Vuelta a la universidad (I)

Vuelta a la universidad (I)

Dieciséis años después, que ya son años, he vuelto como alumno a las aulas de una Universidad. Se trataba de esa asignatura pendiente que tenemos algunos de los que pisamos un día una facultad. El escenario es similar al que encontraba un chico de provincias en  aquellas frías clases de comienzos de los 80. Miguel Ríos cantaba entonces para el PSOE el Himno de la Alegría en el Paraninfo de la Ciudad Universitaria, rodeado de ilusiones y esperanzas de un cambio que dicen que llegó, pero que se esfumó por la puerta de atrás. Hoy el cantante granadino sigue erre con erre pero con más canas, igual sonrisa profidén y algo entrado en años. (más…)

Equivocarse

Equivocarse

Una de las lecturas juveniles que más me impactó no fue un libro de literatura. Tampoco de ciencia-ficción. Fue un libro que repasaba, desde la teología, a los principales filósofos y pensadores sociales del XIX y de las primeras décadas del siglo pasado. El autor, Hans Küng, se preguntaba en el título del voluminoso texto sobre si “¿Existe Dios?”, cuestión que más o menos cualquier mortal se ha preguntado en algún momento de la existencia. El teólogo desmenuzaba el pensamiento de Hegel, Nietzsche, Feuerbach, Marx y Freud, entre otros, acerca de lo que cada uno de ellos había reflejado en sus teorías sobre el devenir del Ser Supremo. Y lo hacía de una forma tan amena que creo que es la única vez en la que pude desgranar parte del cuerpo doctrinal de estos autores.

La escena que recuerdo con especial cuidado es aquella en la que describe las últimas jornadas de vida del padre de la psicología moderna. En el lecho del dolor, aquejado de un cáncer de paladar avanzado y cubierto con unas telas para ahuyentar a las moscas, se acercó a la eterna pregunta del ser humano sobre la existencia del Todopoderoso. Y Küng interpretaba, si mal no recuerdo, que en el médico austríaco se produjo una especie de conversión hacia la creencia en ese Dios que la filosofía de finales del XIX y de la modernidad en general no entreveía en este mundanal recoveco del sistema planetario. Como dirían algunos, “yo no estaba allí con el candilico”, pero esa imagen reconstruida en la imaginación de una romántica mente podía dar lugar a interpretar -como de hecho la dio en mí- que en una situación tan dramática como aquella se produjese un acercamiento a la trascendencia.

Parece ser que los mortales necesitamos vivir situaciones límite para reconciliarnos con los otros, despertar de nuestro particular sueño dogmático o darnos cuenta, sin más, de todo aquello que en vida hemos sido incapaz de abordar. Estas circunstancias se producen en especial cuando nos asalta una enfermedad, una tragedia no anunciada o comenzamos a verle la cara a esa señora que llega para el tránsito hacia otra dimensión. Es entonces el momento en el que nos miramos -o nos miran- sobre todo aquello que está en el apartado del “debe”, porque nunca acababa de saltar hacia la columna del “haber”. Esta última casi siempre suele estar más vacía de lo que sería conveniente.

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Complicidad necesaria

Complicidad necesaria

Comienza en la Región de Murcia una nueva etapa política, ya que hace menos de una semana que se ha producido un cambio en la Presidencia del Consejo de Gobierno. Tras casi 19 años al frente, Ramón Luis Valcárcel formalizó su abandono como presidente de la Comunidad para incorporarse a la lista del Partido Popular para las elecciones al Parlamento Europeo del próximo 25 de mayo. Aunque ya lo intentó hace cinco años, diversas circunstancias impidieron entonces que se produjera esta marcha. Las últimas semanas han estado, pues, plagadas de análisis sobre los supuestos ‘logros’ que obran en la actividad de uno de los barones regionales más longevos en cuanto a la gestión de los asuntos políticos de nuestras autonomías. La verdad es que el panorama no puede ser más desalentador. Me quedo con algunos análisis que hemos leído estos días y otros que ya se publicaron hace meses, como el de Patricio Hernández, miembro del Foro Ciudadano, una de las pocas voces críticas de la sociedad civil murciana de las últimas décadas.

Una realidad que tiene, sin ir más lejos, la imagen de un aeropuerto sin aviones, una desaladora que no funciona como tal a precio de oro, una economía intervenida y con una deuda de más de 6.000 millones de euros, una política medioambiental bloqueada por Bruselas, una brecha social de primera magnitud y unos niveles de pobreza y de bajo nivel cultural elocuentes. Pero aún siendo todo ello grave y unas pocas muestras del fracaso como Región, como gestión política y, sobre todo, como gestión desde el gobierno para el beneficio de unos pocos, lo más grave, si cabe, es que todo esto no se hubiera podido ejecutar sin la complicidad de una gran parte de la sociedad a la que se deben nuestros responsables públicos. Y este es el eje que me lleva ocupado en los últimos meses para intentar encontrar una explicación a todo este desaguisado.

Complicidad que permite vivir en un sistema corrupto y caciquil desde hace varios lustros, amparado por los diferentes estamentos -si se me permite la expresión- que van desde la propia mayoría absoluta que el PP ha ido consolidando e incrementando convocatoria electoral tras convocatoria, pasando por aquellas instituciones o colectivos que podían haber hecho otra cosa. Algunas voces hablan de que este sistema caciquil nunca ha desaparecido en estas tierras desde el siglo XIX hasta la fecha. Y por supuesto, y aquí está el meollo de lo que trato de explicar, de la complicidad personal, individual, al nivel que cada uno de nosotros y de nosotras tenemos. Es verdad que no podemos caer en una acusación generalizada, porque todos no tenemos la misma responsabilidad, ni potestad, ni capacidad para influir en unas u otras decisiones. Pero no podemos negar que si hemos llegado a donde estamos es porque en algún momento se ha mirado a otro lado.

Empecemos por la política institucional. Los poderes legislativo y judicial no han ejercido de contrapeso o de control del ejecutivo. Especialmente el que debía llevarse a cabo en la Asamblea Regional. La mayoría absoluta del Partido Popular ha impedido auditar la gestión del Gobierno. Cualquier intento de control quedaba finiquitado de inmediato. El hecho de que nuestro parlamento regional sea el menos transparente de España es un buen ejemplo de lo que estamos diciendo. En este plano de la política institucional sitúo, lógicamente, a nuestro sistema de partidos. El PP de la Región de Murcia ha sido y es un partido presidencialista, sin democracia interna, sin apenas debate y sólo al dictado de su máximo dirigente, a la sazón, presidente de la Comunidad Autónoma. La figura del número 2, su secretario general, Miguel Ángel Cámara, apenas ha contado en este tiempo. Enfrentado desde al menos el año 1991 a Valcárcel, una vez que éste toma las riendas del partido a comienzos de esa década se establece un acuerdo tácito: algo así como ‘tú a la Glorieta y yo a San Esteban’. Y así ha sido hasta la fecha. Un PP que consiguió sumergirse en todos los sectores de la sociedad civil, especialmente en los ambientes más populares que hasta entonces siempre parecían relegados a la gente de izquierdas y progresista (asociaciones de vecinos, AMPAS, de la Tercera Edad, culturales, etc.).

Frente a ese partido hegemónico, un Partido Socialista de la Región de Murcia (PSRM-PSOE) -del que formo parte, no lo oculto- que entregó el Gobierno de la Región en el año 1995 por sus disputas internas y por estar más empeñado en consolidar sus cuotas de poder orgánico que en estar cercano a los ciudadanos. Esa es la gran tragedia -y por ende, la parte de complicidad con esta situación- que ha vivido el principal partido de la izquierda murciana hasta prácticamente nuestros días. Es verdad que ha habido intentos de cambiar el rumbo. Que se han impulsado loables intentos de dar un giro a esta inercia autodestructiva, pero los esfuerzos han resultado baldíos, al menos hasta el momento. Unas veces porque el discurso no se correspondía con la realidad. ¿Cómo se puede denunciar el modelo de desarrollo del ‘boom inmobiliario’, por una parte, mientras que en algunos de los ayuntamientos donde se gobernaba se impulsaban los convenios urbanísticos para crecer sin control? ¿Y atacar la corrupción, cuando ésta también afectaba a antiguos dirigentes socialistas? En definitiva, frente a un PP prepotente y caciquil, los ciudadanos no han visto al PSRM como una alternativa fiable, porque ese ha sido el gran problema: la falta de credibilidad. Y lo que es más grave: aún queda camino por recorrer para cambiar una cultura política marcada por las cuotas de poder interno y, desgraciadamente, por la toma de decisiones en una mesa de camilla en la que siguen sentándose muchos de los mismo protagonistas de aquella debacle del 95 (y sucesivas) con el único objetivo de optar a alguna de las migajas de los cargos públicos que se repartan. La historia vivida no ha servido, de momento, para aprender de los errores. O al menos para despejarlos completamente.

Complicidad

Imagen que circuló hace unos días en las redes sociales cuando se materializó la dimisión del presidente Valcárcel.

