Oler a oveja con doble acento

Oler a oveja con doble acento

Cuando veo en televisión a Mª Luisa Carcedo, la ex ministra de Sanidad, agudizo la mirada porque tengo dudas acerca de si realmente se trata de ella o es José Mota, porque la caracterización del humorista manchego supera la realidad. Algo parecido me ha pasado con Jonathan Pryce en su interpretación del cardenal Jorge Bergoglio en Los dos papas, la película de Fernando Meirelles en la que juega con un supuesto encuentro entre Benedicto XVI (Anthony Hopkins) y el entonces arzobispo de Buenos Aires, previa a la abdicación de aquel Joseph Ratzinger como obispo de Roma. Los detalles están cuidados hasta el último extremo, de tal manera en que cuando ahora lo veo ya no sé si el papa Francisco es él o sigue siendo el actor galés que conocimos en varias películas del genial Terry Gillians o, más recientemente, en Piratas del Caribe o en Juego de Tronos.

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La voz de su amo

La voz de su amo

Sus señorías no salían de su asombro. Unas a otras se miraban extrañadas preguntándose si estaban oyendo lo mismo. Las más avezadas creían que todo era fruto de un recurso de la oratoria del líder que, al final, acabaría dejando sorprendidos a propios y a extraños. Quienes habían hecho de la sumisión virtud en todo momento asentían sin percibir apenas lo que sucedía. En la tribuna de prensa muy pocos se dieron cuenta de que aquello era extraño. Igual ocurría entre el escaso público que había acudido a presenciar el debate. Qué más daba, porque solo estaba allí con el fin de hacer su papel de clac, dejarse ver como estómagos agradecidos que eran. Lo de menos era el contenido de la intervención. Lo de más que se les viera… por lo que pudiera pasar.

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Mejor vivir

Mejor vivir

Durante gran parte de mi vida no conocí la muerte de cerca. De niño no tuve unos abuelos a los que les llegara el día de marcharse mientras yo crecía. Ya se habían ido casi todos. La primera, la materna, cuando apenas mi padre había superado los cuatro años. Su marido, cuando mis padres aún no se habían casado. Los bronquios de mi abuelo materno, Juan, no aguantaron mientras yo alcanzaba los siete meses de vida. Por tanto, hasta que la muerte me golpeó aquel fatídico año de 1993 no había tenido experiencias cercanas de procesos que acababan con el último aliento de seres queridos. Y cuando llegaron de golpe, sin avisar, como un ladrón en la noche, lo hicieron para despertarme del sueño en el que había permanecido adormecido hasta entonces. (más…)

El trabajo no es una maldición

El trabajo no es una maldición

No sé si Pere Sánchez y Joaquim Torra se lo pasaron bien en su encuentro del jueves en el Palau de la Generalitat. Escenas no han faltado, y no precisamente de matrimonio. Más bien de pretendientes a un noviazgo mediático, bendecido por San Severo y San Honorato, que dan nombre a las calles -junto a la de Obispo- entre las que se ubica el antiguo edificio medieval. Un amago de flirteo en el que no estuvo de carabina, menos mal, Cayetana Álvarez de Toledo. Con todo, y con ganas, debió de quedarse Agnès Arrimadas en la galería gótica del Patio Central para lanzarles como hace a menudo esos improperios que ya cansan. No en vano, convertirse en un espectro de lo que fue y pudo haber sido es el precio ante tanto error, por mucho atractivo que creía derrochar.     

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Carta a los Reyes Magos

Carta a los Reyes Magos

Queridos Reyes Magos: Me dirijo a Sus Majestades a unas pocas horas de que comiencen sus cabalgatas e inicien ese reparto de presentes, alegrías y sueños especialmente entre los más pequeños de nuestras casas. Hoy volvéis a tener un día muy complicado. No en balde, tratar de responder y atinar con las ilusiones de infantes y mayores es una tarea ardua para concentrarla en tan poco tiempo. Cada año que pasa os lo ponemos más difícil.  Lo queremos todo y lo queremos ya. Sin espacio para la reflexión, para pensar en lo deseado, sino para explotar el instante sin contemplaciones. Ay, Señor, dame paciencia… ¡pero ya!

