas ni en nuestro edificio, ni en un barrio concreto, ciudad, región, país, continente o bloque económico y planeta. Dimensiones tan de andar por casa que no nos deberían pasar inadvertidas, ya que cada una de ellas llevan aparejadas determinadas cadenas o sujeciones que escapan, en la mayoría de los casos, a la propia voluntad.
¿Qué sucede? ¿Es que los cantos de sirena que vienen del exterior son tan intensos que no somos capaces de resistir la tentación? ¿O es que hoy no estamos llenos de ideales capaces de invadir todo nuestro ser para mirar algo más que nuestro precioso ombligo? Hoy simplemente divago en la constatación de este hecho: que no queremos asumir compromisos. Ni personales, ni relacionales, ni ambientales, ni por supuesto sociales. ¿Es justo que pasemos por la vida sin pena ni gloria? Vamos, ¿qué no seamos conscientes de que vivimos y que vivir lleva aparejado algo más que consumir sin más? ¿Y que también se une no sólo ser el centro de mi propia vida y de los otros? Mientras buscamos algunas respuestas a esos interrogantes, otro día les hablaré de distintas razones para el compromiso y de cómo éste tiene más posibilidades que operadoras de telefonía móvil y de televisión digital.
Dic 24, 2000 | Al cabo de la calle, Articulos
Siendo Clinton gobernador del planeta, con su ayudante “el otro Bill”, Gates para más señas, una joven pareja de inmigrantes aguardaba con impaciencia el nacimiento de su primogénito. Tras visitar varios centros de salud y hospitales, en ninguno de ellos encontraron cobijo para el parto porque no tenían papeles y nadie quería hacerse cargo de ellos. Tras abandonar las iluminadas calles, cegados por los deslumbrantes escaparates y ensordecidos por los cantos de villancicos, encontraron refugio en una chabola. A su puerta había congregados varios vagabundos en torno a una hoguera encendida en un viejo bidón de gasoil. Agruparon cartones y periódicos viejos para formar un camastro y allí, en mitad de la noche estrellada, vino a nacer un pequeño bebé. Con trapos y gasas salidas de los andrajos de una vieja mendiga limpiaron al niño, y con agua de una boca de riego calentada junto al fuego.
Quién sabe por la emoción del momento, o por los calichazos de una botella de coñac, mezclados con un ácido vino de un tetra brik, los mendigos se acercaron a la joven pareja con los ojos brillantes y le ofrecieron presentes: unas monedas ganadas en la puerta de una iglesia, un poco de colonia de un viejo frasco que Pepe “el limpio” siempre llevaba consigo y unas flores secas que le ofreció Johnny “el irlandés”, entonando con su astillada guitarra un villancico que nadie entendió. Un melancólico gato y un perrito emocionado por ver tanta gente junta completaron la escena. Fue una particular navidad en uno de los múltiples escenarios del mundo globalizado.
Otra escena tiene lugar a miles de kilómetros de distancia. Los empleados de un centro comercial brasileño se han rebelado contra la petición de sus jefes de que lleven gorros de «Santa Claus» durante el tiempo navideño. Los trabajadores se niegan a ponerse el incómodo gorro rojo de fieltro, típico del simpático San Nicolás y de los ambientes nórdicos. La imagen de «Santa Claus» ha sido muy extendida en todo el mundo por las multinacionales anglosajonas que han impuesto al mundo latino una figura bastante lejana de sus paisajes y sus climas. Estos ambientes cálidos simpatizan más con los «Magos de Oriente», de los cuales uno es negro, y con sus camellos y sus pajes cargados de oro, incienso y mirra que llevan regalos a los niños. En otros ambientes, es el mismo Niño Jesús el que trae los regalos a los pequeños en la Nochebuena. Pero ciertamente, hasta que no se generalizó la moda de la Navidad al estilo norteamericano, como la transmiten los telefilmes, en los países tropicales no soñaban con vestirse de fieltro como en el más crudo invierno de la Europa nórdica, de donde viene la tradición de San Nicolás.