La complicidad de la que hablamos ha sido muy patente en otras esferas de la sociedad civil. Una gran parte del tejido asociativo se ha visto implicado en formar parte de la red clientelar a través de la política de subvenciones promovida por las diferentes administraciones públicas. Una red que, por poner un ejemplo, permitía nombrar madrina de una federación de discapacitados a la esposa del presidente Valcárcel. Los ejemplos son innumerables. Como el hecho de que mientras se ejecutaba la regresiva política de recortes o parálisis de la Ley de Dependencia, se incorporaba a las listas del PP a destacados representantes de ese mundo asociativo para ‘vender’ la imagen de que se apostaba por ellos.

Las voces críticas con la situación que se ha vivido durante casi dos décadas en la Región de Murcia procedentes del mundo universitario han sido acalladas, cuando no estigmatizadas, porque no coincidían con el discurso oficial. Un buen ejemplo son los análisis e investigaciones desarrollados por expertos en Ecología o en diversos ámbitos del análisis económico. Un caso muy reciente de lo que hablo tiene que ver con el hecho de dejar de lado los trabajos desarrollados en torno a la regeneración de la Bahía de Portmán, con una licitación de obras basada en criterios puramente economicistas que demuestran el escaso interés en abordar en serio este proyecto, frente a la opción del puerto de contenedores en El Gorguel. En ocasiones hasta las propias instituciones universitarias se han visto desbordadas por la creación de campus de difícil justificación, sólo porque los intereses partidistas así lo establecían. Quizá en los últimos años las universidades públicas han estado más preocupadas en sobrevivir y reajustar, debido a los recortes promovidos desde el Gobierno regional, que a generar o fomentar el debate público y la reflexión de hacia dónde vamos. Mientas tanto ha brotado una universidad privada, la UCAM, con apoyos innegables desde el poder político y económico, refugio de muchos alumnos que no han podido acceder a las universidades públicas y de un profesorado que trata de sobrevivir en medio de esta jungla en la que se ha convertido el mercado de trabajo. Pero aquí la irresponsabilidad del control político a la hora de planificar la política educativa universitaria es inmensa. ¿Cómo se ha podido permitir la proliferación de determinados estudios para un mercado que era y es incapaz de asumir a los nuevos titulados?

De esa complicidad tampoco han estado ausentes los medios de comunicación. En su inmensa mayoría han formado parte del entramado social y político que ha mantenido en el poder al partido gobernante en la Comunidad y en la inmensa mayoría de los ayuntamientos. Salvo honrosas excepciones, ha seguido a pies juntillas los argumentarios y manipulaciones impulsadas desde el Gobierno, como las campañas del ‘Agua para todos’ o los supuestos agravios del Gobierno de España con la Región, siempre y cuando gobierne el PSOE, lógicamente. La prensa regional pocas veces ha ejercido de contrapeso, con la función social que, en teoría, tenía atribuida como cuarto poder. Las empresas que sustentan a los medios han preferido participar de la parte de la tarta de la publicidad institucional -o del reparto de licencias de radio y televisión, en su momento- que poner cordura y objetividad ante lo que ha venido sucediendo. Algunos de sus trabajadores han sufrido en su carnes lo que supone ejercer el periodismo de verdad. Al final han optado por la autocensura. Y los profesionales de los medios públicos, de nuevo salvo muy pocas excepciones, han servido a quienes creían que les pagaban: los políticos en el poder, cuando en realidad quienes lo han hecho y lo hacen son los ciudadanos a los que deben servir.

Algo parecido a lo que en buena parte ha ocurrido en las Administraciones Públicas. El clientelismo también se ha ejercido, lamentablemente, entre una parte de los empleados públicos. Sin la complicidad de algunos funcionarios, más preocupados en su carrera profesional al pairo de los cargos públicos colocados en esos puestos no con criterios de profesionales como gestores públicos, no se hubieran amparado gastos superfluos e intentos de los desaguisados urbanísticos o medioambientales que se han impulsado desde las esferas de poder económico de la Región. No quiero negar, sin embargo, que ha habido y hay empleados públicos que han ejercido su trabajo con la profesionalidad que se le exigía, y han sufrido por ello. He conocido personalmente a algunos de ellos y en estos momentos me siento muy orgulloso de formar parte de un colectivo que tiene en su punto de mira a la ciudadanía como sujeto de su trabajo. Pero en ámbitos como la sanidad o la educación, o en otros de los servicios públicos, mucha gente ha contribuido con su mal hacer a la situación en la que nos encontramos. Su gestión ha respondido más a criterios individualistas y de connivencia con el poder político que al interés general.

Reconozco que faltan más esferas de la sociedad civil que han sido cómplices, juez y parte, para llegar a donde lo hemos hecho. Incluyo a las instituciones eclesiales, al mundo creyente, del que formo parte. Más interesado y preocupado a veces en mantener ciertos privilegios y no poder determinadas cuotas de poder temporal, cultural o de las conciencias, que en ejercer de voz de los sin voz, de estar más cerca de los que más sufren y de actuar -y no callar- desde la denuncia profética para cambiar las cosas. Este mundo ha participado de esa red clientelar al pairo de las subvenciones, muchas de ellas dedicadas más a la restauración del patrimonio que a la acción social. O el mundo sindical, en ocasiones impotente para acercarse a las nuevas realidades del mundo del trabajo, y más preocupado de no perder espacios de protagonismo con fórmulas y prácticas trasnochadas, con actuaciones personales que no distan mucho de las que se criticaban a los gobernantes. Como en todas las esferas hay excepciones, pero no por ello quiero dejar de lado poner negro sobre blanco estas realidades. Aún quedan recuerdos de la firma de acuerdos con  el Ejecutivo de Valcárcel que nunca se cumplían, algunos en vísperas de citas electorales.

En definitiva creo que lo podemos aprender de esta etapa oscura de nuestra realidad más cercana es un hecho que, por obvio, no es menos significativo: la conciencia personal, la autenticidad, es la clave que puede hacer cambiar el mundo. Nuestros pequeños mundos de lo cotidiano hasta el gran escenario de las decisiones globales. Quien no declara el IVA, habla con el móvil mientras está conduciendo, no cumple su horario de trabajo, se salta una lista de espera, no mantiene su palabra o es incapaz de reconocer un error y pedir perdón, es tan cómplice como el que ordena una matanza, toma una decisión injusta que afecta a millones de personas o se enriquece a costa de destruir la tierra. Quedan abiertos nuevos frentes para el análisis, menos afectados por la urgencia de los acontecimientos. El problema es que hablamos de hipotecas de difícil cumplimiento.

Generaciones

Generaciones

Los hijos del “baby boom” de mediados de los 60 no entendemos prácticamente nada. Nacimos cuando el Madrid paseaba sus glorias por Europa con media docena de trofeos que, para mayor gloria de los que somos merengues, ahora hemos vuelto a conquistar. Observamos a nuestros vecinos de generación apuntarse a los deseos de cambios políticos y sociales, y hemos tenido que ir a remolque de sus lúcidas visiones de lo que era políticamente correcto. Ahora estamos hechos un  lío, con este mar de dudas sobre lo que es o no es la actividad pública. En realidad llevamos ya varios años intentando comprender el porqué nos meten en un saco para el que no hemos sido llamados. Es decir, conocer de verdad las razones mediante las cuales se alzan en nuestra representación pública sin apenas habernos dejado decir “esta boca es mía”. (más…)

A-Garre-se a lo que pueda, señor Valcárcel

A-Garre-se a lo que pueda, señor Valcárcel

Ni en su peores sueños podía imaginarse el ‘almirante’ de la nave de Murcialandia, Ramón Luis Valcárcel, que su sucesión iba a estar marcada por elementos que él no controlase desde su despacho de San Esteban. O desde la terminal de cualquier aeropuerto, a excepción del de Corvera.  Pero ha resultado que unos ingenuos magistrados le han seguido al juego al PSOE de Puerto Lumbreras y mira tú que me han imputado a mi hijo bien amado. Aquél al que he estado alimentando desde sus tiempos de becario de Políticas y al que le he concedido pagas astronómicas para que a su pueblo no le faltara de nada. Y resulta que unos jueces van y me lo imputan. ¡Pero qué se han creído!

Ahora ha tenido que agarrarse a lo que ha podido. A lo que le ha quedado. A lo que le permite volver a demostrar que aquí el que manda es él. Manda sobre su partido, porque quienes mandan sobre esta Región son otros. Otros que no se sientan en los órganos de dirección de los partidos ni, si me apuran, de la organización patronal de los empresarios. No hace falta. Marcan la política desde órganos extrapolíticos, si me permiten la expresión. Y no sólo la política institucional, sino la cultural, la mediática y, por supuesto, la económica, que es la madre de todas las políticas.

Pero a lo que íbamos. Al final el dedo de Valcárcel ha elegido a Alberto Garre, vicepresidente primero de la Asamblea Regional, y democráticamente, los miembros de la dirección del Partido Popular de la Región de Murcia ratificarán esta decisión. ¡Le llaman democracia…y no lo es! Esto es increíble. Hasta hace unos días nos habían hecho creer que esto de la sucesión era cosa de tres: Juan Bernal, Pedro Antonio Sánchez y Juan Carlos Ruiz (vicepresidente del Gobierno regional, consejero de Educación y portavoz del Grupo Parlamentario del PP en la Asamblea, respectivamente). Autodescartado el primero al comprobar que lo prometido, al parecer en su caso, no ha sido deuda; imputado por cohecho el segundo, aunque peregrine con sus papeles del banco para demostrar a la prensa, a los directores de los colegios y a quien se le ponga por delante que está todo en regla, quedaba el tercero. Pero hete ahí que en realidad no había ni un primero ni un tercero. Juan Carlos, no. Entre el ‘no tiene carrera’ y ‘le falta experiencia de gestión’, al pobre no le ha valido de nada los años que lleva adulando los vaivenes de su jefe en la Asamblea y haciendo de tripas de corazón a la espera de algo… que al final no ha llegado.