Os recuerdo que el pasado año os pedí, en primer lugar, un poco de magia con mala leche, con más genio, para actuar con menos complacencias, agrados o deleites con los caraduras que nos rodean. Tengo que agradeceros que ese deseo se haya cumplido en una buena parte. Resulta que cuando uno se suelta ya no hay vuelta atrás. Es una sensación tan agradable que cualquier obstáculo que antes aparecía como un muro infranqueable ahora queda invisibilizado al abordarlo de frente. Las barreras se esfuman cual azucarillo en el fondo de la taza. No ha hecho falta enfadarse con alguien en particular. El conflicto, como casi siempre, está en uno mismo y andaba equivocado. El punto de mira lo tenía en un lugar erróneo y sólo ha bastado enfocar un poco el objetivo para ver más claro.

Siempre estáis ahí y habéis vuelto a acertar portándonos todo aquello con lo que seguir alimentando nuestra sensibilidad por conocer

También os reclamé fortaleza con el fin de no mirar hacia otro lado ante los hechos que acontecen a nuestro alrededor. Ni en el mundo de la política, ese que anda tan revuelto por el engaño, las noticias falsas o los discursos identitarios tan faltos de sensibilidad ante la desigualdad. De ahí que la precariedad, la exclusión y la vulnerabilidad en la que viven grandes cantidades de personas en nuestras ciudades y pueblos son los factores sobre los que hay que cargar las tintas. Como las consecuencias  de este sistema económico injusto que nos zampa cual Saturno devorando a sus hijos, que agota los recursos del planeta mientras que hay quienes niegan lo evidente y nos entretienen con milongas sobre la ruptura de España y las traiciones de no se sabe muy bien ante qué o frente a quiénes.   

Queridos Magos de Oriente. Siempre estáis ahí y habéis vuelto a acertar portándonos todo aquello con lo que seguir alimentando nuestra sensibilidad por conocer, por saborear el arte, la literatura, la música, la poesía, el cine y el teatro, la pintura y la escultura… En definitiva, cualquier expresión de la riqueza simbólica manifestada por los seres humanos desde que nos sentimos como tales y que nos facilitan, como seres vivos, que nos entendamos y nos expliquemos un poco más. Sobre todo, para querernos y respetarnos. Aunque pueda sonar un tanto cursi, bienvenidos sean todos esos gestos de los que estamos tan faltos, como los besos, los abrazos, los agradecimientos, las tiernas miradas cómplices y el propio roce de los cuerpos estrechados en cálida muestra de afectividad.   

Concluyo ya. Junto a la sonrisa que nos brindaréis esta noche y a las preguntas acerca de si hemos sido buenas personas, cuando lleguéis no os reprimáis con algún estirón de orejas o collejas, mismamente, para despertarnos a la realidad. Porque seguimos aplatanados, entretenidos en batallas que no son nuestras o adormecidos por el pan y circo que muchos practican desde que el mundo es mundo. Tenéis carta blanca porque sois así, Reyes Magos, y podéis lograrlo todo a través de la magia. Continuamos necesitados de un buen conjuro con el que desplegar la energía para el resto del año, con la mirada del niño que nunca dejó de serlo y con la ingenuidad necesaria para contemplar la compleja realidad en la que deambulamos. Os prometo que no faltaremos a la cita.

Una historia familiar

Una historia familiar

La escritora Amy Michael Homes nos recuerda que todas las familias tienen una historia que se cuenta a sí misma: que pasa de hijos a nietos. La historia crece a lo largo de los años, muta; algunas partes se pulen, otras se eliminan y a menudo se discute sobre lo que ocurrió de verdad. Pero aun existiendo estas divergencias en la misma historia, sigue habiendo acuerdo respecto a que se trata de la historia familiar. Y a falta de otros relatos se convierte en la asta del que la familia cuelga su identidad.