Bajo el pretexto de que les provocaban alergias y les hacían pasar calor, además de hacerles sentirse «ridículos», informaron medios locales, los trabajadores del supermercado han decidido rebelarse contra esta imposición cultural. El hemisferio sur se encuentra en verano en esta época del año, y las temperaturas en el Brasil tropical esta semana alcanzaron los 30 grados. Los empleados del centro comercial Lindoia, en la ciudad sureña de Porto Alegre, recurrieron al Departamento de Trabajo y a la Fiscalía para deshacerse de la odiada prenda. El Departamento de Trabajo ha recomendado a los responsables del centro comercial que se abstengan de obligar a sus empleados a llevar puestos los gorros del gordito y sonriente abuelete nórdico.
Mientras tanto, emociones desbordantes y ficticias, salpicadas de buenos deseos no se sabe para qué, pueblan estos días nuestros ambientes. En las cárceles se palpa la tensión. La depresión hace estragos entre los más débiles. Los que han perdido este año a un ser querido los pasan mal. Aquí hay que sacar el pavo o el cabrito, los matasuegras y el frac barato pese a todo, porque si no parece que no llega la Navidad. Todo es alegría vacía de contenido y euforia por las compras. Por favor, que nos dejen un poco en paz, pero de la verdadera, ¿no les parece?
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Publicado en la Navidad del año 2000
Dic 22, 2000 | Al cabo de la calle, Articulos
Los creativos publicitarios deben de estar pensando todo el día. Me explico. Cada día nos sorprenden con mensajes publicitarios más originales, utilizando recursos literarios, humorísticos y de todo tipo, con el fin de atraer a potenciales clientes para las empresas contratantes de la primera parte. En el caso de los juegos de azar andan muy finos. Conectan con nuestros deseos más primarios en este mundo del mercado y del dinero fácil. Nos enganchan a adquirir cupones, décimos, bonolotos, primitivas, quinielas, etc., etc. El motivo puede ser baladí, pero con los botes millonarios, hasta el más pintado se deja coger por la avaricia.
Este fenómeno no es intrínsecamente ibérico, sino que en cualquier continente la pasión por los juegos de azar encuentra clientes por doquier. La construcción de la Europa unida ha llevado a los gobiernos a aumentar sus ingresos, para poder cumplir con los parámetros de Maastricht. Una manera eficaz para llenar las arcas públicas ha sido la promoción de las loterías del Estado y otras formas de juegos de azar. El gobierno italiano se lleva el primer premio en entradas gracias a las loterías: unos dos mil millones de dólares al año. En total, en los Estados europeos, las loterías en 1996 generaron 57 mil millones de dólares de ventas, un aumento de un 54% comparado con 1992. De esa cantidad el Estado se lleva alrededor de la tercera parte. Los gobiernos han aumentado el tipo de juegos disponibles al público, los lugares de venta y han lanzado grandes campañas de publicidad.
En Gran Bretaña, el gobierno introdujo hace tres años una nueva lotería nacional que ha tenido un gran éxito. En los primeros meses, el número de las personas que compraban sus boletos era superior al de los votantes de las elecciones nacionales anteriores. En el primer año de operación, la gente apostó casi seis mil millones de libras inglesas en esa lotería. En Estados Unidos la situación ha cambiado radicalmente en los últimos años. De 1894 a 1964 las loterías eran ilegales en todos los Estados. En 1988, sólo había casinos en dos Estados. En un inicio Las Vegas era el único lugar donde había casinos legales. A partir de 1976 comenzaron a ser permitidos en Atlantic City, New Jersey. Posteriormente se han ido extendiendo los permisos, en gran parte motivados por el deseo de los políticos de encontrar nuevos ingresos para los gastos del gobierno.