La verdad que para todo esto hay que tener estómago. Hay que hacer de tripas corazón para no sumergirte ante los continuos desaires, falsedades, hipocresías, mentiras y autocreencias de que esta política no puede ser de otra manera. Y todo porque al final la complicidad con quien atribuimos el liderazgo de esta Región lleva aparejada la sumisión, la falta de creencias, la autenticidad, en definitiva.

Lo realmente importante no es el sainete de la sucesión. De si se va al Parlamento Europeo y por qué. ¿Alguien puede responder qué es lo que va a aportar en Europa? ¿Qué gestión es la que quiere ofrecer como modelo? ¿La de una Región que está hipotecada? ¿La de la mentira del agua? ¿La de los supuestos agravios que esconde la excusas de un mal pagador? ¿La de la palabra y las promesas incumplidas? ¿La de la complicidad con los desaguisados que se han cometido… y a Dios gracias, los que aún no se han perpetrado porque a trancas y barrancas ha funcionado el sentido común o el contra poder ciudadano, o la maltrecha Justicia? Los tentáculos del poder son muy largos. Llegan a los rincones más insospechados.

Lo grave, a mi juicio, en todo este proceso que estamos viviendo en las últimas semanas, es que se está dejando de lado el balance de estos diecinueve años de gobiernos del PP. En realidad, de gobiernos de Valcárcel. De gobiernos apoyados en las urnas, sí, pero no por ello exentos de estar sometidos al juicio de generaciones presentes y futuras. Esas que van/que vamos a tener que pagar los excesos de una mala gestión. Una gestión en la que la complicidad de una mayoría silenciosa (y silenciada en múltiples ocasiones) ha permitido a quienes nos gobiernan campar a sus anchas sin apenas control democrático. Y, por supuesto, sin transparencia. De esa complicidad hablaremos en otro momento.

Pues nada, Alberto Garre es el oráculo personalizado de Valcárcel. La respuesta que ofrece antes de subirse a un avión, acompañado, y decir: ‘ahí os dejo la herencia, toda vuestra’.  Pero eso sí, ya se encargará de seguir culpando a otros de lo que ha pasado. Es marca de la casa. Y ahora no le quedan argumentos, como los que ha empleado reiteradamente para repetir como candidato: que si le arrancó el compromiso a José María Aznar para construir el aeropuerto (en 2003); que si se mantuvo para darle en la cara electoral al candidato del PSOE por haber osado meterse con su familia en pleno ‘boom inmobiliario’  (2007) o porque no podía marcharse en plena crisis económica, porque la Región me necesita (2011). Pero que nadie piense que Garre es la solución. Pedro Antonio sigue siendo el candidato… y seguirá. Y todos a votar la sucesión. Aquí paz y después gloria.

Ella trabaja sola

Ella trabaja sola

Julia abandona cada mañana su casa poco antes de las siete. Deja preparado el desayuno en la mesa de la cocina y no vuelve hasta casi las dos de la tarde. Su espalda se resiente, pero se consuela porque se ha enterado que en otros países no han descubierto la utilidad de la fregona. Limpia oficinas, despachos, viviendas. Al mediodía resuelve la papeleta con unos espaghettis, que son rápidos y llenan bastante. Por la tarde cuida a los hijos de otra, por cuatro pesetas, a la que además se le llena la boca con consejos sobre cómo debe encontrar su camino para “realizarse” como mujer y como persona. ¡Faltaría más!

Cuando Julia regresa a su piso de alquiler aún le queda bañar al más pequeño, pelearse con los medianos que quieren comprarse unos bambos de marca porque sus compañeros los lucen en el colegio, y tender la colada. Le prepara la cena al mayor, que llega rendido por el trabajo en un híper y lo anima a seguir, aunque sea por las cuatro pesetas que le pagan y con el miedo a la renovación del contrato. Algo similar les sucede a las hijas de sus amigas, que son candidatas a sufrir las varices por las horas de pie tras la barra de un bar de copas o de una pizzería. Mientras plancha, repasa el día. Uno menos. “Tengo que escribir al ‘Entre todos’, porque mi suerte tiene que cambiar”, se dice a sí misma entre camisa y camisa. “Mañana será otro día”, piensa.

Los días de Julia son semejantes a los de otras miles de Julias que miran de cara a la vida, pese a las adversidades. Unas se dejan la piel en la cadena de la conservera de turno o en la máquina de coser. Otras, las menos, gozan de mejor suerte en la oficina. Algunas tienen que vender oro, productos de limpieza y otros objetos entre sus vecinas y amigas. Muchas aún no han roto con el cordón umbilical de sus madres, que son las que les cuidan a los críos entre las horas muertas del colegio  y la vuelta a casa. Y menos mal, porque si no, no llegarían a final de mes. No arrojan la toalla, y se han apuntado a la educación de adultos y han descubierto en la madurez las emociones que produce leer poesía o alguna novela -por cierto ningún escritor las tiene en cuenta en sus argumentos-, asistir a un concierto, hacer sus pinitos con las acuarelas y visitar algún museo. Estos hallazgos les permiten encontrarse con una imagen distinta de mujer, repleta de autoestima y que le invitan incluso a cuidar más su aspecto físico. Sus semblantes se llenan de luz.

Son nuestras madres y abuelas. Verdaderas mujeres que llevan adelante los destinos de miles de críos. Las que asumen de verdad su maternidad. Agentes de socialización, que dirían los sociólogos. Las que asisten a las reuniones de la asociación de padres de alumnos -mejor dicho, de madres- o a la catequesis de sus hijos. Consumidoras de antidepresivos y de sedantes, porque aquí no hay quien pegue ojo viendo los golpes que les da la vida. Mientras tanto, ellos, los varones, siguen practicando la dejación de deberes en la barra del bar, especializados en las prácticas de contratación de futbolistas, filosofando sobre este o aquel asunto y esbozando una sonrisa de desprecio cuando en la tele dicen que se acerca el día de la mujer trabajadora. “¡Sabrán ellas los que es trabajar!”, salta más de uno. Lo saben. Como que el futuro está en sus manos.

Mujeres y trabajadoras

Mujeres y trabajadoras

Siempre he creído que la liberación de la mujer será posible cuando las propias mujeres decidan abandonar una actitud de fatalidad por su situación. Liberación entendida como una nueva forma de establecer las relaciones entre varones y hembras, donde el género no sea el que marque las diferencias de salarios, tareas domésticas, cuidado y atención a los hijos y a los viejos, tiempo libre y demás situaciones de discriminación o diferenciación. Recuerdo que en los años de la Universidad, a comienzos de los 80, un profesor de Literatura hacía gala de su misoginia cuando menos lo esperabas y ninguna chica, repito, ninguna del más de 60 por ciento de mujeres que había en clase se atrevía a contradecir al susodicho docente. Era una muestra de que la resignación ante los ataques del machismo reinante en nuestra sociedad había calado en el inconsciente colectivo de las féminas. Situación más grave si tenemos en cuenta que el colectivo femenino que llegaba a las aulas de la Universidad se podía considerar privilegiado ante el resto de sus congéneres. Mientras ellas habían salido de sus casas y vivían en una gran ciudad, adquiriendo una formación, miles de jovencitas tenían que sacar adelante a sus familias, casarse y tener hijos, mientras aportaban riqueza a sus modestas economías. Pero ni por esas. El misógino se enzarzaba en disquisiciones en contra del feminismo y sólo obtenía por respuesta una callada actitud displicente.

Una simple mirada a nuestro alrededor nos permite contemplar un panorama en el que las cosas han cambiado muy poco. Es verdad que se han dado pasos. Que conmemoraciones como las de hace unos días, en las que la figura de la mujer trabajadora nos recuerda que millones de mujeres en el mundo laboran día a día para que la cosa funcione, aún son necesarias. No podemos olvidar que los nuevos rostros de la pobreza tienen cara de mujer, sacando adelante como pueden a sus hijos y, por supuesto, a nuestros ancianos. Veo a Esmeralda, a Fátima, a Rosalía, a Encarna… y en sus rostros diviso que, sin participar en cenas de homenaje, en comidas conmemorativas o sin recibir flores, como ayer mañana poblarían algunas mesas de despacho, son el ejemplo vivo de que su doble condición, la de mujer y la de trabajadoras, tratan de llevarlo hasta sus últimas consecuencias.