Esa historia familiar es la que se expone sobremanera en los días que se avecinan. Aquel Niño nacido en Belén también tuvo la suya, marcada por la falta de vivienda donde recalar sus huesos en sus primeros instantes de vida. Qué fragilidad. Menuda vulnerabilidad. Qué imagen para ser un rey, un mesías, un salvador. Pero de ahí viene lo bueno, lo increíble de una historia que arranca casi en mitad de la nada, desde donde contempla con humildad en qué lugar le tocado nacer, con quién le tocará vivir y a qué está destinado.

En La hija de la amante, A. M. Homes insiste en que de niños todos somos crédulos por naturaleza. No se nos ocurre cuestionar el relato familiar: lo aceptamos como un hecho, sin reconocer que es una historia, una ficción colectiva de múltiples capas. Piensen en las variaciones, las consecuencias en lo relativo del tiempo, el lugar, la posición y la estructura sociales.

Ella fue adoptada. El reencuentro con su madre biológica y con un padre del que ni siquiera tuvo constancia de su nacimiento marcan esa novela, un recorrido vital en el que necesita indagar sus orígenes para poder entender su presente. Y lo hace de manera minuciosa, tratando de explorar su genealogía a través de sus antepasados, bien fuera de esa pareja biológica condenada a no se sabe bien qué (madre joven que vivió su aventura con un hombre casado, mayor que ella, o de la familia adoptiva, de procedencia europea, como buena parte de la inmensa mayoría de familias norteamericanas que carecen de una ligazón más estrecha que la que limitan dos generaciones.  

Seguro que a veces usted piensa que su historia no es más singular que otra. Pero es la suya, mía, la nuestra. En mi caso, la que me nutre. La que me configura. La que me ha convertido en lo que soy, en lo que fui y en lo que seré. La que construye su identidad a partir del drama de los abuelos, de sus hijos y de los hijos de sus hijos. De donde vengo y en lo que me he convertido. Un personaje sin rostro, en permanente construcción, en busca de un lugar en el que habitar lo inabarcable.

En Navidad es tiempo de arañar las emociones más tapadas, instantes en los que hay quienes huyen de cualquier sensiblería barata.

Quizá a usted le pase como a mí, que comparto con Homes ese deseo incendiario de querer escrutar mi procedencia. No porque trate de hallar esos vínculos que trazan la primera línea de consanguinidad, sino por escarbar parte de los porqués y no dejar de lado el lugar de donde proceden quienes han marcado las vidas de esta familia melancólica y dulce a la vez, cálida en el encuentro, pero con secretos escondidos más de allá de las cuatro paredes de la epidermis sentimental.

En Navidad es tiempo de arañar las emociones más tapadas, instantes en los que hay quienes huyen de cualquier sensiblería barata. De ausencias que golpean. De recuerdos heridos y también, por qué no, de encuentros donde vale todo. En especial si vienen acompañadas de etapas en el camino de la madurez personal. Nadie puede con nosotros. Ninguna circunstancia no esclaviza. Es tiempo en el que reclamar la omnipotencia vital. No lo olvide. No se distraiga. Está en su mano. ¡Feliz Navidad!

Yo no he sido

Yo no he sido

La escena sucede en la sala de estar de una vivienda cualquiera. Ella tiene la pierna extendida sobre un pequeño taburete acolchado, puesto que le han ordenado guardar reposo por un problema muscular. Él pasa a su lado dispuesto a sentarse en el sofá, porque el partido de la Champion está a punto de comenzar. Absorto en sus cosas, sin percibir que hay alguien en la estancia golpea la extremidad de la susodicha y ésta, de manera instintiva, lanza un exabrupto y reclama que tenga cuidado por donde pasa. Él, ni corto ni perezoso, le responde con un improperio y reclama que es ella quien debe tener cuidado y advertir de la situación. Ya está el lío montado. Así empiezan las guerras, las domésticas, las políticas y las mundiales. Qué se le va a hacer. Este es el género humano. Así somos nosotros.