Actualmente los casinos funcionan en 27 Estados. Un ejemplo basta para ilustrar el cambio. En los años setenta un sacerdote fue arrestado en el Estado de Iowa por haber organizado un juego de bingo. Hoy día, en el mismo Estado, hay nueve casinos en barcos anclados en los ríos, tres casinos gestionados por los indios y tres hipódromos con máquinas tragamonedas. En los territorios indios, exentos de impuestos del Estados, los casinos viven un auténtico florecimiento. Foxwoods, el casino que en este momento tiene más éxito, se encuentra en la reserva de una tribu del Estado de Connecticut. Recibe a unas 45.000 personas diariamente y cada día gana en promedio un millón de dólares. En total, en 1995, los norteamericanos gastaron 550.000 millones de dólares en juegos de azar. Un 40% de esta actividad tuvo lugar en los casinos.
Los promotores de los juegos de azar aseguran que su actividad genera beneficios indiscutibles. Por una parte, tienen en cuenta el dinero que va a las finanzas públicas. Por otra, explican que los casinos generan actividades comerciales en su zona y, además, crean puestos de trabajo. Por lo que se refiere al trabajo creado por los casinos no todos están de acuerdo. En primer lugar, la mayor parte de los trabajadores son de sueldos bajos: limpieza, servicio de comida, etc. En segundo lugar, si la gente se gasta el dinero en los casinos, no podrá hacerlo otras diversiones o en ropa, etc. ¿Resultado? Las tiendas locales se ven dañadas. Mientras los casinos generan trabajo, otros lugares cierran.
Además, los juegos de azar no sólo traen utilidades, también generan costos. Es muy difícil cuantificar el precio social que resulta de la difusión de los abusos de los juegos de azar. Si bien el número de personas adictas a este tipo de juegos es reducido, los problemas que causan son consistentes. En Estados Unidos se ha calculado que el 40% de los crímenes de fraude hunden sus raíces en los juegos de azar. Un estudio de 1990 realizado en el Estado de Maryland valoró el costo social infligido por sus 50.000 jugadores empedernidos en 1.500 millones de dólares. Asimismo, la adicción a los juegos de azar es la causa de bancarrotas que más se está extendiendo. En diversos lugares de Estados Unidos, la introducción de los casinos ha sido asociada con un aumento en el número de divorcios y suicidios.
En muchos casos las personas que van a los casinos, o compran los billetes de la lotería, no son las que pueden permitirse el lujo de tirar el dinero por la ventana. De este modo, el gobierno está aumentando sus ingresos muchas veces a costo de los grupos de la sociedad que debería proteger. Varios estudios han demostrado que la gente con menos educación gasta más, en términos absolutos, en billetes de lotería que las personas educadas. Obviamente son gastos voluntarios, pero las ilusiones creadas por los anuncios y la presión social, constituyen tentaciones fuertes. Es una manera de aumentar los impuestos, sin hacerlo abiertamente, y el peso recae sobre las personas con menos recursos. ¿No les suena esto a algo de lo que sucede en nuestro país?
Jun 13, 2000 | Al cabo de la calle, Articulos
No sé si les pasará a sus hijos, pero al mío la televisión le produce un efecto de seducción tal que sólo controla un poco la cena, mientras contempla los dibujos animados que nosotros, sus progenitores, le seleccionamos. Si los niños se quedan embobados frente al aparato televisivo de una forma brutal, ¿qué es lo que nos sucede a los adultos? Pues algo parecido. Las conversaciones durante las comidas quedan interrumpidas para otro momento mejor, que desgraciadamente casi nunca llega, porque la tele está encendida en las casas horas y horas. Y este discurso, que se veía venir hace años, se ha convertido ahora en una de las causas que explican determinados comportamientos. Unos, que tienen que ver con los problemas educativos de nuestros chavales. Otros, sobre las pautas de comportamiento y el creciente grado de insatisfacción ante la vida de nuestros adolescentes y jóvenes. La calle ha quedado para el comercio, y poco más, porque resulta más cómodo permanecer en las casas bajo el manto de las 625 líneas televisivas.