Mujeres que se están dejando la piel limpiando casas y despachos, con contratos de miseria, y que aún deben darle las gracias a este Gobierno que les hace una reforma laboral y tratan de vendérnosla como la mejor de las soluciones posibles. Mujeres que se están dejando la vista y los dedos, y la educación de sus hijos, y el cuidado de su cuerpo y persona, cosiendo zapatos y vestidos a destajo, eslabones de una cadena de explotación que arranca desde sus cocinas y llega hasta la zapatería donde otras mujeres adquieren lo que ha costado sudor y lágrimas. Mujeres inmigrantes que están cuidando a nuestros viejos, mientras nosotros, sus hijos e hijas, no podemos encontrar tiempo para atender sus demencias e incapacidades. Mujeres jóvenes que sacan cuatro duros cuidando niños, haciendo pizzas de empresas que cotizan en bolsa, bombardeándonos por teléfono intentado vender apartamentos, vinos de selección o enciclopedias que nunca serán consultadas pero que quedarán muy bien en las estanterías del comedor-museo de un piso de protección oficial. Mujeres cuyo único consuelo parece ser el repaso de la vida de los famosos, esos modelos de personas inalcanzables que venden sus tripas al mejor postor.

Mujeres atiborradas de nolotiles, neurofenes o gelocatiles. Con la espalda destrozada, las piernas atiborradas de varices o sufriendo los efectos de la menopausia en soledad. Mujeres arrepentidas de su condición de mujer. Mujeres hartas de ser las únicas responsables de la educación de sus hijos y hartas, también, de tener que soportar los gritos de aquellos, mientras que su único delito es el de creer que ellas son las responsables de lo que les pasa.

Menos mal que hay mujeres que tratan de salir hacia delante frente a las adversidades. Que reconocen su situación como tales y se sienten orgullosas de su fuerza. De no estar dándoles vuelta a la cabeza mientras la vida se les va. A unas y otras les merece la pena recordar que, hace muchos años, otras mujeres como ellas murieron abrasadas en una fábrica de ropa de los Estados Unidos. Y que de esas llamas surgieron otras que han prendido en todo el mundo. Que vale la pena. Y que además, no están solas.

Tinta para gastarla

Tinta para gastarla

Al final de una tertulia nocturna con un buen amigo, éste concluía sus reflexiones con un hecho que le había sucedido días atrás. Enfrascado en unos escritos sobre unas meditaciones y proyectos de su actividad profesional, ¡zás!, se le acabó la tinta a su bolígrafo. Este hecho, que por cotidiano no tendría más importancia, le sirvió para descubrir un factor determinante en la vida. La tinta del bolígrafo está para ser utilizada, para que en un determinado momento se gaste. Extrapolando esta circunstancia al devenir de nuestra existencia, vendría a significar que la vida está ahí, para vivirla, para desgastarla, para saborearla, para gozarla. Es decir, que no vale guardar y guardar bolígrafos a medio utilizar. Que nuestros botes de lápices no sirven para nada si los colocamos llenos en nuestra mesa de trabajo. Si se agotan los depósitos de tinta significa que nos estamos dejando la piel en algo concreto.

En muchas ocasiones, desgraciadamente, pasamos por la vida a medio gas. Dejamos escapar las oportunidades que se nos brindan. Conocer a gente interesante, degustar acontecimientos en teoría simples e intrascendentes, apostar por utopías que están más al alcance de la mano que lo que parece en una primera impresión. Y es que al final de la vida nos examinarán del amor. Es decir, de la capacidad que hemos desarrollado para querer a los que tenemos al lado, y hasta incluso a los que parecen lejanos. Unas veces por excesiva prudencia, otras por prejuicios, muchas por egoísmo y vanidad, y una buena cantidad por orgullo, dejamos escurrir entre los dedos de la existencia la posibilidad de alcanzar metas cercanas que nos harían mucho más felices de lo que creemos ser. En la cotidianidad estriba a menudo lo esencial. Y lo cotidiano se reduce a no pasar por la vida como alma en pena, en ejercer de personas plenas, llenas de ilusión, de vida, de esperanza y de sinceros deseos de encuentro con el otro. Bien sean los más cercanos, los que tenemos frente a nosotros en el lugar de trabajo, o los que comparten mesa y mantel, vivienda pagada a plazos o lazos de sangre.

En esto de gastar la tinta me viene a la mente la imagen de muchas personas que son profesionales en su trabajo. Lo viven a tope, con una facilidad de movimientos que dejan a su alrededor un halo de envidia entre sus compañeros. Hombres y mujeres despiertos, competentes en medio de la jungla del mundo de los negocios. Manejan a su antojo las voluntades de sus clientes, siendo capaces de mostrar caras para todos los gustos. Vamos, triunfadores natos, que no hay dificultad o pared que se les ponga por delante que no sean capaces de sortear. Esta gente, sin embargo, cuando abandona la oficina, la fábrica o el despacho y se dirige a su casa comienza a sentir un molesto cosquilleo en el estómago. Esa tez brillante que han mostrado a lo largo de la jornada laboral comienza a ponerse pálida. Y se preguntarán ustedes a qué puede deberse esto. No tiene nada que ver con un virus que hayan estado incubando en su interior. Más bien con alguna circunstancia más trivial de lo que pueda parecer. Es un camino hacia uno mismo, hacia el encuentro  con la realidad de una familia, unos hijos, un marido o una esposa. En fin, a una realidad poco importante, porque lo que se queda entre las paredes del trabajo, donde aspiramos a triunfar y a destacar en la vida es lo que verdaderamente importa.

Pues bien. La tinta que se gasta en ellos es escasa, sobre todo porque la persona llega extenuada, agotada, seca… por haber echado el resto en las otras actividades. Y es entonces cuando aparecen las debilidades, la fragilidad de lo cotidiano ante lo supuestamente poco importante. Y hete ahí que aquel o aquella triunfadora, que ha aguantado el tipo hasta el final, se transforma en un ser anodino, incapaz de hablar de sí mismo. Se convierte en un ser vulnerable, irascible, repleto de dudas y de interrogantes sobre cómo actuar ante lo que tiene enfrente. Aunque este comportamiento  les pueda resultar extraño es más común de lo que pensamos. Nos adiestran para desenvolvernos con habilidad en esta jungla del asfalto, mientras que en el hábitat de lo cercano nos perdemos como si nos faltase el sentido de la orientación.

En resumidas cuentas, tendríamos que entrenarnos más en el manejo de habilidades sociales del tú a tú, de uno mismo, en las artes de la comunicación interpersonal que en las del mundo de la imagen y en las de dar la talla ante los otros. La talla sobre la que hay que medirse o compararse es la que nosotros mismos nos imponemos a diario. Porque, ¿de qué vale gastar la tinta en lo que no es esencial, mientras nos dejamos el bolígrafo a medio usar en lo realmente importante? La vida es para gastarla… y los demás están ahí para que los subrayemos.

Llanto en el monte

Llanto en el monte

Sólo los poetas son capaces de dar vida a objetos materiales, en teoría inanimados. Usando las metáforas y los adjetivos como instrumentos de trabajo permiten transmitir la vida que encierran, por ejemplo, un árbol, una piedra o cualquier fenómeno de la naturaleza. Una puesta de sol, un riachuelo, una hierba fresca que crece tímidamente en una loma, o una montaña que se alza majestuosa camino del edén, recobran una inusitada actividad cuando son acogidas con ternura por un vate para formar parte de un soneto, una elegía, una lira o una simple trova. Esos elementos comienzan a dar brincos de alegría porque alguien, en una lejana mañana o en un sombrío atardecer, decide jugar con ellos para expresar sentimientos escondidos en el más recóndito rincón del corazón humano.

Por ello no resulta extraño que el monte llore. Deje derramar por caminos y veredas, ramblas y peñascos, unas lágrimas de despedida por un místico que acaba de traspasar esa frágil frontera que separa la vida a la muerte, el tránsito al ocaso que rebosa esperanza. Y ese llanto desbordado comenzó hace una semana, cuando el cuerpo mortal de uno de sus seres más queridos recorrió ese pequeño camino que todos algún día debemos hacer, por mucho que nos agarremos hasta que nos quede el último aliento. Pepe Sánchez Ramos, contemplativo en medio del mundo, ya no podrá coger la leña para calentar el zendo, transportar el agua para gargantas secas por falta de consuelo, ni saboreará “a gusto” -como él muchas veces repetía para expresar la sensación que produce la experiencia orante- el encuentro con esa dimensión trascendente que nos sobrepasa y que se manifiesta en un amor supremo, cálido, acogedor, abierto, comprensivo y misericordioso. Palpar a Dios en la oración, en definitiva.

Juan de la Cruz, Teresa de Ávila, Carlos de Foucoult, Teresa de Liseux y tantos otros espíritus libres de todas las épocas, recientes y pasadas, se funden en un mismo sueño: ser conscientes de que el hombre y la mujer poseen una capacidad tal de amar, que el silencio y el desierto se convierten en intermediarios del gozo de una plegaria. “La oración no es algo que se hace y queda fuera del que la hace. No existe distancia alguna entre la oración y el orante. Por eso no resulta nada fácil -al menos para mí- objetivar la propia experiencia de oración”, dice Antonio López Baeza, otro contemplativo en medio del mundanal ruido en el que habitamos. Podría resultar muy sencillo esbozar un panegírico por alguien que ya no está corporalmente entre nosotros. La adulación a los muertos es también una de las características que nos definen, cuando hemos sido injustos en dejar escapar las oportunidades que la vida nos ha ido ofreciendo a diario.