El poeta irlandés William Butler Yeats escribió que “en los sueños comienzan las responsabilidades”, y yo sueño con ese día en el que asumamos las nuestras, desde las personales y familiares hasta las sociales, políticas o económicas. Un día en el que no miremos hacia otro lado. En el que dejemos de escupir al otro sus culpas o fracasos, mientras que desviamos la mirada cuando alguien nos recuerda que el tiempo corre a nuestro lado. No a nuestra contra, porque esa es una visión cortoplacista, sino en paralelo con lo que decimos y hacemos. Con lo que proclamamos.

El Mar Menor se muere, y los principales causantes de esa muerte tienen nombres y apellidos e identificaciones fiscales

Parece que estamos condenados a vivir en un mundo infantilizado, en un mundo temeroso en el que somos cómplices de escoger a personas inmaduras, dotadas de un caparazón inasequible a cualquier estímulo que les pueda provocar un movimiento de cambio. Creemos que si cerramos los ojos las cosas no suceden. Que si ocultamos la pobreza a base de luces y árboles de Navidad la exclusión no existe, que los números son eso, números sin rostro. Pero resulta que por mucho que elevemos el volumen de la música los lamentos no quedan enmudecidos. La realidad de la desigualdad es la que es y el Informe Foessa de Cáritas nos la ha recordado esta semana. Bueno, nos la viene recordando desde hace décadas, pero parece que da igual. Total, como resulta que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, pues ya están las responsabilidades compartidas, y aquí paz y después gloria.

El Mar Menor se muere, y los principales causantes de esa muerte tienen nombres y apellidos e identificaciones fiscales. Forman parte de consejos de administración, ejecutivas de partidos políticos y organizaciones profesionales y empresariales. Los encuentras en el organigrama de las administraciones públicas, están en despachos o en sus casas disfrutando de un supuesto y apacible retiro. Menos mal que la Fiscalía ha hecho su trabajo. Sin medios, eso sí, pero con dignidad. Y ahora resulta que la responsabilidad es de todos. Que todos tenemos culpa. O lo que es lo mismo, que indultemos a los que están arriba, en los gobiernos, en las cúpulas de las empresas agrícolas o urbanísticas. Los que han derogado leyes protectoras del medio ambiente, los que han mirado hacia otro lado, los que han impulsado desarrollos urbanísticos y agrícolas, los ejecutores de los proyectos y planes, todos ellos, pobrecitos, son muy sensibles y no pueden ser blanco de las críticas y d campañas de descrédito. De los ataques, de los reproches. Qué impresionables son. Animalicos, si todo lo hacían por nuestro bien. Y además los votábamos, les dábamos premios y más premios. Todos ganábamos, vendíamos y comprábamos por doquier.

Pues miren ustedes. Resulta que yo no he sido. Si golpeo la pierna de mi parienta sentada en el sofá de casa voy y le pido perdón. La siguiente vez prestaré más atención y trataré de ser más consciente de donde estoy y lo que tengo a mi alrededor. Dejen de tratarme como un pelele. Yo no les voté ni les votaré. No especulé con mi segunda vivienda, porque no la tengo. Si un día meé en el agua, de eso no viene una anoxia. La falta de oxígeno es la que noto cuando pretenden engatusarme con su relato de las responsabilidades compartidas, ese relato que le compran muchos. Yo no. A mí suena a eso de la obediencia debida, cómplice de genocidios y masacres en muchas partes del mundo. Olvídenme con discurso del ‘y tú más’. Hagan su trabajo, el de la mayoría silenciada, no el de convertirse en lo que son: títeres de quien rige los destinos mirando al personal como monederos andantes. Y al menos, si no son capaces de asumir su responsabilidad, cállense y siéntese en un sofá, con la pierna extendida.     