En este cambiante mundo de los medios de comunicación nos enfrentamos a unos ciclos tecnológicos muy cortos. Las tecnologías son obsoletas en menos que canta un gallo por una razón muy sencilla: el mercado es el que manda y hay que lanzar productos nuevos para que el consumo no se detenga. También se ha producido un cambio ideológico en los medios de comunicación, porque antes formaban parte de las estructuras de poder, y los componentes ideológicos y políticos han dado paso a un único objetivo: el puramente mercantil. La comunicación se ha convertido en algo accesorio, casi como también la propia información, que era la esencia de los mismos. De la utopía redentorista de antaño, mediante la cual los medios nos iban a liberar de las ataduras del desconocimiento, se ha pasado a la de las realidades sujetas a tarifas, dentro de la lógica del mercado.
Y al periodista, ¿qué papel le toca jugar en todo este entramado? Pues desgraciadamente estar en función de lo que vende. ¿Y qué es lo que vende? Pues si le perspectiva no me falla, los productos degradados. Los de reflexión, no. Comprueben las parrillas de las programaciones televisivas y entenderán de qué les hablo. La vieja noción del debate racional de las ideas, los coloquios, los debates… han quedado superados por los programas espectáculos, el mero entretenimiento, las discusiones y los shows de cualquier tipo.
En medio de todo esto vivimos un proceso de desregulación en los medios que aún tiene que dar mucho que hablar. Unas privatizaciones y unas concentraciones que se realizan sin criterios de amparo, como podrían ser los de tener en cuenta los programas o espacios formativos, la atención a menores y jóvenes, a colectivos excluidos, etc. En definitiva serían unas medidas de salvaguardia que no tienen que ver con las censuras, porque en el terreno de los medios de comunicación se ampara la libertad de información con la libertad de la degradación. Y en esto, desgraciadamente caen casi todos los medios, los privados y también los públicos. Éstos, incumplen la función social para la que están concebidos. De ahí la importancia de recomponer el sentido de lo público frente a sus caídas en los tics comerciales. Se trata, en definitiva, de hacer frente al hedonismo mediático que nos circunda.
Dos vías pueden alzarse en medio de esta maraña de sinsabores. De un lado, las estructuras públicas, que pueden crear espacios temáticos cargados de valores sociales, espirituales, culturales… que se alzan frente a la degradación. Pero para eso hay que creérselo a pie juntillas. No apostar por medios públicos con criterios puramente privados. De otro, estamos los consumidores, los usuarios, que debemos de ser capaces de seleccionar, cuando no de promover, otros medios distintos a los que ofrece el mercado. Desde paradigmas distintos se puede construir otro discurso, recuperando el de la utopía que conduce a la redención o a la liberación. Es difícil, pero no imposible. ¿No parecía acaso imposible que las dos plataformas digitales de televisión se pusieran de acuerdo para repartirse la tarta del fútbol? Pues todo es alcanzable.
Ene 13, 2000 | Al cabo de la calle, Articulos
Resulta que la solución a todos nuestros problemas está en la red. Quien no esté conectado va a ser mirado por encima del hombro, porque Internet es la panacea para la humanidad. Menudas soluciones para este final del milenio, cuando sólo un 20 por ciento de la población mundial atrapa el 74 por ciento de las líneas de teléfonos. La Bolsa salta porque al parquet se deja caer una empresa virtual, es decir, sin nombres ni apellidos, pero para la que se prevén unos suculentos botines de guerra, comercial, por supuesto. Esto es increíble. Hasta ahora siempre habíamos pensado que la riqueza se generaba con la producción de bienes y servicios en favor de la gente. Resulta que no es así, o cuando menos, que los servicios van a ser capaces de mover todos los resortes humanos para alcanzar la gloria.