En el caso de Pepe Sánchez Ramos, como en el de muchos otros, caeríamos en el error si exaltáramos sólo sus cualidades, que por cierto mantenía sin estridencias. A nadie había que venderle ninguna moto. Complejo y contradictorio como cualquier hijo de vecino, con virtudes y defectos como el que más, sí unía una cualidad: haber sido capaz de edificar de manera austera un lugar de encuentro, un oasis de paz y serenidad a escasos kilómetros del bullicio de una gran ciudad, la nuestra, la capital de esta Región. Y desde hace casi unos veinte años allí se han dado cita espíritus inquietos en busca de sosiego, de encuentro con ese Ser supremo que todo lo envuelve. Las pupilas enrojecidas de ese búho, símbolo de los contemplativos, son sólo una muestra de que no sólo el monte llora su ausencia. Los que aquí quedamos ya te echamos de menos.

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Cuando se cumplen quince años de la muerte de Pepe Sánchez Ramos, impulsor de la Casa de Oración del Monte, la Casa «Desierto de la Paz», retomo este articulo publicado en La Opinión una semana después de su fallecimiento. La Casa de Oración forma parte de mi historia de vida en su dimensión espiritual. En ella viví mi primer retiro espiritual cuando tenía 16 años, allá por 1980, y a lo largo de los años he asistido a diferentes momentos. En los últimos años participo en retiros de Cuaresma, celebraciones del Tríduo Pascual, Pentecostés, Adviento, Navidad… Acompañado por Gelen, mi mujer y compañera, el sacerdote Juan carrascosa, y un variopinto grupo de contemplativos.

Los juan nadie

Los juan nadie

Hay películas que consiguen provocar en el espectador una gran ebullición de emociones y sentimientos. De la sonrisa a las lágrimas, pasando por estremecer las más intensas sensaciones que ponen la piel de gallina. Frank Capra lo consiguió en numerosos trabajos llevados a la pantalla, como en Meet John Doe, traducida en españa como Juan Nadie con un Gary Cooper genial y una Barbara Stanwyck ambiciosa y a la vez angelical. El Juan Nadie jugador de béisbol fracasado que es capaz de conectar con las masas, bajo el amparo de todo el entramado mediático o, lo que es lo mismo, gracias al soporte de un medio de comunicación tan caliente como la radio lo era en los años 40. ¿Y por qué su discurso era idóneo para movilizar a una sociedad en crisis como la norteamericana que estaba a punto de entrar en la segunda gran guerra mundial? Quizá porque hasta entonces, como ahora, esa sociedad estaba poblada por Juan Nadies a los que nunca se les había dado la oportunidad de hacer oír su voz. Y por supuesto que hubiera alguien que la escuchase.

Esa fábula de los que nunca cuentan para los que deciden las cosas importantes de la vida cobra actualidad de una manera pasmosa. Nuestros pueblos y barrios están poblados de personajes así. Es decir, que en el anonimato de un mundo globalizado, atado de pies y manos al designio de un mercado excluyente de los más débiles, lo cotidiano está llamado a ser lo esencial, por encima de los discursos, las grandes construcciones ideológicas y los planes para el futuro. Si en la cinta de Capra el mensaje principal era el de “conozca y sea amigo de su vecino”, hoy resulta cada vez más urgente lanzar reflexiones similares, como las de “usted vale por lo que es, no por lo que tiene o por el lugar que ocupa en el mundo”. También el de “sea una persona buena, aunque no se lleve la bondad y la sinceridad” o el de “no machaque al que tiene al lado, deje de mirarse el ombligo y dirija su mirada a los ojos de los otros, ya sean sus vecinos, sus amigos, sus compañeros de trabajo o a los de los millones de buenas gentes que pueblan el planeta”.

Juan NadieSe trata de no vivir en un estado permanente de cabreo, de no practicar la indiferencia ante lo que sucede a nuestro alrededor, trascender las meras fronteras que nos imponemos cada uno de los mortales y movilizar esas fuerzas de las que somos portadores. Los Juan Nadie no estamos solamente para acudir a la llamada de los cantos de sirena de un nuevo centro comercial, y luego no tenemos espacio ni para aparcar el coche. Sí para demostrar que nos importa lo que le pasa a cualquier ciudadano del mundo aunque viva a miles de kilómetros de nuestras casas, ya sea timorense, kosovar, turco o taiwanés. O a cualquier mujer africana que tiene que sobrevivir a diario recogiendo la leña y transportando el agua para sus hijos. También para acoger al que ha venido de fuera a nuestra tierra para trabajar y lo expulsan de la chabola que habita sin ofrecerle nada a cambio, o a los que se debaten con una enfermedad terrible y no somos capaces de estar cercanos a ellos.

Por todo ello, los Juan Nadie estamos llamados a salir de nuestro letargo. El invierno ha pasado y la vida tiene que ser una eterna primavera en permanente estado de ebullición. Sentir que por las venas corre sangre limpia y pura que conmueve nuestras entrañas. No miraremos los relojes cuando tengamos a cualquier Juan Nadie frente a nosotros, porque lo más importante será, precisamente, ese hombre o esa mujer, ese niño o ese anciano, y retozaremos a gusto compartiendo ilusiones, deseos, anhelos y esperanzas de diferente signo. Practicaremos la tolerancia, la serenidad frente a lo adverso, la templanza ante la ira contenida que provoca en ocasiones la injusticia, la paciencia y la capacidad para estar abierto a lo no establecido. En fin, que ejerceremos de verdad el papel de Juan Nadie sin creer por ello que pasamos inadvertidos por la vida, porque lo esencial es invisible a los ojos.

Líneas #AAPP2014

Líneas #AAPP2014

Los que trabajamos en el sector público, en las Administraciones Públicas, vivimos inmersos en un contexto sumamente complejo. De un lado, entendemos el servicio público como la manera de vincular nuestras capacidades profesionales con unos fines que van más allá del mero sustento económico. Esto es, entendemos que gracias a esfuerzos y cometidos como los que desarrollamos, la ciudadanía ve garantizada sus derechos y deberes mediante unas prestaciones conquistadas en las últimas décadas. Prestamos, en definitiva, unos servicios que nos facilitan la vida en comunidad, con la mirada especialmente puesta en el eslabón más débil de la cadena social.

En este comienzo de año, aprovecho las reflexiones que José Ignacio Criado ha hecho en su blog sobre las que, a su juicio, son las principales tendencias en las Administraciones Públicas para 2014, para reflexionar sobre los escenarios que vivo en la Administración Pública de la Región de Murcia. En concreto, en la Escuela de Formación e Innovación, que acaba de ver la luz con la fusión de las escuelas de Administración Pública, la de Administración Local y la de Policías Locales. Este ha sido un paso importante para armonizar y coordinar la formación y el aprendizaje colaborativo del personal empleado público, tal y como ya sucede en una buena parte de las comunidades autónomas. En las actuales circunstancias no parece de recibo mantener estructuras aisladas en los ámbitos de lo público, sino que el trabajo compartido y el desarrollo de estrategias y metodologías para el aprendizaje aconsejan establecer complicidades.

Cuando uno escarba en el interior de cualquiera de las administraciones públicas encuentra a mucha gente que no se conforma con lo que hace, de la manera que lo hace y con la perspectiva de permanecer impasible. El profesor Criado asegura que «la innovación no se detiene y los que nos desempeñamos en el sector público debemos seguir trabajando con intensidad para reforzar su papel, a la vez que se dimensiona adecuadamente para adaptarse a cada realidad nacional, regional o local». ¿Les suena, verdad, sobre lo que estamos hablando? Por eso, me permito reproducir y comentar algunos puntos que marcarán la pauta de los debates sobre lo público durante el próximo año.