La hija de la amante

La hija de la amante

Todas las familias tienen una historia que se cuenta a sí misma: que pasa de hijos a nietos. La historia crece a lo largo de los años, muta; algunas partes se pulen, otras se eliminan y a menudo se discute sobre lo que ocurrió de verdad. Pero aun existiendo estas divergencias en la misma historia, sigue habiendo acuerdo respecto a que se trata de la historia familiar. Y a falta de otros relatos se convierte en el asta del que la familia cuelga su identidad.

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Corazones frágiles

Corazones frágiles

Noviembre es un mes jodido. Comienza con el recuerdo a los santos, que confundimos con difuntos, y recorremos sus semanas hasta llegar a esa explosión del consumo irracional que es el viernes negro importado del imperio USA tras la resaca de su Día de Acción de Gracias. Un mes gris por excelencia en el que perdí a un hermano por su corazón dañado y que, como un tintineo de la memoria, me recuerda el mensaje de la fragilidad del ser humano. Cuatro meses antes también se había ido nuestro padre. Tiempo después supimos con detalle que la causa de las muertes no fue otra que compartir una enfermedad genética del músculo cardíaco denominada Miocardiopatía Arritmogénica de Ventrículo Izquierdo (MAVI). Un gen cortado que ha seguido pululando a sus anchas entre otros miembros de la familia y que, en mi caso, y en el de mi descendencia, no ha sido así. 

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Hombres, arrimemos el hombro

Hombres, arrimemos el hombro

De la despedida de Alberto Carlos Rivera Díaz del pasado lunes me quedo con la última parte de su intervención. Anunció su dimisión como presidente de Ciudadanos, que no ocupaba su escaño y su abandono de la vida política. Sin autocrítica, porque eso parece que no va con los macho-alfa aspirantes a presidente, pero con un argumento que me sonó falso: su confianza en la nueva etapa de que ahora será mejor hijo, mejor padre, mejor pareja y mejor amigo. Todo porque había llegado el momento de dedicarse a su familia. ¿Qué había hecho hasta entonces? ¿De dónde alimentaba su visión del mundo real?

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De tóxicos y clásicos

De tóxicos y clásicos

La exhumación del Caudillo, la precampaña electoral, los datos de la EPA, la marcha de Mario Draghi, la nueva oportunidad para el Brexit, los disturbios en Chile, la segunda vuelta en las elecciones bolivianas, la aparición de 39 cadáveres de inmigrantes chinos en un camión frigorífico en Essex (Reino Unido) o el serial del procès… Sí, sí, todo eso está muy bien, pero no me negarán que   lo que de verdad mueve a las mujeres y a los hombres es la mirada ante la vida, ante las relaciones humanas. El juego de pareceres, de sucesos cotidianos, de pequeñas decisiones que son capaces de hacernos reír o llorar, soñar o poner los pies en la tierra, avanzar o quedarnos parados el resto de la existencia, odiar o amar con la misma intensidad y volumen. Los acontecimientos son importantes. Las noticias, también. Sean locales o mundiales. Provoquen reacciones o simplemente deambulen en las parrillas sin pena ni gloria… y a otra cosa, mariposa.

En lo de las relaciones humanas, cada maestrillo tiene su librillo. Maestros hay muchos. Recetas, no digamos. Y librillos, lo que se dice librillos, para todos los gustos. Desde el Cómo ganar amigos e influir sobre las personas, hasta El monje que vendió su Ferrari, pasando por Los 7 hábitos de la gente altamente efectiva, Padre rico padre pobre, Los cuatro acuerdos o el clásico Los hombres son de Marte, las mujeres de Venus. Y no me digan que no les llama la atención un perfecto manual de autoayuda de un bloguero de éxito titulado El sutil arte de que (casi todo) te importe una mierda, que viene a tirar por tierra todo lo que el resto de super ventas nos venían a decir, como aquello de empoderarnos (¡Jo, qué tiempo verbal más moderno de un verbo tan antiguo!) y alimentarnos de positividad. Su autor, Mark Manson, viene a desmontar esas tesis con el siguiente argumento: pues mira, resulta que no, que las expectativas sobre nosotros mismos carecen de sentido hasta que no sepamos gestionar (otro verbo de moda) la adversidad.