Llegados a este punto reconozco mi ignorancia. Y eso que en el caso de quien esto escribe las nuevas tecnología de la información deben estar a la orden del día. No entiendo nada. O quizá sí, desde el momento en el que entran en juego las claves de una parte del planeta que es la que manda romana, la que corta el bacalao, la que reparte la tarta y la que tira hacia delante. No voy a recoger el testigo de aquellos locos -que no ilusos- que en el siglo XIX destrozaban las máquinas cuando éstas, en nombre del progreso y del futuro de la humanidad, dejaban en la cuneta a millones de trabajadores y trabajadoras porque sobraban en el proceso productivo. A veces, sin embargo, aparece esa vena radical de la que no queda bien, pero que en los tiempos que corren no estaría de más que hiciéramos gala. Porque esto no hay quien lo entienda.
Que nos estén vendiendo la moto de que el futuro pasa por las líneas telefónicas es apostar bien poco por la creencia de que la persona está por encima de todo lo material. No, no. No nos engañemos. Aquí ya no creemos en el hombre ni en la mujer. Creemos en los ordenadores, las páginas web -porque si no estás en la red no existes-, la fibra óptica, la telefonía móvil y otras tantas zarandajas que se nos ofertan en el mercado del futuro como la nueva tierra prometida en los albores de un nuevo milenio. Y que esto no suene a desahogo, sino simplemente como un aviso a navegantes. Un diálogo cara a cara nunca podrá ser sustituido por un “chat” a cinco, diez o mil bandas. Un atardecer reflejado en nuestra retina jamás podrá ser comprimido en una pantalla aunque la resolución tenga todos los “píxeles” posibles para el ojo humano. La sala de un museo y las sensaciones que produzca no tendrá parangón con el recorrido en tres dimensiones realizado por una cámara web.
No se trata, no, de esconder la cabeza como los avestruces. Tampoco negar la realidad. Se trata de coger el rábano por las hojas. Es decir, darle el valor que merece cada uno de los avances técnicos que los hombres y mujeres somos capaces de crear. Darles su valor, su uso y su universalidad, por encima de que se conviertan en nuevos instrumentos para la dominación de unos hombres sobre otros, de unos países sobre otros y de unas culturas sobre otras. De qué sirve depositar todas las esperanzas en el futuro en los nuevos sectores económicos y en las nuevas formas de trabajo cuando el acceso a esos lugares está vedado para dos terceras partes de la humanidad. ¿No se trata de seguir aumentando la brecha entre unos y otros?
Lo que sucede es que en la búsqueda de nuevos caminos parece que va quedando cada vez menos gente. ¿Qué hace la escuela o la universidad por eliminar esas fronteras? ¿En qué piensan los que nos gobiernan? ¿Y cada uno de nosotros y de nosotras? ¿Es que esperamos que las soluciones lleguen únicamente desde un nivel que escapa a nuestra propia razón? Sinceramente no lo sé. Pero lo que sí sé es que en las pequeñas decisiones, en las pequeñas actitudes, en las diminutas opciones que nos quedan a la hora de entrar o no en el rumbo que nos marcan otros es donde podemos hallar nuestro espacio de libertad y de autonomía. Y mientras no nos arrebaten esas pequeñas islas, el futuro será posible.
Abr 30, 1999 | Al cabo de la calle, Articulos
Toni es uno de los más de seiscientos trabajadores de Bazán que acaban de ser jubilados con premeditación. A sus 52 años y, por lo que se le ve, no anda demasiado obsesionado con su nueva situación. Hasta que cumpla los 65 tiene “unas vacaciones pagadas”, como él mismo asegura, y resulta que ahora anda un tanto agobiado porque no tiene tiempo libre. Al menos eso es lo que le dice a Fina, su mujer: “Me parece que voy a volver a la empresa y pedir que me dejen trabajar un poco, aunque sea gratis”. A pesar de que pueda parecer que ese deseo expresado a la parienta está provocado porque no sabe qué hacer, resulta que es por todo lo contrario. Mientras era uno más en la plantilla de la empresa, su vida no estaba entregada por entero a esta peculiar amante. Al contrario que una buena parte de sus compañeros, dedicaba su tiempo a su mujer y a sus hijos, a su parroquia, a Cáritas y a vivir. Por eso no quiso nunca hacer horas extras ni tampoco optar a determinados trabajos que le hubieran reportado unas buenas dietas.