  • Intraemprendizaje. La palabra suena difícil pero es potente: emprender desde dentro, desde abajo, colaborando y reconociendo a los que son innovadores. Alberto Ortíz de Zárate lo describe bien para el sector público: “El propósito del intraemprendizaje es nombrar caballeros y caballeras a todas las personas que trabajan en el sector público. Darles libertad y responsabilidad para renovar lo público mediante las armas de la innovación”. En su libro lo cuenta con detalle. Las pequeñas teclas de cambio pueden desencadenar transformaciones grandes hasta en las organizaciones menos dinámicas.
  • Big data. Este año ya se ha hablado sobre big data o datos masivos en las administraciones públicas de una manera incipiente. El término se ha popularizado gracias, entre otras cosas, al libro de Mayer-Schönberger y Cukier, para quienes “los datos masivos son el nuevo oro” para las organizaciones. Las administraciones públicas todavía están a la expectativa sobre cómo reaccionar, pero lo que no cabe duda es que este próximo año se va a hablar y mucho del poder de los datos y, sobre todo, de cómo las administraciones públicas se adentrarán en esta nueva era para las organizaciones. en la Región de Murcia tenemos investigadores de vanguardia en el campo de la eAdministración, especialmente en lo que tiene que ver el análisis y la reflexión sobre las implicaciones y desafíos que plantea este campo desde el punto de vista jurídico.  Nuestras administraciones aún están a años luz de tener claro lo que quieren hacer, pero el debate está sobre la mesa.
  • Gobierno abierto. Lo ola de lo abierto sigue ahí. El compromiso gubernamental a través de la Alianza para el Gobierno Abierto (Open Government Partnership) sigue creciendo en todo el mundo, aunque algunos de los resultados, así como la propia noción del concepto, sean variables, tal y como muestran algunas evaluaciones nacionales en España o México. En todo caso, lo importante es dar el primer paso hacia el Gobierno Abierto. Y el 2014 será el momento propicio para lograrlo. En la Región de Murcia hay algunos ayuntamientos que han empezado a dar los primeros pasos, como el de Molina de Segura, pionero en estas lides, pero esta tendencia será imparable. Estoy seguro. Al igual que más pronto que tarde hará lo propio la Administración regional.
  • Ciudades inteligentes. José Ignacio Criado nos recuerda el interés por las smart cities se va a multiplicar de la misma manera que lo hacen los retos a los que enfrentan las ciudades contemporáneas, cada vez más diversas y complejas. Antonio Díaz y otros llevan trabajando en la idea desde la vertiente de la planificación a largo plazo, teniendo en cuenta la necesidad de crear administraciones inteligentes, para ciudades inteligentes. Subrayemos la importancia de los gobiernos y administraciones locales en el futuro de la gobernanza de nuestras sociedades.
  • Redes sociales digitales. Las administraciones públicas están ya en ello, si bien en algunos casos, todavía no saben cómo hacer frente a la realidad de las redes sociales en la gestión y las políticas públicas. Como ha apuntado Mentxu Ramilo en más de una ocasión, más allá de estar en la red, es necesario estar en red, y por ahí sigue estando la clave para las administraciones públicas. Y no sólo en las grandes redes generalistas, como TwitterFacebookYouTube, sino que el futuro se decanta por potenciar la presencia, institucional o personal, en otras de carácter especializado. NovaGob desea ser la preferida de todos los empleados públicos en el ámbito de habla hispana, a la que invito a conocer y testar. Mi pequeña experiencia de participación es muy gratificante. Y en el caso de las redes sociales, aún deben producirse aperturas mentales entre nuestros directivos públicos para descubrir que no son una simple moda o tendencia social de entretenimiento, sino que el gobierno abierto y la transparencia no tienen sentido sin herramientas e instrumentos digitales para que nuestras administraciones pasen del mundo 1.0 al 2.0 de una vez. Porque hablar del 3.0 aún es una quimera.
  • Mujeres en las administraciones públicas. El acento de las mujeres no se escucha lo suficiente en los ámbitos donde se adoptan las decisiones en las organizaciones. El papel de las mujeres directivas y emprendedoras en las administraciones públicas se reforzará en el nuevo año. Pero para ello es necesario reafirmar el compromiso, también por parte de los hombres, con el logro de una mayor equidad en cada esfera de lo público. Experiencias puestas en marcha en el ámbito universitario o en el de la Administración regional en Murcia apuntan en este sentido pero como supondrán, sobre todo, las lectoras, estamos en pañales en este terreno.
  • Transparencia. Terminamos con un clásico, asegura Criado. A pesar de ello, la transparencia gana terreno en unas administraciones públicas necesitadas de apertura a la ciudadanía para reforzar su credibilidad. Ejemplos de ello pueden ser la recientemente aprobada ley de transparencia en España o los esfuerzos en México para reformar el IFAI. Al margen de valoraciones, la profundización en mecanismos, incentivos y prácticas para mejorar la transparencia de las organizaciones públicas va a ser una inquietud muy presente en el debate durante el próximo año. La ponencia creada en la Asamblea Regional de Murcia también es un paso más en este sentido.

En resumen, y pese a un contexto marcado por el cambio en la Presidencia del Gobierno regional, el 2014 se presenta como un año interesante en los cambios que vamos a vivir en el seno de las administraciones públicas de nuestra Comunidad. Unos cambios que viviremos en una situación económica muy complicada, porque el escenario presupuestario -en lo autonómico- y el que trae consigo la reforma local -en los ayuntamientos- auguran resistencias y dificultades que se suman a los propios frenos personales y administrativos que tienen muchos de los que rigen los destinos del sector público.

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Pasión y rebeldía

Pasión y rebeldía

Reclama Guillermo Fernández Vara, uno de los compañeros del PSOE y creyente comprometido en política que tengo por referencia, que no le pidamos nada al año 2014. Que salgamos a conquistarlo, porque los años no traen nada, sino que debe ser el compromiso, la pasión y la rebeldía los que cambien una realidad que a casi nadie gusta, aunque algunos vivan cómodamente instalados en ella. La brecha social que el paro y los recortes ha abierto hace necesario aunar muchas voluntades y unir muchos brazos y mucho talento. Que no vale cualquier salida sino la más justa.

Me sumo a este mensaje repleto de esperanza y cambio. Y aprovecho para compartir algunos deseos, sentimientos y experiencias en este tránsito de un año a otro muy especial para mi vida. Dentro de unas horas comienza 2014 y es el año en el que voy a cumplir los 50. Esta mañana hacía unas compras en el supermecado de mi pueblo y comprobaba la locura de los vecinos por  las compras de última hora. Parece que el mundo se acaba, y compartía esta sensación con Pepe, el barrendero, que dice que nos hemos vuelto locos. Pero con una lógica irracional, puesto que pasado mañana volverá la calma, la rutina en la que nos instalaremos en medio de la realidad de cada día. a veces tengo la sensación de que no soy de este mundo. Que no encajo.

Compromiso. Gran sustantivo, expresión de cambio, de inconformismo, de mirar al de al lado. De no conformarse con lo establecido, lo fácil, lo cómodo, lo de siempre. En todos los ámbitos de la vida: el personal, el familiar, el profesional, el social y, por supuesto, el político. En el primero de ellos, tratando de buscar momentos de silencio, de encuentro con uno mismo, con una misma, escuchando el silencio que brota desde nuestro interior y que se funde con los ruidos cotidianos hasta que consigue silenciarlos.

En el segundo, intentando entender -y practicar la paciencia- a los adolescentes y jóvenes que hemos creado, lanzado al mundo y conviven junto a nosotros. Una paciencia que debe presidir la relación con nuestros mayores, aquellos que hicieron lo que supieron a la hora de educarnos (al igual que nosotros ahora) y a los que nadie enseñó. Que se movieron a partir de intuiciones y que hoy tratan de encajar en medio de tantos cambios y de contemplar un panorama del que se sentían orgullosos y que los mercaderes, la política sumisa y los poderes dominantes tratan de desmantelar. Y en este escenario familiar entran en juego, cómo no, las relaciones de pareja, las que ejercen de avanzadilla en cualquier escenario de conflicto y que hay que mimar, cuidar y cultivar… puesto que son uno de los soportes básicos que nos mantienen lúcidos. Con los pies en la tierra.

La precariedad preside el ámbito profesional, el deterioro de las relaciones laborales,con el paro como horizonte para muchos de quienes nos rodean. El trabajo sigue siendo ese factor esencial que marca el resto de relaciones humanas, pese a muchos se empeñen en hacernos creer que no es así. Y ese trabajo que debería ser para la vida se convierte cada vez más en un territorio para la muerte física y personal. Un ejemplo de compromiso en el trabajo que hoy nos reclama más energía que la que hasta ahora empleábamos.

Y puesto que no vivimos solos, aislados, el empeño en cambiar las cosas lo tenemos que seguir llevando a cabo en los tablaos  de lo social y de la política. Allí donde coincidimos con otra gente que también está empeñada a resistirse frente a lo establecido, a lo que parece inevitable. Y además con la mirada puesta en los últimos, en los que más sufren, en los que no cuentan, los que no son capaces en ocasiones ni de mirar la vista para ver a quienes tienen enfrente. Ese compromiso es el que en el mundo de la política muchos tratamos de cambiar las cosas, al margen de los profesionales que viven de ella, los conformistas, los que se enrocan en las estructuras organizativas para justificar lo injustificable, y los que son incapaces de dar un paso atrás para que entren nuevas generaciones (no sólo de edad, sino de mente) que hasta ahora han/hemos permanecido al margen.

Rebeldía y pasión. Elementos inseparables para hacer posible lo imposible, lo real frente a lo imaginario. Algunos alimentamos la pasión de la fe en un Jesús de Nazaret rebelde, amoroso e incorformista. Que no vino a traer la paz de los muertos, de los cementerios, sino la de la revolución de los corazones. Qué mejor ejemplo que el que Francisco nos ha dejado este año que acaba. Compartimos esa pasión junto a mucha otra gente que la alimenta de fuentes distintas. Pues una pasión como esa, rebelde y alegre, con sentido del humor, con ráfagas de sonrisas y de buen ánimo, es la que me comprometo a cultivar, a alimentar y a ejercer, y a la que te invito, querido lector, querida lectora, a sumarte. Mis mejores deseos para este año que empieza a dar la cara.