Pero cuando creíamos saberlo casi todo resulta que andábamos equivocados. O entretenidos. O engatusados, quién lo sabe. Que antes de que vinieran a contarnos y describirnos, por ejemplo, las características de las personas tóxicas, esas que su vida carece de sentido si no expelen a todas horas veneno a su alrededor, ya teníamos modelos clásicos para identificarlas. Es lo que William Shakespeare nos cuenta en el drama de Otelo con un personaje que es el arquetipo o modelo original y primario en el arte de amargarle la vida al más pintado. Hablamos de Yago, el alférez del moro, el general al servicio de Venecia, que da nombre a la obra escrita, sin ir más lejos, en 1604, casi ayer. Su venganza por no haber sido elegido oficial frente al otro candidato, Casio, le lleva a resarcirse construyendo una falsa historia de cama de Desdémona, la prometida de Otelo, y que conduce al desenlace de… No, no, no voy a hacerles un spoiler para quienes aún no hayan tenido la fortuna de leer esta obra.

Si tienen la oportunidad y, por supuesto, la dicha, de sumergirse en la trama, quizá descubran en Yago a esos personajes que habitan a nuestro alrededor. A esos tránsfugas que destilan odio y resentimiento a raudales por no haber sido elegidos para la gloria, para ocupar un cargo o liderar determinadas organizaciones. A mí me vienen varias a la mente, como quienes pierden unas primarias en un partido político o quienes han depositada tantas expectativas en el logro de un objetivo para el que han empleado toda su energía que no saben gestionar (¿les suena?) que todo no salga como esperaban. O aquellos que tratan de ocultar sus complejos, frustraciones y fracasos contaminando todo lo que encuentran a su paso.  Personas falsas, sin vida interior, incapaces de querer a nadie, que odian con el mismo ahínco que en algún momento han podido amar.  Y frente a ellas, un consejo: miren hacia otro lado. Dejen que el veneno siga su curso y la toxicidad encontrará un antídoto que todo lo vence: la indiferencia. Vamos, si se puede.

Ilustración basada en el cuadro «Othello et Desdémone» de Théodore Chassériau

A golpes, y no de calor

A golpes, y no de calor



Verano de 1970. La escena tiene lugar en el barrio de La Dulzura, en Ibi, a la sombra de una pequeña arboleda al caer del campo de fútbol del colegio de los Salesianos. Un grupo de chavales, ninguno supera los diez años, ata una cuerda a los troncos de cuatro de los árboles e improvisan un ring. En mitad del cuadrilátero (por llamarlo de alguna manera), Pedro Carrasco se enfrenta a José Manuel Urtain, animados por los gritos del respetable que incitan a no eludir los golpes. No hay árbitro. El combate es hasta que uno de los contendientes resista. El bautizo de los púgiles se corresponde con su nombre de pila. Así nos divertíamos los críos de esa época durante las vacaciones. En la calle. A golpes que no dolían y disfrutando alejados de los mayores. Yo estaba orgulloso de ser aquel Pedro, vitoreado por un público fiel.

Verano de 2019. La geolocalización de los teléfonos móviles (inteligentes, les llamamos) nos permite tener siempre controlados a los críos. Gritan, pero siempre pueden callar, porque ya los hemos acostumbrado a que miren a una pequeña pantalla y queden imbuidos de su encanto digital. Ya no pintan, ni leen tebeos, ni juegan a las chapas, a las bolas o a las cartas de las parejas. No se separan de los adultos, o cuando lo hacen, previamente han sido teletransportados a los destinos previstos, no vaya a ser que descubran su autonomía y no nos echen de menos.