Hoy Toni, en su nueva condición de prejubilado, conserva el 97 por ciento del sueldo, mientras que otros colegas del tajo han notado su cuenta en el banco muy mermada porque el “sobresueldo” de esos años de vacas gordas no les ha servido para el cómputo de la indemnización. Además de no quedarle escaso el bolsillo, ahora resulta que Toni, como está más libre que antes, los pobres lo reclaman más, y reparte como puede su tiempo entre el centro social del barrio, las empresas de economía social que han promovido y el despacho parroquial. No sucede lo mismo con sus compañeros: como dedicaron todos sus esfuerzos a lo único que en aquellos momentos eran capaces de ver, trabajar y trabajar, su estreno como jubilatas lo llevan fatal. El castellano resume esta situación de una manera diáfana: además de cornudos, apaleados.
A Carlos le sucede algo parecido, aunque aún no le ha llegado el turno de la reestructuración en su empresa. Siempre ha gozado de una jornada continua, pero lo que ha tenido claro desde el principio es que de pluriempleo, nada. Por eso lleva muy bien lo del debate del reparto del trabajo, sin necesidad de que tengan que llegar sesudos tecnócratas a planteárselo, porque además milita en un sindicato que pretende ser autónomo. Ha compartido con su mujer y con sus dos hijas el desarrollo de la familia, y encima ha tenido tiempo, entre otras múltiples tareas, para gozar con su afición favorita: la pintura. Austeridad, que no roñosería; libertad, que no resignación, y vivir de otra manera, que no demagógicos discursos vacíos de contenido, han sido algunas de las máximas con las que ha querido andar por la vida.
Estas dos historias son sólo una muestra de que en algún momento de nuestra existencia tenemos que optar, escoger un camino u otro. Ese instante se presenta con un acontecimiento singular o simplemente en el devenir cotidiano. Pero llega más temprano que tarde y, en la mayoría de ocasiones, le damos la espalda. Es cierto que hay situaciones en las que uno tiene muy pocas posibilidades de escoger, bien porque hay otros que ya se encargan de hacerlo por nosotros, o bien porque el contexto limita duramente la capacidad para tomar una decisión. Pero también es verdad que en una buena parte de ocasiones tenemos la posibilidad entre nuestros dedos para agarrar un camino u otro… y no nos atrevemos a dar el paso adelante.
El problema es que las ocasiones pasan y el precio que pagamos por no dar el salto es muy alto: por no enfrentarnos a un impresentable jefe cuya existencia es más triste que la nuestra, por no ser capaces de decir de una vez por todas ¡basta, ya está bien!, o simplemente, por no ser sinceros con nosotros mismos y tener los suficientes bemoles o corcheas para tirar hacia delante. A fin de cuentas de lo que se trata es de dar pequeños pasos para sentirnos los protagonistas de la película de nuestra vida y no ser unos eternos secundarios. Al final de la existencia nos pasarán factura de lo que hemos hecho, pero sobre todo de los que hemos dejado de hacer. Y ese examen, en primer lugar, lo pasaremos ante nuestra propia conciencia. Seguimos siendo unos miedos, y en ese temor es en el que se apoyan los que disfrutan teniéndonos sometidos. Una vez tiene que ser, y cuando es, ya no se puede parar. Y encima se goza. ¿Qué más se puede pedir?