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Disidencia y lucidez

Disidencia y lucidez

Cada vez que veo los telediarios me entra mal cuerpo. En especial cuando contemplo los acontecimientos en Oriente Medio, la masacre programada y selectiva del pueblo palestino, en una desigual lucha y ante la aparente -aunque real- indiferencia y/o supuesta incapacidad de Occidente. Indiferencia de los Estados Unidos de George Bush, cuyas televisiones no emiten imágenes duras de la intervención del ejército israelí, aunque sí de lo que cuestan las correas con explosivos de los atentados suicidas. Incapacidad de Europa, que ha empleado parte de sus recursos para la cooperación internacional en inversiones en Palestina y que ahora son arrasadas por los blindados de los militares de Ariel Sharon. Genocidio de una tierra, de sus gentes y de sus esperanzas, en medio de un discurso uniforme y homogéneo sobre lo que está bien y lo que está mal, sobre lo que es terrorismo y sobre lo que no lo es, sobre el poder y la gloria. Sobre la incapacidad de conmovernos ante el drama del 80 por ciento de las personas del planeta que sufren, mientras el 20 por ciento restante nos enfrascamos en disquisiciones sobre la mejor dieta, el lugar ideal de las próximas vacaciones o dónde comprar más barato.

Cuando nos preguntamos qué hacer ante situaciones como las que viven millares de seres humanos, en cualquier parte del mundo, la primera respuesta es la de contestar que nada o muy poco. Pero es que resulta que nuestros problemas no son sólo nuestros, sino que son una de las muchas caras de los problemas del mundo. Aún hay más. Podemos hacer, transformar, cambiar y ver más de lo que nos imaginamos, porque el primer triunfo de los que deciden en nuestro mundo es que el resto de los mortales caigamos en la desesperanza, una vez que nuestro sistema absorbe, asimila y neutraliza toda propuesta que cuestione el orden establecido.

A quien quiera sumarse al carro de rebelarse ante lo establecido, a unirse a gentes que no se conforman, que están dispuestas a la disidencia, al sano cabreo que no paraliza, a pedir cuentas al rey y a sumarse a nuevas formas de compromiso… van dirigidas estas letras. Ordenadas tras caer en mis manos un cuaderno de Cristianisme i Justicia, centro de estudios promovido por los jesuitas de Cataluña, y firmado por una disidente, Lourdes Zambrana. De malos tiempos para el compromiso hablábamos hace unos días. Ahora se trata de recoger propuestas y contenidos con los que llenar nuestra chaqueta para mirar al frente y tirar hacia delante.

En primer lugar, esta lid requiere de un descentramiento. Esto es, mirar y situarse en el mundo de una manera diferente, del lado de las víctimas, de esos ocho de cada diez ciudadanos terrícolas que lo pasan muy mal a diario. Y esto supone entrar en conflicto, porque comprar el décimo del débil supone posicionarse contra el fuerte y su manera de vivir. Y resulta que nos vamos a encontrar con muchos rostros conocidos, incluso el nuestro. Unida a esa nueva mirada está la de integrar en el proyecto de nuestra vida un estilo de solidaridad disidente, que cuestiona y transforma porque forma parte de nuestro ser.

Estos parámetros para el compromiso, para la acción y para la lucha requieren coherencia y no admiten departamentos estancos. Esto es, no podemos conmovernos con el drama palestino, con la miseria de los parias de la tierra, con la falta de futuro de los jóvenes en precario de nuestra Región, con los inmigrantes ofreciendo su fuerza de trabajo o con los niños sin hogar… mientras que en cada ámbito de la vida apliquemos unos valores y unas actitudes distintas. De ahí el hecho de cuidar la exigencia de personas integradas, con una sola lógica que anime toda la vida, los ámbitos y las relaciones con el mundo. Y partiendo de una situación de lucidez real, aunque esperanzada, que evite las autojustificaciones, porque no siempre podemos ser tan coherentes como nos gustaría. Dónde encontrar esa esperanza viene a ser para muchas personas un don –sobre todo para los que somos creyentes cristianos-, aunque también depende de la propia historia de vida de cada uno y de cada una.

A ese nuevo proyecto de vida hay que dotarlo de contenido, de un modelo de mundo y de relaciones humanas, de valores en los diferentes rincones de la vida, de opciones y situaciones para alcanzar un lugar más humano donde desenvolvernos. Y todo esto no es posible aquí, hoy y ahora, si no edificamos espacios de disidencia donde compartir y discutir todas estas cuestiones. Espacios que arrancan desde la familia, donde aprender y crecer en esta labor diminuta y cotidiana, en la calle, en la plaza pública, y en esos lugares donde van a parar las iniciativas que ya están en marcha y las que pueden inventarse. Ahí es poco.

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Publicado el 5 de abril de 2002

#Razonespp del éxito Valcárcel

#Razonespp del éxito Valcárcel

El Partido Popular de Murcia acaba de festejar los 18 años de la Presidencia del Gobierno de la Comunidad Autónoma de la Región de Murcia, o lo que es lo mismo, los casi cinco lustros en los que su presidente, Ramón Luis Valcárcel, ha sido capaz de liderar desde la derecha a una sociedad civil en una de las regiones españolas que más han sufrido el modelo económico del ‘boom inmobiliario’ (mano de obra barata, poco cualificada, amparada por un sector de la construcción coaligado con la especulación financiera). Frente a las ‘Razones’ que el discurso oficial ha querido ofrecer en torno a una Convención Regional coordinada por un personaje tan peculiar como es Vicente Martínez Pujante, me permito apuntar de manera resumida algunos de los motivos que pueden explicar el éxito electoral, personal y político de Valcárcel a lo largo de estos años.

Cara amable de la derecha murciana. Frente a Juan Ramón Calero, que era el líder de la derecha murciana Alianza Popular murciana, antes de la creación del Partido Popular, el profesor de Historia del Arte del colegio Ruiz Mendoza fue capaz de ganarse el apoyo de las juntas locales de las pedanías de Murcia y desbancar a quien fuera portavoz parlamentario en el Congreso de los Diputados en la etapa de Antonio Hernández Mancha. Apoyado por un grupo de dirigentes del PP conocidos como los ‘pata negra’ supo concitar en torno a su persona los apoyos necesarios de la burguesía de la ciudad de Murcia y dejar de lado a otros candidatos de su generación como Miguel Ángel Cámara, con el que establecería una especie de entente cordiale (o no tanto) que ha subsistido hasta hace relativas escasas fechas. Esos apoyos se extendieron a la mayoría del resto de la Región. Ese joven portavoz municipal en el ayuntamiento de la capital, amable y de sonrisa fácil, estaba llamado a convertirse en líder regional.

No cometer los errores del PSRM. Una de las grandes enseñanzas que aprendió muy pronto Valcárcel fue la de no cometer los mismos errores de los dirigentes que tenía enfrente cuando alcanzó el liderazo de su partido: la división interna en un partido genera rechazo en los electores. Sólo tuvo que permanecer a la espera mientras sus oponentes políticos del Partido Socialista de la Región de Murcia (PSRM-PSOE) se despedazaban entre ellos. La miopía política, las ambiciones personales, las peleas entre las familias ‘colladista’, ‘jumista’ o ‘enana’, con la moción de censura a Carlos Collado que dio paso a la efímera presidencia de María Antonia Martínez (en un contexto económico y social de crisis, con la quema del edificio de la Asamblea Regional como exponente), allanaron el camino para alcanzar el poder en la Comunidad y en los principales ayuntamientos de la Región, a excepción de Lorca. Lo de menos para conquistar el poder fue que él liderara al PP. El PSRM le había hecho casi todo el trabajo. Aprendió bien la lección y la ha mantenido hasta la fecha.

Representar el nacionalismo (hídrico) murciano. En una sociedad sin apenas identidad propia, donde han tenido que convivir realidades tan diferentes como la cartagenera, la yeclana, la lorquina o la caravaqueña, por citar tan solo algunas, Ramón Luis Valcárcel ha sido capaz de hacer creer que «antes que del PP, soy murciano». Vamos, casi nada. Y en un país que no ha sido capaz de cohesionar una identidad nacional, el dirigente murciano ha sido hábil para afianzar un sentimiento de víctima frente a enemigos externos que han querido nuestro aniquilamiento, especialmente por el asunto del agua. La imagen de vivir en una tierra amenazada por los manchegos -con el apoyo inequívoco de José Bono-, los aragoneses -ridiculizando al extremo a personajes de la izquierda como José Antonio Labordeta- o los catalanes (tierra con tantos vínculos con nuestros emigrantes de interior) le ha servido para afianzar una murcianía de la que apenas un tercio de la Región puede sentirse reflejada (el área metropolitana de la capital). Y frene a esa defensa de lo murciano, todos los que no pensabámos como ellos, éramos calificados como ‘antimurcianos’. O estás conmigo o contra mí, ¿no les suena de algo?

‘Víctimas’ del Agua para Todos. A ese nacionalismo murciano se ha unido el uso y abuso emotivo de la supuesta falta de agua para nuestra tierra. La razón ha quedado al margen, porque cuando interviene la emoción no valen los argumentos, por más racionales que sean. Apoyado por una potente maquinaria propagandística, para la que nunca han faltado recursos económicos y complicidades sociales (de las que hablaremos más adelante), una buena parte de la sociedad civil ha sido víctima y cómplice de un gran engaño: la supuesta falta de agua, apoyada en el icono de un intangible, como ha sido el Trasvase del Ebro. Sólo un hecho: si tanta agua nos ha faltado, no han robado, ¿por qué el sector primario, el agrícola, ha sido el único que ha visto crecer sus producción en todo este tiempo? El engaño, la mentira, el fraude y la estafa del ‘agua para todos’ ha sido el máximo exponente del victimismo del que ha hecho gala Valcárcel a lo largo de estos años. Excusas de mal pagador. Siempre han sido otros los responsables de los desaguisados. Me parece que hay poca hombría (si sirve de algo esta referencia sexista para quien hace gala de ella) cuando no se ha sido capaz de reconocer error alguno.