En este verano del calentamiento global, del calentamiento postelectoral y de las mentes calenturientas que tratan de irritar a las del resto, ha muerto un boxeador de los de verdad. Un joven Hugo Dinamita Santillán, argentino e hijo de boxeador -que a la sazón era su entrenador- no ha podido resistir las consecuencias de los golpes que le asestó un armenio el 15 de junio en Hamburgo, y poco más de un mes después, el 20 de julio, los fatales del combate que apuntaba a empate contra el uruguayo Eduardo Abreu. Cuatro días después de desplomarse en la lona no se despertó del coma al que entró mientras iba en la ambulancia camino del hospital.

Recuerdo veladas veraniegas de boxeo en mi pueblo, la patria de El Tigre de Yecla y compañero de generación, José Ortega Chumilla. Pero sobre todo la nobleza y la seriedad con la que vivía este deporte una saga familiar, la de los hermanos y sobrinos del escultor yeclano Manolo Puche. Pese a los múltiples detractores que ha tenido y tiene esta disciplina, siempre he creído que ha estado por encima de los intereses cruzados de quienes solo han visto billetes e influencia en su entorno.  El escritor Sergio del Molino entendía “su juego de seducción literaria” en Lo que a nadie le importa al rememorar a un púgil en declive que llegó a ser campeón del mundo en 1974, aquel hombre también llamado Pedro, aquel Perico Fernández, que acabó sus días aquejado de alzhéimer y que había pasado de la gloria al ostracismo social en la capital aragonesa que le había visto nacer.  

Las únicas refriegas que quedan en la canícula son las de echar unas palas en la orilla de la playa. Pero cualquier parecido con un cuadrilátero y la rivalidad es pura coincidencia. Más golpes da la vida.



En modo vacaciones

En modo vacaciones

Uno es mortal y también tiene derecho a llegar al estado natural de las personas humanas que tienen vacaciones. Desde hace años no las ansiaba tanto. Estoy como Pedro Sánchez, que no sé lo que va a pasar desde hace meses. Y lo que te rondaré, morena. Aquí nadie da un paso, porque el contrario nos puede pillar desprevenidos. Moverse, lo que se dice moverse, sólo avanzan un poco las estrellas de los diferentes Sálvame, porque con las conexiones con Cantora y los reencuentros amargos de amistades pasadas y vueltas a empezar, nos enfrentamos a un bucle que amenaza con no dejar títere con cabeza.

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Orgullo

Orgullo

Uno de los días más felices de mi vida que recuerdo fue aquel en el que mi primo José Manuel me confesó su condición homosexual. Reveló un secreto guardado desde su adolescencia y juventud, y lo hizo con lágrimas en los ojos (al menos a mí así me parecieron). Se quitó un gran peso de encima al compartir ese secreto, tal y como expresó en ese instante hace ya casi dos décadas. No sé quién se sintió más liberado: si él o yo. Porque en las relaciones humanas siempre existen espacios vedados a la complicidad. Son lugares en los que anida lo secreto, lo recóndito, lo escondido. Son territorios resguardados a lo evidente, a lo explícito, a lo palmario y manifiesto. Por muchos sobrentendidos que existan, hay circunstancias vitales que permanecen hibernando y, al cabo del tiempo, si hay suerte y actúan los hados, salen a la luz.

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Un comisario maduro

Un comisario maduro

La novela negra del Sur de Europa tiene a dos destacados veteranos del género: el italiano Andrea Camilleri y el griego -pero de origen turco- Petros Márkeris. Uno es el padre del comisario siciliano Salvo Montalbano, en homenaje al creador de Pepe Carvalho, y el otro es el descubridor del comisario Kostas Jaritos. Si al primero hemos tenido oportunidad de abrirle nuestras casas a través de la serie televisiva que se emitía en La 2 emitida hace unos años, el policía griego aún no es muy conocido, pese a disponer en las librerías de más de una docena de entregas de su serie.

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