Complicidad de una sociedad caciquil. Es verdad que la mayoría de la actividad política que han desarrollado los gobiernos del PP no hubiera sido posible sin la complicidad de una sociedad que, en ocasiones, ha preferido mirar hacia otro lado. O cuando menos, ha respaldado directamente, sabiendo lo que pasaba y hacia dónde íbamos. Si no, no se explica que en los años en los que nos creíamos ricos y los presupuestos regionales y municipales eran elevados, las subvenciones llegaban a prácticamente todos los rincones de la sociedad más o menos organizada. Asociaciones que nombraban madrina de honor a la esposa de Valcárcel, otras que aplaudían por doquier cualquier iniciativa que viniera del Gobierno, pactos que firmaban las organizaciones sindicales, profesionales y empresariales y que luego quedaban en papel mojado… y no pasaba nada. Una complicidad que tuvo su máximo exponente en los múltiples casos de corrupción política, mientras los vecinos, los electores, las asociaciones… miraban hacia otro lado. Una complicidad que, en definitiva, han facilitado holgadas mayorías electorales, y lo que es más grave, mayorías sociales. Y en la que, desgraciadamente,  y por diversas razones y gradaciones, han caído desde los sectores de la cultura, la política, el mundo sindical hasta el universitario, el religioso y la mayoría de los medios de comunicación. Ese contexto de la complicidad le ha venido estupendamente a los poderes empresariales, económicos y financieros para servirse de una clase política dócil con sus intereses.

VVICENS-PROTESTAMAREAS1Ausencia de un liderazgo progresista. A lo largo de estos años no ha sido posible construir una alternativa a la hegemonía social y política de la derecha, especialmente por la falta de un liderazgo desde el centro-izquierda político. En el caso del PSRM, la oposición política en la Asamblea Regional y en los principales ayuntamientos ha estado en buena parte empeñada en seguir despedazándose a sí misma o, cuando menos, más interesada en ganar procesos internos que en conquistar a una sociedad que le dio la espalda cuando comprobó que las miserias personales estaban por encima del proyecto colectivo. Ha faltado también un discurso coherente y mantenido en el tiempo. Es verdad que ha habido intentos loables de construir una cierta alternativa, y que hay muchos dirigentes y militantes que han pretendido superar el pasado, pero los vicios y los hábitos adquiridos de una cultura política acomplejada han sido un verdadero lastre. A la izquierda del PSRM tampoco ha crecido prácticamente nada, al menos de manera institucional, aunque sí es verdad que aún es pronto para evaluar qué pueden dar como resultado político los movimientos sociales como los del 15-M, las diversas plataformas sociales como la de Afectados por las Hipotecas, y otras iniciativas como la de las Mareas ciudadanas que han surgido como reacción a los recortes sociales. Y sobre todo ha sido imposible construir un discurso ilusionante y progresista con propuestas políticas diferentes.

Imagen de unidad en los intereses. De esa complicidad y de la falta de una alternativa progresista se han aprovechado reiteradamente Valcárcel y el PP, que han podido repartir espacios de poder entre sus seguidores y que han acallado las supuestas diferencias internas. Un ejemplo de ello es el reparto que al comienzo de su llegada al poder hizo con Miguel Ángel Cámara de ‘tú al Ayuntamiento y yo a la Comunidad’ (cual gemelas del ‘tú a Boston y yo a California’) que ha pervivido hasta la fecha y que, al parecer, es algo similar a lo que va a ocurrir con su sucesor al frente de la Presidencia de la Comunidad en los próximos meses. La lección aprendida de cómo se castiga la división interna siempre ha estado presente.

En resumen, las razones del éxito de Valcárcel (amén de su olfato político, que es innegable a la hora de interpretar esta sociedad caciquil y susceptible de ser benefactora) radican en representar lo murciano (que tendría innumerables interpretaciones), incentivar el victimismo frente a otras realidades nacionales o personales, consolidar su figura paterno-protectora-conseguidora (los médicos saben mucho de ello, cuando han querido defender sus privilegios frente a otros colectivos), convertirse en pieza imprescindible para ejecutar las políticas de los poderes regionales (y transmitir que es para beneficio de la sociedad) y, finalmente, no dejar que crezca la hierba sucesoria a su alrededor que no pase por lo que él decida. ¿No se ha preguntado nunca el lector que no haya crecido políticamente nadie a su lado, en sus sucesivos gobiernos? Ahora parece haber encontrado una salida personal, familiar y política después de regir los destinos de una Región durante casi los últimos veinte años. El Parlamento Europeo le espera, puesto como señala Ángel Montiel, uno de los periodistas que mejor lo conocen, «el síndrome internacional dicen que afecta a los políticos longevos».

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Imágenes de www.laverdad.es /AGM

Desear no es querer

Desear no es querer

Una de las mayores dificultades que tenemos el común de los mortales en la vida es la de no aterrizar en nuestros proyectos personales. Esto es, en no concretar las metas que nos disponemos a atravesar, las etapas para llevar a cabo nuestros propósitos y los medios posibles que nos permiten cumplir los objetivos. Y todo ello por algo tan sencillo como es el hecho de confundir el deseo que aspiramos con la voluntad de querer alcanzarlo. El deseo entra en el mundo de la fantasía, en el de las construcciones mentales que nos permiten dar gusto y placer a la parte más intelectual de nuestro ser. La voluntad, por el contrario, se presenta en el plano accesible y palpable de lo que se puede lograr o alcanzar. Es el ejercicio consciente que hace posible dar pasos poco a poco, sin quimeras inalcanzables, midiendo muy bien los tiempos, los esfuerzos, las posibilidades de errar y los recovecos hacia los que dirigir la mirada en el caso de que las cosas no salgan como estaban previstas.

Todo esto viene a cuento porque solemos emplear una estrategia en la manera de comportarnos que no conduce a casi ninguna salida. Es la estrategia llamada por algunos expertos como “gel”. Palabra cuyas siglas responden a “generalización”, “exageración” y “limitación”. Vayamos por partes. ¿No les ha pasado a ustedes que ante una adversidad tienen a considerarla como algo que afecta a todos los humanos, en todas las situaciones y frente a todas las circunstancias? Por ejemplo, frases como la de “todos los políticos son unos ladrones” no hacen justicia al hecho de que conozcamos algún caso de corrupción. A partir de un incidente, o incluso de algunos, convertimos en general unas situación particular. Estamos… generalizando.

En otras ocasiones nos situamos ante circunstancias contrarias a nuestros propósitos y una de nuestras reacciones más primarias es la de exagerar lo que sucede. Establecemos un paralelismo entre esa realidad puntual y momentánea con la extensión de todo lo que acontece a nuestro alrededor. De tal manera que nos salen expresiones como las de “es que nadie me escucha” o “es que nadie me entiende”, cuando en realidad tendríamos que circunscribirla a esa persona con nombre y apellidos que no nos dice lo que nosotros esperamos de ella. O esa otra que ya está cansada de nuestros “malos rollos”, y nosotros seguimos erre con erre con la afirmación de que “no hay nadie que me quiera un poco”.

Por si generalizar y exagerar no fuera suficiente, otro de los malos hábitos que desarrollamos en las relaciones humanas es el de negativizar todo escenario que se precie. Esto es, enlucir con una cera negra y espesa cualquier ámbito en el que nos desenvolvemos. Se trata de limitar cualquier posibilidad o circunstancia siempre en la alternativa más oscura. Seguro que usted conoce a más una persona que está afectada por el virus del pesimismo. La inoculación a algunos les llegó en el propio vientre de su madre y aún no han descubierto que hay vacunas y antibióticos para combatirlo. Estas personas se encuentran tan limitadas que desconocen las oportunidades que la vida les tiene reservadas, porque emanan negatividad allá donde vayan. Todos conocemos a gentes de estas características, y más pronto que tarde tendemos a huir de ellas por temor a contagiarnos. Incluso, en ocasiones, y por prescripción facultativa, tenemos que mantenernos alejados.

De lo que se trata, en definitiva, es de poner en marcha esa serie de mecanismos que nos permiten delimitar claramente cuál es nuestro plan de vida, nuestro proyecto personal, y sacar a flote los instrumentos que van a ponerlo en práctica. Instrumentos que deben tener en cuenta, de manera primordial, a la voluntad, frente a su principal enemiga: la pereza. Sí, sí, así como suena. Somos muy vagos a la hora de afrontar en serio nuestra vida. Somos tentados en mil y una ocasiones, porque tomar en consideración de una manera responsable un proyecto no es sencillo. Pero resulta que una vez iniciado ya no hay fuerza que pueda con él. Eso sí, siempre y cuando la mirada la tengamos puesta al frente y los cantos de sirena nos suenen a lo lejos cada vez más.

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Publicado el 20 de junio de 2002